Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
tiempo que comencé a ironizar con mis amigos egipcios sobre cómo la a
consideración que tenían por Bassem Youssef, el humorista satírico que dio el
salto de los canales de YouTube a la televisión convirtiéndose en azote del
islamismo en el breve e intenso periodo de Mohamed Morsi, permitía
clasificarlos. Los egipcios se podían distinguir a través de su perfil de
Facebook por si incluían o no a Youssef en los "me gusta". Sencillo,
pero funcionaba.
La
salida de su show de la parrilla, por decisión de la cadena tras la emisión del
primer programa, ha sido una de las
noticias relevantes de estos días. Bassem Youssef sigue siendo un buen
termómetro del sistema, como suele ocurrir con los humoristas. Todos los ojos
de Egipto estaban puestos sobre ese primer programa de la temporada. Los
islamistas le desafiaban a ser crítico con la nueva situación y sus hombres
fuertes, mientras que los partidarios del poder actual parece ser que no
estaban para bromas. Youssef ha sido consecuente consigo mismo y dedicó esa
primera sesión a criticar la nueva idolatría dirigida al general El-Sisi,
usando el episodio de las efigies de chocolate que lo reproducen. Dice Al-Ahram de forma lacónica: «Those
weary of the Egyptian media's unabashed adoration of El-Sisi in the wake of
Morsi's ouster were not disappointed.»* Y, en efecto, no defraudó a nadie en un cierto y negativo
sentido.
Bassem
concluyó señalando que "islamistas" y "liberales" comparten
algo: la intransigencia cuando están en el poder. Al término del primer
programa, las denuncias ante los tribunales se amontonaban contra Youssef
dentro de esa epidemia obsesiva —mal endémico egipcio— por las visitas a los
tribunales a denunciar a los demás convirtiéndose en guardianes de cualquier
ortodoxia. Las huestes de personas ofendidas, escandalizadas, haciendo trizas
sus honestas vestiduras, hacían cola para ser los primeros en denunciar al
irreverente Youssef que se atrevió a reírse de lo que los egipcios del momento
deciden elevar a "sagrado", aunque sea convirtiéndolo en "becerro
de chocolate". La efigie del general acabó en dulces, pasteles y
chocolatinas, variante calórica y popular de monedas, sellos y retratos.
Es
significativo —y no menos preocupante— que haya sido la propia cadena egipcia
de televisión la que haya puesto problemas al programa por "incumplimiento
de la línea editorial", casi un chiste más al tratarse de un programa de
humor satírico que el propio Bassem Youssef dirigió contra la cadena en ese
primer episodio.
Se da
en Egipto una muy especial relación entre el humor y la seriedad que envuelve
al poder protegiéndolo como si de una chaleco antibalas se tratara. Nadie hace
más chistes que los egipcios y, por acumulación histórica de dictadores, nadie
hace más chistes políticos que ellos. Es probablemente una forma de desahogarse
frente a tanto autoritarismo padecido hasta la fecha. La carencia de periodos
de libertad entre dictaduras —unas se suceden a otras aunque pasen por las
urnas— no da tiempo a que se desarrolle el sentido de la transigencia que es el
que aparece con la convivencia que fuerza a asimilar críticas. El egipcio se
acostumbra a una forma de fidelidad a sus ídolos del momento —cantantes,
actores o políticos— que degenera en una idolatría masiva, como ha sido la
denuncia de Bassem Youssef junto a la de otros muchos que los hicieron desde
los medios independientes, personas nada sospechosas de simpatías por los
Hermanos Musulmanes y demás grupos afines. Después de señalar que había sido
acosado judicialmente por los islamistas, por los que no guarda simpatía,
Youssef ha señalado:
"At the same time, I am not with
hypocrisy, deification of individuals and creation of pharaohs," he went
on. "We are afraid that fascism in the name of religion will be replaced
with fascism in the name of nationalism," Youssef added, expressing concern
over the possible suppression of free media during the transitional period.*
La situación extraña de Egipto —¿qué situación no es extraña
en Egipto?— en estos momentos hace que episodios como el del Youssef sean foco
de atención. La cuestión clave es si esto es el "epílogo" de una
transición hacia un modelo más abierto de libertades o su por el contrario es
el "prólogo" a un nuevo periodo de la misma intransigencia que se ha
vivido en décadas y que llevó al estallido de la Revolución. ¿Coletazos finales
o despertar? Epílogo o prólogo, esa es la cuestión.
Desde mi humilde punto de vista, Egipto debe poner en marcha
una pedagogía de la tolerancia, de la que se ha perdido una buena ocasión con
el caso de Bassem Youssef. La tentación del "caudillismo", de elevar
al rango de becerros de oro —o de chocolate— a los dirigentes es demasiado
grande y ha sido objeto de denuncia calificándola como "fascismo
social" por personas que no solo se llaman "liberales" sino que
lo son. El liberalismo es algo más que una etiqueta; es un compromiso con
ciertas actitudes y denuncias de otras. Youssef es más "liberal" que
aquellos que puedan etiquetarse de esa manera y lo ha demostrado a su manera,
ejerciendo la crítica sin distinción ni sumisión.
Es cierto que el islamismo no da cuartel y que su estrategia
es crear el mayor número de dificultades posibles mediante el acoso permanente
y la suma de víctimas, pero no se frenan sus intenciones con el silencio de
Youssef, como algunos quieren en su miopía.
Las críticas del cómico fueron más a los adoradores sociales que al poder mismo,
a los que quieren, como dijo hace pocos días, reponer faraones más próximos a
sus intereses sin entrever sus consecuencias presentes y futuras. El miedo de
la cadena televisiva a perder audiencia por las críticas al poder no es solo un
miedo político —había indicios e insinuaciones de que el régimen aceptaría las
críticas de Youssef— o uno económico. Es básicamente miedo a ir en contra de la
corriente social principal en estos momentos. Es ejercicio de intolerancia por
rechazo a lo que se ha elevado al rango de incuestionable. Los aduladores
egipcios son uno de los males del país, porque lo harán con cualquiera que
llegue.
La tentación autoritaria puede ser grande más allá de las
circunstancias actuales y hacer de nuevo un sistema político que genere su propio
régimen excluyente. Si en Egipto ni unos ni otros apuestan por la democracia,
poco camino le queda por recorrer, solo girar sobre su propio eje faraónico
vestido con distintos ropajes y credos.
La Constitución que se está elaborando es una pieza
importante del diseño en estos momentos de interinidad y de ella saldrá el
esquema de construcción del futuro. No debe nacer muerta como la anterior,
atracada de totalitarismo e intransigencia bajo grandes palabras. La soberbia
de Morsi y los Hermanos, su incapacidad de dialogar y de interpretar el confuso
panorama político y social, las aspiraciones de un pueblo aburrido y harto, no
debe ser repetida.
Lo que pudo ser un ejemplo de revolución cívica se ha ido
torciendo por la mala dirección de la SCAF primero y de los islamistas después.
Ahora es el momento, cuando los errores están frescos y no se pueden ni deben
olvidar, de evitar la condena a una repetición periódica de la intransigencia y
el autoritarismo.
Es el poder el que debe dar ejemplo de liberalidad frente a
la inercia social de adoración de becerros, de elevación del poderoso a
posiciones incuestionables, aunque sean desde el humor.
Egipto tiene la gran suerte de tener ese espíritu libre que
es Bassem Youssef. Debería mantenerlo y respetarlo como una exigencia de que la
crítica —la base de cualquier democracia— se mantiene. ¡Ay de los que no son
nunca criticados, de los que son cada día recibidos con cantos y admiraciones!
¡Ay de ellos!, porque perderán el sentido de la realidad, del bien y de mal, de
lo justo y lo injusto, sepultados por el peso de los halagos, la verdadera
droga del poderoso.
Uno de los rasgos más característicos de la Revolución del
25 de enero fue la emergencia de voces críticas que desde el arte y
especialmente del humor fueron capaces de transmitir en canciones y
caricaturas, en poemas y chistes, el sentimiento de cambio y posteriormente el
desvío de los llegados al poder respecto de las aspiraciones generales. Si lo
ocurrido el 30 de junio es realmente una prolongación de la Revolución, como
sostienen algunos, debería notarse en ese mantenimiento necesario del humor
crítico, la mosca que no deja de incordiar al poderoso. Es una garantía para el propio pueblo de que el que gobierna no se olvide, en las alturas, de los que tiene debajo.
Con el juicio a Morsi a punto de comenzar, puede parecer que
el discurso del humor no tiene mucho espacio para la crítica, pero quizá, por
otro lado, sea más necesario que nunca. Siempre es mejor descubrir la realidad
que no nos gusta bajo un chiste, que el silencio que todo lo oculta bajo la
alfombra. El primero nos hará reaccionar aunque sea dolorosamente; el segundo
nos hundirá placenteramente en el desastre.
No hay que elevar demasiados becerros, especialmente de chocolate,
porque el exceso de calor público acaba derritiéndolos.
*
"Bassem Youssef's TV show El-Bernameg suspended: CBC channel" Ahram
Online 1/11/2013
http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/1/85369/Egypt/-Bassem-Youssefs-TV-show-ElBernameg-suspended-CBC-.aspx
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