Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En el
texto que propuse ayer a mis alumnos de grado para comentarlo en clase se hacía
una primera afirmación: tenemos la suerte
de ser imperfectos. El texto era parte de una reseña del un Babelia de 2011 firmada por José
Manuel Sánchez Ron sobre la autobiografía de la premio Nobel italiana Rita
Levi-Montalcini, que lleva por título "Elogio de la imperfección"*. La
idea que expone Sánchez Ron —tras confesarse enamorado del título— es que hay
especies que han logrado una gran perfección y que eso ha significado su parón
evolutivo. Nosotros, los seres humanos, con todas nuestras limitaciones, con
toda nuestra imperfección, tenemos un camino abierto hacia la mejora.
Señala
después Sánchez Ron: «Probablemente sean los
científicos los más conscientes del valor de la imperfección, porque ¿qué es la
ciencia sino mejorar continuamente explicaciones imperfectas de la naturaleza?»*
Como gran divulgador de la Ciencia que es, José Manuel Sánchez Ron sabe que
estas ideas chocan con las tradicionales, en las que el ser humano es visto
como el "rey de la creación". Asumir que nuestro puesto actual en la
naturaleza que conocemos es resultado de nuestra imperfección no es sencillo
porque se nos tiende a repetir lo contrario.
Asumir la imperfección es la base del pensamiento
crítico, como debe ser el científico, frente al pensamiento dogmático, que
tiende a partir de la perfección del ser humano frente al resto de la
naturaleza. Lo que hoy sabemos es justo lo contrario. Por ello la imperfección
es buena y marca un buen camino, no solo el de la humildad sino el de la
búsqueda de la mejora para evitar nuestra propia extinción. Afortunadamente,
cada generación de humanos produce suficientes locos insatisfechos que sean
capaces de enfrentarse al pensamiento cerrado —el que considera que ya sabemos todo, que todo es perfecto, que se ha parado todo, etc.— y seguir cambiando el mundo.
Ese impulso se manifiesta como insatisfacción, como
inconformismo, como percepción de los agujeros de la teoría, la práctica o la
historia. Afortunadamente el pensamiento actual de la Ciencia conoce sus
propias limitaciones y, especialmente, el error de lo cerrado, una tendencia
que tiene que ver tanto con la psicología individual como con la colectiva. El
deseo de clausura es una forma más de la voluntad de poder. Las ideologías, las
religiones, etc. tienden a constituirse mediante cierres que delimitan sus propuestas y, especialmente, buscan
diferenciarse de las de los demás, hecho esencial en la base de los grandes conflictos y de los
pequeños.
Lo imperfecto lucha por mejorar; lo que se considera
perfecto, acabado, por el contrario, lucha por no ser modificado y se vuelve dogmático. La irracionalidad entonces
busca protegerse mediante unas estrategias más agresivas, con un mayor uso de
la fuerza ya sea retórica, legal o física. La violencia pasa a ser la
respuesta.
La idea de imperfección
no es relativismo, que es también
estático. La imperfección implica el paso de lo más imperfecto a lo menos
imperfecto, un proceso continuo en el que somos conscientes de la temporalidad,
del aquí y el ahora, del valor de nuestro conocimiento en un momento. Es
avanzar permanentemente a sabiendas de la provisionalidad. Es ser muy consciente
de los errores y no dejarse llevar demasiado por los aciertos, que habrá que ir
mejorando pues son provisionales.
La imperfección implica ligereza, que es lo
contrario del dogmatismo. Esa ligereza es la que da la crítica, encargada de
que no nos apeguemos demasiado a lo que es por su naturaleza provisional. Por eso la Ciencia no es
solo una forma de conocimiento, sino una actitud ante la vida que implica esa
modestia que observamos en muchos científicos cuando son ellos mismos los que
señalan las imperfecciones, los límites de sus tareas, saben que toda victoria no es el final de una guerra,
que es interminable.
Estamos en un mundo saturado de información, en el
que todos tratan de hacerse con nuestra "atención" primero y
"fidelidad" después —sorpresa y refuerzo—, en el que somos estudiados
individual y colectivamente para diseñar estrategias adecuadas para vencer
nuestras resistencias, en un mundo en el que las sirenas están hechas a nuestra
medida para seducirnos con su canto. Queremos las ventajas de la Ciencia, pero
no queremos muchas de sus implicaciones. Esto nos hace vivir en un mundo
extraño, con parcelas en las que rigen los dogmas en unas y la crítica —muchas
menos— en otras. El dogma no necesita de la inteligencia, solo de la sumisión;
la crítica, por el contrario, requiere modestia y volver constantemente sobre
lo que produce para no fabricar dogmas. Lo primero es más cómodo y atractivo;
apenas requiere esfuerzo y lo que aprendes dura toda la vida. La crítica, en
cambio, es ingrata y agotadora, pero necesaria.
Por eso la consecuencia de Sánchez Ron de la lectura
de la autobiografía de la Premio Nobel italiana solo puede ser una y clara: «No
existe, por consiguiente, perfección ni en los humanos (esto lo sabemos muy
bien) ni en uno de sus productos más logrados, la ciencia; únicamente ansias de
perfección y mejoras temporales.»*
Pensar científicamente
no es solo rigor, sino humildad. El rigor es el del
razonamiento crítico, no el del dogma. La humildad es saber que partimos de los
errores de aquellos a los que admiramos para cometer los nuestros, que solo se
justifican cuando mejoran en algo lo derribado.
Frente a la superioridad de aquellos que han
conseguido una perfección adaptativa y se han parado, nosotros hemos seguido
avanzando afianzando lo que sabemos en cada campo y abriendo nuevas rutas. No
somos superiores, sino conscientes de
nuestra imperfección. Por eso el mayor peligro en cualquier campo es el dogma.
Avanzamos cada vez que somos capaces de sobreponernos a nuestra ceguera y rigidez
dogmáticas y comenzamos a tantear por los caminos de la incertidumbre.
Por eso enseñar no solo debe ser transmitir
conocimientos, sino también la actitud hacia ellos. Y aprender no debe ser
creer que lo que nos cuentan durará siempre; es solo un punto de partida en
un largo viaje. No sé si logramos transmitir esta idea a nuestros alumnos.
Nuestro mundo está cada vez más satisfecho de sí mismo y la tentación de no
pensar, de dejarse llevar, es cada vez más fuerte. Que piensen otros.
* José Manuel Sánchez Ron "El valor de lo
imperfecto" El País 30/07/2011
http://elpais.com/diario/2011/07/30/babelia/1311984775_850215.html
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