Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En su
notable "El libro del té" (1906), el intelectual japonés —fue filósofo,
crítico de arte y director de la Escuela de Bellas artes de Tokio y del museo
de Bellas Artes de Boston, entre otras muchas actividades— Okakura Kakuzō (1862-1913)
escribió:
Lichihlai, un poeta Song, ha hecho notar, con
gran melancolía, que las tres cosas más deplorables del mundo, son: ver una
juventud destrozada por una mala educación, contemplar admirables pinturas
mancilladas por la admiración del vulgo y ver derrochar tanto buen té por causa
de una manipulación imperfecta.
El
espíritu de esteta refinado de Okakura Kakuzō se
veía perturbado por esas cuestiones que hacía suyas al recogerlas del poeta
Lichihlai. Poco importa que el poeta chino de la dinastía Song no haya sido identificado
y que sea probable que fuera Li Chi Chin, o que en la obra de este último no se
encuentren las líneas citadas, como ya señaló el editor japonés en la edición
de 1938. Lo importante es lo que Okakura Kakuzō, un hombre culto y que valoraba la cultura como algo que se debía reflejar en la vida, quiso decirnos.
Las tres ideas que a Okakura Kakuzō le
parecen deplorables son importantes y representan formas que nos han ido
invadiendo dentro de la apabullante vulgaridad reinante en este mundo hecho a
golpe de disparos en los conciertos,
por usar la expresión de Stendhal para la estridencia que suponía la
intromisión de la política en la obra literaria.
La idea de una "mala educación" puede ser
ampliada más allá de una mala enseñanza. Nunca ha tenido la Humanidad tantas herramientas
a su alcance para cultivar las mentes y nunca se ha sentido tanta frustración
entre las personas que son sensibles a los cambios introducidos a través de la
"ingeniería educativa". Cada vez son más los profesores que
manifiestan su desesperanza ante la respuesta que encuentra a su esfuerzo
educativo. Nunca ha habido una soberbia tan ignorante, una ignorancia tal
altiva y pagada de sí misma.
Cada vez más, se decide qué tipo de personas deben
poblar nuestro mundo a través de la educación en serie. Lo que parecía una
utopía que chocaría con la irresistible voluntad del espíritu humano para no ser
doblegado, se encuentra en un momento en el que la educación se concibe al
servicio del mercado y la producción y no de otro tipo de valores, que son
relegados en nombre de la "utilidad" y el "orden".
Este deterioro se percibe cada vez más en el
arrinconamiento de todos aquellos campos que puedan despertar en quienes se adentran
en ellos el interés cultural y el sentido crítico. El consumo dirigido ha hecho
que la demanda estimulada se oriente hoy hacia elementos vacíos desde el punto
de vista de las personas. El ideal ilustrado de la cultura como forma de
asentamiento de la persona y sus valores ha pasado a mejor vida en medio de un
crecimiento constante de la tecnocracia y la especialización.
Sí, pocos espectáculos son tan deprimentes como una
sociedad que se forma alejada de lo mejor que ha producido en su Historia, de
las buenas o bellas ideas que se han ido formando durante siglos para lanzarse a
un mundo sin tiempo, centrado en el
presente como espacio mental, desconectado de un pasado que no se quiere
conocer y un futuro en el que no se quiere pensar. Igual que se desconoce lo
bueno, se desconoce lo malo, evitando que la Historia nos haga conscientes de
nuestros defectos, de nuestros errores, para poder superarlos.
La segunda de las cosas deplorables viene por el
mancillado de lo valioso a manos de aquellos que no son capaces de apreciarlo.
Está conectado directamente con la primera, ya que es el embrutecimiento la
causa de la pérdida del buen gusto y.
Entre el arte y la cultura en cualquiera de sus
manifestaciones y el público capaz de apreciarlo de una forma provechosa en
términos de gusto, se encuentra la educación. Nuestra forma simplona de
entender la educación ha destruido la experiencia estética como algo esencial
en la formación de la sensibilidad, nos aleja de la cultura que no esté
conectada con algún interés en el presente. Solo se pone el énfasis a aquellos
que nos resultan útiles para nuestras pequeñas causas.
La educación ha renunciado a la formación de las
personas, ha dejado de ajustarse a sus necesidades y a su continuo buscar para
quedar reducida al aprendizaje de determinadas técnicas con las que ganarse la
vida y trabajar en una sociedad en la que el ocio ha ido transformándose más en
actividad de mercado. El ocio ya no es el tiempo que dedicamos a nos nosotros
mismos para avanzar en nuestra propia formación como personas, sino el tiempo
en el que las fuerzas del mercado nos ofrecen distracción continua a través de
los medios más diversos.
La tercera causa lamentable que Okakura Kakuzō señala, el destrozo de algo tan delicado como el té a manos de los
que no saben apreciarlo, es algo cada vez más frecuente dado el deterioro
general que padecemos.
Por todas partes se repite el mantra de dar a la sociedad lo que esta pide,
cuando lo que esta pide cada vez más son productos embrutecedores, carentes de
cualquier tipo de gusto. Solo quedan ya simplificaciones destinadas a
satisfacer los egos de aquellos que desean pavonearse.
La llegada a los centros de decisión de personas
carentes en su mayor parte de una formación en la cultura hace que nos hayamos
convertido en una especia de gigantesco circo romano. Los síntomas de esto son
cada vez más alarmantes; el embrutecimiento nos va dejando pistas poco sutiles del
deterioro hasta niveles más que preocupantes.
La cultura, más allá de los negocios culturales, no le importa a nadie. Se ha vuelto un asunto
del bolsillo y no de la mente. "Educación general" se nos dice desde
muchas de nuestras facultades, empeñadas en una formación técnica que nos deja
sin nada que pensar y menos que decir. Nunca ha sido tan fácil manipular a la
gente, convencerla de las ideas más abstrusas y retrógradas, lo que explica
muchas cosas que vemos cada día aquí y en muchos rincones del mundo. La
ignorancia siempre ha sido manipulable, pero esto es algo más: es el abandono a
unos ideales de mejora social y personal. Personas mejores pueden hacer mejores
sociedades y viceversa.
Nunca han colaborado tanto al embrutecimiento las
fuerzas que deberían marcar rumbos por su propia función social. La ignorancia
presuntuosa hace que se arrincone todo aquello que pueda dejarlos en evidencia.
Los grandes ignorantes llegan muy alto y se proponen como ejemplo de que no necesitan más libro que aquel en el que nos cuentan el secreto de su éxito. Desgraciadamente avanzan con su simpleza a gran velocidad arrastrando tras de sí a los que buscan el éxito. Todo lo que no va en ese camino es un lastre.
Okakura Kakuzō no llegó a contemplar hasta dónde podía llegar el desastre. Creo que nosotros no somos todavía capaces de entenderlo en sus efectos destructivos.
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