Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Releyendo
los ensayos completos de Roland Barthes aparecidos en la revista Communications, recogidos con el título "Un
mensaje sin código" (Ediciones Godot, Buenos Aires, Argentina 2017), me
encuentro, muy al final del volumen, pasadas ya las 340 pp, con un breve texto
titulado "Jóvenes investigadores" que sirvió de presentación al
número 19, de junio de 1972, titulado "Le texte: de la Théorie à la
recherche" (pp.1-5).
El
tiempo ha pasado pero la actualidad del texto es máxima porque desde esa fecha
la investigación, la vida universitaria en sí, se ha vuelto un callejón sin
salida, un laberinto burocrático en el que importa todo menos lo que se dice e
importa todavía menos lo que se siente, algo que parece que solo está destinado
a los poetas.
En la célebre revista, escenario de presentación de algunos de los textos más valiosos y revolucionarios en Ciencias Sociales y Humanidades de la época, nos cuenta Barthes que este número es diferente:
ESTE NÚMERO DE COMMUNICATIONS es distinto: no ha sido concebido para explorar un saber o ilustrar un tema; su unidad, al menos su unidad original, no está dada por su objeto, sino por el grupo de sus autores: todos estudiantes, recientemente comprometidos con la investigación; lo que se ha reunido aquí voluntariamente son los primeros trabajos de jóvenes investigadores, lo suficientemente libres para haber concebido por su cuenta su proyecto de investigación, pero todavía sometidos a una institución, la del doctorado del tercer ciclo. Lo que se explora en estos trabajos es principalmente la investigación misma, o al menos cierta clase de investigación, la que aún está relacionada con el dominio tradicional de las artes y las letras. Esta será la única clase de investigación que abordaremos aquí. (347)
Destinar
este número a los jóvenes investigadores que se preguntan por el sentido mismo
de lo que significa "investigar" es algo que hoy nos cuesta entender
ya que son "agencias", "fundaciones", "comités" y
todo tipo de organismos los que deciden con mano de hierro lo que pueda ser
investigar, los métodos, la valoración de los elementos que se investigan y
toda una serie de condicionamientos que se usan no para "saber" más y
mejor, sino para reordenar el poder dentro de las áreas creadas. La finalidad
de la investigación ya no es "saber", sino repartir, conforme a una
serie de criterios considerados "objetivos", los puestos y su
jerarquía dentro del campo específico, la financiación, etc.. Se trata pues de cuánto se manda y
cuánto se gana. Los que han ascendido con unos protocolos determinados juzgan a
los siguientes, a los aspirantes, a seguir subiendo hasta ser habilitados para los
últimos peldaños. Desde allí se mira el mundo de otra manera y se tienen nuevos
objetivos. El que sigue estos criterios sube, controla y manda; el que no lo
hace, queda al margen.
Por eso
el texto de Barthes es un respiro, un recordatorio de que el sentido de la
investigación no es la reordenación del campo, sino otra cosa muy distinta.
Barthes les ha propuesto que se pregunten qué significa "investigar"
y es una pregunta que deberíamos seguir haciéndonos hoy.
¿Para
qué se forma a un investigador? ¿Qué significa investigar? ¿Qué campos se deben explorar y definir? ¿Dónde está lo "nuevo", qué marca el
"horizonte"? Estas y otras más son las preguntas que no se hacen
porque ya, se nos dice, están las respuestas en forma de criterios de
evaluación que acaban generando lo que en la Ciencia no debería ocurrir,
sumisión, rutina, seguir los caminos pautados. Esto simplemente reafirma e ignora la
crítica, una función esencial para evitar muchos males. Pero apenas son los que se dedican a criticar el propio sistema por temor a quedar fuera del reparto.
Pero
hay un aspecto que señala Barthes en su texto que debemos recordar:
El trabajo (de investigación) debe estar
encuadrado en el deseo. De lo contrario, el trabajo es triste, funcional,
alienado y está movido por la mera necesidad de aprobar un examen, de obtener
un diploma, de asegurarnos una promoción en nuestra carrera. Para que el deseo
se insinúe en mi trabajo, es necesario que ese trabajo me sea exigido, no por
una colectividad que busca asegurarse de mi labor (de mi esfuerzo) y
contabilizar la rentabilidad de las prestaciones que se digna a concederme,
sino por una asamblea viviente de lectores en la que pueda oírse el deseo del
Otro (y no el control de la Ley). Ahora bien, en nuestra sociedad, en nuestras
instituciones, lo que se le pide al estudiante, al joven investigador, al
trabajador intelectual, nunca es su deseo: no se le exige que escriba, se le
exige que hable (a lo largo de innumerables exposiciones) o que
"informe" (previendo controles regulares). (348)
Llevo años intentando que los investigadores que formo comprendan esta idea del placer de la investigación, del deseo. Es el deseo de saber, de conocer, de descubrir, algo que no está reservado solo al placer literario del texto. Barthes señala el mal de la investigación desmotivada y reclama para ella lo que ya definió como el placer del texto.
No se
trata de una anarquía que rechace el orden del método. Por el contrario, se
trata de una acción que se aleje del poder controlador, de las formas de
competencia que transforman la investigación en rutina y en forma de hacer
méritos. Todo ello nos aleja de ese "placer", que es el de la
investigación misma, y su instrumentalización para fines que se han
apoderado del conjunto.
Este
año tuve la suerte de ver la alegría de dos jóvenes investigadoras que apenas
podían controlar el placer que les había producido desprenderse de todas las
presiones que nos desvían de esa alegría investigadora y poder disfrutar de ese
descubrimiento. "Después de cuatro años de trabajo", dijo una de
ellas, "he podido disfrutar con lo que hecho". Me alegré
tremendamente por escuchar eso y me entristecí por todos aquellos que no logran
alcanzar ese placer, por aquellos para los que el estudio, investigar,
descubrir, construir libremente... ha sido algo inalcanzable.
Barthes lo entendió bien y dio esa oportunidad de placer a aquellos jóvenes investigadores. Valoró la inquietud, el deseo de descubrir. Hoy no es fácil, por no decir otra cosa. Deberíamos preguntarnos alguna vez si no estamos fomentando justamente lo contrario.
Gracias, Barthes.
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