Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno ya
no sabe qué pensar de la economía española y de su estado. Por un lado, unos alzan
las campanas al vuelo diciendo que tenemos medio cuerpo fuera de la crisis,
mientras que otros —agoreros ellos—, más que campanas, lanzan pedruscos de
diversos tamaños contra los responsables de la política económica.
La
forma embarullada y propagandística de vivir la política desde hace algún
tiempo no ayuda demasiado a saber en qué estado nos encontramos realmente y,
ante la duda, hago lo único que puede hacer una persona sensata mal informada: observo
las mesas de los restaurantes y las colas de los supermercados; mido el nivel
de angustia observando el tiempo que la gente dedica a revisar la lista de la
compra después de pagar porque he establecido mis correlaciones—no científicas,
claro— entre el dinero disponible y el tiempo que invertimos en leer una y otra
vez repasando la cuenta intentando encontrar algún error, porque al que tiene
miedo todo le parece mucho. En fin, trato de comprender, mediante métodos
sencillos, lo que me rodea sacando conclusiones que me orienten en este océano
de realidades paralelas en el que vivimos, según seas el gobierno, la
oposición, la oposición de la oposición, o uno de los que quedamos en medio,
atrapados en las corrientes del golfo de la información, a la deriva.
Es
cierto que en esto de la economía es muy difícil ser observador imparcial
porque estamos todos dentro del vaso que tenemos que mirar y flotando decidir si
está medio lleno o medio vacío, es decir, si estamos medio ahogados o no, que
es lo mismo. Los que dicen ver luz al
final del túnel, no sabes ya si se refieren a uno de la RENFE o a la luz que nos atrae hacia el otro lado
para pasar a mejor vida. Cada uno
interpreta las cosas como le interesa y nos las cuentan de forma distinta. A
estas voces locales hay añadir ahora las oficiales europeas, la extraoficiales
europeas y de otros lugares que también opinan, las de agencias, FMI, etc.
Nunca
hemos estado tan bien informados ni tan confusos. Me gustaría que en algún
momento alguien se pusiera de acuerdo, pero sé que no es fácil. Se le da la
razón a Krugman antes que dársela a cualquiera de por aquí. El otro día,
señalaba un periodista en una tertulia televisiva nocturna que Olli Rehn nos "tenía
manía", como si fuera la "seño del cole" o el guardia del barrio
que nos espera para ponernos multas.
Por eso
prefiero intentar descubrir signos en "nanoeconomía" —un campo más
pequeño, más allá de la distinción entre "macroeconomía" y
"microeconomía"—, que es la que yo puedo observar en el día a día.
Observas
si la gente se para en los escaparates, si coincides varios días con los
empleados que van a comer en la misma cafetería, si hay más o menos
dependientes en los comercios, si son los mismo, etc. Al final, han conseguido
que todos esos datos y cifras mareantes, toda esa jerga que usan para esconder
su incapacidad de prever y sus limitaciones para arreglar —que ya es triste—,
todas esas teorías contradictorias, etc., se intenten evitar por la experiencia
cotidiana, algo a lo que no debemos renunciar, pues es la prueba del algodón.
Al
final la economía tiene unas reglas sencillas: si no tienes empleo, no ganas
dinero; si no tienes dinero, no gastas; si no gastas se cierran las empresas,
que no venden: y si no gastas y cierran las empresas, el Estado recauda menos,
por lo que va siendo más difícil mantener los servicios; y entonces te endeudas
hasta que sales o, por el contrario, te hundes con todo el equipo si no pagas
tus deudas.
Esto se
puede adornar de muchas maneras, pero no hay que ir mucho más allá. Lo que es
interesante de esto es cómo se sale de
cada uno de esos pasos cuando las cosas se ponen feas. Es ahí donde debería
estar la situación clara: no solo negar, sino explicar el proceso en su
conjunto, cómo funcionaría el sistema con cada medida que se tome. La política se entiende demasiado a menudo como una maniobra de expresión de deseos y ocultación de riesgos. Y los elixires mágicos de los buhoneros no suelen funcionar demasiado bien.
Sin
embargo no es lo que tenemos habitualmente. Lo que solemos tener son consignas
propagandísticas o negaciones sin explicación, confusión de causas y efectos.
Es más sencillo hacer retórica que tratar de situar los problemas, sus orígenes
y su corrección para evitar que se repitan.
Todo se
confunde todavía cuando se acercan elecciones y los mensajes se vuelven más
planos si cabe. No podremos tener una verdadera política, una ciudadanía
consciente, si los debates reales se convierten en jaulas de grillos y peleas
de gallos. Y es ahí donde deberían los partidos políticos hacer examen de
conciencia, en hasta que punto contribuyen al infantilismo apasionado y
visceral de sus votantes atrayéndolos con mensajes facilones y
descalificatorios.
El otro
día entrevistaron en Televisión Española a Julio Anguita, el último pedagogo de
la política española. Hacía mucho tiempo que no le escuchaba y no pude por
menos que soltar alguna que otra risa al ver que no había cambiado demasiado,
solo las canas. Cuando se le preguntaba, contestaba inmediatamente con pregunta
aclaratorias. Si se le preguntaba por la "izquierda", contestaba
inmediatamente con un "¡defíname "izquierda"!" y así un
término tras otro para desesperación de su interlocutora. Anguita, al contrario de lo que hoy se hace, convierte
cualquier entrevista en una "ponencia ideológica". Lo habitual ahora
es convertir cualquier "ponencia ideológica" en cartel publicitario, en espectáculo; un par de frases llamativas, muchos colores y ya está.
Entre
Anguita y Lady Gaga debería existir un punto intermedio en el que los políticos
controlen su tendencia al adoctrinamiento y al espectáculo. Si seguimos sin
poder fiarnos de ellos, no nos quedará más remedio que extrapolar nuestras percepciones y elevarlas a ley general. Puede que no sea muy científico y poco político, ¡pero qué remedio!
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