Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Son
tan ingenuos los políticos como para creer que su crispación constante no se
puede convertir en un momento determinado en violencia física? Estos días de
campaña nos han mostrado un par de agresiones a políticos. Han sido dos casos,
pero se abre un precedente y, sobre todo, la posibilidad de que la intensidad
suba en cualquier momento.
Previamente hemos asistido a la violencia simbólica del apaleamiento o quema de figuras ante sedes de los partidos. ¿Creemos que esa violencia simbólica no supone violencia, sino libertad de expresión? ¿Creemos que la creciente tensión verbal no es el anticipo de lo que puede producirse después, la física?
Llevamos
unos años en los que no hay descanso en la tensión acumulada en la vida
política o, para ser más precisos, en que la agresividad se ha ido convirtiendo
en una forma "normalizada" de política. La polarización se convierte
en una estrategia teatralizada que busca la atracción de seguidores que acaban
enganchados a estas formas. Hacia ellos se dirigen palabras, acciones,
actitudes. Es, en gran medida, una representación destinada a conseguir eso que
llaman "fidelización". Cada partido busca su propia forma de radicalidad
que busca configurar a sus seguidores, que pasan a estar enzarzados en una
lucha contra aquellos hacia los que se dirige la tensión. Como estamos viendo,
en cualquier momento se puede dar el salto a la acción física.
La violencia verbal se genera por los miembros de los partidos que busca radicalizar a sus seguidores señalando a los causantes de los problemas, a los responsables de los desastres magnificados.
Los
casos de manifestaciones a las puertas de las sedes de los partidos, de los
insultos, quemas, apaleamientos de muñecos, etc. se convierten en una forma de
entrenamiento mental que va posibilitando que algunas personas, saturados sus
niveles simbólicos, den el salto a la violencia real.
Lo
hemos visto con claridad en los Estados Unidos de Trump. El paso de
responsabilizar a los otros de la derrota al asalto armado al Capitolio no es
difícil de dar, especialmente cuando se llega a un grado de polarización en el
que se pierde cualquier tipo de objetividad y se adquiere una subjetividad
controlada desde fuera. Ya no hace falta pensar, solo procesar el mundo tal como
se nos ha instruido. De esta forma ya no ves en el otro tu igual, sino una
entidad deshumanizada, un obstáculo para el cumplimiento de un destino. Es
sorprendente cómo se puede llegar a destruir las bases de pensamiento
democrático, el basado en el diálogo que posibilita la igualdad, en la igualdad
que posibilita el diálogo y, con él, la convivencia.
Estamos ignorando demasiadas señales en una sociedad en la que cada vez tenemos más indicios de que se empieza a percibir la violencia como una forma de resolver problemas. Eso vale para la terrible violencia vicaria, los robos con asesinatos, como tenemos en titulares, la forma de vivir el deporte, etc. Es una violencia que va del acoso escolar a esas quemas de muñecos con las efigies de Sánchez o Núñez Feijóo o quien sea, de la negación del terrorismo de ETA evitando reconocer las muertes causadas, como hemos escuchado. Forman parte de ese aumento del racismo en los estadios o de cualquier otra señal que indique que no se valora a los otros como personas. Son obstáculos en algo que se percibe como destino en este modelo visionario. Este modelo es profundamente antidemocrático ya que no se percibe el futuro como decisión de los votantes, sino como un cumplimiento de lo que está escrito y a lo que unos se oponen, por lo que deben ser eliminados.
La
transición española, que fue modelo para muchos países y que el nuevo radicalismo
pretende convertir en una caricatura histórica por parte de gente que no la
vivió, estaba llena de gestos de reconciliación que eran simples pero
efectivos, como un simple partido de fútbol entre diputados. Se trataba
precisamente de superar con estos ejercicios de normalidad las tensiones y
descalificaciones previas. Se trataba entonces de humanizar la política frente
a su sentido excluyente y de enfrentamiento actual. El camino que hoy recorremos es
justo el contrario. Habrá un momento en que se pueda producir lo que nadie
después quiere admitir.
Los nuevos canales de comunicación, por otro lado, necesitan de esta presión continua para mantenerse activos y eficaces. No invitan a la concordia precisamente, sino a lo contrario. Hay que cambiar las estrategias antes que ocurra algo que no nos guste.
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