Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Está
claro que los políticos contaminan. No digo que todos, por supuesto, pero hemos
pasado de diputados que eran número uno en oposiciones a la abogacía del Estado,
catedráticos, etc., por ejemplo, a algunos listillos a los que hay que echar
una (dos o tres) manos para que salgan con un cinco pelao o lleguen a obtener un título universitario.
La
contaminación política de la enseñanza es muy peligrosa. Y deprimente. Digo
esto último porque es lo que nos sale a muchos compañeros de docencia cuando
vemos en portadas de prensa y en apertura de noticiarios informaciones que vuelven,
una y otra vez, a echar porquería sobre el sistema educativo, que ya tiene de
por sí bastantes problemas.
Sí, los
malos políticos contaminan todo lo que tocan y le ha tocado a la enseñanza. Al
caso Cifuentes, le sigue ahora, según la portada del diario El Mundo. Parece
que el señor Pablo Casado es un prodigio intermitente, según se declara en el
artículo que le dedican. Digo lo de la intermitencia porque después de una
racha de no aprobar los estudios de Derecho, parece que enfiló otra de buena
suerte y se hizo doce asignaturas de las del plan antiguo en cosa de un año. Como
en el caso anterior, volvemos a encontrarnos con las instituciones en
entredicho porque la gente da de sí lo que da de sí.
El
efecto de esto es enorme y como decía antes, desmoralizador. Las personas que
debían velar por la educación, que es donde reside el futuro del país, dan un
notable mal ejemplo con su incapacidad de afrontar los retos como el resto de
los mortales.
El que
se queda con dinero o es sobornado obtiene algo al menos, pero al que le
regalan un título ha reducido lo que representa —el conocimiento— a la nada.
Los políticos han vuelto a recuperar el concepto de "titulitis", como
se decía antes, convirtiéndolo en una especie de enfermedad nacional. La "titulitis"
era el afán de acaparar títulos, pero al menos se estudiaba. Ahora es una especie de obsesión de los incapaces.
Una vez
más el escándalo —como casi todos— se da en los niveles autonómicos, auténticos
comederos de los ambiciosos. Entre los ayuntamientos y los ministerios están la
Autonomías, mucho más dadas al clientelismo y, sobre todo, a una especie de
neofeudalismo político que hace que estos nuevos "señores" dispongan
a su gusto de lo que quieran. Que les apetece un título de algo, lo que sea,
pues ¡no se hable más! Entras por una puerta como un indocumentado y sales por
la otra como graduado, sin orla, pero con título, que es de lo que se trataba.
De las
cosas más ridículas que se han escuchado sobre estas cosas es cuando a la
señora Cifuentes le dio por decir que "devolvía el título de Máter",
que "no lo quería". Los jueces se deben haber estado carcajeando por
dentro al escuchar tanta falta de conocimiento en alguien que acredita tenerlo.
Me entra
la duda de si el escándalo del señor Pablo Casado va a más y renuncia a su condición
política, ¿ejercerá la abogacía? No sé yo si esas doce asignaturas rendidas de
un golpe —como las moscas del sastrecillo valiente—, serán un aval suficiente
como para hacerlo.
Estamos
pagando los excesos de estas vidas dedicadas a la política desde los 16 años.
Quizá deberían prohibir la entrada, como si fuera un tugurio con alcohol, en
las sedes de los partidos hasta haber cumplido la mayoría de edad. Algunos le
cogen el gustillo a la política y se van alejando de los estudios. Los padres
ven muchas veces con buenos ojos que estos hijos tan despiertos hagan carrera
en los partidos teniendo en cuenta que es difícil que la hagan en la vida por los
cauces normales.
Lo peor
de todo es esa idea de que el corrupto roba y que hacerse con títulos es algo
que te deben por tus servicios a la patria desde un escaño o una sede.
Difícilmente podrán valorar algo los problemas de las universidades aquellos
que son muchas veces parte del problema.
Me
preocupan también aquellos que aprovechan los ríos revueltos, ya sea desde la
política misma o, como ocurre en ocasiones, desde el interior de las propias
universidades. Hay mucha ira contenida y mucho deseo de revancha en un sistema
que va dejando cadáveres en cada esquina.
Una
compañera española, profesora en una universidad norteamericana me dijo al
inicio del tránsito a estos modelos llamados "competitivos", que
España había optado por lo peor de ambos modelos, el norteamericano y el
europeo. Salvo pequeños detalles, creo que tenía razón. Hay muchos buenos y
valiosos profesores, entregados a su labor y dejándose las cejas en un sistema
cada vez más burocrático que cree que las mejoras vienen dadas por el aumento
de papeles y latigazos, además de por la reducción de las raciones, a lo que
llaman incentivos. Deberían preocuparse más de no desmotivarnos con tanto escándalo y procurar valorar más las instituciones.
Los que
están queriendo incordiar con la excusa de los políticos, no han elegido buen
momento. El desánimo cunde y no es fácil trabajar cuando el ejemplo que dan quienes
deberían ser más ejemplares es tan negativo. Una vez más, hay que exigir que
los partidos vigilen su militancia, que pongan filtros para evitar que los
desaprensivos, los aprovechados y los sinvergüenzas asciendan hasta colocarse
en puestos clave. Son ellos los que deben protegernos de los monstruos que han
creado y que nos hacen daño.
A los
demás nos queda el deber de no desanimarnos e intentar que tampoco se desanimen
aquellos que estudian y se esfuerzan. Hay que repetirles —y es verdad— que lo
que ellos obtendrán no lo tendrán nunca los que quieren que se lo regalen por
su cara bonita o carnet político.
No es
la primera vez que estas cosas ocurren. Pero ahora, como decía, son más
peligrosas porque los políticos viven muy bien mientras los jóvenes viven muy
mal y su única defensa es presentarse con una mejor formación que el resto. Si
también eso se les quita, no nos queda mucho que ofrecer.
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