martes, 26 de marzo de 2013

Mo Yan, el hambre y la soledad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el prefacio que el reciente premio Nobel de Literatura chino, Mo Yan, realizó para una antología de sus relatos —titulada Shifu, harías cualquier cosa por divertirte— escribió lo siguiente:

Cuando empecé, lo último que tenía en la cabeza eran propósitos nobles. Al contrario que muchos de mis colegas, que se veían a sí mismos como «arquitectos del alma», a mí no me importaba ni un comino mejorar el mundo a través de la literatura. Como he dicho, motivación era mucho más primitiva: ardía en deseos de comer bien. No hay duda de que tras obtener un poco de fama, aprendí a usar palabras pomposas, pero estaban tan huecas por dentro que no me las creía ni yo. Debido a mi origen humilde, las historias que escribía estaban repletas de opiniones de lo más comunes, y cualquiera que buscara en ellas trazos de elegancia o belleza y estilo probablemente se alejaría decepcionado. No hay nada que pueda hacer al respecto. Un escritor habla de lo que sabe, y en la forma en que le es más familiar. Yo crecí solo y hambriento, testigo del sufrimiento humano y de la injusticia. Mi corazón rebosa simpatía por la humanidad en general e indignación por una sociedad plagada de desigualdades. Como es lógico, a medida que mi estómago se habituó a estar lleno siempre que yo quería, mi producción literaria experimentó un cambio. Poco a poco entendí que una vida donde comes tres veces al día jiaozi puede asimismo ir acompañada de penas y sufrimiento, y que este sufrimiento espiritual no es menos doloroso que el hambre física. El acto de dar voz a este dolor espiritual es, desde mi punto de vista, la tarea sagrada de un escritor. Sin embargo, escribir sobre el sufrimiento del alma no elimina mi preocupación por la agonía física que conlleva el hambre. No sé si decir esto constituye mi fortaleza o mi debilidad como escritor, pero sí sé que es lo que el destino ha dictaminado para mí. (17)


El párrafo es de una sinceridad poco frecuente entre los escritores, que suelen gustar de mistificaciones sobre vocaciones y finalidades de su trabajo. Mo Yan es sincero. Nos ha contado unas líneas antes el profundo estado de necesidad en el que había vivido, cómo para él y sus amigos el que alguien comiera tres veces al día les parecía una fantasía cercana a lo maravilloso. Él decidió ser escritor, confiesa, cuando le dijeron que los escritores comían tres veces al día. El relato es de tal inocencia y sencillez que lo podemos dar por bueno. Mo Yan ha titulado su prefacio "Hambre y soledad: mis musas".

La distinción entre las penalidades materiales y las espirituales implica el compromiso del escritor —esa tarea sagrada que cita— con los demás. Comenzó con sus penalidades y, superadas, con la comprensión de la de los demás. Mo Yan ha vivido las dos, la primera en su extrema pobreza y la segunda por su compromiso con los que siguen sufriendo.
No se trata, pues, de pasar hambre o dolores para poder describirlos mejor —¡nadie le pide al artista que sufra!—; se trata de encontrar la forma de hacerlo comprender al que recibe el texto. La verdad del arte no es una cuestión notarial, sino de eficacia simbólica. No es cuestión de sentir sino de hacer sentir.
En "Un artista del hambre", Franz Kafka nos habla del artista "ayunador" que muestra su resistencia sin alimentarse durante días y días, tan solo humedeciendo sus labios,  ante las multitudes que lo contemplan. Metido en una jaula, el artista exhibe su hambre. Es vigilado permanentemente por el público para que no haga trampas e ingiera alimento alguno. Pasarán los años y la "moda" de su arte decae, pero él sigue con su número monotemático. Acogido en un modesto circo, confesará cercano a la muerte, en un susurro, que no debe ser admirado «porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.»


Su hambre no era la de Mo Yan, solo rechazo de lo que el mundo le ofrecía. Ni tan siquiera la voluntad del ayuno estaba en él. Kafka nos describe, como contraste, la vitalista pantera que le sustituirá en la jaula del circo tras su muerte. Come de todo, sin darle demasiadas vueltas. La "alegría de vivir" brotaba de sus fauces, nos dice el relato. Los espectadores, asustados y admirados de tanta vitalidad, permanecen alrededor de la jaula fascinados.
Tampoco la pantera, pensamos, podía dejar de ser pantera, tal como el "artista del hambre" tampoco podía encontrar nada que le gustara comer. La exhibición de su hambre estaba tan condicionada como la voracidad de la pantera.


El compromiso de Mo Yan no es con su propia hambre —su "musa" junto con la soledad— sino con el sentimiento que le provoca el que siga existiendo la injusticia que la permite. Las penurias pasadas solo fueron la motivación para escribir, para escapar del hambre. Escapar de la miseria no es olvidar. Como él mismo nos dice, escribir sobre las penas del mundo interior "no elimina mi preocupación por la agonía física que conlleva el hambre".
Mo Yan manifiesta su duda sobre si decir esto "constituye mi fortaleza o mi debilidad como escritor". Para nosotros, indudablemente, es una fortaleza. El mismo público que celebraba el hambre del "artista", se extasiaba ante el espectáculo de la pantera alimentándose con voracidad. Si el artista no mantiene un compromiso consigo mismo y con el mundo que le rodea no deja de ser un bufón, un espectáculo para el entretenimiento ajeno. Podrá ser celebrado por todos, vivir del éxito, pero su compromiso está con esas dos musas que le recuerdan las penurias físicas y espirituales: hambre y soledad. Es la diferencia existente entre el arte y el entretenimiento; el primero nos recuerda nuestra condición, el segundo nos sustrae de ella mediante la distracción. El arte no distrae; nos hace fijarnos.
La "autenticidad" del arte no es su realismo, sino la capacidad de hacernos sentir durante unos instantes, en un destello, un sentido en el sinsentido de la vida: el del dolor o el de la alegría, el de la injusticia o el del amor. El arte no acaba con el hambre ni con la soledad, pero impide que apartemos la mirada de ellas.

* Mo Yan (2011): Shifu, harías cualquier cosa por divertirte (2001). Prólogo. Kailas Editorial, Madrid.



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