Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Está
resultando interesante el postoperatorio de las elecciones. Después de haber
pasado por el quirófano, los pacientes nos enteramos de todo tipo de cuestiones
que no sabíamos antes de entrar en la sala. Unos fueron más claros; otros,
deliberadamente oscuros.
Lo sorprendente
de estas elecciones pasadas es lo mucho que tienen de teatrales. Después de
haber pasado lo peor de la crisis económica y el comienzo de la recuperación de
las macrocifras que parece que no se
corresponden con las microcifras,
según los cálculos de algunos, España se sienta con impaciencia a ver los resultados
de sus votos. La impaciencia de algunos está plenamente justificada: no saben
muy bien lo que han votado.
Durante
estos años, hemos sido sometidos a un intenso discurso emocional en el que se
ha jugado con la corrupción, la estigmatización de la clase política en su
conjunto, la faltad de transparencia y no sé cuántas cosas más para establecer
la angustia, la ira o el miedo como factores que sustituyeran a la racionalidad
del voto. Cada uno ha usado los suyos y ha llevado a las urnas a sus votantes o
secuestrado a los de los demás con esas fuerzas de atracción. La querella de
los antiguos y los modernos en versión política vive su segundo acto en el que
algunos ya intuyen el desenlace del tercero, que promete ser la caña.
El
diario El País escribe en su editorial de hoy, titulado de forma interrogativa "¿Nueva
política?":
Es preocupante haber cumplido el tercer
lustro del siglo XXI sin que los dirigentes tengan claro que la transparencia
forma parte de la negociación. Esto no implica meter micrófonos o cámaras en
los despachos o restaurantes. Pero tampoco deben eludirse las imágenes de los
encuentros —solo han existido las de Sánchez con Rajoy; no, lamentablemente,
las de Sánchez con Pablo Iglesias o Albert Rivera— por cálculos sobre la
reacción de las hinchadas a juntarse con unos o con otros, ni dejar de
explicarse sobre lo hablado. La actitud es similar en el caso de los símbolos
de la nueva política, Iglesias y Rivera, tan evasivos y poco transparentes como
los partidos de siempre.
El peligro de que se instale la confusión es
real, porque el tiempo pasa sin que se traduzca en decisiones la voluntad
ciudadana expresada en las urnas del 24 de mayo —lo mismo que sucede con las
andaluzas del 22 de marzo—. Una mirada más profunda nos lleva a encontrar las
razones del vacío en el efecto provocado por las añejas normas en vigor.*
Los
nuevos partidos son una gran incógnita al igual que los viejos son previsibles.
Lo más triste de la situación política actual es que viene precedida de todos
los avisos y signos celestes posibles. Sencillamente, la vieja guardia política
no creyó que pudiera darse este escenario. Y, sin embargo, es en el que
estamos.
Las dos
grandes ciudades españolas, Madrid y Barcelona, se aprestan a experimentos en
su gobierno del que algunos se asustan ya de lo que escuchan, como la señora
Ada Colau diciendo que no cumplirá las leyes que considere injustas. Los jueces
le han debido recordar que su tiempo asambleario ha terminado y que esas cosas
no las dicen las autoridades municipales o de cualquier otro tipo. La señora
Carmena nos deja hoy declaraciones sobre la intransigencia del
"nacionalismo español" y lo interesante que sería decidir sobre el "modelo
territorial". Todo esto no es más que el preludio de la segunda parte de
la obra, apenas los personajes en escena.
La
responsabilidad de lo que ocurra en esta próxima legislatura es de todos con nuestros votos. Pero
es sobre todo responsabilidad de dos partidos que no han sabido asumir las
reacciones de la sociedad española ante sus errores acumulados.
No creo
que España se haya radicalizado ideológicamente. Creo que se ha hartado de no
ser escuchada desde que una parte salió a la calle un 15 de mayo, vieron que
eran muchos y algunos se animaron. El desprecio con el que se trató ese movimiento popular, hasta que se descompuso en grupos más radicales, no consiguió acallar el
sentimiento de protesta ciudadana, que es algo más que salir a la calle con una
pancarta. Es la demostración fehaciente de que no entendieron nada. Repaso los
escritos de entonces y encuentro uno escrito el 19 de mayo, tan solo un par de
días después del comienzo de las manifestaciones, titulado "La sordera política". Siguen igual de sordos, pero pronto dará igual que recuperen vista y oído. No habrá parches en mucho tiempo.
El que
no quiso verlo, no lo vio. Pero estaba meridianamente claro para todo el que ha
querido darse cuenta que aquello no era una simple irritabilidad momentánea,
sino una indignación consolidada. El empecinamiento de los partidos, unos sin
renovación y otros demasiado tarde, no ha servido para salvarles en su debacle
electoral. El señor Pedro Sánchez puede sacar pecho, pero —como bien le han
dicho— son sus peores resultados desde 1979. Ahora tendrá que sentarse a
intentar liderar una "izquierda" que no existía en su mente antes de
las urnas. Acabará creando una grieta interna con cada pacto que haga con los
que le pasarán por encima. Pero ese parece ser su camino hacia el liderazgo. Mientras
tanto, el Partido Popular da vueltas alrededor de la piedra de Mariano Rajoy
esperando algún tipo de reacción y repitiendo el mantra de la mejora económica.
Izquierda Unida, por su parte, hace equilibrios sobre el vacío rezando por
tener una vida mejor en una próxima reencarnación. Que así sea.
Los que
se inició en las europeas, se ha consolidado en las municipales y autonómicas.
Ya solo queda el asalto al gordo de Navidad, a las generales, donde los que
ahora negocian con debilidad o con fortaleza, según los casos, podrán reagrupar
sus votos para darles mayor utilidad. Algunos lo harán por las buenas; otros,
en cambio, verán cómo sus votos se les escapan de los dedos por no haber
entendido ni el mensaje de entonces ni el de ahora. Si hundir al PP era un objetivo político, debilitar al PSOE era más rentable para llevarle después a los pactos.
No hay
peor ciego que el que no quiere ver, nos dice el refrán.
Dice El
País que percibe confusión. No es de extrañar. Pero esto solo ha empezado. Y es
previsible que todo se aclare en un tercer acto muy movido. A diferencia de las obras de misterio, aquí se trata de saber quién es la víctima. A los culpables ya los conocemos.
* "¿Nueva política? El País 6/06/2015
http://elpais.com/elpais/2015/06/05/opinion/1433529306_022005.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.