Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ya han
pasado las europeas. Hay lecturas de
todo tipo y se analizan al detalle las circunstancias de cada caso, partido por
partido, país por país y en su conjunto. Pero seguimos sin ponerle futuro a
Europa entre lecturas locales y repartos de poder.
Creo que
es esencial redefinir los procesos y centrarse en los logros efectivos para la
ciudadanía, que es lo que se está dejando de construir realmente. Se pide el
voto para sostener un sistema, una forma de reparto, pero se pierde la
consciencia de hacia dónde navega el barco.
El sistema fragmentado que se está desarrollando en Europa lo podemos ver también en sus efectos en España y en otros países. Las propias matemáticas electorales nos dicen que cuanto más fragmentado está un sistema más fácil es fragmentarlo todavía más. De nuevo España nos sirve de ejemplo de este fenómeno.
La
consecuencia de ese principio es que el radicalismo vende, consigue votos desde
la desinformación y sobre todo desde la frustración y el desengaño. No es
difícil alentar esto cuando se dispone de una maquinaria informativa muy
barata.
En el
modelo político anterior, el sistema mediático actuaba como filtro, como
control del sistema en su conjunto. En el actual, basado en un modelo
comunicativo muy distinto, el de las redes sociales, el radicalismo de la
diferencia permite un movimiento centrífugo frente al modelo anterior, de carácter
centrípeto.
La gran
cantidad de partidos con los que se inició la democracia española se resolvió
mediante un proceso de fusiones de partidos menores que se acaban integrando en
los grandes o creando coaliciones electorales. Por la derecha, se comenzó con
AP (Alianza Popular, 7 partidos aliados), que pasó a ser más tarde CD
(Coalición Democrática, otros 3 partidos) y finalmente el PP actual. Por la
izquierda, los dos grandes partidos socialistas, se fundieron ofreciendo la
presidencia del PSOE a Enrique Tierno Galván. Los grupos en torno al PC se
federaron en Izquierda Unida.
Con el
cambio de modelo, comenzó a ser rentable la escisión. Cuanto más fragmentado
esta el sistema electoral en sus resultados, más rentable resulta. Desaparecen
las mayorías absolutas y se introducen en los gobiernos pequeños partidos cuya
función es permitir conseguir gobiernos estables. Lo que no se consigue en las
urnas, se consigue en los pactos posteriores, un reparto de cargos.
Este
sistema transforma la dinámica política y aleja a los partidos de sus
verdaderos fines, pues cada elección es agónica, se aplica el voto del
descontento, algo que se fomenta a través de muy diversas fórmulas. La disputa
es constante y los que gobiernan juntos en algún nivel se despellejan en otro.
Los socios europeos pueden ser enemigos a muerte en el nivel local.
Los
partidos, lejos de llegar a acuerdos, se enfrentan cada día esforzándose en
marcar diferencias que justifiquen su existencia. Si tratan de acercarse a
otros, son acusados de traidores por parte de los que están a su derecha o
izquierda.
Europa
necesita, en cambio, grandes acuerdos que mantengan una política firme de
construcción identitaria e institucional. Sin embargo, los grupos que tendrán
que trabajar unidos en ciertas líneas de construcción, también se enfrentan,
permitiendo que se creen fisuras que aprovechan los antieuropeístas de diversa
naturaleza. Estos han señalado la estrategia de la destrucción desde dentro
—hacer ineficaz Europa y sus instituciones—, que diseñaron con detalle hace
unos años. La primera consecuencia fue el Brexit, aplaudido desde la Casa
Blanca por Trump ("¡Llamadme Mr. Brexit!") y desde el Kremlin por
Vladimir Putin, que necesita romper la unidad europea para tener más
facilidades para sus planes.
La casi
inexistencia de una política comunicativa europea, amortiguada por el ruido de
los fragores locales, es un grave problema, especialmente ante una juventud que
va engrosando los cifras de electores pero que desconoce qué es Europa y es
manipulable en extremo dada su falta de referencias históricas y políticas. La
juventud de las generaciones últimas es la víctima socioeconómica de las crisis
padecidas y, por ello, presa fácil del desinterés, de la abstención, cuando no
de la radicalización. No es casual que los partidos más radicales pidan que la
edad de voto descienda a los dieciséis años. Los ven como presas fáciles de
manipular ante su falta de perspectiva, un futuro oscuro y precario. El ejemplo
más claro lo tenemos en España con los tres escaños europeos logrados por
"Se acabó la fiesta", un "movimiento" personalizado,
radical y antisistema basado en el desprestigio institucional a través de una
política comunicativa agresiva. La receptividad ente este tipo de mensajes
debería mostrar dónde están los problemas para aquellos que hacer realmente una
política digna de ser llamada así.
Creo
que son esos dos factores —el comunicativo y el generacional— los que nos pueden debilitar o destruir la
idea del europeísmo. El ataque constante y la falta de oportunidades son dos
factores que deben atajarse. El primero, sin duda, se debe responder dando una
mayor presencia y actividad en las instituciones, que los ciudadanos sientan
que existen a los ojos de Europa, que tengan sus propios objetivos más allá de
evitar que ganen unos u otros, el móvil al que se reducen las elecciones.
Europa es joven. Es ahí donde debe estar su potencial de atracción. Durante estos años, Europa era el objetivo de muchos jóvenes para alejarse de sus espacios locales.
La
España "hostelera" es una meta muy pobre que cada vez se critica
menos. Por el contrario estos días asistimos a los ataques a una juventud que
estudia y se resiste a ser "camareros" y similares.
La TV nos sorprendía ayer mismo con un reportaje en el que se recogía el caso de un bar en el que su oferta de empleo exigía, ante la falta de "motivación profesional" de los jóvenes, de personas mayores de 45 años. Todo un ejemplo de lo que ocurre. La queja de la patronal de que no encuentra camareros para la temporada que comienza es muy representativa de algo que ocurre y se agrava cada año.
Europa ha sido una salida para muchos jóvenes que estudian (¡el problema es la
sobrecualificación!, como ya hemos tratado en varias ocasiones aquí) y se
preparan para otros puestos. Muchos profesionales se forman aquí y se van a
trabajar por Europa, donde son bien valorados y mejor pagados. Una
Europa cerrada, una Europa sin movilidad, proteccionista, sería un enorme
fracaso.
Necesitamos más Europa por los más jóvenes, por todos. Necesitamos transmitir la imagen de una Europa constructiva que necesitamos y nos necesita. De poco servirán las elecciones si no se traducen en la integración necesaria, que es como se puede hacer una Europa más sólida y solidaria. Las elecciones no las deben ganar los partidos, sino los ciudadanos. Ganar en derechos, en mejor economía, en salud, en convivencia... Todo lo demás es algo entre partidos que aleja a los jóvenes de Europa y los convierte en presa fácil en su desesperación creciente.
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