Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
noche de los premios Emmy, como suele gustar a los norteamericanos, tenía su
propia sorpresa dentro de las sorpresas. Y esta vez ha sido un juego entre
realidad y ficción en ese espacio de purificación que se llama escenario. Me
refiero a la aparición de Sean Spicer al ser invocado por el presentador, Stephen Colbert, gastando una broma sobre el tamaño de la audiencia del programa. Se
recordará —porque no ha dejado de mencionarse— la obsesión demostrada por
Donald Trump, una de sus primeras mentiras narcisistas, por batir la
"audiencia" y "presencia" lograda por la ceremonia de toma
de posesión.
Mientras
las fotografías del acto mostraban una clarísima y apabullante diferencia en
favor de la ceremonia de juramento del cargo de Obama, Donald Trump, incapaz de
ir detrás en nada, seguía clamando que todo eran "fake news" y que él
era el vencedor, sin duda.
Para
que esto funcionara más allá de sus palabras se necesita que otros lo repitan
cuando son preguntados. Y la persona más preguntada era, lógicamente, Sean
Spicer, el portavoz de la Casa Blanca, el hombre que tuvo que dar la cara durante
seis meses confirmando o negando las cosas que se le pasan a Trump por la
cabeza. Teniendo en cuenta que pasará a la Historia —según la contabilidad de
los medios y si no hace algo peor— como el presidente que ha contando más
falsedades, el papel de portavoz estaba destinado al escarnio y a la tortura
diaria.
Los
seis meses de Spicer (diez días duró su sucesor, Scaramucci) han debido ser un
tormento personal, objeto de burlas y chistes, cuando no de acusaciones sobre
las polémicas palabras del presidente.
Spicer
fue pronto objeto de atención de los cómicos o comentaristas nocturnos, quienes
desmenuzaban hasta llegar al ridículo sus palabras en cada una de las ruedas de
prensa, convertidas en ruedas de tormento y asombro. La mejor de todas ellas,
sin duda, ha sido la que hizo la actriz Melissa McCarthy, en Saturday Night Live, que extrajo la
esencia de la persona y la convirtió en personaje. El resultado era un iracundo
portavoz que, armado de una pistola de agua o usando un atril móvil, atacaba a
quienes le preguntaban, los asombrados periodistas.
Saturday Night Live ha recibido el premio al "mejor
programa de sketches"; Kate McKinnon y Alec Baldwin han sido premiados en
sus categorías por sus recreaciones de Hillary Clinton y Donald Trump; y Don
Roy King lo ha ganado por la dirección del "mejor programa de variedades".
Un buen año como premio a la crítica mordaz de una realidad que por ser esperpéntica
requería de más imaginación.
Y como
parte del esperpento, Sean Spicer. Las críticas que le llovieron de todas
partes no le dejaron en muy buen estado. Tras su salida trata de reconstruir lo
que pueda quedar de su "prestigio". Su aparición ayer ha divido a
muchos. Algunos consideran que es un descarado intento de lavado de imagen y
así lo han manifestado.
The
Washington Post se ha hecho eco de la aparición y de la polémica en el artículo
titulado "Sean Spicer crashes Emmys in another apparent attempt to repair
his image". No sé si "aparente" es el término adecuado o sobra.
Quizá han querido darle un margen de amabilidad en una noche en la que el
presentador, Stephen Colbert, era uno de los más acerados críticos de Donald
Trump. Y el listón está muy alto.
Desde mucho
antes de su toma de posesión, ha sido una abrumadora mayoría de programas de entretenimiento y shows nocturnos
los que han apuntado a Trump. Era inevitable por la conversión de la Casa
Blanca en una "sitcom", con un Trump como patológico cabeza de
familia.
La
intervención de Spicer tenía algo de sutil declaración de culpabilidad:
“This will be the largest audience to witness
an Emmys, period, both in person and around the world!” Spicer announced, over cheers of
the Emmy attendees.
This, of course, is a reference to Spicer’s own
statement about Trump’s inaugural crowd size during his first White House press
briefing in January: “This was the largest audience to ever witness an
inauguration — period — both in person and around the globe.”
That was all — Spicer rolled back off stage.
“Wow, that really soothes my fragile ego. I can understand why you would want
one of these guys around. Melissa McCarthy, everybody!” Colbert called out.
(McCarthy won an Emmy for playing Spicer at the Creative Arts Emmys last
weekend.)*
Un Sean Spicer repitiendo las palabras de Trump a instancias
de Stephen Colbert, esta vez sobre un programa en el que se premian a sus
críticos, tiene algo de autohumillación. Puede que Spicer no haya dado muestras
de su sentido del humor, sino —por el contrario— de su falta de pudor. Esa
misma semana, Spicer había sido entrevistado en el programa "Jimmy Kivel
Live" y había dicho que su obligación era repetir lo que le dijera el
presidente, lo creyera o no. En la obviedad, sin embargo, hay algo de ruindad,
algo de confesión de servilismo primero y de mezquindad después. Spicer tiene
que vivir con su propia historia, algo que parece no haber aprendido.
La
cuestión que se plantea con la intervención de Spicer es qué ocurre con los personajes secundarios en esta muestra
de tele-realidad. Lo ocurrido con Anthony Scaramucci ha sido una muestra de personaje
fugaz, eliminado de la serie tras sus primeras horas en pantalla. Lo mismo ha
ocurrido con otros personajes de la serie —asesores, jefes de gabinete...— hoy
desaparecidos, pero que mañana se pueden ver haciendo parodias de sí mismo. Es
la diferencia entre el cómico y el bufón.
A
Spicer, que no tiene vocación de desaparecido, muchos le recriminan, su prisa
por salir del purgatorio. Las risas que se escuchaban ayer y las caras de
algunos tenían sentidos distintos. Para unos era un buen chiste sobre el
escenario; para otros, en cambio, una muestra más del ridículo institucional
del ex portavoz. Mientras otros secundarios de la sitcom de la Casa Blanca han desaparecido discretamente al perder el paraguas del poder y tener que enfrentarse a sus actuaciones a cara descubierta, Spicer ha elegido la visibilidad, con los riesgos que conlleva.
El
artículo de The Washington Post se cierra con las declaraciones de Alec Baldwin, el Trump inteligente:
Backstage at the Emmys, fresh off his win for
portraying Trump on “Saturday Night Live,” Alec Baldwin addressed the Spicer
situation.
“People in the business and the average person
is very grateful for him to have a sense of humor and participate,” he said,
according to Entertainment Weekly. “Spicer obviously was compelled to do
certain things that we might not have respected, we might not have admired, we
might have been super critical of in order to do his job, but I’ve done some
jobs that are things that you shouldn’t admire or respect me for either. He and I have that in common.”*
Purga o
penitencia, Spicer corre el riesgo de tener que hacer una lamentable gira
intentando lavar su imagen, entre chiste y chiste. A Melissa McCarthy la
premiaron con un Creative Arts Emmy por hacer de Sean Spicer con humor y
honestidad. A Sean Spicer, en cambio, nadie le premiará nunca por hacer de sí
mismo, una persona poco creíble y nada respetuosa de su propia figura. Eso no lo lava nadie, como le recuerdan muchos comentarios a su intervención.
El drama
del secundario Spicer es que se niega a ser recordado por Melissa McCarthy, a la que nunca
podrá superar. Ella
hizo un buen trabajo; él no. Tenía un mal guionista..
*
"Sean Spicer crashes Emmys in another apparent attempt to repair his
image" The Washington Post
17/09/2017
https://www.washingtonpost.com/news/arts-and-entertainment/wp/2017/09/17/sean-spicer-crashes-the-emmys-to-poke-fun-at-his-inauguration-crowd-size-statement/?hpid=hp_hp-top-table-main_spicer-9pm%3Ahomepage%2Fstory&utm_term=.7e1b0df099a5
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