Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
miércoles pasado vimos en nuestro cinefórum "Un tranvía llamado
deseo", la película que Elia Kazan filmó en 1951 sobre la obra teatral de
Tennessee Williams. La película obtuvo un enorme éxito en todo el mundo y
sirvió para elevar el nombre de Kazan, un director imprescindible, de Marlon
Brando y de Vivian Leigh (Oscar como actriz principal), Kim Hunter y Karl
Malden (ambos con Oscar como actores secundarios), además de otro premio de la
Academia al trabajo de la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Harry
Stradling Sr.
Hoy, 8
de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, creo que es bueno comprender el
muestrario de traumas que la película nos muestra en ese año 1951, el clima de
opresión femenina, de cárcel aceptada, de posesión conquistada y de falsos
sentidos de lo que era el amor y la figura de la mujer.
La obra, en forma abreviada, nos muestra el reencuentro de dos hermanas, Blanche y la casada Stella, después de que la primera perdiera la propiedad que tenían en el Sur. Blanche se presenta en la casa de Stella, casada con Stanley, un polaco violento y ambicioso, que acepta en casa pensando que ella traerá algo de lo que quede de la antigua propiedad. Pero Blanche no ha traído nada porque lo ha perdido todo. Pronto nos damos cuenta de que lo ha traído han sido sus traumas y poco más. Stanley comienza un acoso constante contra ella. Stella trata de protegerla, pero se encuentra atrapada ella misma en una violenta relación con su marido que la golpea para después lanzarse apasionadamente contra ella, creyendo que es una forma de de deseo. Stella está embarazada.
Pronto se va descubriendo a través de los enfrentamientos la soledad de Blanche, una mujer que huye de la luz y vive rodeada de una falsedad con la que trata de ocultarse su pasado y su presente, en el que la edad es para ella determinante.
Blanche
se refugia de sus heridas profundas y destructivas en el disfraz. Trata de
ocultar su edad, fingiendo a través de su forma de expresarse, de hablar, ser
una joven inocente. La maestría de la interpretación de Vivian Leigh con la voz
doble, la inocente perdida y la voz dura de mujer que ha vivido un durísimo
pasado autodestructivo tras sentirse responsable del suicidio de un novio del
que se burló, da toda la profundidad al drama de esta mujer que se siente al
margen por su edad.
El filme juega precisamente, a través de la luz, con la necesidad de ocultación de la edad de la mujer, que habría de fingir juventud y encerrarse en una cápsula del tiempo a la espera de ser rescatada por un hombre. Es lo que ocurrirá cuando uno de los amigos de Stanley, Mitch, se fija en ella y decide mantener una relación formal. El ideal de Mitch es que Blanche sea digna de ser presentada a su madre, que ya es mayor y no se encuentra bien. "Presentar a la madre" es todo un ritual simbólico y representa la aceptabilidad de la mujer, para lo que debe superar las pruebas de la honorabilidad. En uno de los momentos más dramáticos, Mitch exige ver a Blanche bajo la luz. Siempre la ha visto al atardecer y bajo las luces de faroles atenuados, una estrategia seguida por ella para que no se perciba su edad.
Stanley,
su cuñado, se ha dedicado a destruir su reputación recabando informaciones del
pueblo natal de las hermanas, donde Blanche ha dejado rastros de una vida
disipada, llena de encuentros con desconocidos en los que se ha refugiado para
intentar olvidar el suicidio que causó.
Stanley
representa la violencia física contra la mujer y también la destrucción de su
reputación, algo que acaba por destruir a Blanche. Cuando Stella intenta
defenderla, Stanley la golpea. Stella acaba teniendo que acudir a urgencias por
su embarazo. Aguanta las palizas de su marido por ese hijo que está esperando
de él.
"Un
tranvía llamado deseo" es una profundización en la violencia contra la
mujer es esos dos ámbitos, en el físico (en la casa, en la familia) y en el reputacional, su nombre en boca de otros, algo que
determina los filtros sociales a los que se ve sometida. Blanche y Stella son
víctimas diferentes de un mismo principio, una sociedad machista que considera
a las mujeres como propiedades que pueden ser tratadas de cualquier forma, cuyo
destino puede ser destruido simplemente haciendo correr un rumor en una
sociedad que desea escucharlos.
Quizá
el momento clave de la obra es cuando un enloquecido Mitch, el hombre
respetuoso que quería presentarla a su madre, entre enfurecido tras haber visto
confirmados sobre lo que ha sido la vida de Blanche en su población, una vida
escandalosa y destructiva. Mitch la besa, lo que Blanche entiende como una
aceptación, pero Mitch desvela su verdadera intención: ha dejado de respetarla,
por lo que su relación con ella es tratarla como una "cualquiera".
De
todos los momentos en que queda al descubierto el funcionamiento patriarcal de
esa sociedad, quizá sea este el más aterrador porque comprendemos la enorme
hipocresía en que se asienta esa honorabilidad que divide a las mujeres entre
las que pueden ser presentadas a la madre, las honorables, y las que serán
tratadas como pura materia para el disfrute. Queda al descubierto la falsedad
de ese "amor" que pretenden sentir el violento Stanley y el honesto
Mitch.
La obra
de Tennessee Williams, que se ocupó también del guion en la película, puede ver
en la distancia con enorme claridad y permite comprender esa visión de un
tablero masculino en el que se juega con las fichas femeninas. Todo se
encuentra movido por ese machismo que se disfraza de normalidad e impone sus gustos
y creencias.
Se ha avanzado en muchas zonas desde los años cincuenta en los que el feminismo comienza a organizarse en movimientos que tendrán como fondo las sórdidas prisiones como las que nos muestran en el filme de Kazan o en la rejas de la felicidad, otra manera de crear cárceles estableciendo los estándares, desde el punto de vista masculino, de lo que se debe desear y considerarse satisfechos por tenerlo.
Hoy,
los medios están llenos de noticias sobre la celebración del Día de la Mujer,
pero también siguen las noticias de muertes y ataques a mujeres. Los asesinatos son una
forma extrema, pero todavía nos hablan, como lo hacían ayer mismo, de la lentitud
de la Justicia por desbordamiento de los juzgados en los casos de denuncias por
violencia de género, por esas órdenes de alejamiento que tardan meses, años a
veces, en llegar...
De la
"naturalidad" de la violencia en la sociedad que se nos
mostraba en el filme de Elia Kazan a la conciencia de los derechos, del control
de la propia vida, de la necesidad de autonomía, del derecho a ser una misma,
etc. es un paso grande, pero la violencia se mantiene ya sea dentro de la familia
o en los entornos laborales, en las calles. Hace falta algo más que leyes; hace falta interiorizar su sentido, comprender que no son nada si no se cree ellas, por un lado, y si no se dota de medios para hacerlas cumplir.
La
noticia de la violación en grupo de una turista española en la India no muestra
que, pese a lo que nos cuenten, el mundo no es un paseo playero desde el que
ver hermosos atardeceres consumiendo un refresco. Por el contrario, es un
escenario de varias velocidades y direcciones. En algunos los avances son
lentos, en otros se está retrocediendo.
Las estrategias
políticas de polarización extrema han comenzado a usar la cuestión de los
derechos de las mujeres como campo de batalla. En esto se da un enorme
retroceso. En España, como en otros países, el populismo juega a ser
"tradicionalista", entendiendo por "tradición" la sumisión
de la mujer al varón y su encierro en tareas domésticas y en tener hijos. Es el
modelo de "familia tradicional" que dice basarse en la naturaleza o
en el mandato divino. El "feminismo", dice, es una
"ideología" mientras que el tradicionalismo, parece ser, no lo es. La
aparición de un negacionismo de la violencia de género es fruto doble de la
ignorancia y de la presión fundamentalista patriarcal, que se refuerza.
Lo que
vemos en colegios e institutos y lo que nos dicen los datos es preocupante,
mientras los partidos políticos aprovechan para cuestionarse en un tema que
debería formar parte de cualquiera de ellos. Pero todo se convierte en estado
de conflicto, que es la forma de no entrar en consensos sociales.
Hoy
Stanley y Mitch, los personajes de Williams, tendrían sus nuevas "explicaciones"
y exigirían que las mujeres volvieran a su lugar "natural", bajo el mandato
vigilante de los hombres que, como ellos, saben diferenciar a las buenas de las
malas, saben cómo usar a unas y otras para mantener ese orden social
patriarcal.
La
violencia es peligrosa, pero el negacionismo está seduciendo a una generación
en formación. Es lo que los datos nos dan, incluidas las opiniones de mujeres
que creen que ese castigo sigue siendo amor,
que es lo mismo el amor que la propiedad. En muchos lugares del mundo las cosas
han ido cambiando. No lo han hecho a la misma velocidad en todos y en muchos retroceden.
Está
bien que repasemos obras como Un tranvía llamado deseo. Hay muchos ejemplos de
ficción o con solo mirar la prensa, con escuchar las noticias. Considerar los
avances como "ideología", es decir, reversibles, es una de las grandes amenazas, una forma de
justificar la violencia existente contra las mujeres, creando una sociedad bajo
principios desequilibrados, desiguales, una forma de esclavitud que pone
límites y derechos diferentes.
Los
ejemplos de Blanche y Stella nos muestran extremos de esa forma de esclavitud
transparente, esos muros de cristal que no solo afectan a cuestiones como el
empleo, una forma de acceder a la autonomía, sino a la vida misma, como lo
prueban los asesinatos a manos de parejas y familiares según los países.
Quizá si miráramos más a nuestro pasado, a cómo la cultura en sus variadas formas nos habla con claridad, tendríamos un sentido crítico más agudo y responsable. Lo que se olvida, se repite.
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