Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
que en Irán ha llegado una nueva tanda de políticos sonrientes, a los jóvenes
que se les ocurre mostrar unos estándares de "felicidad" distintos a
los oficiales, se les condena a cárcel y latigazos. El atenuante de que no se
les haya aplicado la pena (por ahora, si se portan bien) es relativo, pues no existe mejor forma de mostrar "moderación"
que hacer leyes moderadas. Lo de ser generoso con las aplicaciones de leyes
brutales no resta nada a la voluntad autoritaria de mantenerlas.
La
distancia que existe entre el progreso nuclear y el látigo medieval es una
muestra del funcionamiento extraño de las mentes, al menos desde una
perspectiva exterior. Lo que han hecho los jóvenes iraquíes, que se han
limitado a bailar, dar unos cuantos saltos, tal como hacen millones de jóvenes en
muchas partes del mundo, nos muestra esa aspiración a una extraña modernidad medieval que ve compatible el
desarrollo científico y tecnológico con el mantenimiento (más bien imposición)
de una forma de vida y costumbres inamovibles. Es como intentar poner un
satélite en órbita y seguir sosteniendo que la tierra es plana. Thomas S. Kuhn
diría que son "paradigmas incompatibles". Orwell, más pragmático, lo
llamó "doblepensar".
Esta
forma retrógrada de progresar
deja al desnudo la cuestión principal: poder y control. Irán es un "estado
islámico" y como tal extiende el control sobre las costumbres y actos de la
vida pública y privada. No hay distinción. Se trata de mantener el poder y eso solo funciona con una sociedad controlada. Por eso se producen cada vez más
desajustes entre un futuro hacia el que se avanza y un pasado idealizado hacia
él se dirigen también las miradas. Manejas la ciencia del átomo, pero sigues
pensando en términos medievales.
Cuando
vi la noticia me vino inmediatamente a la memoria la película semidocumental
"Nadie sabe nada de gatos persas" (Bahman Ghobadi 2009), un
extraordinario testimonio de la juventud iraní, de su imposibilidad de vivir, de
tener que esconderse para burlar la vigilancia que les impide poder ser como
muchos otros cientos millones de jóvenes repartidos por el mundo. La película
nos va mostrando el recorrido de una pareja de jóvenes músicos que tratan de
formar un grupo para poder ir a tocar al Reino Unido. Las vicisitudes por las
que pasan, desde el mercado negro de los pasaportes hasta las intervenciones de
la policía en donde tienen una fiesta, nos deja la muestra de un mundo subterráneo
y paralelo, de conciertos en casas privadas y ensayos clandestinos, que revelan
la existencia de dos universos paralelos tras el telón islámico.
Aislar los países
es hoy, como lo ha sido en otras ocasiones, el sueño de los dictadores,
religiosos o laicos. Saben que es el movimiento, las idas y venidas, ver lo
nuevo, lo que despierta el deseo de cambiar, lo que permite las comparaciones. Vemos que los otros son distintos y lo
que se nos cuenta como verdad inamovible y universal se descubre que es puro creencia
local impuesta.
Hoy ya
no funcionan las murallas como lo hacían antes y los cambios surgen del fondo
de las sociedades que ven que sus limitaciones no se deben a leyes universales, sino a la voluntad de sus dirigentes. La "normalidad" que les venden es
solo ideología política o religiosa impuesta con mano de hierro.
Con la
llegada de Internet, el mundo se ha convertido en avenida llena de escaparates,
de muestras y ofertas de vidas diferentes a las que unos acceden con normalidad,
pero que para otros tiene un precio muy elevado o simplemente prohibitivo. Estos
gobiernos y sistemas políticos saben que es esencial tapar los ojos y oídos y
realizan cuantiosas inversiones en el aislamiento comunicativo de sus
sociedades mediante la aplicación de tecnologías de vigilancia, muchas veces
con la complicidad de las compañías de países occidentales. Egipto, por
ejemplo, acaba de realizar una gran inversión —¡como si no tuviera otros
problemas!— para el control de las redes sociales; China ha duplicado las redes
sociales y filtra las exteriores, de difícil acceso. Las excusas de todos son
siempre las mismas: la disidencia, el anarquismo, el terrorismo, etc.
Desgraciadamente,
los Estados Unidos y su "defensa" a través del espionaje masivo de
las comunicaciones han dado la excusa perfecta a estos regímenes autoritarios. Unos sistemas de defensa que se basan en la
reducción o perversión de derechos nunca acaban bien. Ni son el mejor ejemplo:
obligan a justificarlos de forma egoísta, es decir, si son buenas para mí, me da igual que sean malas para
los demás. El mal ejemplo siempre cunde y los gobiernos lo aprovechan para
espiar a sus propios ciudadanos haciendo apelaciones a la "seguridad"
y el "terrorismo". No sé si le resulta eficaz a los Estados Unidos
para prevenir atentados, pero sí sabemos que le resulta rentable a los que
espían sin pudor a sus propios ciudadanos o, sencillamente, les cortan las
comunicaciones a todos, que también se considera "seguridad",
declarando que los de fuera "faltan a la verdad" o
"promueven" disturbios en el interior para desestabilizarlos. Es
difícil pensar en la evolución de países cuyos sistemas se basan precisamente
en no evolucionar porque sus edades de oro son una foto fija de la historia
pasada.
Como
los jóvenes del filme de Bahman Ghobadi, estos jóvenes, detenidos y condenados
por bailar felices, están abocados a vivir bajo una cruel represión, a crecer
viendo el mundo como un mal ejemplo
del que solo se salvan los virtuosos, es decir, los que siguen las normas
fijadas por las autoridades, que a su vez se consideran la mano de Dios.
Les habían prometido no emitir el humillante vídeo en el que se les obliga a confesarse criminales por bailar, pero finalmente lo hicieron para que todo Irán viera las consecuencias de querer ser feliz a tu manera. Dicen que el tuit franciscano de Rohani, en mayo — “La #Felicidad es el derecho de nuestro pueblo. No debemos ser demasiado duros con los comportamientos causados por la alegría”—, ha sido decisivo para que esos latigazos y encierro no se ejecutaran. Ahora deberán contener sus ganas de ser felices durante un periodo de observación bajo riesgo de ser encarcelados y azotados.
Si analizamos la historia del tuit de Rohani vemos el absurdo a que se llega en Irán. En un régimen controlado por los clérigos, lo único que queda es apelar a la misericordia, antes que a la justicia. El tuit de Rohani no significa más que su deseo de no ser severos, pero la falta está ahí. Solo se han equivocado en su "forma" de ser felices. Ya aprenderán. Nada que un poco de reeducación y autocrítica no pueda corregir.
The
Times recogía en mayo que la detención, lejos de intimidar y como era
previsible, ha servido para que se siga el ejemplo de felicidad de los jóvenes,
que ya no desean seguir bailando en la
oscuridad:
If Iranian police hoped to scare young
dissenters by publicly punishing six friends who videoed themselves dancing to
Pharrell Williams’ hit song Happy,
they will be disappointed.
Despite the arrest and forced televised
confessions of the young men and women in Tehran last week, a series of new
videos have sprung up online in recent days showing youngsters dancing in
forests and on rooftops to the American singer’s track. Some have even poked
fun at the authorities' heavy-handed response to the original video.*
Esos
jóvenes, que muestran su solidaridad con los condenados a cárcel y a látigo, son
los mejores embajadores de Irán, la prueba de que, pese al empeño de sus
dirigentes, hay alguien que aspira a tener un futuro propio y a ser feliz en él.
* "New
Happy videos taunt Iran’s leaders" The Times 28/05/2014
http://www.thetimes.co.uk/tto/news/world/middleeast/article4101589.ece
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