Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
gobierno polaco ha llegado a una nueva fase totalitaria que es el control de
palabras y pensamiento. Trata de borrar de páginas y mentes la expresión
"campos de exterminio polacos" o "campos de concentración
polacos". No se niega que existieran los campos o el exterminio. Niegan
que los polacos tuvieran algo que ver, más allá de ser víctimas, como los
demás, pese a que no existieran "campos de exterminio" para polacos.
No es
agradable, desde luego, que se asocien actos criminales de tamaña envergadura con
el propio país. Pero hay lo que hay. Y lo que hay son muchas pruebas
históricas, testimonios, etc. de que algunos polacos fueron más allá de los
deberes del "ocupado".
Con el
titular "Polonia aprueba una polémica ley que impide vincular al país con los crímenes del Holocausto", el diario El País escribe:
Polonia continúa su camino hacia el
aislacionismo. Pese a las críticas de Israel y la preocupación de Estados
Unidos, el Senado polaco ha aprobado la polémica ley que revisa el Holocausto.
La norma, propuesta por el ultraconservador y nacionalista Ley y Justicia (PiS)
—el partido del Gobierno—, castiga con hasta tres años de cárcel el uso de la
expresión “campos de concentración polacos” para referirse a los centros de
exterminio de judíos situados en el territorio del país centroeuropeo bajo la
ocupación nazi. También tipifica penalmente las acusaciones a Polonia de
complicidad con los crímenes del Tercer Reich. El Gobierno israelí ha condenado
firmemente este jueves la controvertida norma, a la que sólo le falta la
ratificación presidencial. La nueva ley puede abrir un nuevo conflicto a
Varsovia, esta vez con Israel y con EE UU, dos de sus aliados más valiosos en
un momento en el que sus relaciones con Bruselas son cada vez más complicadas
debido a la deriva autoritaria de sus reformas y su incumplimiento del Estado
de derecho.*
Lo
absurdo de la cuestión planteada es que se divide en dos frentes: el verbal (no
poder usar ciertas expresiones) y el enterramiento. Por esta segunda vía
entiendo la prohibición de que se investiguen los hechos y se saquen a la luz.
Puedo entender que el gobierno polaco
prefiera la expresión "campos de exterminio nazis en Polonia", por
ejemplo. Pero para eso tiene posibilidad de expresarse en esos términos cuando
desee dirigirse a los demás. Pero no se trata de eso sino de prohibir hacerlo.
Como
toda prohibición, llega hasta los límites de sus leyes. El mundo podrá seguir
usando la expresión prohibida si la considera pertinente. La Historia de
Polonia no es de Polonia, como saben
todos los países, que tienen en ocasiones a sus mejores historiadores en personas
que no han sido educadas en los prejuicios locales o están sujetas a
restricciones como va a ocurrir en Polonia. La Historia es siempre escenario de
disputa, pero ignorarla o prohibirla es peor.
Esto se
traducirá, por ejemplo, en que no existirá financiación para proyectos en los
que se trate de sacar a la luz testimonios sobre ese periodo que el gobierno y
parlamento polacos trata de imponer. Es absurdo, entre otras cosas, porque la
expresión se seguirá usando fuera y existirá una demanda de libros y artículos
que traten de explicar el miedo polaco.
Recogen
en el diario El País las declaraciones de políticos: «"Cada polaco tiene el deber
de defender el buen nombre de Polonia. Al igual que los judíos, también fuimos
víctimas", ha afirmado la ex primera ministra Beata Szydlo.»*
La
señora Szydlo tiende a definir qué es el "buen nombre" y los "deberes"
de "todos" los polacos. Un polaco que hable de los campos de
concentración o niegue que todos los polacos se opusieron a la invasión nazi es
un "mal polaco". La mayoría lo hizo pero, como ocurrió en muchos
países, encontraron sus "colaboracionistas". La mayoría se sentían unidos
a los nazis precisamente por la conexión antisemita.
El
antisemitismo no fue un invento nazi.
Era parte importante de la Europa de la época, incluida Polonia. Y el antisemitismo fue exportado como
parte de la propia cultura a América por unos y otros instalándose allí. Lo
malo germina fácil.
Es
precisamente el hecho horrible de los campos de exterminio y la barbarie nazi
lo que hace despertar la conciencia de la monstruosidad del antisemitismo y de
su existencia entre los prejuicios sociales. Será el conocimiento de lo que se
ha visto o de lo que no se ha querido ver lo que cambie muchas conciencias y se
trate de evitar su repetición.
A
finales de agosto pasado, The Telegraph británico, con información de la Agence
France-Presse, titulaba Anti-Semitism
being 'normalised' in Poland, Jewish Congress warns" y advertía:
The European Jewish Congress expressed
"grave concerns" on Thursday over an increase in anti-Semitic acts in
Poland under the rightwing Law and Justice government.
"There has been a distinct normalisation
of antisemitism, racism and xenophobia in Poland recently and we hope that the
Polish government will stem this hate and act forcefully against it," EJC
president Moshe Kantor said in a statement.
The group cited a proliferation of
"fascist slogans" and unsettling remarks on social media and
television, as well as the display of flags of the nationalist ONR group at
state ceremonies.
[...]
Earlier this year, University of Warsaw’s
Centre for Research on Prejudice found that acceptance for anti-Semitic hate
speech – especially among young Poles on the internet – had risen since 2014.
The study, released in January, found that 37
percent of those surveyed voiced negative attitudes towards Jews in 2016, up
from 32 percent the previous year, while 56 percent said they would not accept
a Jewish person in their family, an increase of nearly 10 percent from 2014.**
No es el único lugar del mundo en el que esto ocurre. Como
consecuencia del ascenso de populismo nacionalista y, sobre todo, religioso, se
está volviendo a los viejos odios raciales y religiosos. La pureza de sangre o
religión está comenzando a ser un elemento demasiado frecuente. Los nuevos
dirigentes populistas se erigen en defensores del cuerpo, el alma y el destino histórico de los que viven en sus
fronteras. Las identidades que surgen son definidas frente a los
"otros" sobre los que se dirigen los odios.
En un mundo comunicativamente abierto e intenso es fácil que
proliferen los discursos del odio, que son reproducidos reforzando y
normalizando (como señala el artículo) lo que debería ser controlado de forma
eficaz para evitar males mayores en el futuro. El autoritarismo de Polonia
viene siendo denunciado desde hace tiempo y de ahí las sanciones de la Unión,
pero los mensajes del odio racista no son fáciles de expulsar una vez que han
prendido en las mentes crédulas. Es fácil programar al racista; es muy difícil desprogramarlo.
La Historia sirve entonces como antídoto de los errores si
no se convierte en una forma de ocultación de los hechos anteriores. Debemos
comprender siempre a dónde nos llevaron para tratar de frenarlos en su perversa
tendencia a repetirse.
La historiadora canadiense Margaret MacMillan
escribió en su notable obra "Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia" (2009): «La historia también puede ayudar
a conocernos a nosotros mismos. La luz favorable a la que nos vemos a nosotros
mismos también puede arrojar sombras.» ***
MacMillan recoge un ejemplo que podría anticipar lo
que ocurrirá en una Polonia que se niega a aceptar parte de su pasado y trata
de convertir la Historia en una campaña de relaciones públicas y en la que todo
sean sonrisas propias y responsabilidades ajenas. El ejemplo se refiere precisamente
en las actitudes de Canadá ante lo que estaba sucediendo en Europa:
La historiadora quebequesa Esther Delisle ha
tenido muchos problemas al intentar poner de relieve algunas ambigüedades
presentes en semejante retrato. Señala que el abad Lionel Groulx, el famoso
erudito y profesor, se convirtió en un icono para los nacionalistas
francocanadienses que, sin embargo, consiguieron ocultar su antisemitismo.
Mientras los nacionalistas recalcan los errores cometidos con Quebec en las
crisis de reclutamiento de las dos guerras mundiales, no han tenido en cuenta
el hecho de que durante la segunda guerra mundial en Quebec existía una
simpatía considerable por el gobierno pronazi de Vichy en Francia. Tal y como
confirman diversas obras de Pierre Trudeau, él, como otros miembros de la joven
elite francesa, llevó a cabo su vida y su carrera entre 1939 y 1945 sin prestar
demasiada atención a lo que ocurría por el mundo. «Leyendo las memorias de
Pierre Elliott Trudeau, Gérard Pelletier y Gérard Filion, entre otros
francocanadienses a los que esperaban prestigiosas carreras», escribe Delisle,
«se puede concluir que no vieron nada, no oyeron nada y no dijeron nada por
aquel entonces, y que sólo les interesaba (y marginalmente, además) la lucha
contra el reclutamiento… Pero el silencio y las mentiras tienen más
motivaciones que un simple prurito narcisista. Existe la necesidad de ocultar
posturas que la victoria aliada hacía inmencionables. Esos hombres tenían que
olvidar, y hacer olvidar a otros, su atracción por los cantos de sirena del
fascismo y la dictadura en los peores casos, y en los mejores, su carencia de
oposición a ellos».***
La molestia canadiense por las simpatías de algunos de sus líderes hacía la Francia colaboracionista se parece a la molestia polaca. Se manifiesta en silencio e incomodidad. Pero Polonia va un poco más más allá, bastante más allá con su prohibición legal. El pasado se vuelve incómodo.
La vida
se vive sin ensayo general; la Historia se cuenta después. Uno de los capítulos
más interesantes de la obra de MacMillan es precisamente el que dedica al
tratamiento del pasado incómodo por parte de los gobiernos en el presente. La Historia se hace siempre
hacia atrás desde el presente y lo que vemos no nos gusta en la mayoría de las
veces. Pero es lo que hay. Ocultarlo implica mentirnos y, especialmente, dejar
de comprendernos. Por malo que sea el pasado es el que nos ha traído hasta hoy.
Si nuestro presente es mejor que nuestro pasado, ¡felicidades!, hemos mejorado.
Pero si ocultamos lo malo o menos presentable implica que ocurrirá lo que está
pasando en Polonia: mientras el gobierno intenta prohibir expresiones que no le
gustan proliferan los hechos que le contradice, es decir, el aumento del antisemitismo
y de actitudes nazis. Y si existen ahora es porque existieron entonces pues no sale de la nada, como está saliendo a flote el racismo en Estados Unidos gracias a Donald Trump, que actúa como un toque de corneta para que los fantasmas del pasado despierten de nuevo.
Es una pena porque Polonia sufrió un terrible doble acoso por los nazis y por las tropas de Stalin, que habían pactado repartírsela. Pero no es el camino tratar de borrar la historia. Toda historia tiene sus cobardes y villanos. También sus mentirosos y sus encubridores.
Como
suele ocurrir, los países que se empeñan en la lavar mucho su imagen, acaban con
otra más oscura y emborronada. Es una paradoja frecuente.
* Juan
Carlos Sanz - María R. Sauquillo "Polonia aprueba una polémica ley que
impide vincular al país con los crímenes del Holocausto" El País 1/02/2017
https://elpais.com/internacional/2018/02/01/actualidad/1517475787_162025.html
** "Anti-Semitism being 'normalised' in Poland,
Jewish Congress warns" The Thelegraph / Agence France-Presse 31/08/2017 http://www.telegraph.co.uk/news/2017/08/31/anti-semitism-normalised-poland-jewish-congress-warns/
*** Margaret MacMillan. Juegos peligrosos. Usos y abusos de la
historia, Barcelona, Ariel, 2010. 222 pp. ISBN: 978-84-344-6935-8. Traducción de Ana Herrera Ferrer.
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