Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
A veces
los experimentos sirven para confirmar algo que ya sabemos todos. Corrijo: que
antes intuíamos, porque se trata precisamente de distinguir entre conocimiento
e intuición. Esto ocurre especialmente en el campo de las ciencias del
comportamiento, como la Psicología, que de vez en cuando nos traen
descubrimientos que no nos sorprenden demasiado. Otra de las teorías de este campo precisamente
insiste en que para llegar al grado de sociabilidad que hemos alcanzado y que
nos permite grandes avances evolutivos, como hacer colas para subir a un
autobús o pagar en la caja del supermercado que se diferencian profundamente de
las filas, por ejemplo, de las hormigas. La teoría viene a decir que para
sobrevivir hemos tenido que desarrollar una serie de habilidades sociales que
nos permitan estar juntos. Tenemos que ser psicólogos prácticos para poder
sobrevivir al efecto de estar juntos. Aprendemos en la escuela de la vida
mirando, padeciendo y escarmentando.
El
diario El País recoge en un artículo de ayer el resultado de uno de esos
experimentos de Psicología que nos confirman algunas cosas pero que nos
despistan en otras, porque una cosa que sea ya sabido y otra cosa cómo lo
interpreta y expresa el conocimiento popular a través de sus metáforas
culturales. Ya desde su título se aplica la retórica popular que es —creo yo— la
que habría que corregir pues no se trata tanto cuando se hace divulgación de
repetir los tópicos, sino precisamente de lo contrario, de depurarlos de
fantasías y acercarlos a las explicaciones actuales. Divulgar no es lo mismo que vulgarizar.
Para
comenzar nos da en su titular un consejo metafóricamente extraño: "¿Será
tu media naranja? Escucha a tus vísceras". Verdaderamente es difícil
encerrar tanto tópico y metáfora en tan poco espacio, pero quizá debamos
acostumbrarnos —a mí me cuesta, debo confesarlo— a que no haya muchas diferencias
en la forma de presentar las informaciones entre una sección del corazón y otra de cardiología. Dicen los teóricos —los únicos que cuentan ya, los del
marketing de los medios— que la comunicación tiene que ser eficaz de esta
manera y los demás los siguen por la cuenta competitiva que les trae a todos
los que tienen que practicar el doble arte de informar y seducir en el mismo
espacio.
Dispuesto
a escuchar lo que mis vísceras tengan que decirme sobre hipotéticas medias
naranjas del futuro o alguna aclaración —que nunca viene mal— sobre las del
pasado, me adentro en el artículo. Y me cuentan lo que sigue sobre el
experimento realizado por James McNulty, de la Universidad de Florida,
publicado en Science:
Una tradición de la psicología social ha
sostenido durante décadas que los procesos automáticos de la mente producen
efectos sociales, pero la teoría carecía hasta ahora de soporte empírico y
había empezado a ser cuestionada. El experimento de McNulty y sus colegas
aporta exactamente esa clase de evidencia que se echaba de menos.
Los psicólogos han estudiado a 135 parejas
heterosexuales desde que estaban recién casadas hasta cuatro años después,
haciéndoles un examen cada seis meses durante ese periodo. Cada vez les han
preguntado —por supuesto, a cada miembro de la pareja por separado— sus
sentimientos explícitos sobre el cónyuge. Pero también han medido, con los
trucos enrevesados típicos de la psicología experimental, sus sensaciones
viscerales sobre su pareja, la clase de sentimiento que no se revela filtrada
ni metabolizada por la razón, sino que surge virgen y brutal de las capas más
oscuras de nuestro cerebro profundo o reptiliano.*
Me
quedo perplejo. En primer lugar me sorprende que alguien haya dudado que lo que
se produce en la mente, por muy automático que pueda ser, no tenga "consecuencias
sociales". Como diría Julio Anguita en alguna entrevista que le hicieran
sobre esto "defíname 'consecuencias sociales'". Un simple dolor de
cabeza puede cambiar nuestro comportamiento, por ejemplo, con lo cual ya podría
tener consecuencias sociales —en
nuestras relaciones con los demás— en algún sentido. Consecuencias sociales tiene la subida del IVA en los cines y la
decisión puede ser consecuencia de haberle sentado mal la cena a alguien, por
más que el afectado se niegue a creerlo.
Descubrimos
que lo de las vísceras era un forma
metafórica de referirse a nuestro cerebro, tal como se recoge en la fórmula,
por ejemplo, "reacciones viscerales", en el sentido de una distinción
entre lo racional, que se
identificaría como lo "consciente" o "meditado", aquello
sobre lo que un sujeto puede preguntarse y ser preguntado y dar cuenta. Aquello
que no se manifiesta ante la mente consciente, los automatismos —algo que el cerebro no necesita volver a pensar por la vías lentas porque ya sabe cómo hacerlo tras
el aprendizaje— ha sido previamente conscientes, puesto que hemos debido
aprenderlos. Todos tenemos la experiencia de este tipo de acciones que
realizamos automáticamente mientras podemos pensar en otras cosas. El cerebro,
que ya ha aprendido cómo hacerlas, nos libera de tener que
"pensarlas" y pone una especie de piloto automático. Pura economía. Hay
otro tipo de reacciones automáticas, primitivas, de esas capas de nuestro
cerebro antes de que se desarrollara nuestra inteligencia superior, decimos.
Que
existan discordancias entre las distintas formas de pensamientos y reacciones
es natural. Nuestra unidad como
sujetos es más filosófica que otra cosa; no somos "entes". Basta —por
acercarse con doble aprovechamiento— con leer El lobo estepario, de Hermann Hesse, y su distinción dual del
"lobo hombre" como separación de la "racionalidad" y la
"animalidad" de su protagonista, Harry Haller, para comprender que
somos un campo conflictivo de disputas en el que tenemos el rostro de todos los
guerreros.
El
experimento no nos descubre nada —solo "se echaba de menos la
evidencia", como dice Javier Sampedro en el texto—, pero sigue siendo,
desde mi punto de vista, conflictivo por la forma elegida de presentar los
resultados y sus consecuencias. El titular del estudio publicado en Science es
el siguiente: "Though They May Be Unaware, Newlyweds Implicitly Know
Whether Their Marriage Will Be Satisfying“ (Aunque lo desconozcan, los recién
casados conocen de forma implícita si su matrimonio será grato).
Esta
manía de titular todo como si se tratara de revistas del corazón convierte
además de tópico en debilidades lo que pudiera ser valioso en otro sentido. El
tener que buscar a todo trance y por cualquier medio un "titular
eficaz", en el sentido antes expresado, acaba volviéndose frente a ti.
Una
cosa es que los estudios experimentales detecten que existe una divergencia
entre lo que decimos conscientemente y los temores o atracciones emocionales que
podamos mantener respecto a nuestras parejas respectivas y otra muy distinta
está en convertir, como hacían los antiguos magos y adivinos, las vísceras en
fuente informativa. Las "vísceras", a pesar de lo que dice el
artículo, no nos dicen nada, como no se lo decían a reyes ni emperadores. La
"hieroscopia" era precisamente el arte de la interpretación de las
vísceras de los animales. De la misma forma, todo aquello que no estaba
controlado conscientemente —un simple estornudo— era convertido en "revelador"
del futuro.
El
titulo del estudio publicado en Science convierte a los psicólogos —porque
ellos lo quieren— en intérpretes de vísceras, dando más importancia a la
información no consciente (Implicitly Know) que a lo que puedan decir
conscientemente (información explícita). Ya sea por atribuírselo a la
intervenciones de los dioses o de las vísceras, en el fondo se trata de lo
mismo, nos vienen a decir, las vísceras
tiene razón. O no, podríamos añadir.
En
primer lugar, la pareja es cosa de dos, obviedad que se suele soslayar con
terribles efectos sociales, aunque
sea en esas sociedad de dos. Es decir: mis vísceras pueden estar muy
satisfechas —sentirme uno con mis
vísceras— mientras que las de mi pareja pueden estar de lo más negativo
implícito, incluso de lo más borde
explícito. Esto no tiene nada que ver con las vísceras ni la consciencia, sino
con la esencial asimetría del amor, algo que no se comprende hasta que se
padece.
En
segundo, no todo el mundo tiene el mismo sentimiento de felicidad en la pareja,
el mismo grado de satisfacción. En este caso se puede leer Madame Bovary como alternativa al artículo de Science también con buen provecho.
En realidad de lo que habla el artículo no es de la capacidad adivinatoria de la vísceras en la elección de pareja, como se sugiere. En al abstract del artículo en Science se señala:
At baseline of our longitudinal study, 135
newlywed couples (270 individuals) completed an explicit measure of their
conscious attitudes toward their relationship and an implicit measure of their
automatic attitudes toward their partner. They then reported their marital
satisfaction every 6 months for the next 4 years. We found no correlation
between spouses’ automatic and conscious attitudes, which suggests that spouses
were unaware of their automatic attitudes. Further, spouses’ automatic
attitudes, not their conscious ones, predicted changes in their marital
satisfaction, such that spouses with more positive automatic attitudes were
less likely to experience declines in marital satisfaction over time.
Lo que quiere decir realmente es que conforme avanza la vida de la pareja, se va produciendo un proceso de autoengaño en el que se ocultan los elementos negativos, se niegan, algo que las "vísceras" no hacen. Una esposa maltratada puede pensar y decir racionalmente que no tiene miedo a su marido, pero su cuerpo reaccionará con síntomas de miedo cuando lo oiga llegar a casa. Sentirá que el estómago se le encoge, sequedad en la boca y una presión en sus sienes, por ejemplo. Aunque ella se empreñe en negarlo, el miedo existe y se manifiesta en determinadas reacciones. Es algo que un buen observador o quien lo haya experimentado —no solo en la pareja, sino el acoso en el trabajo o en la escuela— sabe. Lo que han determinado los psicólogos no es un método de adivinación, sino detectar las bases de un conflicto que podemos negar racionalmente. No podemos reprimir nuestros miedos, aunque si negarlos y aprender a oculatrlos a los otros y a nosotros mismos. Así somos.
Si en
el artículo se habla de "los trucos enrevesados típicos de la psicología
experimental", estos son juegos de niños en comparación con los
"trucos enrevesados" que nuestro cerebro realiza para ocultar a
nuestra mente muchos de esos elementos, las cegueras que provoca para conseguir
mantener un equilibrio inestable, como es el cada relación de pareja.
De
artículo se desprende la idea —es lo que se vende hoy— de que es posible
conocer —nuestro cerebro reptiliano
es muy listo— el destino de nuestra vida en pareja. Esto es un barbaridad y
seguro que son más eficaces los test de compatibilidad "consciente"
que realizan las empresas de emparejamiento que han proliferado en las últimas
décadas. Pero estas no trabajan con las vísceras sino con el conocimiento
social acumulado, con los resultados de las grandes cifras y con unas hipótesis
de salida: las personas que tienen mucho en común, comparten más. Como en toda
pretensión de alcanzar sinceridad en nuestras respuestas, siempre se choca —de
ahí los trucos— con nuestra tendencia natural a malentendernos, a construirnos
discursivamente como una serie de capas protectoras idealizadas. Nunca mentimos
más que cuando decimos que somos sinceros sobre nosotros mismos. Por eso se
trata de burlas esas defensas y mitos con que nos construimos, pero la cuestión
final es: ¿somos nuestras vísceras o
somos nuestros mitos? ¿Somos lo que
decimos ser o lo que no manifestamos pero puede estar manifestándose
indirectamente?
En
realidad las "vísceras" no saben nada per se. En esto, son todo aprendizaje.
Sus respuestas son la acumulación de las respuestas básicas a situaciones
anteriores, información para la supervivencia, avisadoras de peligros. Son las duraderas
náuseas ante el marisco cuando hemos sufrido una intoxicación. No significa que
todas las gambas, langostinos y langostas que nos presenten en el futuro se
encuentren en mal estado, pero por si
acaso, el cuerpo se aleja de ellas...
La felicidad no se consigue siguiendo los consejos de las
vísceras sino tratando de evitar el autoengaño que nos hace sumergirnos en procesos destructivos. A veces, en sentido contrario, los miedos nos hacen perder ocasiones de felicidad. No hay garantías porque no sencillamente no las hay; porque eso con lo que nos parece que hemos nacido con
derecho —la felicidad— no pertenece al campo de lo natural sino al de las cosas que nos gustaría que existieran y que
debemos construir con esfuerzo y dedicación, utilizando todas las partes de
nuestro cerebro y el resto del cuerpo, por si acaso. Además de vigilar nuestras
vísceras, hay que vigilar las de la otra parte y, de paso, la del mundo que nos
rodea, pues también contribuye a ello. Por muy egoísta que se haya vuelto el
mundo, el amor sigue siendo cosa de —al menos— dos. Y amor y felicidad siguen
siendo dos palabras que cada uno rellena según le va en la vida, con lo que
tiene y con aquello de lo que carece. El amor no es algo, sino una historia.
Ya sea
por error o porque se lo dictaron las vísceras, el diario El País ha incluido este artículo en la sección de
"Sociedad" y no en la de "Ciencia". Está presidido por un
"visceral" beso de un "príncipe azul" en mitad de una boda
colectiva. Su pie de foto dice: «"Los recién casados conocen de forma
implícita si su matrimonio será grato", dice el responsable del estudio». ¡Y ellos sin saberlo!
*
"¿Será tu media naranja? Escucha a tus vísceras" El País 28/11/2013
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/11/28/actualidad/1385661511_733809.html
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