Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Sinceramente,
que en España estemos discutiendo sobre el uso de la bandera de España, es
decir, la nuestra —por si alguien se ha olvidado—, me parece muy poco serio. A
estas alturas de la película democrática española nadie debería estar ni usando
ni cuestionando algo que precisamente por su uso y no uso ha sido
significativo. Creo que si se le debe criticar algo a Pedro Sánchez no es tener
presente la bandera en el acto de lanzamiento de su candidatura a la
presidencia, sino el tamaño. Quizá recuerden el comienzo de aquella magnífica
película, Patton, ganadora de muchos
premios de la Academia, que comenzaba con la pantalla cubierta toda ella por la
bandera americana bajo la que aparecía un minúsculo general que dirigía un
patriótico discurso. El tamaño, parecía querer decirnos, sí importa a los
megalómanos.
Me temo
que, de seguir así, nuestros candidatos acaben vistiendo a la venezolana, es decir, que se hagan diseñar un chándal con los
colores nacionales para sus giras y actos. Rivalizar en banderas y tamaños en
los escenarios no es serio. Creo que no es escenografía lo que esperamos de nuestros
políticos o de cualquiera que aspire a ello. Creo que la bandera, como símbolo de todos, debe aspirar a la normalidad, más que al exceso. Una bandera sobre el escenario ya habría sido una reivindicación de normalidad. Pero el tamaño, ¿también tiene su simbolismo?
El País
le dedica un sesudo editorial a la
cuestión escenográfica en el que señala en su comienzo:
Aunque solo sea por la reacción del
presidente del Gobierno y otros muchos dirigentes políticos, es evidente que
Pedro Sánchez y sus asesores han conseguido el golpe de efecto que buscaban.
Los liderazgos personales vuelven a cotizar al alza en plena renovación del
mapa político y esto favorece tanto a los partidos emergentes como al propio
PSOE, que con actos como el del domingo pretende resaltar la renovación de su
dirigencia. Discutir sobre el acierto o el error de organizar un acto presidido
por la imagen de la bandera constitucional desenfoca las cuestiones de fondo
que deben debatirse de verdad.*
¡Hombre,
no! ¡No me llamen "golpe de efecto" al efecto buscado! Llámenlo otra
cosa. Me parece peor lo del "golpe de efecto" que lo de la
"dirigencia", que ya hace daño al oído. El párrafo haría las delicias
de un deconstruccionista, si es que
quedara alguno. Se comienza ponderando el golpe de efecto conseguido para
acabar criticando que se discuta, que es la base del golpe de efecto. Es decir,
que sin discusión no habría habido golpe o, para ser más precisos, la discusión es el golpe.
Hay que
reivindicar la normalidad de la bandera y no su extravagancia en cualquier sentido. Cualquier
discusión sobre ella lo que revela es que es una cuestión sin resolver. No
entiendo muy bien eso tan bonito —literariamente hablando— de que "los liderazgos
personales vuelven a cotizar al alza". No sé qué quiere decir ni en clave de "El País", ni en clave socialista, ni en clave nacional. Y me
preocupa porque creo que entendí a la primera el tuit de Errejón que tantas
bromas ha levantado. Lo digo sin ironía. El que la gente desconozca quién es
Gramsci (ese que está en la tapa del ordenador de Monedero), qué significa
"hegemonía" y que no sepan interpretar lo de la seducción, el núcleo
irradiador, etc. es un problema de la gente, no de Errejón, el pobre. Uno
estudia para que después te pidan un vocabulario de primaria. Pero esto pasa
por concentrarse en la escenografía y el vestuario como ejes de la comunicación política.
El
título del editorial "Izquierda y bandera" nos vuelve a llevar a
debates que, como el Guadiana, rebrotan cada cierto tiempo según toque ser
republicano o partidario de la monarquía constitucional que tenemos hoy. ¿Podría
creerse que el tamaño de la bandera y su centralidad supone un cierre de ese
debate? Evidente y desgraciadamente, no. Más bien es un gesto emocional de
interpretación variable según los gustos.
Termina
El País su editorial diciendo:
En realidad, lo que faltó en el acto
protagonizado por el líder socialista es un asunto importante: precisar la
propuesta que quiere presentar a la sociedad y dar pistas sobre el equipo con
el que aspira a dirigir el país en caso de que los votos le sitúen en
condiciones de hacerlo —ayer se supo de la incorporación del exministro Jordi
Sevilla al grupo encargado del programa económico del PSOE—. En general les falta
a todos los aspirantes a La Moncloa, salvo la meritoria anticipación de algún
partido (como Ciudadanos), el esbozo de un programa económico. Todos los
candidatos a la presidencia del Gobierno tienen que concretar y explicar sus
planes, en lugar de ponerse a discutir sobre quién tiene derecho a usar la
bandera constitucional en los actos públicos.*
Hay
gente que del huevo se toma la clara o la yema, pero no conozco a nadie que se
tome la cáscara. El editorialista —él sabrá porqué— viene a decirnos que después
del golpe de efecto de Sánchez no había nada más, porque que alguien se
presente como candidato y se le critique la carencia de programa y equipo es
hacerle un favor un poco raro.
La
política española está cada día más rara. Los partidos nuevos que iban a
sustituir a los partidos viejos están ahora a partir un piñón. No sé cómo se
van a poder criticar unos a otros en las generales si ahora se encuentran
aliados en ayuntamientos y autonomías. No hemos clarificado nada, sino que hay
un confusionismo que no sabemos cómo va a afectar a la "dirigencia",
que diría el editorialista.
Los
programas políticos de la mayoría van a quedar reducidos a elegir la
escenografía adecuada y en atacar al PP, que es algo común con la excepción de
Ciudadanos, que ha establecido con ellos algunos pactos locales. Esto convierte
nuestra próxima campaña electoral en algo sumamente aburrido, previsible y solo
salpicado por detalles escenográficos como el de Pedro Sánchez o tuits con
"intriga" como el de Errejón, condenado a ser como un oráculo
hablando en clave para luego a subtitularse.
Reducir
el debate político a la "comunicación" es uno de los grandes males de
la política, que pasa a considerar las artes escénicas como la base de la
conquista del poder. Desde que se constituyeron los ayuntamientos y demás
instituciones, no vemos más que "gestos", que están muy bien, pero...
Tenemos alcaldes dispuestos a todo tipo de hazañas más allá de su cargo o
haciendo lo mismo que hacían antes de tenerlo, es decir, llamar la atención o buscando
"golpes de efecto".
Hasta
el momento, el gesto más gesto de todos los gestos ha sido el del alcalde de
Valencia, resaltado por toda la prensa, que tras tres días de pedaleo gestual
ha decidido ir en coche a los sitios, aunque eso sí, de una gama inferior al de
su predecesora en el cargo, que nunca fue en bici, que sepamos. ABC lo contaba
así:
El alcalde de Valencia, Joan Ribó, ha tardado
tres días en estrenar el coche oficial. El dirigente de Compromís había
anunciado que su método habitual de transporte iba a ser la bicicleta. De
hecho, la imagen de Ribó a dos ruedas ha dado la vuelta a España y ha sido
portada de informativos y periódicos. Con todo, al tercer día de mandato ya ha
hecho uso del vehículo oficial del Ayuntamiento.
En concreto, Joan Ribó, que en su programa
plantea convertir Valencia en la ciudad de las bicicletas se ha trasladado en
coche oficial (un Ford Mondeo azul marino) desde las instalaciones del
Ayuntamiento, donde esta mañana ha concedido una entrevista radiofónica, hasta
las instalaciones de la sede central de la Policía Local de Valencia, situada
en la avenida del Cid de la capital del Turia.
Ribó ha explicado este miércoles que los dos
coches de alta gama que utilizaba su predecesora en el cargo, Rita Barberá, han
sido trasladados a las instalaciones del Parque Móvil Municipal, mientras se
decide qué hacer con ellos, ya que se estudia ponerlos en venta. Uno de estos
vehículos, según ha explicado el primer edil, está blindado y "tiene un
consumo que supera los veintitantos litros por cada 100 kilómetros".
Joan Ribó ha asistido a su primer acto
público como alcalde --a la clausura de un seminario de la Policía de Barrio--
en un Ford Mondeo. "Es un supercoche y, además, está fabricado en
Valencia", ha manifestado el alcalde, quien ha indicado que es "un
coche normal" que suelen utilizan los servicios municipales.*
No voy
a ser yo el que pida que Ribó le dispute la Vuelta a Contador, pero esto es lo
que ocurre cuando todo se centra en los gestos. El día que sale en bici todos
te fotografían y el que usas el coche —ese "supercoche" fabricado en
Valencia— pues también. Otro golpe de efecto. Puede que Ribó tenga muchas
buenas ideas y que las lleve a cabo con diligencia, pero al final hay que
alimentar con gestos, la materia de la que están hechos los sueños mediáticos. La cuna del hombre la mecen con gestos,
nos diría hoy León Felipe. Y si no lo hace él, lo harán los demás. Acostumbrados
casi a todo, al menos la cuestión ha servido para mantener cierto sentido del
humor, como recoge el diario El Mundo, que —con el titular "Joan Ribó
llega en dinosaurio"— da cuenta de los memes creados para resaltar el paso
de las dos a las cuatro ruedas del alcalde valenciano.
Dice El País "una democracia progresista no es incompatible con los símbolos de España". ¿Es que alguien lo ha dudado? Creo
que la política española debe empezar a abandonar —no es fácil— el mundo de los
gestos y adentrarse en el de la realidades. Menos semiótica y más trabajar. Lo
que esperamos de nuestros políticos —de todos— es honestidad y eficacia. Los
gestos están bien para un día, pero después no se puede vivir de los
"golpes de efecto" ni de la convocatoria diaria de los medios para
que vean lo que haces.
Que
tengamos que estar interpretando gestos en una España tan complicada como la
que estamos haciendo no es serio. No me preocupa que Pedro Sánchez ponga una
bandera monumental en su presentación como candidato; me preocupa, por ejemplo,
cómo van a ser sus relaciones con el PSC. Tampoco me preocupa que vaya en coche
el señor Ribó, aunque se comprometiera a ir bici. Me preocupa que solo se hable
de gestos y que se entienda que lo
que se necesita en la política es un buen escenógrafo y buen guionista. En esto
tiene razón el editorial de El País: hay que dedicarse a debatir las cosas que
importan de verdad. Lo otro es reducir la política a los memes y demás
manifestaciones jocosas sobre lo que nos rodea. Con ingenio no reímos, pero poco
más.
Pedro Sánchez no tiene que justificar la bandera; en todo caso su tamaño. Joan Ribó no tiene que justificar el coche y puede dejar su bici para los fines de semana.
*
"Izquierda y bandera" El País 23/06/2015
http://elpais.com/elpais/2015/06/22/opinion/1434994728_656257.html
** "Joan Ribó cambia la bicicleta por el coche oficial el tercer día de su mandato" ABC 18/06/2015 http://www.abc.es/local-comunidad-valenciana/20150617/abci-joan-ribo-coche-oficial-201506171625.html
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