viernes, 12 de abril de 2024

Ejemplaridad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


No sé si le pasa a usted, pero a mí me ocurre cada vez más que me llega un sentimiento incontenible de vergüenza al terminar (si llegó al final) de ver un noticiario televisivo. Se me va produciendo un sentimiento cada vez más de molestia ante lo que veo y escucho. Más allá de las guerras y otros desastres, lo que siento ante esa imagen cada vez más frecuente de esposados, declarantes, llegadas a juzgados, salidas de cárceles, etc. de dirigentes y ex dirigentes políticos españoles o personas vinculadas a ellos, es vergüenza, profunda y dolorosa vergüenza.

Son personas que han sido mostradas en otras temporadas de su vida anterior en las pantallas. Entonces presidían, dictaban, recomendaban; eran el centro de atención de focos y micrófonos, de cámaras y radios. Hoy los vemos sentados en banquillos, en entradas en salidas de cárceles y juzgados. Ahora van con la cabeza gacha, con la cara tapada.

Los que eran referencias nacionales o locales, los que nos pedían sacrificios y nos decían qué significaba ser "buen ciudadano", ahora se mueven por ambientes muy distintos, son contemplados y descritos de otra manera: comparecientes, declarantes, acusados, sospechosos, condenados... por delitos, tramas, complicidades, etc.

No sé si los políticos, la clase en su conjunto, son conscientes de esto. No sé si se dan cuenta del daño que se hacen y, especialmente, que nos hacen con este mal ejemplo que supone ver a la persona que ocupaba un ministerio, una consejería, etc., que nos daba consejos, nos hacía recomendaciones, que nos hacia responsables a nosotros o a otros políticos de males de todo tipo... sentados en un banquillo, saliendo de cárceles y comisarías.


Necesitamos ejemplaridad. No es lo que vemos cada día. Los políticos deberían ser conscientes de que muchos ya no votan al "mejor", sino al "menos malo". Este destruirse sistemático en el que se esfuerzan, les destruye en su conjunto, le daña a todos. Y ese todos no son solo ellos, nos incluye.

La gran duda es si estos comportamientos están destruyendo algo más que su prestigio, si están dañando la credibilidad del sistema en su conjunto. Los datos sobre falta de credibilidad en el "democracia" en generaciones de jóvenes apuntan a esto. No hay ejemplaridad y si la hay es negativa. No se acude a la política a "servir", sino a "servirse". En un espacio en el que el empleo es precario y mal pagado, en el que a estudiar se le llama "sobrecualificación", el mal ejemplo político se ve reforzado. ¿Por qué no? ¿Si a otros les va tan bien? La duda se extiende. Los listos son aquellos a los que no pillan.

Los casos de corrupción de personas jóvenes por la enfermedad moral, el otro lado de la pandemia, enseña que el mundo se divide en listos y tontos, en aprovechados y víctimas. En este sentido, es desolador. No hay un movimiento de regeneración, solo de aburrimiento en unos, de rechazo en otros y finalmente de imitación. Estos últimos sustituyen a los que entran en las cárceles, son inhabilitados, etc. Son los puestos que dejan libres y que se verán pronto ocupados por aquellos que les ven como pardillos, los que se lanzarán a esa senda de la corrupción.

La base picaresca del español vuelve a salir a la superficie siempre justificada por la corrupción mayor, por lo poco fino que están los que les pillan y la seguridad en ellos mismos que da el pensar que son más listos que los demás y no serán pillados.

Hay mucha gente que cumple, pero esos no son los que salen en telediarios, los que son retratados entrando y saliendo de las cárceles, juzgados y comisarías. Es nuestra alfombra roja particular, la alfombra patria. No somos los únicos, claro, pero es nuestra alfombra, el desfile de celebrities políticas que vemos desfilar esposados.

Hace muchos años que se debería haber realizado algún tipo de pacto político de vigilancia de la corrupción, pero se eligió el camino de la broca, el del "tú más" cuyo resultado vemos cada día. Y es cansino; cansino y vergonzoso. Es un dislocamiento de la memoria en el que se superponen las imágenes solemnes del mandato con las nuevas de los mismos rostros en juzgados, muchas veces tapados por la vergüenza.


La ejemplaridad es necesaria en España. El único debate que dura un instante es el de la honradez, que debería ser lo que uniera a todos los partidos. La honradez no tiene ideología, es compatible con cualquiera de ellas. Pero no es eso lo que vemos. Es la ideología, lo que separa, lo que se esgrime porque se busca polarizar y señalar al otro mientras se tapa de mala manera el mal propio. 

Y perdemos la confianza. Vamos a las urnas no con alegría, sino con un enorme cargo de conciencia, con enorme tristeza y el deseo intenso de que mañana no tengamos que arrepentirnos, porque ese candidato o candidata en quien pusimos fe y esperanza acabe, tarde o temprano, en una cárcel.

Hoy es fácil construirte una imagen; tienen gabinetes dedicados a ellos, a asesorarte cobre cómo vestir, qué decir o cómo sonreír. Esa facilidad lanza a muchos a construirse una tapadera, crearse un apoyo popular. Todo eso tapa negocios sucios, conexiones oscuras  e inmundicias varias.


Tenemos un serio problema si los que tienen la aspiración de enriquecerse por cualquier método rápido sienten ese efecto llamada que les lleva a la política como centro de enriquecimiento, como espacio de relaciones delictivas. Tendremos un sinvergüenza que nos prometerá el oro político, pero que se lo embolsará discretamente, aquí o en el extranjero, en paraísos fiscales o turísticos, a poder ser en ambos. 

La cuestión rebasa ya la política y afecta a todo aquel lugar en el que se mueva dinero, como estamos viendo en el deporte. Los sinvergüenzas se sustituyen unos a otros, pues la cola para enriquecerse avanza rápido y ya tocará el momento. Los pelotazos ya son otra cosa en el deporte, que no se queda atrás y conecta con la política.

El efecto llamada de la corrupción es cada vez más intenso y extenso. No se libra ningún grupo y solo rivalizan en el escándalo y la cantidad desviada, en el número de empresas que blanquean y el número de sicarios que pasan de chóferes a asesores ministeriales.

No es la primera vez que lo decimos aquí: hace falta un gran pacto por la honradez, algo verdadero y no un gesto de cara  la galería. Lo necesitamos.

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