Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como
ocurre tras cada atentado, se multiplican las expresiones de perplejidad y
asombro; nos inundan las explicaciones con las que tratamos de acoger lo que ha
ocurrido dentro de nuestros esquemas de normalidad sacudida. Aceptamos la
muerte en escenarios lejanos con un "ellos sabrán por qué lo hacen",
es decir, queda definido como un conflicto cuyas raíces no entendemos bien pero nos preocupa en términos humanitarios por
sus consecuencias. Como explicaciones, también es sencillo. Cada uno elabora
una versión local de su versión global de los desastres del mundo. Pero cuando
la violencia estalla ante tus ojos, en la misma ciudad, en el mismo barrio, las
cosas se complican.
Cuando
esto ocurre se suceden las explicaciones. En estos días de dolor hemos
escuchado muchos testimonios de personas sinceras que ha dicho lo que sentían. Afortunadamente,
la gran mayoría de la sociedad española sabe diferenciar y es capaz de mostrar
en la misma manifestación, en las mismas pancartas, el rechazo al terrorismo
islamista y el rechazo de la islamofobia. Es un ejercicio de categorización
importante para separar la violencia.
Hemos
leído —y ha circulado ampliamente en medios y redes— la sentida carta de la
asistente social que trató con la mayoría de ellos cuando eran niños. La mujer
no daba crédito, en su sincero dolor, a que aquellos niños de los que ella se
ocupó hubieran acabado siendo terroristas. En sus palabras se mostraba un
sentimiento de fracaso personal e institucional, como si en algún momento de su
vida ella hubiera tenido la clave que hubiera podido evitar aquella deriva.
Hemos
leído las declaraciones, desde Marruecos, de los abuelos de uno de ellos con un
mensaje muy claro: "mi nieto no se educó aquí". La excusa es buena,
indudablemente. No resuelve nada, pero permite pasar la pelota al otro lado. Su
nieto se educó aquí, sí, como lo hacen muchos otros que no hacen estas cosas. O
como la hacen también, algunos que sí se educaron allí y que acabaron luchando
en Siria, matando turistas en Túnez o en Egipto, decapitando personas en Libia.
Hoy
leemos el sentido texto que la hermana de uno de los terroristas leyó en la
manifestación de Barcelona. La culpa, esta vez, es la falta de integración, no
sentirse catalán. Pero no es esa la
cuestión para los que lo hacen en sus países de origen sin problema alguno de
integración. No, no es la integración
el problema.
En
España (y por toda Europa) hay personas de muchas culturas diferentes, que no
justifican con violencia terrorista su falta de integración, que son diferentes
pero conviven en las ciudades. Puede que tampoco estén integrados y que reciben humillaciones injustamente, pero no les ha
dado por preparar atentados en células, atropellos masivos o ir degollando
mujeres por las calles. Muchas personas no se sienten a gusto y sencillamente actúan
de otra forma.
La
teoría de una existencia feliz, en la que el mundo se pliegue a nuestros
deseos, que serán satisfechos es de una inmadurez que solo puede existir en las
más absurdas y desconectadas utopías educativas y sociales. Si la frustración
que el mundo nos produce cada día se tradujera en violencia, hace mucho tiempo
que estaríamos borrados del planeta. Muchos grandes cuadros, esculturas, obras
literarias... se han escrito con frustraciones.
Se
habla mucho de la "integración". Se habla menos, en cambio, de las propias
barreras a la integración. El imam de Ripoll tenía como función evitar
precisamente la "integración". Su objetivo primordial, como el de otros
que actúan en el mismo sentido, es evitar que se pueda sentir una simpatía
hacia el otro lado, hacia el mundo de los infieles, de los ateos, un
mundo para el que no hay más redención que el fuego. Él estaba allí para evitarlo, redirigiendo sus sentimientos
hacia la frustración hasta transformarla en odio.
Individuos
como el imam de Ripoll se acercan a ellos para erigirse en vigilantes de la
ortodoxia. Son maestros en la manipulación, introduciéndose a través de las
personas que encuentra un guía que le observa. Este fenómeno ha estado
ocurriendo en muchas poblaciones tanto europeas como países árabes, en donde
una comunidad tranquila se convierte de pronto en semillero de problemas.
Estos
imanes pasan a convertirse en el centro de la comunidad. Saben quiénes son las
víctimas propicias. Son muchas veces las propias familias las que les llaman
para que se enfrenten con jóvenes díscolos sobre los que van perdiendo el
control en la adolescencia.
Parten
siempre de una división religiosa del
mundo y de la superioridad de su fe,
la única verdadera, con un mandato bien claro que ellos les explican. El mundo
del ateísmo degenerado de Occidente, les afectará si no se previenen. Poco a
poco se convencen que la verdadera
familia es la religiosa, la comunidad
que han ido creado alrededor del imam. Son un nido de resistencia y pureza que actuarán en una guerra empezada hace mucho
tiempo y que acabará en la victoria de los soldados de Dios, que verán el
paraíso. Integrarse es una traición; deben resistirse.
Aquí
hemos tratado en abundancia las noticias sobre el cierre tradicionalista de
sociedades como la egipcia o la turca, en las que la presión religiosa pasa a
ser una constante. Hemos tratado el problema de los ateos y reformistas,
considerados destructores de los países, traidores, etc. Las mujeres son
peligrosas; tientan a los hombres y destruyen las familias y a los países si no
las controlas, etc. Todo esto no se lo hemos escuchado al imam de Ripoll sino
en sociedades que dicen luchar contra el terrorismo, pero no se abren a la
pluralidad sino que se cierran para evitar precisamente el "contagio"
occidental.
La
polémica tunecina, egipcia, turca, etc. sobre el matrimonio de una mujer
musulmana con un varón de otra (o ninguna) religión muestra el grado de
"integración" posible cuando se elevan barreras legales y físicas
para evitar el encuentro con los otros.
El
diario El País explica:
Desde la psicología, los expertos en analizar
la radicalización de quienes han crecido en sociedades democráticas y avanzadas
señalan la idea de agravio, al tiempo que describen el viraje hacia el horror
de estos niños como todos como un "proceso y no una condición personal o psicológica".
"No vivían en la pobreza, estaban integrados y, sin embargo...", así
arranca su análisis el psicólogo Javier Jiménez, miembro del grupo Rasgo
Latente y siempre pendiente de "la investigación científica sobre
terrorismo, que se origina tras el 11S". Hace 15 años. "El germen
terrorista no es innato sino que las personas se radicalizan atendiendo a sus
circunstancias del momento", apunta. Y con agravio, la psicología se
refiere a la "percepción de la discriminación". La palabra adecuada
es percepción y no vivencia porque sufrir discriminación no convierte, ipso facto,
a nadie en yihadista. Jiménez pone un ejemplo: "Un colegio público donde
no hay comida halal en el comedor
pero sí se cambia el menú en Cuaresma". Es decir, el agravio que funciona
como disparadero puede ser cualquier suceso, comentario o situación. A partir
de esa presunta ofensa, vivida como una humillación, el sujeto "se acerca
a grupos favorables o cómodos, donde puede suplir sus necesidades
psicológicas". "La mayor parte de las personas se radicalizan en
grupo", continúa Jiménez, "incluso entre parientes y hermanos,
círculo del que resulta costoso salir y, al cabo, la persona no se da cuenta
del proceso que está viviendo". La investigación más reciente al respecto,
publicada 10 días antes de los atentados de Barcelona -es el primer estudio
empírico sobre la ligazón entre la "marginación de los inmigrantes y el
riesgo de ser radicalizados"- incide en la idea de que quienes se
radicalizan tienen la sensación de no pertenecer a ningún sitio.*
No es descubrir nada nuevo ni la explicación completa del fenómeno. Casi
todos los que han realizado matanzas en los institutos, etc. de los Estados
Unidos sentían odio hacia el medio escolar que les había tratado mal. Los casos
de empleados despedidos que atacan a sus empresas representan el mismo odio.
Pero aquí el odio se amplía hacia una categoría más amplia,
"occidente", "infieles", "cristianos", etc. al servicio de otros intereses. El
atentado que preparaban era contra la Sagrada Familia, no contra la escuela de
su pueblo. Iban contra un doble símbolo, de Cataluña y religioso. Apuntaban a
lo más alto, no era una rabieta.
La
diferencia es que es un odio redirigido, focalizado por quienes sí saben lo que
quieren y cuál es su objetivo. Utilizan el rencor, la humillación, etc. que
acumulamos para, en vez de ayudar a superarla (lo que haría cualquier persona
normal), para hacerla estallar en la dirección adecuada. Se juega con el odio
para canalizarlo. Las personas que se eligen no tienen desarrolladas defensas y
no se les ayuda a hacerlo. Se les va dirigiendo hacia la muerte como acto
final, grandioso, heroico, algo alternativo a la pobreza de sus vidas.
La
semilla del odio se va depositando poco a poco. Creo haber contado en alguna
ocasión mi experiencia de la lectura de un comentario de Facebook de una conocida
árabe que escribió hace unos años su gran satisfacción después haber leído un
libro sobre el paraíso de Al-Andalus,
sobre Granada y sus jardines, etc. Apenas transcurridos unos minutos, ya se le
había añadido un comentario (en español) recordándole que aquello fue
maravilloso y que la situación de Andalucía hoy era similar a la de Palestina,
un país ocupado que había que liberar. Era un simple comentario, pero es un goteo que acaba sembrando el odio. Te llega desde múltiples
punto, de amigos, de familiares, de vecinos, de imanes, etc. Todos lo hacen por
tu bien, para que comprendas cómo está el mundo.
Hoy,
allí y aquí, gracias a las redes sociales, se vive en un entorno susurrante a
veces, estridente otras en el que se va sembrando la semilla del odio. Muchos
de los que están viviendo fuera de sus países comprueban el aislamiento en el
momento en el que pueden acercarse más de la cuenta a aquellos que les han
dicho que son peligrosos por su forma
de ser, por su comida, por lo que ven, por cómo se visten, etc.
Es el
papel de los radicalizadores (imanes o no) controlar las comunidades y evitar
que se integren. Les fabrican una isla. La aspiración máxima es no perder la
identidad religiosa (no hay otra, ya que todo está imbricado). Para los
radicales, la integración es la trampa,
la traición. Cualquier persona que se aleje un poco, será recriminada por las
familias, la comunidad, cualquier grupo en el que se integre. Siempre habrá
alguien.
2014 |
Conozco
casos de personas que ocultan que son musulmanes no por temor a la
discriminación por las personas que les rodean, sin por temor a ser controlados por
la comunidad, en cuyo caso pasarán a ser vigilados y advertidos o amenazados en su caso.
Aquí hemos escrito sobre algunos casos concretos de este tipo. El fenómeno ha ocurrido
por Europa, allí donde hay comunidades amplias. Pronto llegan los vigilantes e
implantan la vigilancia. Alemania ya se ha dado cuenta del problema a través de
las insinuaciones de Erdogan.
No
basta con hablar de la falta de integración o decir que no saben a qué mundo pertenecen. Eso tampoco justifica matar. Hay que comprender que estos procesos forman parte de otros más
amplios, una radicalización general que estamos viendo que prospera en países
donde se les deja crecer o se ampara y fomenta.
Hay que
rechazar la islamofobia, sin duda. Es la energía negativa que necesitan los
radicales para hacer su labor de captación del odio y la frustración. Estaría
muy bien preocuparse por la integración si esta fuera el único problema. Lo que
hay que investigar es qué fuerzas son las que se oponen a ella, que no tienen
que ser necesariamente las del entorno en el que viven, en donde han tenido
personas a su lado como la asistente social —que explicó su frustración— durante
años.
A lo
mejor donde hay que investigar y ser más contundentes con aquellos que
siembran la discordia para mostrar que integrarse
es una traición a Dios, a la familia, al islam en su conjunto. Ya ha habido
varios casos en España en que estos individuos han resultado ser los más
colaboradores con las autoridades, a las que aseguraban que ellos se encargaban
del control de la comunidad. Y les funcionó.
La gran
mayoría de los musulmanes no comparten los postulados radicales. Hemos visto cómo en Egipto se ha limitado a los predicadores oficiales. Lo malo es que los salen de sus países acaban buscando comunidades en las que asentarse en Europa. Por eso es esencial el papel de la comunidad, su colaboración en la detección antes de que hagan el mal.
Comparto lo dicho en entrevista en el diario El País por el experto en salafismo en Cataluña Lorenzo Vidino:
P. Eran chicos muy jóvenes y, al parecer,
completamente integrados. ¿Es un estereotipo atribuir el radicalismo a
problemas de integración?
R. Lo es. Es un error pensar que la
integración es el antídoto de la radicalización. Resulta natural pensarlo,
creer que alguien que se ha criado en una comunidad y que forma parte de la
sociedad, que juega al fútbol, que habla catalán, etcétera, no se va a
radicalizar. Pero la mayor parte de gente radicalizada en España y Europa está
bien integrada. Es la paradoja. El 40% de los detenidos por vínculos con el
ISIS en EE UU son conversos. No tiene que ver con la integración, sino más bien
con un sentimiento personal de no pertenecer a la sociedad y en eso te
encuentras blancos, afroamericanos, hispanos, judíos… Y en Europa, te
encontrarás con yihadistas que viven en los márgenes de la sociedad, que no
hablan el idioma, viven en malos barrios… Pero muchos están muy bien
integrados. Una mala integración no ayuda, pero no es solo eso. Esa idea no se
sostiene con los datos.
P. ¿Por qué cunde esa teoría?
R. Porque tiene sentido y, hasta cierto
punto, nos hace sentir bien. Nos muestra algo que podemos hacer. Podemos
trabajar en mejorar la integración, no es fácil, pero sí factible. Y, por
supuesto, yo creo que hay que hacerlo, pero no es la solución.**
Las explicaciones dadas por Vidino son coherentes con la realidad. La ausencia de problemas es buena, pero no una garantía de que no lleguen de fuera y radicalicen una comunidad, que logren crear una célula.
La activa
participación musulmana en las manifestaciones de Barcelona ha sido muy
importante. Para ellos es esencial que se comprenda su distanciamiento de unas
formas salafistas de entender la religión, apoyadas, financiadas por muchos amigos que les sostienen desde ciertos países.
Es absurdo
pensar que esto "no tiene nada que ver con la religión". Absurdo y un
error, porque es la forma de evitar las reformas necesarias, que millones de
musulmanes piden por todo el mundo, como veíamos hace unos días en la India, en
Túnez. El "no en mi nombre" de muchos debe dar paso al enfrentamiento con las interpretaciones radicales, su condena constante. Sin miedo.
Lo
hemos dicho muchas veces: la solución a la radicalización es abrir la vía
de la reforma, liberalidad y convivencia. Y eso solo es posible si hay
firmeza, constancia y claridad. No será fácil porque llevan una gran ventaja,
pero es la determinación de muchas mujeres, de las personas comprometidas con
causas de cambio, quienes deben modificar desde dentro lo que han hecho con su
religión personas que solo buscan sembrar el odio. Eso significa abandonar el
silencio y hacerse escuchar frente a los que han silenciado sus voces y se
consideran incuestionables. Va siendo hora de dejarle solos.
No es realmente
una guerra con Occidente; es un conflicto interno por el cambio, por los nuevos tiempos, por la modernidad y la
Historia.
* "El
falso "eran niños como todos"" El Mundo 27/08/2017
http://www.elmundo.es/sociedad/2017/08/27/59a1b237ca4741ec788b45d5.html
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