The New York Times incluyó ayer entre sus
páginas un artículo de la paquistaní Bina Shah "Afghan Women: What the West Gets
Wrong" que comienza con la descripción de un hecho terrible: la desfiguración
del rostro de una mujer afgana de 20 años a manos de su marido cuando esta se
opuso a que tomara como segunda esposa a su sobrina de siete años. A la mujer
le fue cortada la nariz con una navaja. Este terrible incidente sirve para la
reflexión de Shah y cuya conclusión se encuentra ya en el título de su
artículo: "Occidente" hace "mal" las cosas.
Esta semana pasada tuvimos la ocasión de debatir sobre la
película de la cineasta hindú, Deepa Mehta, "Agua" (2005). El filme,
que forma parte de una serie con el nombre de los elementos —Aire, Agua, Fuego,
Tierra— comienza con la niña de nueve años que acompaña al enfermo marido
anciano con quien la han casado y que morirá poco después. Los destinos de la
niña, según la tradición milenaria de Manú, como se explica en la película, era
ser incinerada junto a su marido, vivir una vida de retiro o —si la familia
estaba de acuerdo— casarse con el hermano menor de su marido. La vía que le
dejan es la segunda vivir junto a otras viudas con las que nadie se roza ni con
su sombra, viviendo de la limosna y de la prostitución de una de ellas, lo que
les supone una forma de ingresos que maneja la sórdida mujer que se ha
convertido en el poder en aquel
encierro.
La película —nominada a la mejor extranjera ese año, en 2005—
transcurre en 1939 y se cierra con la llegada de un Gandhi que ha dicho que todos tienen derecho al amor, incluidas
las viudas. La toma de conciencia en la película se produce cuando el estudioso
de los textos sagrados y que se los lee a las mujeres junto a ese río sagrado
que simboliza el flujo de la vida y su purificación constante, le dice a una de
ellas, Didi, que aunque los textos sagrados son muy claros, "sin
embargo" se aprobó una ley que permite a las viudas casarse y, por lo
tanto, salir de esa vida condenada que llevan.
Algunas entraron allí de niñas, como la protagonista, y
mueren ancianas con los recuerdos de ese poco tiempo en que pudieron vivir,
como ocurre con "tía", que lleva toda su vida recordando el sabor de
un pastel que tomó en el banquete nupcial poco antes de entrar allí. Cuando
Didi pregunta porque no les han dicho que las viudas pueden casarse de nuevo al
amparo de la nueva ley, la respuesta es que no
hay ningún interés en que las cosas cambien. Posteriormente, esa respuesta
se explicará desde un análisis de los intereses sociales, una mezcla de
economía, tradición y consideración de la mujer como una propiedad.
En el filme se debate la cuestión de las
"tradiciones" señalando que hay unas buenas y otras que no lo son. La pregunta clave, que se hacen los
personajes mismos, es: ¿quién decide cuáles son una y cuáles son otras? La
respuesta es "tú", en donde ese sujeto decisor evidentemente tiene la
capacidad de decidir limitada por la propia comunidad. Ese "tú" idealizado
es del de una conciencia libre, un estado que tiene todo en contra para
producirse.
Esa conciencia se encuentra en la "historia", que
es un espacio, un tiempo y un orden social dado. Ese "tú" no es un tú
horizontal e igualitario, sino un "tú" circunstancial en el que la
capacidad de decidir depende del poder que tengas en el interior de ese espacio
relacional de una cultura específica. La mujer, evidentemente, tiene muy poco que
decir en esa India de 1939. Gandhi representa la esperanza del cambio que
extenderá ese tú decisor a una
sociedad más igualitaria frente a la regida por los brahmanes, la casta
principal. "Me repugnas", le dirá el hijo partidario de Gandhi a su
padre, miembro de la casta privilegiada.
Tras la película, surgió un debate precisamente sobre el
"universalismo" y el "multiculturalismo". El problema de lo
que llamamos "universalidad" de los derechos humanos, aplicables a
todos los seres humanos por el hecho de serlo, choca con que surgen en una
tradición, la occidental. Es decir, los Derechos Humanos son
"universales" porque nosotros
los consideramos así no porque todo el mundo esté de acuerdo con ello. Nosotros, en cambio, pensamos que deben
ser respetados en toda circunstancia y lugar.
La mayor parte de los países se han comprometido firmando y reconociendo
el papel de los derechos humanos como una fuente de legislación. Sin embargo,
la realidad es otra. El "sin embargo", como ocurría en la película de
Deepa Mehta, implica que hay una distancia
entre la ley —incluso la ocultación— y su aplicación real, que choca con algo
llamado "tradición" (también esta es una consideración "occidental").
Ejemplos de esto lo tenemos en todas las culturas y países.
No vamos a cometer la ingenuidad de considerar que los
derechos humanos se respetan en todo el mundo occidental de una manera absoluta,
pero sí hay un acuerdo general que los reconoce como fuente.
La universalidad
produce un choque con lo que está precisamente representado por la tradición. Los derechos humanos nacen de
un concepto crítico de las tradiciones, que representan lo localmente verdadero. Pueden ser aceptados por los países, pero —como
ocurría en la India de 1939 y en muchos otros lugares— es más difícil cambiar
las tradiciones que hacer las leyes.
Pero ¿qué es una "tradición"? Como se nos da a
entender en la propia película, una tradición supone la normalización de los intereses históricos de una parte de la
comunidad sobre otra. La tradición es
la que permite gobernar a los brahmanes y obliga a obedecer a los considerados
inferiores. Por ello, lo primero que hace una tradición (en el sentido que le
estamos dando) es establecer diferencias, separaciones y castigos para quienes
las transgreden. Se asegura los mecanismos para perpetuarse y se expulsa a los
reformistas pues es esencial que los que viven bajo unas tradiciones consideren
que son únicas, casi un privilegio, frente al error ajeno.
Todas las diferencias, es decir, las tradiciones, tienen una
autoridad que las refrenda —es lo querido por los dioses, lo escrito en
el código de Manú en la India— y unos grupos que las administran e interpretan
de la forma más favorable al mantenimiento —los brahmanes, la casta sacerdotal
en cuya manos están los textos sagrados que les consagran como la cima del
sistema— de las diferencias.
De todas las diferencias las más universales son las que se
refieren al sexo, a la distinción entre hombres y mujeres. Esta diferencia biológica
se traduce en las tradiciones en diferencias de género, regulándose y
estableciendo el control de la mujer por parte de los hombres, la familia
patriarcal, etc.
Las tres leyes de Manú sobre lo que ocurre con las viudas son muy claras: 1) incinerarlas junto al marido es caro y, hasta cierto punto,
engorroso: 2) casarla con un hermano menor es también caro, porque es una boca
más que alimentar; y 3) la vida de recogimiento asegura que no tendrá contacto
con otros mediante su condición de impura. ¿Quién iba a querer tocar a una
mujer cuya sombra misma contamina, como se le dice a una de ellas, o que te
obliga a lavarte de nuevo porque te ha rozado en la calle? Evidentemente esta
"impureza" es la formalización simbólica de la diferencia, una forma
de "valor" negativo, que sirve para estructurar las diferencias en el
campo social. Todo ello "es" en la medida en que es
"aceptado" o "reconocido". Y ese reconocimiento es el que
se traduce en las tradiciones, leyes que lo refrendan nacidas de esas mismas
tradiciones, etc. Es todo un sistema de refuerzo, de consolidación de
diferencias.
Volvamos al artículo de Dina Shah en The New York Times. Señala la paquistaní tras contar la brutal
mutilación de la mujer que no quiso que su marido tomara por esposa a una niña
de siete años:
As government officials, human rights
organizations, and even the Taliban condemned the attack, Reza Gul became the
newest example of failed promises to liberate Afghan women from the tyranny of
the Taliban and, by extension, many Afghan men. Yet these promises were flawed
from the beginning.*
El argumento no es nuevo y se repite en algunos discursos
con distinta intencionalidad. Los hechos: un hombre que se va a casar con una
niña de 7 años corta la nariz a su esposa que se opone. Interpretación: Occidente
ha fallado en sus promesas. Es un discurso, como digo, que se escucha en países
en los que se dan dos cosas: a) unas clases ilustradas que han hecho muy poco
por la emancipación de sus pueblos, incluidas las mujeres, porque eran ellos los
"brahmanes" de turno que aspiran a ser siempre las clases dirigentes;
y b) unas clases que critican a Occidente si interviene (es colonialismo,
imperialismo, etc.) y, si no interviene también, señalando que piensan que la
democracia solo es cuestión de algunos países del primer mundo, que se apoya a regímenes dictatoriales sin tener en
cuenta los derechos humanos, etc.
Lo señalado en (a) implica, como en la película de Deepa
Mehta, que aunque el hijo se rebele contra el padre, el poder siempre quedará
en familia. El joven abogado va con Gandhi a luchar por la transformación de la
India. Por muy sincera que sea su lucha es la consagración de las familias
dominantes. La historia posterior de la India lo mostrará con claridad. Cambia
mucho pero lo de arriba siempre están arriba: tienen la educación y el acceso
al poder. Lo señalado en (b) que muchas veces son esas mismas castas las que
quieren seguir controlando el espacio aunque en nombre de otras ideas. El cesado por blasfemo ex ministro
egipcio de Justicia sostenía que solo los hijos de los jueces deben llegar a
jueces. Era sincero y es una idea que no suena extraña allí donde la estructura
de poder se constituye a través de la familia y la creación de lazos por los
matrimonios. Es la forma clásica del patriarcado.
En conclusión, se haga lo que se haga, la culpa la tiene "Occidente".
¿Cuáles son razones que expresa la paquistaní Bina Shah, hija de un país que
también tiene su conflicto con los talibanes y radicales cuyo objetivo son las
mujeres? Eso es lo que desarrolla en su artículo:
Afghan women’s rights activists as well as
activists outside Afghanistan known as intersectional feminists, who by
definition understand how complex the oppression of women can be, often say
that Western feminists have willfully misrepresented the plight of Afghan
women; Spogmai Akseer has even written that a portrayal of them as “silent and
passive victims of their culture, their men and their politics” has served only
to justify an imperialist invasion disguised as a humanitarian rescue mission.
Lina Abirafeh, a specialist on gender-based
violence who worked in Afghanistan from 2002 to 2006, concluded that aid
programs there had ignored a basic problem: Aiming them at women alone, without
also addressing men, might complicate the political quest for women’s rights.
Indeed, the continuing violence against women has been fueled in great part by
resentment from men — and many women — over a speedy agenda for change that
they see as forced upon them by outsiders.*
La cuestión que se plantea no es nueva, pero está
adquiriendo nuevos tintes en una sociedad global y en conflicto cultural. Desde
hace décadas, con la aceptación del discurso feminista (Los Gender Studies) empezó a plantearse
hasta qué punto el pensamiento feminista era "esencialista", es
decir, convertía en absoluto lo que era relativo. Se trataba de hacer ver que
aquello que se consideraba como "universal" estaba formulado desde
una posición cultural y social determinada: mujeres blancas con capacidad de
reflexionar sobre sí mismas. La "idea de mujer" surgida de ese
pensamiento feminista no incluiría, por imposibilidad de pensar más allá de sí
mismas, a todas aquellas otras mujeres diferentes, que serían para ellas imposiblemente iguales o estereotípicamente diferentes. No
existiría una "Mujer" esencial, platónica, sino "mujeres"
distintas en función de otros elementos básicos: etnia, clase, religión... Por
decirlo así: los Gender Studies se vieron atacados desde los Cultural Studies o los Postcolonial Studies.
Los Derechos Humanos y su idea de "universalidad"
y creación de un "sujeto" por encima de raza, cultura, religión... se
veía desbordado por el multirrelativismo de la
postmodernidad que con tanto "desenmascaramiento" hace
imposible que haya un discurso que no sea deconstruido anulando su posible
mensaje aceptable por todos.
¿Quiénes son las " intersectional feminists" a las
que se refiere la feminista paquistaní? La feminista negra Ava Vidal publicó a
mediados de enero de 2014 un artículo en The Telegraph con el título "'Intersectional
feminism'. What the hell is
it? (And why you should care)". He escrito "negra" —algo
en lo que no necesitaría fijarme a menos que ella lo hiciera— porque es
relevante en estos tiempo es que se duda del "sujeto" pero no se
pierde de vista la enunciación. Señala
Ava Vidal:
Intersectionality is a term that was coined by
American professor Kimberlé Crenshaw in 1989. The concept already existed but
she put a name to it. The textbook definition states:
"The view that women experience oppression
in varying configurations and in varying degrees of intensity. Cultural
patterns of oppression are not only interrelated, but are bound together and
influenced by the intersectional systems of society. Examples of this include
race, gender, class, ability, and ethnicity."
In other words, certain groups of women have
multi-layered facets in life that they have to deal with. There is no
one-size-fits-all type of feminism. For example, I am a black woman and as a
result I face both racism and sexism as I navigate around everyday life.
Even though the concept of intersectionality in
feminism has been around for decades, it only seems to have made it into
mainstream debate in the past year or so. And yet still so many people are
confused by what it means, or what it stands for.**
Allí donde los "derechos humanos" buscan la
universalidad de los sujetos para reivindicarlos, la interseccionalidad busca las diferencias. ¿Por qué? Estamos en la era del recelo, como ya se ha descrito,
en la sospecha permanente. No hablo
ya de las abundantes teorías de la
conspiración, que sería una forma folclórica del asunto, sino del recelo
continuo sobre la sinceridad del
discurso, de la palabra misma incluso por encima de la propia intención del
sujeto, ya que —como señaló Eco— existe una "intencionalidad del
texto" por encima de la intencionalidad de que lo produce y lo quien lo
recibe. El lenguaje nos habla, no
somos nosotros los que hablamos. Todos
estos postulados —salidos de la teoría y de la crítica— solo llevan a una
conclusión. Todo enunciado, idea, etc. es la traducción de una forma específica
de "cultura" y la reproduce.
¿Por qué hay que tener cuidado, como dice Ava Vidal, con
esta interseccionalidad? Creo que es
evidente: si se lleva al extremo es la negación del diálogo por imposible, ya
que los sujetos siempre encontrarán diferencias que hagan inútil la
conversación. Si todos somos hijos determinados de nuestras circunstancias,
estas son barreras que impiden compartir la realidad de las visiones de cada
uno. Los hombre no se entienden con las mujeres, los padres con los descendientes,
las razas con las razas, las religiones con otras religiones, los vegetarianos
con los carnívoros... y así hasta el infinito. Vidal apunta que la división es precisamente una de las
principales críticas que se realizan a la idea de interseccionalidad en el
feminismo.
Tras señalar la "raza" como el primer elemento
diferenciador en el conflicto (feministas negras que se niegan a aceptar la
validez de los sesgados análisis de las feministas blancas). Señala Ava Vidal:
There is the mistaken belief that the only
'privilege' that you can have relates to skin colour. This is not the case. You
can be privileged because of your class, educational background, religious
background, the fact that you’re able bodied or cis-gendered. A lot of black
women can and do have privileges too.**
En efecto, ¿por qué no? Pero es en los últimos años cuando
se han recrudecido las críticas al feminismo "occidental" negándolo y
considerándolo "imperialista". ¿Es casual que sea así? Puestos a
dudar, podemos hacerlo todos.
Un hecho que hemos observado estos años es que una forma de
evitar la entrada de las ideas sobre los derechos humanos y los derechos de las
mujeres es señalar que estos son una moda
occidental y un arma camuflada para destruir a los países desde dentro,
desde su organización básica que son las familias.
Según los planteamientos más radicales, las mujeres son felices bajo los regímenes como los de Afganistán
o Pakistán, por citar solo los países del ataque a la mujer y el de origen de
la firmante del artículo en The New York
Times. Son las ideas occidentales las que crean la discordia en las familias
sembrando el conflicto, desuniendo, llamando a la desobediencia. Este mensaje
se ha incrementado con la llegada de la Primavera árabe en la que las demandas
de las mujeres salieron a primer plano. Como contrapartida, el integrismo
islámico reaccionó con fuerza contra las pretensiones femeninas.
El artículo de Bina Shah consideraba el horrible atentado
contra la joven esposa afgana como "newest example of failed promises":
Both of those analyses point to a huge gap between
how Westerners have understood the experience of Afghan womanhood, and how
Afghan women see themselves. In fact, the self-image of a great many Afghan
women doesn’t match the victimhood awarded them by Western aid workers. They
see themselves instead as brave, capable and strong. Islam is important to
them, as is their honor. They want more freedoms, of course, but they want to
be active participants in their own liberation and set their own pace for the
struggle.*
¿Qué parte cree Bina Shah que el mundo no entiende ni está
preparado para entender: el matrimonio
con la niña de siete años o el cortar
la nariz a la esposa? ¿Cuál de ellas no
entiende el mundo? ¿Cree que el problema de la mujer afgana es que no es
bien entendida por las feminista o la sociedad occidental? ¿Es Occidente el que
fracasa? Quizá debiera preguntarle a
la mujer que perdió su nariz de quién se considera víctima o a quién considera
culpable. Sería una sorpresa que contestara que a Simone de Beauvoir, a Hélène
Cixous, a Judith Butler o a cualquier otra feminista occidental que fue incapaz
de comprenderla.
Oxfam |
¿Cree Bina Shah que el problema de esta mujer es cómo la ven en Occidente? ¿Quién va a
ayudarlas a conseguir esa libertad que —of
course— ellas quieren: sus maridos, sus legisladores (que rechazaron a una
mujer jurista en el tribunal supremo con el argumento de que la mujer no tiene
la fuerza necesaria para tomar las
duras decisiones que los jueces han de tomar en el nombre de Dios), sus
guardias (que miraron indiferentes ante el linchamiento, descuartizamiento y
quema de Farkhunda, la mujer asesinada por la multitud a las puertas de una
mezquita por denunciar a un vendedor de reliquias como un estafador).
El antioccidentalismo tiene muchas formas. La más peligrosa
y oscura es la que se entremezcla con el feminismo y que sirve como coartada para evitar que se avance hacia esa
universalidad de los derechos humanos. El mensaje de que en Occidente se ve a
las mujeres afganas como pasivas,
débiles, serviles, etc., necesitadas de ayuda, frente a cómo se ven ellas,
orgullosas, fuertes, etc. es de una gran sutileza y perversidad.
No creo que sea esa la intención última de Bina Shah, pero
ya nos advirtieron que el lenguaje hace sus propias diabluras. La película de
Deepa Mehta situaba la cuestión en el punto clave: quién decide qué tradiciones
son buenas y cuáles hay que eliminar. El atentado contra la mujer no es un
hecho aislado y muestra la valentía de la mujer que se opuso a un matrimonio
infantil en su casa. Nadie la ve como un ser débil, sino todo lo contrario con
un valor extraordinario, como a Farkhunda. Pero el muro difícil de derribar es
el que se está sosteniendo desde la teoría: la tradición. A ella nunca le van a
preguntar qué tradición mantener y cuáles eliminar. La cuestión es absurda. La
tradición consagra el poder.
Como mujer ilustrada, Bina Shah tiene dos metas: una
enseñarnos a los que no estamos en esa cultura que fallamos en la comprensión,
algo con lo que se puede estar de acuerdo, pero no considerar la
responsabilidad última. La otra sería cambiar la situación de muchas mujeres en
Pakistán y Afganistán, donde sí la pueden entender mucho mejor que en las
columnas de The New York Times. Desde
allí puede ayudar a corregir los errores occidentales, pero difícilmente salvar
a las mujeres cuyos maridos no leer ese periódico en sus aldeas o ciudades. En
cambio prefiere, responsabilizar a los que intentan hacer algo. Es su derecho,
pero quizá —desde los cultural studies—
le digan que como mujer educada no comprende a las mujeres más pobres de su
cultura.
The New York Times
había recogido la historia terrible de la mujer —¿no debería haberlo hecho?—,
llamada Reza Gul. La mujer llevaba cuatros años sufriendo todo tipo de abusaos
por su marido y la familia. Fue la idea de traer a una niña a casa lo que
desbordó el vaso de su paciencia y se enfrentó al hombre. Por supuesto no tenía
acceso a la bibliografía feminista occidental que nublara su mente. Nos cuenta
el periódico el ataque y señala lo que hizo el marido y su familia:
Mr. Khan and one of his brothers then threw Reza Gul on the back of a motorcycle with the intention of taking her away to kill her, Zarghona said. But news of the attack spread quickly in the village, causing an uproar, and Mr. Khan fled for his life.
“I went to the Taliban,” Zarghona said. “I
asked them: ‘Is this the Islam we are following? My daughter’s nose chopped
off? But you are doing nothing about it. I want justice.’ ”
“They got really angry, and now they are
searching for the boy,” she said. “I hope they find him before the police do.”
Mr. Yaqubi, the police official, said the
authorities had heard that “the Taliban has already arrested Muhammad Khan, and
he is presently in their custody.”
“We don’t know what they plan to do with him,
but we will follow the case and bring him to justice.”***
Estas línea son un auténtico tratado de sociología. La madre
supo dónde debía ir para que el infame marido de su hija sufra lo suyo. Es algo
más que "justicia" lo que pedía a los talibanes. Los prefiere a ellos
a la tibieza de la justicia, de la que sabe que el hombre saldrá bien librado
como otros muchos cada año que realizan las mismas acciones y a los que le vale
cualquier excusa para librarse. Puede que a ellas les interese el
"islam", como señala Bina Shah, pero desde luego no en la
interpretación del marido o de los propios talibanes, que se movilizaron solo
por la indignación de la madre, Zarghona, que les supo poner contra la espada y
la pared. ¿Y la Justicia? Bien, gracias.
A la espera de lo que ocurra.
Es muy difícil separar en la realidad lo que luego separamos
en nuestras reflexiones. Analizar es
separar, por eso necesidad de la "complejidad", el intento de
comprender sin destruir las relaciones múltiples que los fenómenos,
especialmente los sociales tienen.
La única realidad es la del hecho: la agresión, el sufrimiento.
Lo demás son las interpretaciones. Cualquier interpretación que se aleje del
hecho o, peor, que responsabilice a quien no lo sea, es una perversión
imperdonable, se haga en nombre del racismo, la religión o el anticolonialismo.
Las teorías están muy bien, pero no ayudarán a esa mujer
única, viva, valiente, que se enfrentó a un hombre al que la tradición le
autorizaba a abusar de ella sin que nadie le pudiera decir lo contrario hasta que ella
se rebeló y él y los suyos se consideraron autorizados por la tradición a
desfigurarla primero y a desprenderse de ella después matándola.
La foto en el
hospital, abrazada a su bebé, la convierte en real, igual que su sufrimiento.
Aquí hemos traído muchas veces ejemplos de mujeres afganas que están luchando
contra el inmenso muro de la indiferencia o la tradición intentando sacar
adelante a muchas otras que se encuentran en una situación complicada. Ellas
saben de sobra que problemas son los reales y cuáles son las ayudas que
necesitan. Efectivamente, no necesitan de teorías,
ni en un sentido ni en otro, sino subir cada día un peldaño en una larga y
complicada escalera.
Frente a la universalidad de los derechos está la concreción
del sufrimiento que es algo ante lo que todos debemos reaccionar dejando al
margen al que lo justifica o lo defiende incluso. Las leyes las protegen, pero
también permitían casarse a las viudas en la India y a nadie le interesaba que
aquello se produjera.
A veces las teorías se vuelven insensibles ante la única
realidad humana, el sufrimiento, el dolor, la muerte. Es lo que nos iguala a
todos, aunque lo hagamos por distintas causas. La causa de las mujeres es
universal. Las diferencias teóricas están muy bien en los libros y
departamentos universitarios, las columnas de The New York Times o los congresos, pero no deben alejarse de la
realidad del sufrimiento ni perder de vista aquello que lo causa.
Por supuesto, es la idea de Bina Shah, que debe haber también agendas locales para la lucha por los derechos dentro los diferentes escenarios. Pero esas agendas locales son muchas veces falsas agendas, la forma en la que la tradición y los que se benefician de ella se aseguran seguir resistiendo y controlando. Habrá que observar bien, escuchar mucho, para asegurarse que se eligen los mejores caminos, los más eficaces. Pero hay que tener claro cuál es el punto de llegada.
Al final siempre hay que decidir qué tradiciones son buenas y cuáles son malas. Y lo importante es que seas "tú", la mujer, la que tenga también voz para decidir y decirlo. Todo lo demás es trivial y hasta injusto.
Oxfam |
* Bina Shah "Afghan Women: What the West Gets Wrong" The New York Times
28/09/2016
http://www.nytimes.com/2016/04/29/opinion/afghan-women-what-the-west-gets-wrong.html
* Ava Vidal
"'Intersectional feminism'. What the hell is it? (And why you should
care)" The Telegraph 15/01/2014
http://www.telegraph.co.uk/women/womens-life/10572435/Intersectional-feminism.-What-the-hell-is-it-And-why-you-should-care.html
***
"Afghan Woman’s Nose Is Cut Off by Her Husband, Officials Say" The
New York Times 19/01/2016
http://www.nytimes.com/2016/01/20/world/asia/afghan-womans-nose-is-cut-off-by-her-husband-officials-say.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.