domingo, 28 de abril de 2024

La agenda y la vida

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Cada día aparecen múltiples problema a los que hay que ponerle nombre. Muchas veces tenían otros viejos antes; algunos son tan viejos como la humanidad misma y otros son adaptaciones a los tiempos actuales. Le llamamos con nombres que hacen las delicias de los medios, dando salto de los "técnicos" y "especialistas" al vulgo que se siente feliz con aprender este tipo de cuestiones. Saltan a la gente desde las declaraciones mediáticas de los llamados "expertos", aquellos que nos permiten creer que todo está controlado. Con un nombre nuevo, todo parece que está bajo control, que si tiene un término formará parte de algún curso de algo donde se explica con detalle.

Cuando ha llegado el nombre a los medios, se repite una y otra vez. Los casos encajan en la etiqueta generada.

En 20minutos, Belén de Marcos titula su artículo como "Una calendarización compulsiva y el pánico a la agenda en blanco transforman la sociedad: "Tengo ocupados los findes de cinco meses". Ya el título nos ofrece un problema o cambio y nos da dos términos en los que el tecnicismo está presente, "calendarización compulsiva" y el "pánico a la agenda en blanco". Ambos tratan de definir esa "transformación social". El lector del titular se sentirá identificado con términos y problema y accederá nervioso a descubrir el origen de este mal.

En el artículo leemos:

 

Desde la pandemia, la obsesión por la "hiperplanificación" o "pánico a la agenda en blanco" impiden la improvisación y han empujado a una sección de la sociedad a abusar del Google Calendar y a necesitar saber qué van a estar haciendo dentro de un mes e, incluso, de un año.

Así lo asegura Sara Esteve, psicóloga del gabinete SomosAyuda, a 20minutos. La especialista explica que la pandemia demostró que la vida es impredecible y esto, junto a la incertidumbre que impidió planear a corto y medio plazo, ha provocado que muchas personas necesiten calendarizar compulsivamente sus vidas para sentir que están aprovechándolas "al máximo". Lucía Barrionuevo, psicóloga clínica, añade a esto que el "pánico a los huecos en blanco en la agenda" es un problema más presente que nunca, ya que, el ansia de recuperar el tiempo perdido y la obsesión por sentir un "falso control de las situaciones", no ha hecho más que crecer desde 2019. De hecho, un estudio de Infocop de 2024 expone que la salud mental de la población aún no se ha recuperado desde la aparición de la covid y que los niveles de ansiedad y depresión siguen siendo mucho más altos que los previos.

Tanto Esteve como Barrionuevo coinciden en que el FOMO, acrónimo del inglés Fear Of Missing Out, o miedo a perderse algo en castellano, es un problema real y por el que están empezando a acudir pacientes a las consultas. El FOMO es la ansiedad que aparece cuando la persona tiene que renunciar a algo por otro compromiso y durante este está preocupada por las consecuencias negativas que esta "pérdida" le puede causar a nivel social. De esta manera, la psicología señala a las redes sociales como culpables principales de su aparición. "Ver a otros disfrutando de experiencias que no podemos tener, no solo por nivel económico sino por razones de tiempo o estilo de vida, genera ansiedad por comparación y esto mueve a planificar experiencias propias compulsivamente para sentirnos a la altura", explica Barrionuevo.*


Es interesante observar cómo, en tres escasos párrafos se nos definen tal cantidad de "problemas" y se entrelazan causas y efectos, cada una de ellas con su nombre descriptivo, empezando por la "hiperplanificación" hasta ese FOMO que queda mucho mejor como siglas inglesas que en español. De esta forma, esa formar en inglés actúa como un nuevo sello de garantía del problema.

La realidad es más sencilla y, sobre todo, vieja. Por mucho que creamos descubrir nueva situaciones es difícil que los humanos nos encontremos con unas emociones realmente nuevas después de unos cuantos milenios de padecer nuestras miserias.

Por empezar por el final, ese malestar cuando vemos en las redes sociales que otros tienen algo que nosotros no tenemos se llama simplemente "envidia", algo que no requiere nuevos diagnósticos ni responsabilizar a las redes de ello. Simplemente se nos alienta a tener, se nos muestra a otros disfrutándolo y nosotros, como no lo tenemos, podemos sentir envidia. No hay novedad, solo intensidad ya que estamos continuamente expuestos al igual que los demás. Se acrecienta así el sentimiento de vergüenza por no tener y de envidia por desear lo que otros tienen. Era lo esperable en una situación de exposición de todos a los demás. Los psicólogos sociales nos dicen también que esa necesidad de ser vistos fomenta otras inseguridades, como el llamado "síndrome del impostor", otro tecnicismo.

Nos dicen además que no hemos superado la inseguridad de la pandemia. Tampoco esto es nuevo. Lo que se nos ha hundido es la falsa seguridad en que todo está controlado, que cualquier cosa que pase tiene solución rápida. Lo malo es cuando la ciencia no es capaz de solucionarnos inmediatamente el problema. Unos millones de muertos, un encierro en casa durante días nos desmorona, nos hace darnos cuenta de que vivimos en una falsa burbuja. Lo mismo ocurre con el cambio climático, algo que muchos niegan o no aceptan porque piensan que tenemos soluciones para todo... y porque hay muchos intereses por medio.

La "hiperprogramación" no es más que la idea de querer tener controlado todo, un deseo de negación de lo imprevisible, del azar, que sin embargo ocurre. Escribir el futuro, aunque sea en el Google Calendar, es otra vieja táctica fantasiosa, algo derivado de la magia del escrito, un truco psicológico, lo que marca, por ejemplo, la diferencia entre un pacto oral (las palabras se las lleva el viento) y un pacto escrito (negro sobre blanco). El destino está escrito, lo imprevisible no. Podemos leer Santiago el fatalista y su amo, la novela dieciochesca de Denis Diderot, para darnos cuenta.

Nuestra falta de perspectiva, especialmente de sentido histórico, se debe en gran medida a esta forma de vivir un presente en el que todo es nuevo. La novedad surge de la nueva ignorancia, lo que nos hace depender de una forma ciega de un mundo que se proclama "seguro". Gran parte de esa "seguridad" no es más que vendernos unas condiciones imaginarias en la que todo está planificado. Por eso cuando falla lo programado nos sentimos indefensos, ¿qué hacer entonces?

En tiempos en los que vivimos, sujetos a inseguridades constantes, del trabajo a la guerra, la agenda es el último refugio, una especie del último refugio, un compromiso con el futuro que el propio futuro puede ignorar.

Los espacios en blanco en las agendas son vistos como vacíos existenciales, con miedo, porque la inmadurez contemporánea es necesaria para aceptar que el mundo está regido por lo exterior, que esos huecos son faltas, algo que nos inquieta y preocupa. Tener la agenda llena ya no se concibe como una pérdida de tiempo, sino como una "seguridad" vital, algo a lo que estamos sujetos.

Una agenda con huecos es un desafío al sistema que programa cada día actividades para el consumo, ya sea el turismo o las fiestas. Nunca he visto tanta gente acarreando maletas por calles y transportes. Van de un sitio a otro como nómadas existenciales a los que se les ha abierto un hueco en lo que nos llena la vida, el trabajo. Pero ese vaivén constante es una nueva forma de trabajo en el que somos la materia prima.


La nueva sociedad prima la imagen de la "eficiencia" y los huecos de la agenda son un signo contrario, un desperdicio. La programación nos da seguridad y transmite esa eficiencia en la gestión del tiempo vital. Si no se puede per el tiempo en el trabajo, tampoco se puede hacer en el marco del ocio. Los niños hiperprogramados con sus actividades extraescolares son una muestra de lo que significa "no perder el tiempo" actualmente: hay que estar ocupados.

La necesidad obsesiva de tener todo programado es una forma de manifestación del miedo a enfrentarse a uno mismo, al gran enemigo contemporáneo, la soledad propia. Hay una soledad social y otra que refleja la imposibilidad de estar a solas con uno mismo, de tener una riqueza interior alimentada durante la vida. Pero en lo que se nos instruye es en la vida laboral, con la que nos identificamos, perdiendo ese ser uno mismo al margen de cualquier otra circunstancia. El miedo a perderse algo no es más que la respuesta a quedarse fuera del programa, a quedarse en soledad, con una experiencia que no sabríamos contar.  

Es un mundo fáustico, un mundo condenado a no pararse nunca ante la posibilidad de vernos en el espejo interior y no reconocernos. Nuestro trabajo y nuestro ocio están programados ante el temor a lo desconocido, que a muchos aterra.

 

* Belén de Marcos "Una calendarización compulsiva y el pánico a la agenda en blanco transforman la sociedad: "Tengo ocupados los findes de cinco meses"" 20minutos 28/04/2024 https://www.20minutos.es/noticia/5239355/0/calendarizacion-compulsiva-panico-agenda-blanco-transforman-sociedad/

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