Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dos
señales preocupantes desde los Estados Unidos: las recaudaciones récord para la
campaña de Trump en cuanto que ha salido su condena (53 millones de dólares) y
las amenazas lanzadas de que si ingresa en la cárcel el asalto al Capitolio
será un juego de niños. Entre ambos hechos está la perversión fatal de la
democracia norteamericana.
Aquí
hemos tratado en diversas ocasiones este fenómeno perverso y la seria
preocupación de medios e intelectuales por una "guerra civil" o de un
fenómeno de este tipo, es decir, un serio enfrentamiento armado entre la
población y en las instituciones.
Recordemos
cómo, entre otros hechos, se vivieron tensiones extremas durante la pandemia
por el uso de las mascarillas. Recordemos los individuos armados rondando los
edificios, desafiantes, retando a los portadores de las mascarillas. Luego
llegó el asalto al Capitolio por las milicias armadas, convocados por Trump y ante los que explicaba "que le habían robado" las elecciones. Hasta el
vicepresidente Mike Pence sufrió las iras de Trump, siendo señalado, por
facilitar los mecanismos de la sucesión.
Que esto suceda en una democracia avanzada y referencial, que sea además la superpotencia que lidera el mundo y debería ser ejemplo para los países autoritarios, es un síntoma preocupante, no suficientemente explorado todavía y que es necesario comprender para evitar que se produzcan males mayores en cadena.
Al igual que niegan,
afirman; crean identidades nacionales y reinventan la historia inventando
orígenes y delimitando fronteras a su gusto. Sus mentiras son repetidas con
tonos de verdad y la gente las cree porque es lo que quieren escuchar. Los
enemigos pueden ser los inmigrantes o la Unión Europea en su conjunto.
El
papel de Trump en todo esto es carismático, pero también es la punta del
iceberg de lo que hay detrás en esta carrera por servirse unos de otros. Los
grupos ultras norteamericanos, de evangelistas a racistas extremos, le apoyan y
él se sirve de ellos para conseguir sus fines de poder. No solo es el voto; es la intimidación constante.
Hay demasiados intereses detrás. El mundo se pregunta por las consecuencias de una condena en firme de Trump, por qué ocurriría en caso de que ingresara en prisión. Entonces el peligro de las armas dejaría de ser un suponer y se convertiría en algo real, como lo fue en Michigan, como lo fue en el capitolio. Las fuerzas populistas norteamericanas están bien organizadas y hay mucho loco dispuesto a salir a la calle, como ya han amenazado.
¿Cómo es posible que una democracia —varias democracias— se deteriore tanto, equivoque sus fines y corra el riesgo de convertirse en una revuelta permanente para llevar a lo más alto a un impresentable narcisista? Por eso es necesario volver a los principios de respeto y diálogo que definen a la democracia antes de que ya no sea posible volver atrás, a que se produzca algún acontecimiento irreversible o trágico.
España no está exenta de esto y los riesgos se nos muestran cada día ante la pérdida de sentido democrático. Por Europa cuando igualmente la preocupación a los ascensos de grupos radicales que reciben el visto bueno del trumpismo y de sus apoyos desde el Kremlin, como se vio en el apoyo a la ruptura europea del Brexit. Hay demasiadas cosas sobre la mesa.
En el pasado Trump ya mostró lo que podía hacer. Este presente es una prolongación de problemas que utiliza y manipula para dar el siguiente paso, el del regreso. En esto le apoyan muchas fuerzas que ven en él el carisma capaz de ofrecer a los electores las causas para llevarlos a las urnas y, con sus votos, situarlo de nuevo en la Casa Blanca. Este futuro es el que ven y desean en muchos escenarios repartidos por el mundo.
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