domingo, 3 de noviembre de 2013

La mosca y el becerro de chocolate

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace tiempo que comencé a ironizar con mis amigos egipcios sobre cómo la a consideración que tenían por Bassem Youssef, el humorista satírico que dio el salto de los canales de YouTube a la televisión convirtiéndose en azote del islamismo en el breve e intenso periodo de Mohamed Morsi, permitía clasificarlos. Los egipcios se podían distinguir a través de su perfil de Facebook por si incluían o no a Youssef en los "me gusta". Sencillo, pero funcionaba.
La salida de su show de la parrilla, por decisión de la cadena tras la emisión del primer programa,  ha sido una de las noticias relevantes de estos días. Bassem Youssef sigue siendo un buen termómetro del sistema, como suele ocurrir con los humoristas. Todos los ojos de Egipto estaban puestos sobre ese primer programa de la temporada. Los islamistas le desafiaban a ser crítico con la nueva situación y sus hombres fuertes, mientras que los partidarios del poder actual parece ser que no estaban para bromas. Youssef ha sido consecuente consigo mismo y dedicó esa primera sesión a criticar la nueva idolatría dirigida al general El-Sisi, usando el episodio de las efigies de chocolate que lo reproducen. Dice Al-Ahram de forma lacónica: «Those weary of the Egyptian media's unabashed adoration of El-Sisi in the wake of Morsi's ouster were not disappointed.»* Y, en efecto, no defraudó a nadie en un cierto y negativo sentido.

Bassem concluyó señalando que "islamistas" y "liberales" comparten algo: la intransigencia cuando están en el poder. Al término del primer programa, las denuncias ante los tribunales se amontonaban contra Youssef dentro de esa epidemia obsesiva —mal endémico egipcio— por las visitas a los tribunales a denunciar a los demás convirtiéndose en guardianes de cualquier ortodoxia. Las huestes de personas ofendidas, escandalizadas, haciendo trizas sus honestas vestiduras, hacían cola para ser los primeros en denunciar al irreverente Youssef que se atrevió a reírse de lo que los egipcios del momento deciden elevar a "sagrado", aunque sea convirtiéndolo en "becerro de chocolate". La efigie del general acabó en dulces, pasteles y chocolatinas, variante calórica y popular de monedas, sellos y retratos.
Es significativo —y no menos preocupante— que haya sido la propia cadena egipcia de televisión la que haya puesto problemas al programa por "incumplimiento de la línea editorial", casi un chiste más al tratarse de un programa de humor satírico que el propio Bassem Youssef dirigió contra la cadena en ese primer episodio.

Se da en Egipto una muy especial relación entre el humor y la seriedad que envuelve al poder protegiéndolo como si de una chaleco antibalas se tratara. Nadie hace más chistes que los egipcios y, por acumulación histórica de dictadores, nadie hace más chistes políticos que ellos. Es probablemente una forma de desahogarse frente a tanto autoritarismo padecido hasta la fecha. La carencia de periodos de libertad entre dictaduras —unas se suceden a otras aunque pasen por las urnas— no da tiempo a que se desarrolle el sentido de la transigencia que es el que aparece con la convivencia que fuerza a asimilar críticas. El egipcio se acostumbra a una forma de fidelidad a sus ídolos del momento —cantantes, actores o políticos— que degenera en una idolatría masiva, como ha sido la denuncia de Bassem Youssef junto a la de otros muchos que los hicieron desde los medios independientes, personas nada sospechosas de simpatías por los Hermanos Musulmanes y demás grupos afines. Después de señalar que había sido acosado judicialmente por los islamistas, por los que no guarda simpatía, Youssef ha señalado:

"At the same time, I am not with hypocrisy, deification of individuals and creation of pharaohs," he went on. "We are afraid that fascism in the name of religion will be replaced with fascism in the name of nationalism," Youssef added, expressing concern over the possible suppression of free media during the transitional period.*


La situación extraña de Egipto —¿qué situación no es extraña en Egipto?— en estos momentos hace que episodios como el del Youssef sean foco de atención. La cuestión clave es si esto es el "epílogo" de una transición hacia un modelo más abierto de libertades o su por el contrario es el "prólogo" a un nuevo periodo de la misma intransigencia que se ha vivido en décadas y que llevó al estallido de la Revolución. ¿Coletazos finales o despertar? Epílogo o prólogo, esa es la cuestión.

Desde mi humilde punto de vista, Egipto debe poner en marcha una pedagogía de la tolerancia, de la que se ha perdido una buena ocasión con el caso de Bassem Youssef. La tentación del "caudillismo", de elevar al rango de becerros de oro —o de chocolate— a los dirigentes es demasiado grande y ha sido objeto de denuncia calificándola como "fascismo social" por personas que no solo se llaman "liberales" sino que lo son. El liberalismo es algo más que una etiqueta; es un compromiso con ciertas actitudes y denuncias de otras. Youssef es más "liberal" que aquellos que puedan etiquetarse de esa manera y lo ha demostrado a su manera, ejerciendo la crítica sin distinción ni sumisión.
Es cierto que el islamismo no da cuartel y que su estrategia es crear el mayor número de dificultades posibles mediante el acoso permanente y la suma de víctimas, pero no se frenan sus intenciones con el silencio de Youssef, como algunos quieren en su miopía.

Las críticas del cómico fueron más a los adoradores sociales que al poder mismo, a los que quieren, como dijo hace pocos días, reponer faraones más próximos a sus intereses sin entrever sus consecuencias presentes y futuras. El miedo de la cadena televisiva a perder audiencia por las críticas al poder no es solo un miedo político —había indicios e insinuaciones de que el régimen aceptaría las críticas de Youssef— o uno económico. Es básicamente miedo a ir en contra de la corriente social principal en estos momentos. Es ejercicio de intolerancia por rechazo a lo que se ha elevado al rango de incuestionable. Los aduladores egipcios son uno de los males del país, porque lo harán con cualquiera que llegue.
La tentación autoritaria puede ser grande más allá de las circunstancias actuales y hacer de nuevo un sistema político que genere su propio régimen excluyente. Si en Egipto ni unos ni otros apuestan por la democracia, poco camino le queda por recorrer, solo girar sobre su propio eje faraónico vestido con distintos ropajes y credos.
La Constitución que se está elaborando es una pieza importante del diseño en estos momentos de interinidad y de ella saldrá el esquema de construcción del futuro. No debe nacer muerta como la anterior, atracada de totalitarismo e intransigencia bajo grandes palabras. La soberbia de Morsi y los Hermanos, su incapacidad de dialogar y de interpretar el confuso panorama político y social, las aspiraciones de un pueblo aburrido y harto, no debe ser repetida.


Lo que pudo ser un ejemplo de revolución cívica se ha ido torciendo por la mala dirección de la SCAF primero y de los islamistas después. Ahora es el momento, cuando los errores están frescos y no se pueden ni deben olvidar, de evitar la condena a una repetición periódica de la intransigencia y el autoritarismo.
Es el poder el que debe dar ejemplo de liberalidad frente a la inercia social de adoración de becerros, de elevación del poderoso a posiciones incuestionables, aunque sean desde el humor.
Egipto tiene la gran suerte de tener ese espíritu libre que es Bassem Youssef. Debería mantenerlo y respetarlo como una exigencia de que la crítica —la base de cualquier democracia— se mantiene. ¡Ay de los que no son nunca criticados, de los que son cada día recibidos con cantos y admiraciones! ¡Ay de ellos!, porque perderán el sentido de la realidad, del bien y de mal, de lo justo y lo injusto, sepultados por el peso de los halagos, la verdadera droga del poderoso.


Uno de los rasgos más característicos de la Revolución del 25 de enero fue la emergencia de voces críticas que desde el arte y especialmente del humor fueron capaces de transmitir en canciones y caricaturas, en poemas y chistes, el sentimiento de cambio y posteriormente el desvío de los llegados al poder respecto de las aspiraciones generales. Si lo ocurrido el 30 de junio es realmente una prolongación de la Revolución, como sostienen algunos, debería notarse en ese mantenimiento necesario del humor crítico, la mosca que no deja de incordiar al poderoso. Es una garantía para el propio pueblo de que el que gobierna no se olvide, en las alturas, de los que tiene debajo.

Con el juicio a Morsi a punto de comenzar, puede parecer que el discurso del humor no tiene mucho espacio para la crítica, pero quizá, por otro lado, sea más necesario que nunca. Siempre es mejor descubrir la realidad que no nos gusta bajo un chiste, que el silencio que todo lo oculta bajo la alfombra. El primero nos hará reaccionar aunque sea dolorosamente; el segundo nos hundirá placenteramente en el desastre.
No hay que elevar demasiados becerros, especialmente de chocolate, porque el exceso de calor público acaba derritiéndolos.
  


* "Bassem Youssef's TV show El-Bernameg suspended: CBC channel" Ahram Online  1/11/2013 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/1/85369/Egypt/-Bassem-Youssefs-TV-show-ElBernameg-suspended-CBC-.aspx





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