Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Gracias
a una buena persona, me llegó indirectamente información sobres esta entrevista
realizada al Premio Príncipe de Asturias, Howard Gardner. Me llegó reproducida
desde un diario venezolano, pero su origen está en La Vanguardia. La entrevista,
magnífica, la realizó Lluís Amiguet y salió publicada hace diez días. En ella,
Gardner, un estudioso de la inteligencia cuestiona el uso e interpretación que
se hace de ella. Ha tratado por ello de redefinirla y enriquecerla haciendo que
dé cuenta de las diferentes dimensiones de los seres humanos.
El uso
bastardo que hacemos de lo que sabemos nos lleva a plantearnos muchas veces el
aspecto ético de nuestras acciones en el campo académico. Esto no es nuevo y de
siempre las ideas y descubrimientos han tenido un lado oscuro que algunos han
aprovechado para tiranizar, manipular, etc. a los demás. Por eso no tiene nada
de particular que Gardner se plantee el uso de los estudios sobre la
inteligencia como un elemento que sirva para parcelarnos con privilegios para unos
y con abandono para los otros.
Una de
las preguntas que le realizan sirve para que Gardner señale que la
administración educativa australiana intentó usar sus teorías y descubrimientos
sobre la inteligencia para intentar establecer que había grupos étnicos que
tenían "inteligencias diferentes de otros", lo que hace exclamar a su
entrevistador, que rápidamente ha comprendido los posibles abusos, "¡qué
peligro!". Gardner responde:
En ese punto, empecé también a preguntarme
por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y
geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos
hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas
mismas.
Esa ya es una
pregunta filosófica.
Pero yo soy un científico e inicié un
experimento en Harvard, el Goodwork
Project, para el que entrevisté a más de 1.200 individuos.
¿Por qué hay
excelentes profesionales que son malas personas?
Descubrimos que no los hay. En realidad, las
malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca.
Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.
A mí se me ocurren
algunas excepciones...
Lo que hemos comprobado es que los mejores
profesionales son siempre ECE: excelentes, comprometidos y éticos.
¿No puedes ser
excelente como profesional pero un mal bicho como persona?
No, porque no alcanzas la excelencia si no
vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te
comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para
servir las de todos. Y eso exige ética.*
Lo dicho
por Howard Gardner debería escribirse en placas en todas las facultades del
mundo, en todos los ministerios y empresas. Sin embargo, hace años que se cree
lo contrario. Separar la inteligencia del bien se parece a aquellas cuestiones de
las escalas platónicas y la separación moderna del bien, la verdad y la
belleza, algo que a los esteticistas les vino muy bien, pero que el provecho
que algunos le sacaron fue nefasto. Lo cierto es que esto de la Ética se fue
enredando conforme se perdían las certitudes y se ahondaba en el relativismo.
El gran reto moderno es el de vivir sin certezas y encontrar apoyos para actuar
bien, algo por lo que hoy hay casi que pedir disculpas. Parece que sin premio
en esta vida ni en la otra nadie le encuentra interés al desinterés.
Una
compañera me recomendó un premiado libro de ética cuya conclusión en el primer
capítulo era que la ética permitía ahorrar dinero. Ante tal razonamiento no
pasé al segundo. Si el fundamento es ganar dinero, el paso siguiente es
comprobar si hay alguna manera de seguir reduciendo costes. ¿No es posible
fundamentar el bien mientras que, por el contrario, somos capaces de encontrar
todo tipo de justificaciones para actuar mal? Al final, van a tener razón los
sentimentales que, como Rousseau decía, sigue a tu corazón y llora. Lo primero
era metafórico, claro, lo segundo real, pero con los mecanismo de manipulación
que existen hoy, nos tendrían todo el día llorando. La gran pregunta es de dónde salen nuestros fundamentos éticos,
si son naturales o adquiridos, punto al que se llega en casi todo, un callejón
sin salida.
Los que
no tienen ética viven bastante bien, por cierto. Los que la tienen, en cambio,
viven un continuo brete que les proporciona satisfacción a veces pero, sobre todo,
dudas. La cuestión entonces parece
quedar reducida a la inversión —con Darwin por medio— de lo planteado por
Rousseau: es el sentimiento (la naturaleza) el que lleva al egoísmo mientras
que es la inteligencia la que lleva al altruismo, la ética, el bien, etc. Lo
que parece ser la idea de Gardner a pesar de que haya diversificado la
inteligencia. En realidad, se unifican en ese elemento común que es la excelencia, entendida un poco más allá
del pobre sentido que le dan nuestros ejecutivos, instituciones, etc.
En
realidad no buscamos personas inteligentes, sino personas que nos vengan bien
para nuestros intereses. A esos se dedican los seleccionadores de personal, que
son los que acaban malinterpretando todo o pervirtiéndolo para los fines
específicos de quienes buscan.
En los
últimos tiempos —quizá mucho más atrás de lo que nos gustaría— educamos para
terceros no para la persona, que es
lo verdaderamente importante. Sin personas cabales, buenas personas, es
imposible hacer una sociedad cohesionada y coherente. Las dos cosas son
importantes porque las dos fallan estrepitosamente. Se enseña el egoísmo sin
tapujos. Ya sea porque el gen es egoísta o porque somos movidos por la mano
invisible que hace que todos nuestros egoísmos formen algo bueno. Pero eso es
una historia que ya no funciona.
En un
entretenido, interesante libro de economía, escrito con gusto y humor, titulado
El señor Smith y el paraíso, George von Wallwitz —su autor— dedica un hermoso
capítulo a la visión ética que John Maynard Keynes tenía de la vida y, por
ello, de su trabajo. Escribe Wallwitz:
El objetivo último es la virtud. La economía
facilita lo que Keynes llama
civilización, que se compone, entre otras cosas, de «modales,
formas y una cierta inteligencia», sobre todo di seguimos a Kant. El fin de la
economía no es elevar la productividad, sino generar las condiciones para
llevar una vida digna. En esto consiste el bienestar: en ser personas cultas,
educadas e íntegras, en disfrutar de espacio y libertad en todos los aspectos
de la vida, en conjurar un el miedo a una crisis. El dinero no es más que un
medio para satisfacer nuestra dimensión material y para poder dedicarnos a algo
más elevado. El arte y la ciencia nos humanizan. (187)**
Algunos pensarán que es la visión de un elitista y
puede que así sea. Pero hay que distinguir entre los elitistas que no quieren
ser molestados y los que nos invitan a disfrutar de aquello que ellos han
logrado. No confundamos una aspiración culta
de vida con los lujos del adinerado. Suelen se lo contrario por muchos.
Gardner y su entrevistador llegan a la conclusión
que las nuevas generaciones consideran que la ética es un lujo que se pueden
permitir los que ya han conseguido lo que querían. Eso tiene otro nombre. Pero
lo importante es que muchos se escudan en ello. Una mayoría de los estafadores
de las crisis financieras eran jóvenes menores de treinta años que querían
tener ya su primer millón. Es lo que se les ha enseñado y conforme a lo que se
les ha seleccionado en sus puestos. Creo que esto es algo que las crisis han
dejado en evidencia. Los viejos generales mandan a los jóvenes soldados a las
guerras; hoy se hace lo mismo en muchos campos.
Cuando hace unas horas puse esta entrevista en el muro de mis doctorandos, mi alumna X.,
que es inteligente, sabia y buena persona, entrecomilló como comentario unas
palabras de Gardner que aparecen casi al final de la entrevista. Ella es
pedagoga y lo captó rápidamente:
¿No descubren algún día de su vida algo que les
interese realmente?
Algunos
no, y es uno de los motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan
cuenta de que no hay una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios
humanísticos: Filosofía, Literatura, Historia del Pensamiento...
¡Qué alegría! Alguien las cree necesarias...
Puedes
vivir sin filosofía, pero peor. En un experimento con ingenieros del MIT
descubrimos que quienes no habían estudiado humanidades, cuando llegaban a los
40 y 50, eran más propensos a sufrir crisis y depresiones.
¿Por qué?
Porque
las ingenierías y estudios tecnológicos acaban dándote una sensación de control
sobre tu vida en el fondo irreal: sólo te concentras en lo que tiene solución y
en las preguntas con respuesta. Y durante años las hallas. Pero, cuando con la
madurez descubres que en realidad es imposible controlarlo todo, te
desorientas.*
Las tres contestaciones de Howard Gardner son
merecedoras de profundos estudios, pero están bien condesadas. Somos las
primeras generaciones que se consideran autosuficientes y que desprecian
orgullosamente la experiencia acumulada. Hemos sustituido lo mejor que se nos
dejó por lo mejor que podemos comprar.
La observación experimental de Gardner de que los
ingenieros se han acostumbrado a hacerse preguntas con respuesta y no, como es
propio de la Filosofía o simplemente de un ser humano digno, de hacerse
preguntas que les obligan a abrirse y cambiar radicalmente, que son como la
zanahoria del burro inteligente, es de gran calado y estoy de acuerdo con ella.
Que tengan más crisis de las habituales al llegar a la mitad de su vida es
normal. Mi comentario al comentario de mi sabia alumna sobre las carencias que
provocan la ausencia de las Humanidades ha sido "Faltan recursos internos
para enfrentarse al mundo y su dureza, valorar lo valioso y expresar lo que se
siente".
Recuerdo el caso de una familia de brillantes
cabezas cuadradas, amigos de la adolescencia —médicos y farmacéuticos en
ciernes—, que no acaban de entender que yo leyera novelas, filosofía o
cualquier otra cosa que no estuviera destinada a sacar el máximo rendimiento en
los estudios de cada uno. "¿Para qué te sirve leer?", me preguntaban
si me veían con alguna novela. Ellos podían medir para que les sirviera todo porque
solo a eso se acercaban. Hace ya mucho tiempo que no les veo, pero nunca me
pareció que maduraran realmente, algo que se podía apreciar por el infantilismo
que manifestaban en cuanto que salían de su campo.
Hay momentos en la vida en que esta se tambalea y es
necesario hacerse preguntas más allá de qué habría hecho Spiderman en esa
situación. Las diferencias entre las personas de una misma edad son abismales y
el infantilismo es creciente en todas las franjas. En gran medida es fruto de un sistema educativo que
busca resultados y no personas.
Fabricamos alumnos pensando en salidas laborales y ellos mismos lo exigen a voz en grito. Todo
lo que no tenga traducción rentable inmediata, sobra.
El destrozo, como es normal, había que hacerlo desde
dentro, cargándose las Humanidades mismas, como los talibanes vuelan un
monumento milenario. Lo han hecho obligándoles a formularse preguntas con
respuesta, en vez de abrirse a la variabilidad de la vida, a su incertidumbre.
Las propias universidades ven de forma escéptica estos estudios, de poca
demanda y poco rendimiento, sin nada que patentar,
de cháchara continua. ¡Una pérdida de
tiempo!
Las ideas y observaciones de Gardner van hacia el concepto de "buen jefe", más que el de "líder" a secas, que antes se daba por suficiente. La diferencia entre ambos se supone que es la ética. El jefe era malo; el líder era mejor y el "buen jefe" une una ética ejemplar a la inteligencia. Lo malo es el que tiene una imagen de sí mismo como de una especie de Gandhi mientras que para los demás no pasa de Atila. Hay gente para todo. Las buenas ideas, de una forma u otras, acaban en los manuales y libros de autoayuda, en donde se disuelven en la trivialidad. No se preocupe y sea bueno sin complejos.
Dice Gardner que no se puede llegar a ser un gran profesional si se es mala persona: lo malo es que se puede llegar a otras muchas cosas que no requieren mucha pericia pero amasan gran poder.
Los médicos le recomiendan que haga usted sudokus, crucigramas y que deletree palabras al revés para mantenerse en forma. Le recomiendo un método mejor: hágase preguntas sin solución, vuelva a ellas cuando pueda, cuando sienta necesidad. Serán su zanahoria de burro inteligente. Seguirá adelante y no donde otros le quieran llevar.
No sé los demás, pero a mí me gusta rodearme de
buenas personas, con excelencia o sin ella, y hablar y hacernos preguntas sin
respuestas claras. No todas las buenas personas llegan muy alto, pero se
agradece mucho cuando alguna lo hace. Puede hacer el bien, si les dejan, desde
allí. El sistema no lo permite a menudo y en lo más alto están casi siempre, planeando
en el cielo, las aves de presa.
* "Howard Gardner: “Una mala persona no llega
nunca a ser buen profesional”" La Vanguardia 11/04/2016 http://www.lavanguardia.com/lacontra/20160411/401021583313/una-mala-persona-no-llega-nunca-a-ser-buen-profesional.html
** Georg
von Wallwitz (2016) Mr Smith y el paraíso.
La invención del bienestar. Acantilado, Barcelona.
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