Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
tiempo que no leíamos una frase tan contundente en un artículo: "El
presidente Donald Trump no ha roto con Europa, ha roto con la historia"*.
La frase abre el artículo de Jan Martínez Ahrens, titulado "El presidente
del ‘America First’ deja a Europa atrás". Lo acontecido desde que llegó a
la presidencia de los Estados Unidos muestra con claridad lo desgraciadamente
cierto de la afirmación.
El
egocentrismo de Trump se ha trasladado a la maquinaria que se mueve a sus
órdenes como si de un robot se tratará. Estados Unidos ya aparece contagiado
institucionalmente de los vicios de su máximo dirigentes. Los que anunciaban
que Trump se moderaría con la llegada al poder, que habría gente capaz de
hacerle ver que había más humanos que él en el mundo, que el país tenía
compromisos y que las relaciones internacionales son el resultado de muchas
pequeñas piezas que se van engarzando, se equivocaron totalmente. Es Trump
quien está modelando a los Estados Unidos a su imagen y semejanza.
Las
esperanzas de moderación o de simple sentido común, alguna perspectiva con
sentido histórico, etc., etc. son destruidas por lo peor que se puede poner al
frente de un gran estado: una persona imprevisible por ignorante. Hoy, los
estados Unidos están en guerra con el mundo. Unos padecen sus bombardeos o
invasiones, otros sus actos que desmontan lo tejido durante décadas.
Trump
ha conseguido reafirmar el antiamericanismo en los enemigos de siempre y
despertarlo con intensidad en aquellos que se consideraban aliados, amigos o
indiferentes. Hoy no es fácil distinguir entre los que son anti trumpistas o anti
norteamericanos. La irritación internacional va creciendo contra ambos.
También
lo está haciendo en el interior. No ha habido acción o discurso que no haya
sembrado polémicas o conflictos entre los ciudadanos. La brecha no es solo
entre los Estados Unidos y el mundo, sino en el interior, con los propios norteamericanos,
que se debaten entre la irritación y la vergüenza. Si los Estados Unidos
estaban divididos antes de su llegada, ahora son dos continentes en los que
unos se enfrentan a otros en las calles: mujeres por sus derechos, contra las
armas, los dreamers, etc.
Trump
insulta a los países llamándolos "pozos de mierda" cuando le apetece,
llama criminales a otros y no siente reparo alguno, ya que sus seguidores le
jalean. Los expertos dicen que se presentó ante sus votantes como un "no
político", alguien que se permitía las lindezas o corrección de los
políticos profesionales. Pero hay una diferencia entre no corrección y el
insulto constante a los países. Eso solo lo retrata como persona, no como
estadista, algo que ha quedado para siempre y por lo que será recordado.
La
reacción europea está siendo retardada porque nadie se acaba de creer que esto
esté pasando, pero está ocurriendo, no es una pesadilla. Algunos piensan que
Trump acabará su mandato y todo se restablecerá, pero de eso se no tienen
garantías, ni de lo primero ni de los segundo. Cogida entre dos presiones —la
rusa y la norteamericana—, Europa tiene en puertas el conflicto sirio —un pulso
americano ruso—, el caos producido en Oriente medio con Israel y el detonante
del acuerdo con Irán. Todo esto con un desafío a China en el comercio. Dejemos
provisionalmente aparcado el asunto de Corea del Norte gracias a la diplomacia
surcoreana.
La
advertencia de Angela Merkel de que Europa ya no puede confiar en los Estados
Unidos en ningún plano (económico, defensivo, medioambiental...) no debe ser
tomada en vano y debería traducirse en acciones más claras que le muestren a
Trump que no puede hacer lo que quiera. Trump hizo la petición retórica de que
le llamaran "Mr. Brexit", momento en el que la Unión debería haber
comprendido lo que se podía esperar de él en el futuro. Trump tiene una visión de
la política propia de matones: que paguen por la protección. Ha conseguido
convencer a su electorado que la causa de todos los males es la política
"generosa" de los Estados Unidos por el mundo. Ahora pasa a la
segunda fase que es la extorsión y el uso de la fuerza en función de la teoría
que proviene de su propia vida: el rico y poderoso puede hacer lo que quiera.
Algunos lo llaman "excepcionalismo", pero es lo que es.
La
enorme inversión en el presupuesto militar y en el armamento hace que necesite
recuperarlo o, incluso, justificarlo, por lo que es probable que las
intervenciones relámpago sean frecuentes en diversos escenarios. Una parte de
su electorado celebra estas manifestaciones de superioridad (las bombas
"bonitas, eficaces e inteligentes" de las que presumía) que
satisfacen el sentimiento colectivo de golpear a los "malos", por su
usar su maniquea terminología.
Lo
hemos dicho en muchas ocasiones desde hace tiempo: Estados Unidos ya no es el
líder del "mundo libre". No se puede liderar nada desde la xenofobia,
el racismo, el imperialismo y el militarismo, desde la destrucción de un orden
imperfecto, pero mejor que un mundo sin acuerdos y solo de imposiciones por la
fuerza y las amenazas. El narcisista que venía a "arreglarlo" todo no
es más que un manirroto de la política internacional, un campo que un presidente
de los Estados Unidos debe entender.
Como se
puede apreciar en cada paso, la creación del desorden mediante la destrucción
de los acuerdos existentes no busca el aislamiento de los Estados Unidos, sino
la fragmentación del mundo para evitar una resistencia eficaz a sus planes. Una
vez que el desorden se produce, Trump se presenta como renegociador. Las
condiciones, por supuesto, son impuestas por los Estados Unidos.
Habría
que empezar a desmantelar esa estrategia de destrucción y reconstrucción
impuesto antes de que sea demasiado tarde y el mundo se encuentre en
condiciones lamentables.
Trump
era la bomba, la máquina de destrucción de un orden del que espera salir como
algo que ya era, la primera potencia. La diferencia es que los demás estarán
mucho más debilitados tras su bombardeo. En la medida en que se planteen
estrategias para frenarlo, puede que el daño sea menor, pero no está claro. Es
lo que están haciendo aquellos países que buscan el amparo de Rusia.
Parece
que todo indica claramente que Donald Trump era la opción de Vladimir Putin. La
menos mala para Putin era la peor para los Estados Unidos y, sobre todo, la
peor para Europa, convertida en víctima de ambos. Si el plan de Putin era dejar solo a los Estados Unidos y a la Unión Europea a la deriva, lo está consiguiendo.
Por si alguien tenía alguna duda en sobre cómo ven el mundo lo rusos y cómo lo cuentan, vean el siguiente titular de Sputnik.
*
"El presidente del ‘America First’ deja a Europa atrás" El País
12/05/2018
https://elpais.com/internacional/2018/05/11/estados_unidos/1526070872_313344.html
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