Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me encuentro en las páginas de la obra de Steven Pinker "El mundo de las palabras" (2007) las siguientes palabras de Mark Twain: «El problema del mundo no es que la gente sepa demasiado poco, sino que sepa muchas cosas que no son ciertas». ¡Una gran verdad! De la ignorancia se suele salir; del error no es tan fácil.
La persistencia con la que se defienden ciertos errores nos lo hace, desgraciadamente, frecuente. En los casos más extremos, la gente se aferra al error a sabiendas de que lo es. Su sostenimiento se convierte en una especie de misión sagrada, de tarea titánica. El que vive esa situación percibe su propia situación como una cuestión de "principios". El error se le ha pegado y él se ha pegado al error formando una unidad inseparable, una identidad común.
Solemos pensar que las personas deberían estar agradecidas al que te saca de un error, pero no suele ser así. Suele ocurrir más bien al contrario. Ya sea por soberbia o porque se le haya cogido cariño, porque le echemos de menos, porque nos despierte inseguridad desprendernos de él, etc., se puede despertar un odio radical al que nos hunde en la miseria crítica.
La "verdad" es algo que es inestable; el error, por el contrario, tiende a ser constante, lapidario, da seguridad. Los que tratan de vivir críticamente la verdad de la vida saben que es cambiante, inestable, que nos hace cuestionarnos constantemente. ¡Aquello de las "verdades eternas" era un camelo! Nada menos "eterno" que lo que tiene que ser revisado, cuestionado cada día veinte veces. Los errores son duraderos, a prueba de balas. Se confunden los errores duraderos con los principios, algo muy diferente.
Si esto vale para todos los tiempos, con errores que han durado siglos o milenios, que han sido transmitidos como los genes familiares, que se han leído en los libros de texto, merecedores de sobresalientes, matrículas y diplomas, hoy en día han experimentado un enorme crecimiento. ¡Qué habría pensado Mark Twain de este crecimiento explosivo, tormentoso, de las "fake news", de bulos y trolas! ¡Qué habría pensado de tanto orgulloso negacionista de cosas elementales!
"Saber muchas cosas que no son ciertas", como señalaba Twain, es uno de los grandes problemas porque no se trata del que se sabe ignorante y quiere corregirlo, sino del que se piensa "sabio" y, además, lo transmite como tarea mesiánica (sí, estaba pensando en Donald Trump). Sus errores son su "sabiduría" y están deseosos de hacerla ver, de transmitirla buscando la admiración, el aplauso, la palmadita en el hombro. ¡Muy bien, chaval!
Los hay terraplanistas o de la tierra hueca; los hay también de los que niegan la Ciencia en cualquiera de sus facetas, ¡puro camelo! Basta con que metamos cualquier barbaridad que se nos ocurra en Google (sí, ese del Golfo de América) para que nos aparezcan todo tipo de errores y de fanáticos que los siguen y propagan de forma orgullosa. ¡Es el resto del mundo el que está equivocado! ¡Solo ellos saben la verdad!
Por esta grieta en la mente humana se nos cuelan todo tipo de errores organizados, que es la forma con la que se construye hoy el mundo, un mundo sujeto a todo tipo de interpretaciones, de las más pintorescas a las más críticas.
La llamada Sociedad de la Información ya no posee marchamo de verdad. La "información" va desde el extenso bulo aberrante a la micro creencia de una secta que aspira a la conquista del mundo por su "error" venerado. ¿Quién va ganando en la carrera de la estupidez y del error? Si lo enfocamos en términos numéricos, puede que los errores vayan ganando. La explicación creo que es sencilla: tú te tienes que adaptar las "verdades"; por el contrario, los errores son bajo demanda. Puedes elegir entre una amplia gama de errores hasta encontrar tu talla, el que te sienta bien. La verdad decimos que es incómoda; el error, en cambio, es comodísimo, un plácido sofá que te lleva a la siesta eterna.
Los que saben este principio lo explotan al límite. Por eso nos estudian con detalle para evitar que nos escapemos de él, que nos sintamos fuera de lugar. Errores a medida es la gran solución. El resto lo pone ya la naturaleza humana.
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