jueves, 19 de mayo de 2011

La sordera política


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Hace unos días comentaba, medio en broma medio en serio, con una amiga que se debería exigir a los políticos en activo pasar una hora al mes haciendo cola en las oficinas del paro. Ahora podrían darse una vuelta por la Puerta del Sol a tomarse un bocadillo y charlar un rato. Les vendría bien.
Hasta ahora, tomar contacto con el “pueblo” suponía darse un paseo por los mercados, empresas y superficies comerciales, un paseo para repartir propaganda y recibir los aplausos de los que te votan y los comentarios destemplados de los que no van a hacerlo. Estas visitas guiadas, absolutamente inútiles, constituyen un ritual, como la revista a la guardia formada en la puerta de palacio o cualquier otro acto protocolario.
Con los políticos ha pasado como con otros sectores de la sociedad que acaban considerándose autónomos. Cuando se llega a este extremo en la política, malo. La indignación de mucha gente es porque consideran que se han constituido en una especie de casta profesionalizada cuyo interés principal ha sido su propia supervivencia y no los fines para los que son elegidos.
El periodista Iñaki Gabilondo habla de la necesidad de “refundar” los partidos políticos y del narcisismo en que han caído. El problema es que, hoy por hoy, pedirles a los partidos que se refundan es imposible. Las refundaciones solo son posibles tras los desastres electorales que hacen rodar las cabezas de los que les han llevado al fracaso. Entonces los sectores marginados toman posiciones para ofrecer alternativas y eliminan a los líderes anteriores probando nuevas fórmulas. El caso español no tiene nada que ver con esta situación. A los partidos que se han refundado, pocos, tampoco les ha ido muy bien.
La respuesta a por qué tenemos una clase política de tan bajo nivel no es simple. Es un conjunto de factores interrelacionados. Una clase política de bajo nivel se define por dos cosas: su incapacidad para resolver problemas y sus maneras. España no resuelve sus problemas y sus maneras políticas son francamente barriobajeras. La ausencia de eficacia deriva de la ausencia de innovación y renovación entre sus cuadros, que se perpetúan en sus puestos, desde los ayuntamientos a los ministerios. La política se ha convertido para muchos en su forma de vida, lo hagan bien o lo hagan mal. El criterio de permanencia es la adhesión a las “familias” internas de los partidos. De esto tenemos muchas muestras. Hace mucho tiempo que se cerró el debate ideológico en los partidos, aquellos tiempos en los que había diversas corrientes que se sometían a debates en los congresos. Hoy los congresos de los partidos son escenificaciones megalómanas, con control audiovisual absoluto, con decorados estudiados al milímetro, con figurantes —esos jóvenes a los que se sienta detrás para que se vea cómo respaldan al jefe—, destinados a servir de apoyo mediático a los líderes. Nada más. Sin debate, sin discrepancias, sin ideas. No ya las ideologías, sino las ideas, han desaparecido en favor de un discurso vacío y retórico, en el que se intercalan las descalificaciones al otro y las promesas del advenimiento del milagro que nos sitúe en los puestos del poder.


Las maneras son también importantes en una democracia. Forman parte de la pedagogía de la acción. La falta de respeto que unos y otros manifiestan ha hecho creer que es en la demagogia y en el insulto donde radica el arte de la política. Los debates parlamentarios no sirven más que como guiños a unas audiencias que valoran más el ingenio que la consistencia intelectual. No nos educan en el pensar, en la responsabilidad, sino en la simpleza y en la emocionalidad, en el desprecio y descalificación del adversario. Hacen falta mejores maneras para ver que ellos mismos respetan su propia labor y a los que representan.
La gente pide “democracia”. Esto es algo que no les gusta escuchar, pero es lo que les dicen desde hace mucho tiempo las encuestas sociológicas y ahora desde la calle. Para esta generación de políticos, esta petición les debería sonar a los viejos tiempos. Pidiendo “democracia”, no se quiere decir que no tengamos libertades, sino que las han reducido a un acto inútil. Al pedirles “democracia” se les está diciendo que no se siente representados por ellos, y no se sienten representados porque no ven sus problemas ni atendidos ni resueltos. Y uno elige a sus representantes para eso. Es sencillo, pero lo han olvidado. Están ahí con el mandato de solucionar problemas, no de perpetuarse. Difícilmente se puede producir una refundación cuando lo que les motiva es la permanencia aunque sea en la inutilidad.
Nuestro bipartidismo de hecho, trufado por los nacionalistas, está aquejado de los mismos males en todas las esferas. Ese es el mensaje que la gente está mandando. No gustan ni el modelo ni las maneras. Han reducido el debate político a una pelea de aves de corral, mucho ruido, picotazos y pocas nueces. Llevamos años escuchando un guión aburrido desconectado de la realidad. La política tiene que ser lo suficiente atractiva como para hacer que las personas que tienen algo que aportar al conjunto de la sociedad, cada uno desde su perspectiva, lo puedan hacer en beneficio de todos. Pero el atractivo de la política hoy es el poder y el sueldo. Si una sociedad no consigue que sus mejores mentes y voluntades se pongan al servicio del conjunto es que algo está fallando.
No deben quejarse, sino aguantar su palo y tratar de ver qué hacen mal. Aunque dudo que sirva de algo dada su sordera manifiesta. Como clase política se han configurado con unos filtros erróneos y no es fácil recoger sandías si se han sembrado melones.

Fallas valencianas 2011


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