Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De las
imágenes del loco parisino de la escopeta, el que tiene en vilo a todos por si
le vuelve a dar otro ataque, lo que me ha dejado sorprendido es la parsimonia
del señor de la escalera en la cadena BMFTV, el señor mayor que con su bastón asciende con
dificultad por la escalera apoyándose en el pasamanos. Las imágenes que nos han
ofrecido las cadenas españolas de televisión —al menos las que yo he visto— se
centran como es lógico en seguir al agresor. Me llama la atención que uno se
pueda cruzar con un hombre armado como si fuera un repartidor de telepizza y
seguir, sin inmutarse, un lento e interminable ascenso por la escalera, la huida
más lenta de la historia. Me choca también la actitud del agresor, que tiene
que esquivarlo en su ascenso como fuera una fregona olvidada en la limpieza de
los peldaños.
Entro en las páginas virtuales del diario Le Figaro y veo la secuencia de las cámaras de seguridad que ellos
ofrecen y me hace ganar esos segundos que me permiten ampliar la secuencia y
tratar de comprender tan peculiar comportamiento. Un hombre abandona el
mostrador de BFMTV y se dispone a iniciar el ascenso del tramo de escalera que
le separa de la salida. Lleva un bastón en su mano; es mayor. Antes de lanzarse hacia la
escalera, se detiene a un par de metros de ella y recompone su abrigo. La
distancia a la que lo hace nos indica que será un ascenso penoso para él, que
necesita cierta mentalización para subir aquellos escalones. Es el tiempo que
aprovecha para colocar su abrigo adecuadamente, coger aire y fuerzas.
Es
entonces, mientras está contemplando aquel obstáculo sin piedad arquitectónica
para alguien de su edad, en su estado físico, cuando se abre la puerta de la calle y entra el hombre
con la escopeta en la mano. Tras ver varias veces las imágenes, se puede
percibir una cierta vacilación en las piernas, un ligero temblor, una
vacilación en el hombre del bastón, su rigidez momentánea por la tensión del cuerpo. Frente a él, un hombre inequívocamente
armado con una escopeta va a iniciar el descenso por la misma escalera que usará para salir a la calle.
No sé
si uno puede ponerse en la mente de alguien en esa situación. ¿Qué hacer,
retroceder, darse la vuelta? ¿Quizá gritar? ¿Buscar refugio? ¿Quedarse parado,
arrojarse al suelo? Lo único que sabe es que ha entrado un hombre —muy decidido, dicen la informaciones—
armado con una escopeta, que se dirige de frente hacia él, que es el primero que se encontrará.
Y el
cerebro de este hombre, milagrosamente, decide que terminará de abotonarse su
abrigo y mantendrá su idea inicial ascendiendo dificultosamente por la
escalera como si no pasara nada. Durante una fracción de segundo, los dos están situados como si de un
duelo en un western se tratara y la
escalera fuera la calle principal de un pueblo. Durante esa fracción de segundo,
el hombre del bastón y el de la escopeta se tienen forzosamente que mirar el
uno al otro, verse de frente. Hasta que deciden no verse, que no existen el uno para el otro. El hombre del bastón se vuelve avestruz.
Es un
contrato visual. Cada uno en dirección al otro, se cruzan ignorándose. Sin embargo, como la mujer de Lot, la curiosidad
traiciona al hombre del bastón quien, con la mano en barandilla, abordando el
ascenso del primer escalón, gira durante un segundo su cabeza para mirar qué
ocurre. Sabe que el hombre de la escopeta tiene que regresar por el mismo
camino y que no llegara, con su pobre velocidad, a la calle antes que él.
Después
de perpetrar su acción amenazante con el arma, el agresor (¿cómo llamarle: el
"tipo", como hace El País,
el "lobo solitario", como lo hace El
Mundo?) se gira y comienza su huida. El hombre del bastón se encuentra
todavía iniciando el ascenso del segundo escalón, subiendo dificultosamente. El
hombre de la escopeta tiene que esquivarlo para evitar chocar con él. Después
se encamina rápidamente hacia la salida a la calle. El contrato visual sigue
funcionando. El extraño episodio ha terminado.
Son dos
tiempos distintos, una secuencia de mundos paralelos. La velocidad frenética de
la acción de uno y la lentitud del otro confluyendo en un mismo espacio. Son
como Aquiles y la tortuga sin malos trucos filosóficos. La tortuga, en este caso, se salva de ser pisoteada por el veloz Aquiles precisamente por su increíble lentitud. En esta carrera, lo importante es no participar. Se trataba de mostrar que la lucha del hombre del bastón estaba con los peldaños de la escalera, lo demás no importaba. Estrategia de supervivencia. ¿Crisis, qué crisis?
Lo que
quedó en amenazas y sustos el viernes en BFMTV, se concretó en el disparo
contra el fotógrafo de Libération, esta vez sí, el primero que encontró en su camino, ayer lunes. Se encuentra grave. Se despidió
el viernes diciendo "¡la próxima vez no fallaré!" y así ha sido.
El
viernes fue el ensayo general con público; ayer, su debut criminal.
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