Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
sangre derramada de Farkhunda, más allá de la indignación, ha despertado las
conciencias. A medida que se ha ido aclarando el caso de su muerte a manos de
centenares de varones piadosos, de prenderle fuego y arrojarla al caudal seco
del río afgano al que se destinan las basuras, la solidaridad y la reflexión ha
ido avanzando en direcciones inesperadas.
Mientras
que aquí nos hemos quedado en la parte "noticiosa" del incidente, que
sirve para "reafirmar la barbarie", lo importante es el efecto de la
piedra que se ha lanzado al lago, ver las consecuencias. La muerte de Farkhunda
no ha sido "otra muerte" más en Afganistán, Pakistán o en cualquier
otro país del que filtramos noticias como estas porque desgraciadamente
ocurren.
El
brutal asesinato de Farkhunda no ha sido un "crimen de honor", una
"violación colectiva", etc., las etiquetas habituales para clasificar
estos sucesos. Lo realmente importante es que para eso que nosotros tenemos
etiquetas, ellos no han encontrado. O
se han vuelto contra los que la utilizaron. Se ha producido la conmoción porque
ha dejado al descubierto la barbarie
piadosa, la capacidad de ser manipulados fácilmente y han visto hasta dónde
son capaces de llegar en su ceguera.
El
diario egipcio Ahram Online da cuenta de lo que está ocurriendo en Afganistán
tras la muerte de Farkhunda:
Poets, musicians, actors and activists packed
an empty shop in a Kabul mall to commemorate the short life and violent death
of a woman who has become a symbol for justice and women's rights in a country
that historically elevates warlords and battlefield heroes to national icons.
The name of Farkhunda, beaten to death by a
frenzied mob apparently in the mistaken belief that she had burned a Quran, has
become a rallying cry for Afghans hoping the shocking incident will lead to
profound changes in Afghanistan.
Activists say the previously unquestioned power
of the religious establishment is being challenged for the first time in
Afghanistan's modern history. Religious leaders and conservative politicians
have been forced by the power of public opinion to apologize for trying to justify
Farkhunda's killing. At least one official has been sacked for saying the woman
would have deserved her brutal death if she had indeed burned the Muslim holy
book.
At last week's Kabul vigil, candlelight
illuminated a huge poster of Farkhunda's blood-reddened face as an actor
recited Shakespeare's "Seven Ages of Man", followed by performances
of works commemorating her death. Outside, documentary filmmaker Diana Saqeb
broke down: "I don't believe in the humanity of this country anymore,"
she said.
"It has been more than 10 days, but still
I can't sleep, I can't eat. These people are killers, no different to the
Taliban or Daesh who also kill people in the name of God," Saqeb said,
referring to an alternative acronym for the Islamic State group.*
En estos días en los que nos manifestamos asombrados por
ciertas conductas, transformaciones o reacciones, seguimos ignorando que la
forma de que esto cambie es que lo haga en su origen, comprender que lo que nos ocurre son
las olas que llegan a nuestra orilla de las piedras que se arrojan desde la
otra. Es necesario tratar de comprender por qué se producen estas oleadas en
estos momentos de la historia. Al menos preguntarse por ellos en su complejidad,
aventurar hipótesis que vayan más allá de los tópicos. Lo demás es caer en el espectáculo morboso, en la anécdota previsible.
Farkhunda murió, nos aclaran en Ahram Online, al dejar al
descubierto el rentable negocio de la credulidad:
Farkhunda, a 27-year-old religious scholar who
like many Afghans used only one name, was killed on March 19 after an argument
with a peddler at Kabul's Shah-Do Shamshira mosque. According to witnesses, she
told the man to stop selling amulets to childless women; he shouted to whoever
could hear that she had set fire to a Quran. As police watched, and at times
participated, Farkhunda was punched, kicked, hit with planks of wood, thrown
from a roof, run over by a car and crushed with a block of concrete. Her body
was then dragged along a main road, thrown onto the banks of the Kabul River
and set alight.
The incident, filmed on cellphones and posted
on social media, sparked nationwide demonstrations — and vigils around the
world. The Interior Ministry says it has arrested 28 suspects and dismissed 19
policemen. Investigations by a presidential commission, which declared
Farkhunda innocent of Quran burning, continue. On Thursday, the government
ordered the mosque closed until further notice.*
Farkhunda murió porque recriminó a un vendedor de amuletos
del mercado cercano a la mezquita que aquello no era más que una forma de
estafar a las mujeres deseosas de tener hijos. Pero que una mujer recrimine a
un hombre cuyo negocio es la credulidad delante de sus clientes es demasiado
desafío y la respuesta para acabar con ella es sencilla: gritar que ha quemado
páginas del Corán. Con la simple insinuación, la piedad sangrienta se pone en
marcha y los aspirantes al paraíso dejan claro su sentido de la justicia y su
amor por el Libro. ¿Qué varón normalmente constituido, piadoso, va a tolerar
una afrenta así? El que no participe se hace cómplice ante la mirada de todos y
ya sea por gusto o por obligación lanza su piedra, levanta su palo, patea el
cuerpo de la mujer.
La barbarie ha dejado al descubierto la facilidad del
engaño, la disponibilidad para el error inducido, la manipulación de un simple
estafador de mercado para desprenderse de una mujer que le recriminaba sus
acciones. Lo que asusta es sobre todo la facilidad, la ligereza en la acción,
la inmediatez de la respuesta al grito de muerte.
Cuando tratamos este tema por primera vez señalamos que ya
se había roto un primer esquema: el de que estas
cosas no suceden en Kabul, sino en aldeas apartadas, en otros lugares. Sucedió
en Kabul. Y bajo la mirada indiferentes de la Policía. Y tras ello, los santos
varones expresaron sus felicitaciones en sus páginas de Facebook,
retransmitieron su acto heroico con su teléfonos de última generación a los
rincones más apartados del país, a las montañas más inexpugnables para
comunicar la buena nueva: habían linchado a una mujer y le había prendido fuego
después de arrastrarla por las calles donde se vivía la celebración.
Allí donde se ha visto el rostro ensangrentado de Farkhunda debería
despertar una conciencia. Las imágenes son un doloroso recordatorio del error y
allí donde se empezó con satisfacción hoy hay, al menos, vergüenza. Las fotos
de Farkhunda ensangrentada se han convertido en un icono, en una imagen en la
que se concentra la indignación, como lo fue la fotografía del rostro
destrozado por las torturas de Khaled Said o la imagen de la mujer del
sujetador azul pateada por los policías en Egipto. Son imágenes que se han
reproducido y han presidido altares de vigilias por todo el mundo. Rectifico:
por el mundo que es sensible a esto, al terrible drama que se vive y del que la
historia de Farkhunda es un trágico, revelador episodio.
Ya
avisamos en su momento que la "pregunta" no era si había quemado o no
el Corán, sino el derecho de linchar y quemar a una persona en mitad de una
calle, haga lo que haga, y las consecuencias de ello. Es decir: si eres un
asesino por hacerlo o un héroe piadoso.
Para
los que llevan años luchando por las mujeres en Afganistán, enfrentándose a una
situación en la que parecía que el único frente eran los talibanes, ha sido un
golpe doble. La violencia contra Farkhunda revela que queda mucho camino, que
ella estaba muy por encima de la sociedad en la que se movía pensando que
podría sacarla del error y de la estafa de los milagrosos amuletos.
La
ilustrada Farkhunda se enfrentó al avispado ignorante, al estafador que contaba
con siglos de ignorancia a su favor, con la piedad mal entendida, con el odio
acumulado. Es su ignorancia, era un maestro de la empatía y apeló a los
sentimientos cultivados durante las vidas de los que le rodeaban. Le bastó dar
cuatro gritos para que se cayeran todas las esperanzas de progreso, las
ilusiones de mejora, para que quedaran destruidas.
Pero el
hecho de que ese Café de Kabul haya cambiado su nombre y que se llame desde hoy
Café Farkhunda es una buena señal. Es convertirlo en un santuario, un lugar en
el que además de para el café se reunirán bajo un nombre. Los símbolos son
importantes porque transmiten fuerza y se comparten. Farkhunda se ha hecho más
fuerte, ha amplificado su presencia por todos los lugares en los que es
invocada. Es la única ventaja de su martirio, abrirlo lo ojos de algunos, dar
ejemplo de valor y energía.
La
prensa afgana de hace unos días informaba de la aparición en la televisión de
la primera telenovela feminista en el país y las vicisitudes de quienes han
sacado ese proyecto adelante:
The first feminist TV drama is due to be aired
in Afghanistan amid growing and persistent violence against women with the
latest lynching of a woman in Kabul shocking Afghanistan and the world.
The TV drama “Shereen’s Law” focuses on
empowering women and struggles of women in Afghanistan by portraying a strong
female character, according to drama actress Leena Alam who plays Shereen.
The story is based on a 36-year-old woman who
brings up three children on her own while forging a career as a clerk at a
court in Kabul.
“It is the first such drama — that is about
women, that is about empowering women, that is about the struggles of women in
Afghanistan,” Alam told AFP.
The series also attacks the Afghan judicial
system, where rampant corruption is hidden behind a wall of silence with several
actors saying no to storyline they found just too challenging.
Alam admitting that defying entrenched
conventions in such a country comes with a risk. “It’s a bit dangerous, even
for myself. Yesterday we were shooting outside. When… I’m waiting for the shot
I’m always scared that somebody may throw acid on me or somebody may hit me
with a knife,” she told AFP.
“It takes a lot of courage to write something
like this and it takes a lot of courage to play something like Shereen,” Alam,
a producer who has also appeared in several Afghan films, said.
“But I think it’s time, after more than 30
years, to move on and educate people and give them the information as bluntly
as Shereen,” she added.**
Aplaudimos la iniciativa de Leena Alam. Hay que aplaudir
además su valor de trabajar entre el temor de recibir ácido, una cuchillada o
enfrentarse a la propia familia, como suele suceder.
La lucha de su personaje, Sheeren, por conseguir hacer valer
sus derechos, por sobrevivir en una sociedad en el que las mujeres son tratadas
como la serie denuncia, con violencia o con condescendencia, traerá a la mente
la lucha de la propia Farkhunda. Con el tiempo, su propia historia saldrá a la
luz, en forma de biografía, de documental, incluso de telenovela.
Recoge la prensa los actos que le han dedicado las personas
que no han querido dejar que esto sea un
caso más de violencia, en los que una muerte tapa a otra muerte. Recitaron
en su honor las "siete edades del hombre", célebre fragmento del
"Como gustéis", de William Shakespeare, en el que Jacques da su
visión de los seres humanos como entrantes y salientes del escenario del mundo:
All
the world’s a stage,
And all
the men and women merely players;
They
have their exits and their entrances,
And one
man in his time plays many
parts,
5 His acts being
seven ages.
Pero lo importante de esa vida de actores que llevamos sobre
el escenario del que entramos y salimos es lo que el mundo ve, que somos solo
actores sino también espectadores de los demás. Farkhunda ha tenido un breve
papel de 27 años sobre el escenario del mundo, pero ha sido una gran interpretación, llena de coraje y
claridad. Por decirlo así, se volcó en su papel. Y ahora son los espectadores
del drama, todos nosotros, los que tenemos su ejemplo. Las mujeres de Afganistán, de muchos lugares del mundo, han pintado sus caras de rojo. Comparten con ella ella el dolor, la vergüenza y el deseo de justicia. Han hecho de su imagen ensangrentada un símbolo de rechazo, un recordatorio. Solo con este tratamiento de choque se puede combatir esta barbarie. Solo mirándola a los ojos.
Recogen en
las noticias de la CBS: «In central Ghor province, Juma Gul said she had
named her newborn daughter after the dead woman "to keep the memory of
Farkhunda alive."»*** Algún día esa niña —quizá muchas otras— preguntará por su nombre
y se lo explicarán. Ella juzgará entonces, en el futuro, si la lucha y el
sacrificio de Farkhunda sirvieron de algo.
*
"Afghan artists, writers join activists in an outcry over a woman killed
by mob" Ahram Online 6/04/2015
http://english.ahram.org.eg/NewsContent/5/35/127065/Arts--Culture/Stage--Street/Afghan-artists,-writers-join-activists-in-an-outcr.aspx
**
"Feminist TV drama rolls out in Kabul challenging taboos about women"
Khaama Press 4/04/2015
http://www.khaama.com/feminist-tv-drama-rolls-out-in-kabul-challenging-taboos-about-women-9972
***
"Afghan woman lynched by mob becomes rights symbol" CBSNews 5/04/2015
http://www.cbsnews.com/news/afghan-woman-farkhunda-lynched-mob-rights-symbol/
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