miércoles, 16 de mayo de 2018

Poco ejemplares


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Está claro que los políticos contaminan. No digo que todos, por supuesto, pero hemos pasado de diputados que eran número uno en oposiciones a la abogacía del Estado, catedráticos, etc., por ejemplo, a algunos listillos a los que hay que echar una (dos o tres) manos para que salgan con un cinco pelao o lleguen a obtener un título universitario.
La contaminación política de la enseñanza es muy peligrosa. Y deprimente. Digo esto último porque es lo que nos sale a muchos compañeros de docencia cuando vemos en portadas de prensa y en apertura de noticiarios informaciones que vuelven, una y otra vez, a echar porquería sobre el sistema educativo, que ya tiene de por sí bastantes problemas.
Sí, los malos políticos contaminan todo lo que tocan y le ha tocado a la enseñanza. Al caso Cifuentes, le sigue ahora, según la portada del diario El Mundo. Parece que el señor Pablo Casado es un prodigio intermitente, según se declara en el artículo que le dedican. Digo lo de la intermitencia porque después de una racha de no aprobar los estudios de Derecho, parece que enfiló otra de buena suerte y se hizo doce asignaturas de las del plan antiguo en cosa de un año. Como en el caso anterior, volvemos a encontrarnos con las instituciones en entredicho porque la gente da de sí lo que da de sí.
El efecto de esto es enorme y como decía antes, desmoralizador. Las personas que debían velar por la educación, que es donde reside el futuro del país, dan un notable mal ejemplo con su incapacidad de afrontar los retos como el resto de los mortales.
El que se queda con dinero o es sobornado obtiene algo al menos, pero al que le regalan un título ha reducido lo que representa —el conocimiento— a la nada. Los políticos han vuelto a recuperar el concepto de "titulitis", como se decía antes, convirtiéndolo en una especie de enfermedad nacional. La "titulitis" era el afán de acaparar títulos, pero al menos se estudiaba. Ahora es una especie de obsesión de los incapaces.
Una vez más el escándalo —como casi todos— se da en los niveles autonómicos, auténticos comederos de los ambiciosos. Entre los ayuntamientos y los ministerios están la Autonomías, mucho más dadas al clientelismo y, sobre todo, a una especie de neofeudalismo político que hace que estos nuevos "señores" dispongan a su gusto de lo que quieran. Que les apetece un título de algo, lo que sea, pues ¡no se hable más! Entras por una puerta como un indocumentado y sales por la otra como graduado, sin orla, pero con título, que es de lo que se trataba.


De las cosas más ridículas que se han escuchado sobre estas cosas es cuando a la señora Cifuentes le dio por decir que "devolvía el título de Máter", que "no lo quería". Los jueces se deben haber estado carcajeando por dentro al escuchar tanta falta de conocimiento en alguien que acredita tenerlo.
Me entra la duda de si el escándalo del señor Pablo Casado va a más y renuncia a su condición política, ¿ejercerá la abogacía? No sé yo si esas doce asignaturas rendidas de un golpe —como las moscas del sastrecillo valiente—, serán un aval suficiente como para hacerlo.
Estamos pagando los excesos de estas vidas dedicadas a la política desde los 16 años. Quizá deberían prohibir la entrada, como si fuera un tugurio con alcohol, en las sedes de los partidos hasta haber cumplido la mayoría de edad. Algunos le cogen el gustillo a la política y se van alejando de los estudios. Los padres ven muchas veces con buenos ojos que estos hijos tan despiertos hagan carrera en los partidos teniendo en cuenta que es difícil que la hagan en la vida por los cauces normales.
Lo peor de todo es esa idea de que el corrupto roba y que hacerse con títulos es algo que te deben por tus servicios a la patria desde un escaño o una sede. Difícilmente podrán valorar algo los problemas de las universidades aquellos que son muchas veces parte del problema.
Me preocupan también aquellos que aprovechan los ríos revueltos, ya sea desde la política misma o, como ocurre en ocasiones, desde el interior de las propias universidades. Hay mucha ira contenida y mucho deseo de revancha en un sistema que va dejando cadáveres en cada esquina.
Una compañera española, profesora en una universidad norteamericana me dijo al inicio del tránsito a estos modelos llamados "competitivos", que España había optado por lo peor de ambos modelos, el norteamericano y el europeo. Salvo pequeños detalles, creo que tenía razón. Hay muchos buenos y valiosos profesores, entregados a su labor y dejándose las cejas en un sistema cada vez más burocrático que cree que las mejoras vienen dadas por el aumento de papeles y latigazos, además de por la reducción de las raciones, a lo que llaman incentivos. Deberían preocuparse más de no desmotivarnos con tanto escándalo y procurar valorar más las instituciones. 


Los que están queriendo incordiar con la excusa de los políticos, no han elegido buen momento. El desánimo cunde y no es fácil trabajar cuando el ejemplo que dan quienes deberían ser más ejemplares es tan negativo. Una vez más, hay que exigir que los partidos vigilen su militancia, que pongan filtros para evitar que los desaprensivos, los aprovechados y los sinvergüenzas asciendan hasta colocarse en puestos clave. Son ellos los que deben protegernos de los monstruos que han creado y que nos hacen daño.
A los demás nos queda el deber de no desanimarnos e intentar que tampoco se desanimen aquellos que estudian y se esfuerzan. Hay que repetirles —y es verdad— que lo que ellos obtendrán no lo tendrán nunca los que quieren que se lo regalen por su cara bonita o carnet político.
No es la primera vez que estas cosas ocurren. Pero ahora, como decía, son más peligrosas porque los políticos viven muy bien mientras los jóvenes viven muy mal y su única defensa es presentarse con una mejor formación que el resto. Si también eso se les quita, no nos queda mucho que ofrecer.


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