Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La casi
certeza de que se haya producido una nueva decapitación de un periodista en ese
frente monstruoso de batalla en que se ha convertido la zona de Siria e Irak
hace preguntarse sobre el objetivo de esos desalmados. Dentro de sus crímenes
constantes contra todo aquel al que se encuentra y se les oponga, contradiga o
simplemente le apetezca, los crímenes contra los periodistas que se encuentran
informando de los conflictos desde el terreno mismo suelen ser impactantes.
Todas las vidas son importantes, pero así como desprecian profundamente la vida
de todos los que no siguen sus consignas matando sin compasión, decapitando, fusilando
o enterrando vivas a cientos de personas a su paso, a las muertes de
periodistas les conceden cierta notoriedad pues en ellos están castigando al
mundo y haciendo exhibición de una fuerza cobarde con la que su correligionarios
se crecen. No ven lo que es, un crimen cobarde, sino que lo viven como si
derribaran nuevas torres en el skyline
de Occidente al completo. Dentro de su mentalidad criminal y megalómana, cortar
cabezas de occidentales es un acto de demostración de fuerza, además del
desprecio y alimento para la soberbia fanática que les guía en el resto de sus crímenes.
Con los
secuestros de los periodistas, fotógrafos, etc. cumplen varios objetivos. En
primer lugar, la intimidación de los medios que informan sobre lo que ocurre.
Como buenos fanáticos religiosos están obsesionados con el "mensaje".
Se consideran portadores del único mensaje verdadero, por lo que todos los que
propagan otras ideas o versiones sobre lo que son y lo que hacen distinta a la
idea absurda y narcisista que tienen de sí mismo se convierte en algo que hay
que silenciar y tratar de aprovechar para difundir su propio mensaje.
Creo
que no se ha estudiado convenientemente el papel que los nuevos medios,
surgidos al hilo de las tecnologías de la información, tienen no tanto en la
expansión —que es obvia e importante— sino en la configuración de estas mentes
enfermas de notoriedad y profundamente vanidosas y narcisistas. Necesitan del
espectáculo y los periodistas son para ellos como críticos que les castigan
pervirtiendo lo que ellos consideran una acción de santidad en el mundo, su higiene. El periodista escribe y a ellos
no les gusta lo que escriben. "Mentir" sobre sus actos les parece un
crimen deleznable.
Este
fenómeno no es exclusivo de los yihadistas y lo podemos ver como característico
de la mente monolítica que no admite más versión que la suya de lo que ocurre
en el mundo. Es importante este hecho de la unicidad del mensaje que proclaman
porque sitúa directamente en el punto de mira a los medios y a los periodistas,
que son versiones alternativas y rivales. No se trata de considerarlo como
parte natural del juego de la propaganda, sino de algo más sutil y perverso que
tiene que ver con esa mentalidad totalitaria que solo quiere sumisión y
reconocimiento. Ellos son "mensajeros" divinos y una decapitación es
una "advertencia", dicen, para los enemigos de la verdad, que es lo
que ellos encarnan.
Hay
objetivos más pragmáticos. Mientras los periodistas están secuestrados,
prisioneros en cualquier lugar de ese laberinto sin fronteras es Oriente Medio,
pueden realizar presión sobre los medios que tienden a moderar su lenguaje
crítico —cuando no a retirar a sus corresponsales— con la esperanza de que no
ejecuten sus amenazas. Está también la cuestión del dinero de los rescates.
Estos "mensajeros divinos" son ladrones y delincuentes, que viven de
lo que roban y extorsionan. Su mentalidad teocrática exacerbada les hace ver
todo ello como parte de un plan justo,
para el que siempre encuentran precedentes, citas e interpretaciones. Todo lo
que se quite a los infieles o apóstatas es obra de un Dios que está siempre en
su boca mientras degüellan, roban o torturan. Para ello les basta hacer una
sencilla operación mental, que es colocarse del lado de la verdad y colocar
todo lo demás en el otro lado. Les han prometido el paraíso aunque para ello
haya que convertir el mundo en un infierno. No les importa nada ni nadie,
incluidos los suyos, a los que miran con desprecio cuando muestran debilidad.
No hay más que pensar en los suicidas y en las actitudes de las familias para
ver que se trata de un extremo en el que se han desprendido de cualquier
humanidad. Todo está justificado porque Dios está de su lado. Es el fin y
aquello que justifica todo. No hay otra obra, no hay otro fin. Y si lo hay,
debe ser destruido.
Para
mantener este tipo de convencimiento entre sus seguidores y aumentar su número,
las demostraciones de fuerza son necesarias porque además de sembrar el terror,
refuerzan al convencido, que ve en ellas más muestras de verdad y poder. La
notoriedad que alcanzan estas infames ejecuciones de periodistas le llena de
gozo porque ven en ellas la extensión de su mensaje. Rechazan muchas
modernidades, con la clara excepción de las tecnologías de las comunicaciones,
que les sirven para propagarse, comunicarse, articularse y mandar las
exhibiciones de su fuerza al mundo. La fama de la espada precede a la espada.
Es
importante entender que no se está ante una cuestión que tenga algún límite. La
base del yihadismo es la expansión y la destrucción de todo lo que se oponga a
su interpretación del mundo. Por lo tanto no hay negociación porque no hay nada
que negociar. Hacerlo sería traicionar la causa. Hay ejemplos de cómo acaban
con los miembros que consideran que pueden traicionarlos. Desear la paz es ya
una traición gravísima, merecedora de la muerte. No hay retroceso. Les han
convencido de que el fin último es la conquista del mundo y que no hay honor
mayor que morir o matar por ello.
Pero
hay también algo que no puede dejar de ser dicho, que es la situación de los
periodistas en estas zonas peligrosas y en otras. Muchos de ellos son
periodistas "autónomos". Trabajan para que les acaben comprando (o
no) los reportajes que realizan. Para conseguirlo tienen que arriesgar más con
menos recursos. Es el mercado. Van donde pueden a conseguir noticias y caen
muchas veces en trampas de las que ya no salen o desaparecen hasta que alguien
consigue pagar el rescate, si es que hay alguien dispuesto a hacerlo.
La
profesión periodística no busca lo heroicidad, solo llenar de sentido el
sencillo gesto cotidiano de abrir un periódico o consultar una página, de
encender la radio. Esos minutos que dedicamos distraídamente, con un café en la
mano, a realizar un rápido recorrido por lo que pasa en el mundo son el
resultado del esfuerzo, muchas veces arriesgado, de personas de las que no nos
molestamos en saber su nombre. Parece que el espejo stendhaliano se paseara
solo por el azaroso camino. Y no es así.
La
notoriedad y el buen sueldo se lo suelen llevar los que buscan ser el centro de
la noticia o producirla, los que aman más ser mirados que hacer ver. Pero los
verdaderos sostenedores, los sacrificados peones de la partida, son siempre
personas como estos dos periodistas, degollados para convertirlos en
espectáculo macabro que sus compañeros se ven obligados a repetir, haciendo
unos de tripas corazón y otros simplemente pensando que es su trabajo y algunos
su negocio.
Todas
las vidas son importantes. Las de los periodistas no son más importantes que
las de los demás. Lo importante es que nos demos cuenta del sentido de sus
muertes y de por qué y para qué están donde están: para que
nosotros estemos mejor informados. Los periodistas no solo mueren a manos de los
criminales psicópatas religiosos, como estos del Estado Islámico o cualquier
grupo, secta o estado en el que no se acepte más de una "verdad".
Mueren también de indiferencia, de apatía general, de la codicia y del gusto
por el cotilleo y la trivialidad que inunda los medios. Por eso muchos de ellos
eligen jugarse la vida por una vocación que les saca de despachos, ruedas de
prensa sin preguntas y demás comodidades
para ganarse el pan con una profesión que aman, mal pagada y precaria; llena de
lamentos cuando las desgracias ocurren, pero que no mueve muchos dedos para
evitar que ocurran.
No son
locos ni héroes. No buscan ser aplaudidos, sino dar las gracias por poder
comenzar otro día para cargar con grabadoras, cámaras y ordenadores y poder
contarnos algo que merezca la pena escuchar o que simplemente nos saque del
ruido y sopor en el que vivimos.
Me han
venido ahora a la mente las cadenas humanas para proteger a los periodistas
durante los dieciocho días de la Revolución egipcia del 25 de enero de 2011.
Como les atacaban para evitar que informaran al mundo lo que estaba pasando
allí, la gente los rodeaba para protegerlos. Me han venido a la mente las
imágenes del corresponsal de La Vanguardia atendido por una mujer de sus heridas
en la cabeza. La mujer le besó en las heridas al saber que era un periodista. Era su forma de reconocimiento
porque sabía que estaba allí, jugándose la vida, para informar de lo que ocurría
en las calles de El Cairo.
Hoy no
hay nadie allí que les proteja. Nadie les besa como agradecimiento las heridas que
les han causado por contar la verdad al mundo. Hoy son los criminales los que
alardean a través de las redes sociales de su barbarie. En su simpleza
teocrática creen que cortar cabezas es callar voces e imponer la verdad. ¡Imponente
necedad! Lo único que pregonan es su monstruosidad arrogante.
Hay
guerra a la prensa y guerra a los periodistas. La primera es una cuestión de
libertades, que se traduce en presiones reales y censura limitando el derecho a informar y a expresarse;
a estos monstruos cavernarios no les importa ni las entienden. La segunda es
siempre concreta, centrada en personas a las que se persigue, secuestra y asesina.
Muere la información y matan al mensajero.
Con la
muerte de cada periodista que realiza la labor de informarnos, morimos también todos
un poco; ellos alimentan nuestra libertad y defienden a aquellos de los que informan contando al mundo su estado. Su presencia es nuestra mirada; sin ellos estamos ciegos.
Descanse en paz Steven Sotloff. La redacción del otro mundo va
ampliando su plantilla con buenos profesionales.
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