Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hoy es un día en el que se abren muchos
frentes informativos y emocionales, uno de esos días en los que te debates
sobre las cuestiones sobre las que quieres escribir: Egipto, la violencia de
género, la información… La cadena Euronews
nos permite trabajar, desgraciadamente, las tres cuestiones en una sola. La
cadena recoge los testimonios de dos periodistas, la francesa Caroline Sinz y
la egipcio-estadounidense Mona al Tahawy, denuncian agresiones sexuales* mientras intentaban cubrir las informaciones sobre los acontecimientos de la
revolución egipcia. Ambas tienen muy claro que se trata de una forma de
intimidación como informadoras, una forma específica de intentar que no se
cuente lo que está ocurriendo.
No son los primeros casos. La intimidación
sexual contra periodistas ya había sido denunciada en este escenario. También
ha ocurrido en otros países levantados contra sus dictadores. No es solo contra
periodistas; el ataque es contra la información, sí, pero las víctimas son las
mujeres y el método de intimidación es la agresión sexual.
Recuerdo las imágenes de los periodistas
protegidos por cordones humanos de manifestantes para garantizar su seguridad
frente a las intimidaciones y ataques de los primeros días en la Plaza de
Tahrir. Recuerdo, especialmente, el beso que una sanitaria improvisada dio en
la frente herida de un periodista español de La Vanguardia como agradecimiento por estar sufriendo junto a ellos
y no irse e informar desde lugares más seguros [ver entrada]. No todos los
periodistas han podido ser protegidos de la misma manera. Conforme avanza la
críticamente la situación, de nuevo aumenta la presión sobre informadores.
Hemos tratado en otras ocasiones el problema
del acoso sexual en Egipto [ver entrada] y cómo ha ido aumentando como forma de
intimidación sobre las mujeres que van ganándose un puesto en el terreno
laboral o reivindican sus derechos. También lo hemos hecho sobre los horrendos
crímenes de mujeres periodistas en México [ver entrada].
Lo importante, allí o en cualquier otro
escenario, es que se sea consciente del problema, es decir, que se piense en
ello en términos de problema, cuestión que algunos no tiene todavía claro. Las
lacras de la historia se arrastran como normalidad, como refuerzo de actitudes
anteriores que se consiente e incluso se jalean considerando que son medidas justas, correctoras de irracional anhelo
de las mujeres por escapar a una forma violenta de minimización social. Una
parte de la violencia sexual es intimidación, es una especie de rectificación
de pretensiones, es un poner a la mujer
en su sitio. Es la forma en que el patriarcado responde violentamente a las
pretensiones de emancipación, al abandono de los dos estados permisibles de los
femenino, hija y esposa. El espacio “mujer”, su autonomía como sujeto, se
considera inexistente y su pretensión como un desafío a un modelo patriarcal
con un tipo específico de hombre que se considera el centro de la creación y
que posee derechos especiales sobre la mitad de la humanidad.
Las mujeres que pueden estudian en Egipto y en
buena parte del mundo, y lo hacen con un buen aprovechamiento porque saben que
es una forma de controlar mejor sus propias vidas y de tener una dependencia
menor en el futuro. No es una garantía, pero sí una posibilidad más. En
ocasiones la independencia familiar se paga con la continuación del acoso
laboral. Por eso son esenciales tres políticas: sacar de la invisibilidad el
fenómeno, escondido tras los muros de la connivencia histórica, desarrollo
legal y acción educativa. La primera incumbe a las personas y a los medios de
comunicación, que deben ser especialmente cuidadosos y sensibles al problema
tratándolo con la seriedad que merece y no de forma hipócritamente
sensacionalista, como ocurre en ocasiones, respetando los derechos; debe tener
especial atención el desarrollo de la legislación, con dotaciones reales para
resolver los problemas derivados y no solo manifestaciones vacías; y finalmente
es labor de educación, de ir introduciendo en los más jóvenes las formas de
corrección de los mecanismos de transmisión de malos hábitos sociales, de
perspectivas erróneas que van regando mediante goteo el aprendizaje social y
familiar. El abandono y la relajación en cualquier de estos tres frentes
repercute muy negativamente sobre un fenómeno social ante el que muchos países
prefieren no enfrentarse o lo hacen con poco interés.
La intimidación, el acoso y la violencia física contra las mujeres están
presentes, con diferentes grados y conciencias, en todas las sociedades. Pero
ese acto violento tiene también un marco simbólico, es una representación de la
propia variedad de culturas en las que esas formas violentas son reconocidas o
ignoradas o, sencillamente, están integradas en las mismas instituciones
oficiales o sociales. La violencia contra las mujeres no es solo una cuestión
estadística; es una violencia que se justifica al criminalizar a la mujer, al
considerarla como origen del mal o de los males, como propiedad o carga, como
posesión propia o general.
La Embajadora USA ante Naciones Unidas lanzó
una denuncia contra Muamar El Gadafi señalando que fomentaba las violaciones al
repartir viagra entre sus tropas como
forma de sembrar el terror entre la población. Desconozco si esto se llegó a
verificar más allá de la información que fue dada por todos los periódicos del
mundo. Sabemos que el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) Luis Moreno
Ocampo ha señalado posteriormente, en julio, que hay indicios de la compra de
esta sustancia.
“La violación es un
nuevo aspecto de la represión”, ha dicho el fiscal. “Aparentemente, él
decidió castigar con las violaciones”, ha añadido el fiscal de la CPI.**
En cualquier caso, es la representación
simbólica de que un ejército consideraba la violación, la agresión sexual, como
un arma que había que usar. No es el único ejército que lo ha hecho. Y
desgraciadamente, no será el último. Pero, también por desgracia, ese ejército
invisible, camuflado, existe en muchas sociedades practicando sus violencias
caseras o laborales, hermanando así al dictador doméstico con el dictador
político.
La agresión es la culminación física de un
proceso cultural que comienza cuando se tuerce el gesto al saber que el nuevo
ser llegado al mundo es una niña.
** “El fiscal de la CPI acusa a Gadafi de
alentar a sus tropas para violar a cientos de mujeres” RTVE http://www.rtve.es/noticias/20110609/gadafi-autorizo-personalmente-tropas-violacion-mujeres-segun-fiscal-del-cpi/438357.shtml
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