Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
primer domingo de cada mes se celebra en mi pueblo un mercadillo vecinal en el
que cada uno lleva aquello que le sobra. Allí podemos encontrar una mezcla de
los vecinos junto a profesionales de los mercadillos, esos que van de pueblo en
pueblo para ofrecer cosas a buen precio.
Allí
podemos encontrar ofertas de ropa, de algunos muebles, utensilios de diverso
tipo. Pero no son estas cosas las que me llevan a recorrer los puestos de la
avenida. Mi objeto de busca son esencialmente DVDs con películas, algunos CDs de
músicos y, si encuentro algo interesante, libros. Esto que puede parecer simple
es el reflejo de un fuerte cambio en la forma de acceder a la cultura... y de
desprenderse de ella.
Cine,
música y libros es con lo que vuelvo cargado a casa, con la mochila llena. Por
poco más de diez euros regreso con más de una veintena de películas. Muchos de
esos títulos son pertenecientes a las colecciones de películas que acompañaban
los fines de semana a los periódicos.
La práctica
desaparición de los periódicos impresos hace que su supervivencia no se pueda
ya permitir aquellos "regalos" que estimulaban las ventas de la prensa
en el fin de semana. No había cabecera que no tuviera su colección de cine. El
País, el ABC, El Mundo, etc. sembraron en el país de algo que gustaba, las
películas.
Pero
los cambios tecnológicos han condicionado los cambios culturales. Los
ordenadores portátiles dejaron hace mucho de tener lector de discos. Los
ordenadores de sobremesa que los llevaban como fijo también dejaron de hacerlo.
Algunos leen los viejos discos de cine y música en las videoconsolas que lo
permiten.
Pero lo
que se ha hecho con en centro de atención es el dispositivo esencial, básico:
el teléfono, que es el que permite acceder a todo. Los que ven cine pueden
acceder a la "nube" y comprobar cuáles son las películas disponibles,
algo que concentra el interés y se escalona con los estrenos en salas de cine.
Finalmente
triunfó (por la fuerza) el criterio de la industria del entretenimiento, un
concepto complejo y con muchas derivaciones. La gente se desprende de las
películas y música que sus mayores acumulaban sencillamente porque la consumen
de otra manera. Pero ese cambio conlleva la imposición de filtros y modas.
Cualquiera
que enseñe algo relacionado con la cultura popular conoce esas barreras
invisibles, ese desconocimiento generalizado de lo que ocurrió antes de algunas
fechas. Durante un tiempo el modelo de posesión
cultural era el libro. Podíamos tener libros, tener una biblioteca familiar
o acceder a una pública. Eso permitía crear un sentimiento de comunidad, aquellos
que comparten el acceso un mismo fondo. Esto no es solo una cuestión de poseer
sin o de disponibilidad de acceso, de compartir. Eso es lo que define la
verticalidad y horizontalidad de una cultura, su combinación de acceso al
pasado y su compartir en el presente.
Con el
nuevo sistema cultural quien decide qué podemos compartir es el sistema
industrial. El objeto está o desparece de una programación, Tú solo decides
cuando está disponible.
El
desconocimiento de dos ámbitos esenciales de la formación cultural, el cine y
la música, es notorio entre los jóvenes. Solo tienen sentido de su valor
cultural cuando han podido disponer de acceso a lo que cada vez desaparece más,
los fondos cinematográficos y los musicales, algo que la industria tiene poco
interés en que prospere, centrándose en el consumo de lo actual.
En lo
que respecta a la cultura cinematográfica, la amenaza de extinción de la
posibilidad de poder crear las propias cinematecas parece que se aleja por ahora.
El pase a discos de 4K favorecido por la existencia de grandes pantallas para
las casas y la fijación de un público para ello puede entenderse como una
apuesta de futuro.
El cine
necesita de su inclusión en los programas culturales, necesita de momentos para
ser proyectado y compartido. No de hacerlo como negocio, sino como una parte
viva de la cultura de los siglos XX y XXI. Para ello es imprescindible que
logre algo que no ha ocurrido: su inclusión como materia en los sistemas educativos.
No se trata de crear "afición" al cine, como piensan algunos, sino de
crear una comprensión clara de su papel en la cultura desde hace más de cien
años.
El
desconocimiento de sus obras maestras entre el público menor de treinta años es
un problema grave que detectamos cada día en la enseñanza, incluso entre
aquellos que ven en la comunicación su futuro.
La
cultura es un sistema de referencias para lo que se necesita conservar y
compartir. Si esto no se hace nos vemos condenado a lo que tenemos, una cultura
plana y artificial, con unas posibilidades bajas de creatividad y una fuerte fijación
en el presente y en la repetición.
Fue el cine de barrio, aquellos programas dobles, lo que me llevó a la universidad a estudiarlo. Fueron programas dobles en los que podías ver una película reciente junto a clásicos como, por ejemplo, "Al este del Edén" (Elia Kazán 1955), un filme que me impactó y me llevó a ver más y más cine. Todos tenemos alguna película esperándonos para despertar emociones y llevarnos de la mano por la historia del Cine.
Hay que
recuperar el cine más allá de los éxitos de taquilla. Hay que hablar de cine,
enseñar a comprender sus lenguajes, sus formas, sus géneros. Para ello es
fundamental el papel de los centros de enseñanza, donde se puede despertar el
interés. Lo mismo sucede con la música popular, sometida al olvido en beneficio
de la última moda, que silencia y olvida las demás. Y hay que leer, leer sobre
todo y no solo lo que me piden. Hay que ir más allá del teléfono que nos vacía
llenándonos de intranscendencia.
El próximo
primer domingo de mes acudiré al mercadillo cargado con bolsas que espero traer
llenas de películas. La mayoría son ediciones de la década 2000-2010, aunque el
origen de las películas suele ser más antiguo. Allí ya he encontrado algunas
joyas del cine español que llevaba años buscando y que no se encuentran en el
comercio, descatalogadas. He descubierto otras de las que apenas tenía
conocimiento y me he arriesgado con las desconocidas dándoles una oportunidad
de volver a mostrarse.
Veo que el fenómeno se repite por pueblos y barrios. Las películas abandonadas salen para acabar en los mercadillos dejando sitio en las casas, el las mentes y en los recuerdos. Las nuevas generaciones se deshacen de los viejos trastos de padres y abuelos.
Han mejorado las condiciones técnicas de reproducción y visión con la alta definición y las pantallas grandes. Si tiene ocasión de instalarse un buen cine en casa hágalo. Invite a sus amigos, a su familia a compartir las películas que le gusten y emocionen. Préstelas, compártalas, coméntelas. Sálvelas de los destinos que les esperan sobre las mantas de los mercadillos y deles nueva vida.
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