Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Conforme
va avanzado la hoja de ruta marcada en Egipto, los estados de ánimo varían
entre la entrega incondicional a lo que haga su presidente, Abdel Fatah al-Sisi,
el rechazo de lo que se ven en el otro extremo y un número indeterminado de
descontentos que entienden que se van cerrando oportunidades para que el país
cambiara realmente. La primera fase fue la modificación de la Constitución, la
segunda la elección del presidente y la tercera debe ser las elecciones
generales para constituir un parlamento.
En la
fase constitucional se enmendó de forma sustancial la constitución elaborada
sin consenso alguno por los islamistas, que incumplieron sus promesas de gobernar
para todos. El periodo con los Hermanos Musulmanes en el poder ha sido una de
las épocas de menor inteligencia política, consiguiendo en apenas unos meses
ponerse en contra a una gran mayoría social. Su afán totalitario quedó pronto
de manifiesto con el control institucional y los conflictos con todas las
instituciones. Su consecuencia fue una constitución de nulo consenso, no
destinada a la convivencia sino a la imposición de modelos irreversibles en los
que apoyarse para seguir avanzando en la islamización. Una oportunidad perdida
y la vuelta de los Hermanos Musulmanes a las catacumbas y del terrorismo a la
superficie.
Con la
elección del presidente se dio un segundo paso. Ya aquí se inició un debate
entre las fuerzas políticas que habían apoyado la caída de la Hermandad y del
presidente Mohamed Morsi. La discrepancia era bastante natural: muchos
preferían que primero se realizaran elecciones generales y, ya con un
parlamento, proceder a la elección de un presidente. Sin embargo, la hoja de
ruta paralela y subterránea (por más evidente que fuera) impuso las
presidenciales antes de las generales.
Con
esto se conseguían dos beneficios obvios: se centraba el protagonismo en una
sola mano, fortaleciendo la natural tendencia al caudillaje, primero, y después
la figura resultante tendría la capacidad de manejar un parlamento que quedaría
muy debilitado respecto a la figura presidencial.
La
elección de Abdel Fatah al-Sisi formaba parte del guión previsto de la
elevación de una figura de poder frente al caos al que Egipto era llevado. Si
era llevado por su propia tendencia al caos o si el caos era organizado o
fomentado por cualquier fuerza, interna o externa, es cuestión que dejo al
gusto del lector.
El
movimiento social del 30 de junio tenía la intención de que los islamistas
salieran del poder, tras solo un año, convocando elecciones generales no tenía
nada de antidemocrático. Morsi ignoraba los avisos que desde todas las
instancias sociales se le hacían e ignoraba igualmente las advertencias
internacionales de que debía ampliar la base del consenso social para la
constitución, por un lado, y debía de mejorar el respeto a la minoría cristiana
y a los derechos de las mujeres. Eso es lo que le dijo Angela Merkel
públicamente en su visita europea a Mohamed Morsi. El islamista respondió con
esa frase que se escucha tanto a los gobernantes egipcios: que eran asunto
interno y que los egipcios no tienen que dar cuentas a nadie ni aprender
lecciones. Son casi las mismas palabras que escuchamos hoy a los que los
eliminaron del poder cuando se les advierte de las consecuencias. Pero no lo
entiende o no les importa. Y eso se paga.
La
creación de una imagen mitificada de un presidente, llevada a ser calificada
como "sisi-manía" entra dentro de una parte muy peculiar de la
mentalidad egipcia en particular y árabe en general. Es propia del fracaso de
las ideologías en una sociedad que acaba dejándose arrastrar por la atracción
de las figuras carismáticas, como la de el-Sisi, una figura que representa una
promesa viva de salida del caos, un anhelo que se suele cumplir por la vía de
la fuerza, que pasa a ser un factor de adoración más.
Para
que figuras de este tipo funcionen —mientras lo hacen—, es necesario que se
retire el pensamiento y se manifieste las emociones primarias desnudas que
establecen los mecanismos empáticos. La conexión es sobre todo emocional y esas
son las pasiones que desata aquel que se promete y postula como quien acabará
con el estado de ansiedad desatado por el caos circundante. Una figura de este
tipo está destinada a satisfacer el deseo de liberación de la angustia producida
por la incertidumbre. Da igual que lo logre o no, lo importante es que tiene
ese efecto balsámico de que existe una mano fuerte que impedirá que el caos
avance.
La
tercera etapa de la hoja de ruta es la que afecta al aspecto ideológico, el
parlamento al que se debe llegar tras unas elecciones, que entra en conflicto
con la idea de unidad que representa la figura presidencial. La figura de un
presidente fuerte permite polarizar los miedos en el otro extremo, en una entidad
oscura y global que representa el mal que hay que combatir. El hombre fuerte
está ahí, transmitiendo confianza absoluta con su fortaleza, liberando de
miedos y dudas. La fe ciega en lo que hace, la defensa a ultranza de cualquiera
de sus actos, que son siempre justificados lleva a la derrota del necesario
pensamiento crítico para que un sistema no caiga en la barbarie organizada.
Este
mecanismo psicológico de adoración al líder convierte a todo el que se le opone
en parte de esa fuerza caótica contra la que hay que prevenirse. Cualquier discrepancia
es convertida en desafío y justifica el aplastamiento. Hoy las cárceles
egipcias no solo tienen islamistas, convertidos en terroristas mediante
decreto, sino a socialistas y liberales que cometieron la osadía de protestar
porque no se pueda protestar, un círculo vicioso. El candidato nasserista
Sabahi fue acusado por el hecho de presentarse a las elecciones presidenciales
de todo tipo de connivencias con extranjeros o islamistas. Nunca le agradecerán
su papel de comparsa en una elección presidencial que dio a Abdel Fatah al-Sisi
el 97% de los votos. Hacía falta un oponente para que las elecciones pudieran
llamarse así y a Sabahi le tocó ese papel. En las elecciones que llevaron a
Mohamed Morsi y los islamistas al poder, Sabahi había quedado en tercer lugar,
tras Morsi y el candidato "militar", Ahmed Safiq. Sabahi dio la cara
por él y, sobre todo, por Egipto al aceptar ese papel en la obra que se estaba
representando.
El
tercer acto son las elecciones parlamentarias. El parlamentarismo requiere de
una mentalidad plural que evidentemente entra en contradicción con esa idea del
hombre fuerte que nos libera de pensar, hace lo que queremos hacer (y
viceversa) y dice lo que queremos escuchar (y viceversa). El parlamento
representa la diversidad de las voces y del pensamiento. Aunque un sistema sea
presidencialista, el parlamento tiene siempre ese papel polifónico. No se ve
como un enemigo, sino como un complemento necesario para que el estado no se
vuelva monolítico y el poder devenga en autoritarismo.
Sin embargo,
es eso lo que se busca conscientemente por quienes lo planifican e
inconscientemente por aquellos que viven la angustia del día a día y ven en la
discusión una forma de debilidad. No creo equivocarme mucho si digo que para
muchas personas las elecciones generales egipcias carecen de importancia y
aliciente. Sus necesidades políticas se las satisface el apasionado amor hacia al-Sisi. No quieren que se divida el protagonismo.
Una de las
cuestiones más controvertidas, junto con el orden que debía seguirse en las
elecciones era la configuración del parlamento, algo que quedaba abierto en la
constitución aprobada para que fuera desarrollado y aprobado más tarde.
Probablemente esto fue un acto premeditado para no introducir la controversia
en la primera fase y dejar que el nuevo sistema se fuera consolidando. Pero
hoy, la hoja de ruta exige que se ponga sobre la mesa la composición del
parlamento.
En Mada
Masr podemos leer sobre el estado de esta cuestión dilatada:
The latest round of negotiations among liberal
and left-leaning political forces has produced to date some four major
coalitions, but their fate remains uncertain. Negotiations are ongoing, the law
governing elections has not passed and the date of the elections has not yet
been determined.
This draft law is still on the desk of
President Abdel Fattah al-Sisi, after leaders of political parties lambasted it
for its mixed-seat system — 80 percent of which is reserved for single
candidates, with only 20 percent allocated for party lists. Traditionally, a
larger weight on individual candidates is associated with a more personal
process, in which candidates often rely on money and tribalism to earn votes,
as opposed to parties competing over political ideas and projects.*
Podrá observarse que el sistema tiene su peculiaridad y su
objetivo, fácilmente deducible. Un parlamento en el que el 80% está reservado
—dentro de esa cantidad hay un porcentaje de designación directa del
presidente— a personas en vez de a partidos condena a muerte los debates
ideológico y, si se me apura, los debates simplemente.
Lo que se busca con la ley de composición del parlamento es,
sencillamente, convertirlo en una sombra del poder, que queda en manos de la
presidencia, una manos fuertes que en ningún momento verán peligrar su
liderazgo. No tiene sentido ni hablar de "oposición" en un sentido
parlamentario tradicional. El parlamento queda condenado a ser un caos ineficaz
o, en el otro extremo, un mero coro presidencial, expertos en aplausos y alabanzas.
Como bien señalan en Mada Masr, el sistema favorece al que pueda financiarse un
escaño comprándolo directamente o al que pueda reunir —con el consentimiento
del poder— los apoyos locales como para tenerlo. De nuevo, como ocurrió en las
décadas de la historia del Egipto moderno, una mera fachada parlamentaria. Lo
que los múltiples partidos que se organicen en coaliciones para intentar sacar
algún tipo de representación dentro de ese ridículo 20% puedan sacar será parte
de esa fachada hacia el exterior.
Egipto reproduce una y otra vez sus mismos errores. El
sistema generará de nuevo (o la misma) corrupción desde el poder. La
presidencia seguirá usando la fuerza y las promesas para mantener su prestigio
y se volverán a crear (si se han cambiado) las redes clientelares que aseguren
que nadie va a ser molestado en sus negocios.
Egipto necesita personas con ideas y no con servidumbres,
que es lo que un sistema así generará. Un sistema así no atiende al beneficio
general, sino que se accede a la política para asegurarse el conseguir lo que
se quiere.
La hoja de ruta sigue su marcha, pero no creo que se esté
caminando hacia una normalidad deseable, sino que una vez más se está llevando
al conjunto, entre cantos y lamento, entre vítores y maldiciones, a otro
callejón sin salida. Por el momento, no hay ningún problema real que se haya
solucionado. Nada que no sea darse un paseo en bicicleta para animar a ahorrar
energía o reactivar la "fiesta del maestro"; sin embargo los cortes
de luz se siguen produciendo (con el agravante de ser denunciado por
antipatriota si insistes mucho en ello) y las cifras de analfabetismo, como
señalaba Ahram el otro día —y que aquí recogimos— ha aumentado en más de un 1%
entre 2012 y 2013.
Mientras no exista una conciencia política crítica que surja
de debates reales sobre los problemas y alternativas debatidas a las soluciones,
la política egipcia seguirá dándose en los mismos parámetros que la llevaron al
caos y la ineficacia y al estallido social. Los partidos políticos son
necesarios para abrir un debate real sobre los caminos y soluciones. Pero eso
no casa bien con las líneas trazadas cuya finalidad obvia es mantener un
gobierno fuerte y de fuerza respaldando la figura presidencial.
Sin dejar crecer los partidos se elude el debate político
sobre el país y su destino. Los candidatos individuales se presentarán
simplemente como partidarios del presidente frente a otros que no lo hagan y
allí se habrá acabado toda ideología. Esto sumirá al sistema en la apatía,
aumentando las cifras de abstención y desinterés y haciendo que las fuerzas se
canalicen hacia otros sectores de difícil control y serán caldo de cultivo de
más violencia.
La atomización de los partidos, solo así se puede considerar
que dispongan de un 20% de representación es la forma de hacer débil el
pensamiento y ensalzar la figura carismática y de autoridad. Es hacer que se
valore más un mal entendido sentido de la acción como alternativa a un mal
valorado sentido del debate. Donde hoy hay aplausos y cánticos, mañana habrá
desengaño y desesperación cuando los ídolos levantados se muestren de barro.
* "Fragmented
politics" Mada Masr 15/09/2014
http://www.madamasr.com/content/fragmented-politics
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