viernes, 19 de enero de 2024

Los acuerdos del Mar Menor

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Dos datos importantes de la encuesta del CIS: el primero nos dice que el 80% de los españoles desean acuerdos, pactos de estado y reducir la crispación existente; el segundo es muy preocupante, el 25% de los jóvenes no cree que la democracia sea el mejor sistema de gobierno.

La política, como la mayoría de los hechos sociales, se retroalimenta. Es decir: es la propia política la que recoge los resultados de la política en los ciudadanos. Esos jóvenes que rechazan la democracia como un "buen sistema de gobierno" seguramente lo hacen por lo que ven o lo que quieren ver. Los datos sobre "jóvenes" además incluyen un factor: probablemente no van a cambiar su opinión cuando sean adultos. Eso significa que los datos de los jóvenes no se transforman al pasar a otra franja de edad. Preocupante.

El aspecto positivo, pero reactivo, es la demanda de pactos, de acuerdos, de abandonar esta forma de hacer política a la que se nos ha abocado desde hace ya más de una década y que solo lleva en dos direcciones: la del radicalismo, populismo, etc. y la del abandono, desinterés, etc. por el aburrimiento.

Que las dos alternativas en la política española sean el aburrimiento o la radicalización es triste y peligroso. El radicalismo se contagia por temor a ser desbordados por los extremos. En España se está pagando la obsesión enfermiza en la destrucción de los partidos de "centro, ya sean liberales por la derecha o socialdemócratas por la izquierda. Los partidos lo enuncian oficialmente pero no lo practican. La primera consecuencia fue un falso bipartidismo al destruir los centros (el último Ciudadanos) con lo que la posibilidad de un elemento moderador en el centro, como ocurre en algunos países, capaz de cogobernar, se transformó en la necesidad de cogobernar con partidos radicales, independentistas, etc., partidos que no llevan hacia el "centro", sino que tiran hacia los extremos.

Además, estos partidos obligan a transformar los discursos creando crispaciones constantes por temor a ser acusados por sus propios "socios", los que permiten la gobernabilidad, de "débiles", "traidores" a causas y electorados. Las últimas legislaturas han sido un ejemplo elocuente de todo esto y hoy vemos su resultado: la exigencia de la radicalidad, la debilidad de los partidos que representan a la mayoría frente a la tiranía numérica de los que asolo tienen los votos suficientes como para chantajear a los gobiernos, cuerdos, etc. en los que participan. Se produce así un ataque a lo que es la esencia de la democracia, la voluntad mayoritaria. Son los pequeños los que dictan la agenda, como estamos viendo. De esta forma, la acusación y crítica lleva a pensar y expresar que el único deseo del político es mantenerse en el poder y no satisfacer las demandas y necesidades del electorado.

La propia generación de la política, su dinámica, es la que ha llevado a esta situación doble, la que manifiesta en un 90% la necesidad de acuerdos y la radicalidad negacionista, deseosa de autoritarismo, que manifiesta esa cuarta parte de los jóvenes.


En este último caso, enunciar el dato "de jóvenes" lleva a una especie de atenuación relativista del dato. El tópico lleva a pensar que son cosas "de jóvenes" y que se "pasan con la edad". No creo que sean ciertas ninguna de las dos cosas. El pensamiento de esos jóvenes negacionistas de la democracia y autoritarios surge de alguna parte (de los adultos y de fuerzas que buscan la captación radical para el futuro). Son los receptores de los mensajes que les llegan, que les buscan para seducirlos y hacerlos engrosar las fuerzas radicales. Gracias al mundo comunicativo de la Sociedad de la Información, se han creado unas corrientes de influencia que se reparten por toda la sociedad "tentando", "atrayendo" hacia sus postulados. La radicalidad busca las tendencias radicales en el momento más necesitado de "compañía", la adolescencia, en el que a la necesidad de destacar se le suma el de pertenencia grupal. Allí se reafirman las tendencias negacionistas. Es el mismo funcionamiento de las sectas: captación, reafirmación, separación de las influencias contrarias. La exposición selectiva a la información hace el resto: solo me expongo a la información que refuerza mis posiciones, la que me reafirma en mis filias y fobias.

Estos días hemos asistido hemos asistido a un momento insólito en la vida nacional. Tras el escándalo de los "pélets" por la incapacidad de ponerse de acuerdo las administraciones central y autonómica, teniendo que movilizarse los ciudadanos, nos encontramos con el hecho positivo del acuerdo entre la administración central y la autonomía murciana para actuar en el Mar Menor, un espacio en peligro ecológico.

La mera escenificación de un acuerdo ya afectaba a la imagen política habitual. Todo era diferente, el tono, los gestos, las palabras. ¿Es una escenificación estratégica o se trata de una acción sincera, la que la política necesita, la que los ciudadanos esperan? Al acuerdo entre administración central y autonómica se han sumado los ayuntamientos, dando lugar a una poco frecuente situación.

Es evidente que ese 90% de los ciudadanos que exige acuerdos lo hace porque no es lo que ve ni lo que se le da. El sufrimiento de los grandes partidos, bajo la tiranía de los pequeños y radicales, es la misma de los ciudadanos que aspiran y practican la convivencia para ejemplo de la propia política. Si fuéramos en nuestras casas y trabajos, en nuestros momentos de ocio, como los políticos parecen reflejar y querer, estaríamos a palos en las calles. Afortunadamente, el pueblo es más sensato que sus políticos, aspira a otra cosa. Aspira a mejoras sociales, a estabilidad en los empleos, a poder convivir, a mejor educación y sanidad, a seguridad... y a libertad. ¿Por qué los políticos se empeñan en que no es posible llegar a acuerdos que alcancen esos objetivos beneficiosos para todos?

Vivir en un espacio de radicalidad política, aunque haya un componente teatral en ella, no es bueno y genera confusión, rechazo y más radicalidad en los que se incorporan. La clase política ha diseñado su forma de vida, pero no es la que más interesa a los ciudadanos.

España fue un ejemplo de convivencia y transición hacia la democracia gracias a la sensatez del pueblo español y a la posibilidad de acuerdos políticos entre grupos que tenía poco que ver. Hoy se crean grupos políticos para cubrir zonas de descontento o de radicalidad, zonas de negación con diversos orígenes. No viven de lo que hacen, sino de lo que dicen que no les dejan hacer; es vivir en una tensión permanente, para lo que necesitan esos votos, los suficientes para poder ejercer el chantaje de los números condicionando a los grandes partidos. Pero los partidos grandes deben ser también "grandes" partidos, grandes en sus miras y objetivos, en su flexibilidad, en su capacidad de entender que un país no es solo un electorado que les vota, que siempre hay que gobernar con la vista en algo pasado de moda, eso que llaman el bien común y que aunque no exista hay que actuar como si fuera posible; acercándose a un ideal inalcanzable pero deseable.

Los acuerdos del Mar Menor puede que marquen un comienzo de colaboración. Sería lo deseable, que todos fueran capaces de ver un problema real y ponerse de acuerdo en trabajar para solucionarlo. Hay que pedir, que rogar que mantengan esa actitud de colaboración porque supone algo más que el destino de unas aguas. Tenemos palabras y fotos. Ahora hay que ver resultados.


 

* "Nueve de cada 10 españoles creen que hay mucha crispación y piden a los políticos pactos de Estado, según el CIS" RTVE.es/AGENCIAS 18/01/2024 https://www.rtve.es/noticias/20240118/habitos-democraticos-cis-crispacion-pactos-politicos/15922272.shtml

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