Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
cuestión de los acosos escolares está empezando a revelar un panorama sombrío
de nuestros colegios e institutos. Educar es algo más que repetir lecciones,
algo más que como dicen pomposamente nuestros documentos "adquirir habilidades
y competencias". El hecho de que exista una educación conjunta es porque
la primera y más importante asignatura de cualquier sistema educativo es la convivencia.
Pero eso no aparece en el currículum no del que aprende ni del que enseña.
Cada
vez que se da un caso trágico, como el que ha acabado en suicidio en estos
días, se comprueba que existe un fondo entre la indiferencia de unos y la
agresividad irresponsable de otros que permite que estas cosas ocurran. Me
aburren las disculpas de los responsables educativos, de los centros, de las
autoridades e inspectores. Sinceramente, me aburren. Me aburren las ratios y
demás tecnicismos con los que intentan explicar la hipócrita respuesta de
muchos. No hay excusas. Explicar el crimen por la ausencia de vigilantes es pensar que el estado ideal es el policial y no el que logra erradicar los comportamientos negativos. No hablamos de asesinos natos, sino de personas a las que no se les educa bien. Las escuelas dejan de ser lugares positivos para convertirse en centros de aprendizaje del matonismo o la indiferencia. Puede que falten "orientadores", pero la "orientación" es de todos; es el clima general en el que se perciba que la convivencia es un valor y el acoso una perversión. No hablamos de una cárcel, sino de escuelas.
El
acoso que comienza en las aulas se continúa a través de las redes sociales. Son
amenazas, insultos, una presión permanente sobre las personas para ver hasta
dónde aguantan, dónde está su límite. Ese mundo de sociabilidad exagerada es
como una losa para adolescentes a los que les cuesta mantener apagados sus móviles
o alejarse de sus ordenadores. Las amenazas les siguen hasta sus casas, las
veinticuatro horas del día, todos los días del año. Basta teclear unas cuantas
barbaridades para que se reproduzca cientos de veces, miles de veces en apenas
unos segundos, impactando sobre la víctima como un tsunami que todo lo arrasa.
Lo que
el diario El Mundo nos cuenta sobre el último caso, cómo se han vuelto las
tornas contra aquellos que acosaron en su momento a la muchacha que se suicidó,
no es bueno. Es más de lo mismo. Por eso se entiende en el final del artículo
la opinión del periodista:
Al periodismo se le recrimina que suele poner
el foco en lo tremendo, en el lado funesto y en los finales desalmados. Y es
cierto.
Es por ello que vamos a terminar con una
buena noticia: a Victoria, el otro día, por las redes sociales, una chica le
pidió perdón.
Este es el gran titular que deja esta
historia: al menos una chica le ha pedido perdón.*
Que
alguien pida perdón por acosar es el "hombre muerde perro". Pero los perros siguen con el protagonismo porque además de morder están
rabiosos. Pedir perdón solo es contraste con la norma. Basta con ver cómo se ha titulado para comprobar que la noticia siguen siendo los perros, sus ladridos y la espuma en sus bocas.
Cuando
insistimos aquí muchas veces en la ejemplaridad
no es por un peculiar sentido de las formas. Se han justificado desde hace
mucho tiempo los "escraches", que no son más que una forma de "acoso
callejero" revestido de discurso político, una forma violenta y antidemocrática
de actuar. Se nos contaba que venía de Argentina, como si fuera un chuletón con
papas fritas o una variante del tango. Pero no era más que una excusa para que
no se asociara con los que habían estado haciendo los filoterroristas en el
País Vasco durante décadas: hacer la vida imposible a la gente para que se
marchara, marcarlos en las calles, lugares de trabajo, colegios... A ellos y a
sus hijos. Como esto ya no está bien
visto, se prefirió asociarlo con una moda argentina. Pero la intransigencia
y la falta de deseo de convivir no hacen falta importarla porque la llevamos
todos dentro. Queda más bonito con nombres en inglés, como si no existieran
aquí, como si hubiera que crearle un nombre nuevo.
El
acoso que se padece en los colegios e institutos es solo una variante del que
otros padecen en sus trabajos y al que también le ponemos nombre inglés para
explicar su procedencia, pero tampoco lo necesita. Nace de los mismos genes
intransigentes que hacen que se lance a un seguidor de un equipo de fútbol
desde lo alto de un puente.
Esta
forma de comportarse en colegios, estadios, lugares de trabajo o escaños
tiene su raíz en la intransigencia y en el aplauso que recibe de unos y el
apartar la mirada de otros. No nos engañemos, no pensemos que son cosas de chicos o de adolescentes. Son
maneras que se manifiestan después porque también tienen su sitio social. Para todas encontramos un nombre y un momento.
La
sociedad española está retrocediendo en esta capacidad de convivencia. Hay
demasiado "airado" suelto para el que vale todo. Se vierte con
demasiada frecuencia el odio hacia los otros, el insulto, la descalificación
radical. Lo hacen cada día los políticos, se hace en los campos de deportes. Lo
percibimos de forma brutal en la impunidad de los comentarios que siguen a
cualquier opinión en un artículo de prensa. Vamos hacia la intransigencia a toda vela.
No
tiene disculpa en ningún nivel, lo haga quien lo haga. Los valores de la
convivencia son esenciales para no convertir la sociedad en un infierno en
donde cada día se tenga el riesgo de quedar en el punto de mira de los que se
sienten bien desahogando sus odios, frustraciones o aburrimiento a través de
una red social o en persona. La red no es más que una herramienta; es fácil echarle la
culpa, pero la causa real no se encuentra en la red sino en la propia sociedad.
Por eso,
tiene razón el periodista, la gran noticia es que alguien, una sola persona, ha
pedido perdón. Pero, ¿a quién le importa?
*
"'A ver quién se va a suicidar ahora. Me cago en tus muertos
pisoteados'" El Mundo 3/06/2015
http://www.elmundo.es/espana/2015/06/03/556dfe6de2704e29338b458c.html
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