viernes, 6 de octubre de 2023

La investigación y el deseo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Releyendo los ensayos completos de Roland Barthes aparecidos en la revista Communications, recogidos con el título "Un mensaje sin código" (Ediciones Godot, Buenos Aires, Argentina 2017), me encuentro, muy al final del volumen, pasadas ya las 340 pp, con un breve texto titulado "Jóvenes investigadores" que sirvió de presentación al número 19, de junio de 1972, titulado "Le texte: de la Théorie à la recherche" (pp.1-5).

El tiempo ha pasado pero la actualidad del texto es máxima porque desde esa fecha la investigación, la vida universitaria en sí, se ha vuelto un callejón sin salida, un laberinto burocrático en el que importa todo menos lo que se dice e importa todavía menos lo que se siente, algo que parece que solo está destinado a los poetas.

En la célebre revista, escenario de presentación de algunos de los textos más valiosos y revolucionarios en Ciencias Sociales y Humanidades de la época, nos cuenta Barthes que este número es diferente: 

ESTE NÚMERO DE COMMUNICATIONS es distinto: no ha sido concebido para explorar un saber o ilustrar un tema; su unidad, al menos su unidad original, no está dada por su objeto, sino por el grupo de sus autores: todos estudiantes, recientemente comprometidos con la investigación; lo que se ha reunido aquí voluntariamente son los primeros trabajos de jóvenes investigadores, lo suficientemente libres para haber concebido por su cuenta su proyecto de investigación, pero todavía sometidos a una institución, la del doctorado del tercer ciclo. Lo que se explora en estos trabajos es principalmente la investigación misma, o al menos cierta clase de investigación, la que aún está relacionada con el dominio tradicional de las artes y las letras. Esta será la única clase de investigación que abordaremos aquí. (347)

 

Destinar este número a los jóvenes investigadores que se preguntan por el sentido mismo de lo que significa "investigar" es algo que hoy nos cuesta entender ya que son "agencias", "fundaciones", "comités" y todo tipo de organismos los que deciden con mano de hierro lo que pueda ser investigar, los métodos, la valoración de los elementos que se investigan y toda una serie de condicionamientos que se usan no para "saber" más y mejor, sino para reordenar el poder dentro de las áreas creadas. La finalidad de la investigación ya no es "saber", sino repartir, conforme a una serie de criterios considerados "objetivos", los puestos y su jerarquía dentro del campo específico, la financiación, etc.. Se trata pues de cuánto se manda y cuánto se gana. Los que han ascendido con unos protocolos determinados juzgan a los siguientes, a los aspirantes, a seguir subiendo hasta ser habilitados para los últimos peldaños. Desde allí se mira el mundo de otra manera y se tienen nuevos objetivos. El que sigue estos criterios sube, controla y manda; el que no lo hace, queda al margen.

Por eso el texto de Barthes es un respiro, un recordatorio de que el sentido de la investigación no es la reordenación del campo, sino otra cosa muy distinta. Barthes les ha propuesto que se pregunten qué significa "investigar" y es una pregunta que deberíamos seguir haciéndonos hoy.

¿Para qué se forma a un investigador? ¿Qué significa investigar? ¿Qué campos se deben explorar y definir? ¿Dónde está lo "nuevo", qué marca el "horizonte"? Estas y otras más son las preguntas que no se hacen porque ya, se nos dice, están las respuestas en forma de criterios de evaluación que acaban generando lo que en la Ciencia no debería ocurrir, sumisión, rutina, seguir los caminos pautados. Esto simplemente reafirma e ignora la crítica, una función esencial para evitar muchos males. Pero apenas son los que se dedican a criticar el propio sistema por temor a quedar fuera del reparto.

Pero hay un aspecto que señala Barthes en su texto que debemos recordar:

El trabajo (de investigación) debe estar encuadrado en el deseo. De lo contrario, el trabajo es triste, funcional, alienado y está movido por la mera necesidad de aprobar un examen, de obtener un diploma, de asegurarnos una promoción en nuestra carrera. Para que el deseo se insinúe en mi trabajo, es necesario que ese trabajo me sea exigido, no por una colectividad que busca asegurarse de mi labor (de mi esfuerzo) y contabilizar la rentabilidad de las prestaciones que se digna a concederme, sino por una asamblea viviente de lectores en la que pueda oírse el deseo del Otro (y no el control de la Ley). Ahora bien, en nuestra sociedad, en nuestras instituciones, lo que se le pide al estudiante, al joven investigador, al trabajador intelectual, nunca es su deseo: no se le exige que escriba, se le exige que hable (a lo largo de innumerables exposiciones) o que "informe" (previendo controles regulares). (348)

Llevo años intentando que los investigadores que formo comprendan esta idea del placer de la investigación, del deseo. Es el deseo de saber, de conocer, de descubrir, algo que no está reservado solo al placer literario del texto. Barthes señala el mal de la investigación desmotivada y reclama para ella lo que ya definió como el placer del texto.

No se trata de una anarquía que rechace el orden del método. Por el contrario, se trata de una acción que se aleje del poder controlador, de las formas de competencia que transforman la investigación en rutina y en forma de hacer méritos. Todo ello nos aleja de ese "placer", que es el de la investigación misma, y su instrumentalización para fines que se han apoderado del conjunto.

Este año tuve la suerte de ver la alegría de dos jóvenes investigadoras que apenas podían controlar el placer que les había producido desprenderse de todas las presiones que nos desvían de esa alegría investigadora y poder disfrutar de ese descubrimiento. "Después de cuatro años de trabajo", dijo una de ellas, "he podido disfrutar con lo que hecho". Me alegré tremendamente por escuchar eso y me entristecí por todos aquellos que no logran alcanzar ese placer, por aquellos para los que el estudio, investigar, descubrir, construir libremente... ha sido algo inalcanzable.

Barthes lo entendió bien y dio esa oportunidad de placer a aquellos jóvenes investigadores. Valoró la inquietud, el deseo de descubrir. Hoy no es fácil, por no decir otra cosa. Deberíamos preguntarnos alguna vez si no estamos fomentando justamente lo contrario.

Gracias, Barthes.

 

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