Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"¡Una
mascarilla, por favor, una mascarilla!" Quien se expresaba así de
desesperada era una compañera de Facultad que realizaba su examen final en el
aula junto a la mía. "¡Tengo un alumno en el examen que no para de toser!
¡Cómo se le ocurre venir así al examen!" Rebusqué en mi maletín y no
encontré esas mascarillas. La mía la llevo en el bolsillo, pero una nueva
habría tenido que ir al despacho. Mi compañera llamó por teléfono a otra que
estaba en la Facultad y le subieron una. Puede verla en la puerta del aula, con
su mascarilla puesta, a distancia suficiente, lejos de las toses, que yo
escuchaba desde mi clase.
Ayer, en
un descanso de la final de un torneo de Snooker, pusieron cuatro anuncios
seguidos de remedios contra la tos. Creo que no hay mejor indicador de por
dónde van las empresas del ramo: oferta a raudales de cualquier cosa que
atenúa, calme, elimine la tos. Todos prometen aliviar los síntomas, ir directos
al problema, etc. Me imagino que lo notarán en la Bolsa.
A
diferencia de otros síntomas, la tos nos delata. Obviamente, la tos puede estar
causada por diferentes males, pero esa tos que resuena y resuena, que nos hace
volver la cabeza y alejarnos un poco o salir corriendo horrorizados, como era
el caso de mi compañera de facultad, da igual cuál sea su origen —catarro, gripe
con cualquier letra, Covid...—; simplemente, huimos lo más lejos posible.
Conozco
personas que, en cualquiera de las oleadas de Covid, han seguido con la tos
cuando otros síntomas ya habían desaparecido. La tos sigue y cuesta erradicarla.
La tos, además, acaba agotando físicamente, es un esfuerzo que nos consume
energía, nos impide descansar y acaba haciendo doler distintas partes del
cuerpo.
Eva
Cezón nos recuerda en su artículo de RTVE.es que "hemos olvidado mucho de
lo aprendido en la pandemia". En el comienzo de su texto explica:
Personas tosiendo en el transporte público o
imágenes de las urgencias saturadas. Estamos teniendo flashes de aquella
pandemia que nos obligó a aislarnos y que nos vuelven a recordar que los virus
de transmisión aérea, como es el caso del SARS-CoV-2 (causante del coronavirus)
y la influenza (causante de la gripe A), conviven con nosotros y sobreviven de
invierno a invierno.
Basta con ir en un autobús o a un bar para
detectar algunos escenarios de los repuntes de contagios: espacios cerrados y
mal ventilados. Cada vez que hablamos, tosemos o cantamos, exhalamos algo más
que aire: esparcimos multitud de gotículas, pequeñas partículas de líquido de
diferentes tamaños. Las más grandes caen al suelo, sin embargo, las más
pequeñas, conocidas como aerosoles, permanecen más tiempo. Son gotitas tan
pequeñas que por el poco peso que tienen se quedan dando vueltas en el aire
hasta que se secan.
"Hay poca cantidad de virus por cada
gotita, pero al estar tanto tiempo en el aire llegan muy lejos: ahí está el
problema", explica la científica del CSIC, Margarita del Val, a RTVE.es.*
Esas "gotículas"
son como los "pélets", como los "microplásticos" pero que nos
contaminan esta vez el aire. Miramos mucho al mar, lo que está muy bien, pero nos
olvidamos de que lo que necesitamos de continuo es el aire. Hemos estandarizado lo que es el "aire limpio" y
nos olvidamos de que no solo tosemos, sino que estamos continuamente mandando
el aire a otros. Respiramos un aire común.
La
queja del artículo es precisamente ese olvido de la ventilación. Me dice una
amiga que a sus hijos en la escuela les tienen con las ventanas abiertas en
clase. Lo que pudiera ser considerado como "crueldad frigorífica" no
es más que prevención. Hay que abrir ventanas, es cierto, pero habrá que tomar
medidas para evitar que los niños vayan cayendo uno tras otro a golpe de
enfriamiento. Y no es fácil controlar a los niños. Pero los adultos son otra
cosa. No olvidar lo que hemos aprendido en esta época de frío significa mantener corrientes de aire, ventilar, evitar
que el aire se vaya acumulando con todo lo invisible que dejamos en él. Por eso
la tos, esa tos escandalosa, nos recuerda que echamos al entorno respiratorio
muchas cosas, algunas peligrosas.
En el
texto se nos recuerda que los edificios que hoy consideramos que ahorran energía
es porque son estancos, es decir, con muy poca ventilación. Puede que la
factura energética sea menor y que consumamos menos, pero lo cierto es que
aumenta otra factura, la de las enfermedades respiratorias.
Un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud detectó que los trabajadores en ambientes mal ventilados tienen un mayor riesgo de sufrir enfermedades respiratorias como asma y rinitis. También destacó que los que pasan largas horas en espacios interiores sin una buena ventilación pueden experimentar síntomas como fatiga, dolor de cabeza y mareo.
Esto es lo que se conoce como el síndrome del "edificio enfermo", el conjunto de sintomatologías y enfermedades originadas o estimuladas por la contaminación del aire en los espacios cerrados. Son contaminantes no solo microbiológicos, como los virus que se transportan por los aerosoles, también químicos procedentes de estufas, productos de limpieza, etc.
A pesar de que este síndrome puede presentarse en edificios de construcción antigua, su proporción es mayor en edificios de nueva construcción o rehabilitados, según apunta la organización. En el mundo, hasta un 30% de estas edificaciones se consideran "enfermas", según la OMS.*
No se
puede tener todo, pero sí quizá buscar un equilibrio. La búsqueda de beneficio
por parte de unos (los que construyen casas más pequeñas, con techos bajos) y de
ahorro por parte de otros (menos gasto en calefacción) acaba teniendo sus
efectos.
La ventilación era una de las cuatro medidas clave contra las enfermedades respiratorias contagiosas. Es muy sencillo: tenemos unos orificios por los que entra y sale el aire. Nos tragamos lo que otros echan y echamos lo nuestro a los demás. Si la cosa se complica con epidemias como las que padecemos, hay que tomar medidas, esas que se nos dice que olvidamos.
¿Qué es aprender de una crisis? Pues, en este caso, que arquitectos, constructoras, ayuntamientos, instituciones, etc. aprendan que se pueden hacer muchas cosas para mejorar la ventilación de los edificios y que la ventilación pueda realizarse de forma periódica. Aprender es saber cómo gestionar los lugares con grandes concentraciones de gente, como el transporte público, las aulas, estadios, etc.
Hemos hablado en estos días pasados del regreso de la mascarilla. Bienvenida sea. Por no recibir elementos que nos hagan enfermar o por no echárselos a otros, la ventilación es otra de esas cuatro medidas básicas (más la higiene y las vacunas). Del frío es más fácil protegerse que de aquello que hay en el aire si no ventilamos.
La tos, detectada en los transportes públicos, en aulas, reuniones, hostelería, etc., es un aviso, una señal de alerta. Durante la pandemia nos enseñaron eso de toser sobre el antebrazo. Hoy eso nos parece insuficiente. La cantidad de anuncios y productos anti tos que se nos ofrecen en las emisiones televisivas nos confirma que "hay mercado". Mala señal.
* Eva Cezón "La ventilación, tarea pendiente contra los virus respiratorios: "Hemos olvidado lo aprendido en la pandemia"" RTVE.es 13/01/2024 https://www.rtve.es/noticias/20240113/ventilacion-tarea-pendiente-virus-respiratorios/2470770.shtml
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