Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nos
cuenta la BBC que el ciudadano ruso, de 75 años de edad, Igor Andreev, fue
multado en San Petersburgo con 10.000 rublos por sostener una pancarta que
pedía "Paz en el mundo"*. El clima de exaltación
"patriótica" que ha llevado a los altares al presidente Putin por sus
aventuras en el país vecino tiene sus consecuencias sociales. Además de haber
creado el conflicto con Ucrania, su país vecino, el propio patio ruso está
revuelto entre los que siguen ciegamente alentando las aventuras invasoras y
prepotentes de Putin, y la una parte de la sociedad que ha visto en estas
maniobras una forma suicida a largo plazo.
El
reportaje de la BBC —realizado por el periodista y escritor ruso Andrei
Ostalski— nos habla de esa "otra Rusia" que va perdiendo el miedo a
criticar la locura contagiosa de sus belicistas dirigentes. Una minoritaria parte
de Rusia se manifiesta en contra. Lo hacen arriesgando su propia seguridad y
estabilidad, pues hacerlo en las calles supone riesgos físicos y realizar
declaraciones públicas riesgos laborales, dado el clima exaltado que se ha
buscado.
En
Rusia, nos cuentan, no hay que pedir permiso para manifestarse individualmente.
Una especie de aliento al suicidio, pues los que lo hacen pueden vivir un
calvario de insultos y vejaciones por parte de los que sí puede acosarle en
grupo. Cuando el manifestante es finalmente agredido, la policía le detiene acusándolo
de alterar el orden público. Un caso similar nos cuenta la BBC:
Alexei Sokirko encontró un hueco en la calle
Nikolskaya y desdobló su bandera que decía "No a la guerra".
La ley rusa permite piquetes de una sola
persona sin autorización o notificación previa, por lo tanto en un principio la
policía no hizo nada. De hecho, no hizo falta: los transeúntes, enojados,
inmediatamente comenzaron a acosar a Alexei.
Para empezar lo llamaron "fascista"
y "escoria". Luego una mujer lo escupió. Algunos hombres empezaron a
amenazarlo, y finalmente uno le arrebató el estandarte de sus manos y lo
rompió.
La riña siguió cuando la policía intervino
para detener a Alexei por violar el orden público. Quizás fue lo mejor, ya que
podría haber resultado seriamente golpeado. Una mujer ofreció hacer una
acusación más grave contra él. "Puedo dar testimonio de que estaba
golpeando a un niño", sugirió, con entusiasmo. Los policías decidieron no
hacerle caso.*
Conmueve
el patriotismo de esa mujer dispuesta a mentir con tal de conseguir que el
hombre que se manifestaba en contra de la corriente general con su "no a
la guerra". Es un caso puro y nítido de fascismo social, de un estado en
el que cualquier cosa es posible para eliminar la disidencia y lograr, a través
del miedo y la violencia, los objetivos de amedrentamiento. No cabe disidencia.
Ese es parte del placer morboso que generan líderes como Vladimir Putin, que se
convierte en el modelo social y cuyas decisiones son refrendadas con pasión
destructiva.
La
pregunta que cabe hacerse ante la proliferación de líderes como Putin y la
admiración que suscitan en algunos, es: ¿cómo es posible que se pierda toda
noción de la proporción, todo sentido común y se produzca esta vergonzosa
ceguera que extrae lo peor del comportamiento individual y social?
La
única conclusión posible es que en muchas personas existe un componente que les
hace adherirse acríticamente a líderes y planteamientos que exaltan la
violencia. Mientras que en unos se produce una euforia que les permite
canalizar su violencia hacia el punto de mira que el líder les pone delante, en
otros se produce un sentimiento crítico contrario que hace arriesgarse, como lo
hicieron los ciudadanos que pedían "Paz en el mundo" o "No a la
guerra". Solo así es posible explicarse la popularidad de líderes belicistas
que han encontrado en el nacionalismo la fuente de energía para alcanzar sus
objetivos.
El
nacionalismo parece ser el conjunto de recursos retóricos y tópicos
sentimentales con los que manejar a las poblaciones. Los estudios sobre la
empatía, la comunicación emocional, hemisferios del cerebro, neuromarketing,
storytelling, etc. han proliferado en las últimas dos décadas. Todos ellos son
el engranaje teórico que permite la construcción de los estados emocionales
capaces de bajar las barreras racionales de defensa y hacer crecer, en sentido
contrario, las grandes corrientes de la adhesión incondicional.
Una de
las herramientas más poderosas es el retorno de la propaganda, una forma
emocional, a los medios de comunicación, que fueron los mecanismos que usaron
los fascismos de diversa ideología para conseguir las adhesiones hace un siglo.
Hemos conmemorado el centenario de la guerra de 1914, pero estamos preparando
la posguerra, una combinación de crisis económicas, líderes carismáticos
totalitarios en ascenso, y exaltación de los nacionalismos. Una curiosa forma
de celebrar aniversarios sin haber sacado ninguna enseñanza positiva.
Al
igual que sucedió con personajes como Hitler, también hoy líderes como Putin
suscitan la admiración de políticos de países democráticos, que comienzan a
proponerlo como "ejemplo". Aquí hemos hecho en varias ocasiones
mención de las palabras de admiración lanzadas desde países democráticos, como
Inglaterra o Francia, hacia Putin. Ningún comportamiento revela menos
inteligencia que esto, tanto desde el plano individual de los líderes como
desde los grupos que les siguen, estableciéndose una continuidad empática entre
todos ellos, es decir, conectando esas masas en un mismo estado emocional, de
adhesión y rechazo de los mismos objetivos. Es un comportamiento irresponsable
y bastante representativo de la vuelta de los sentimientos que alientan estados
similares.
Putin
parece encarnar la potencia del nacionalismo agresivo del que sacan fuerzas
otros que alientan sus propios nacionalismos. Conectar con Putin es desconectar
de Europa. La coincidencia de los ultranacionalistas de diversos países y los
euroescépticos parece indicarlo así. A Putin le admiran desde los
euroescépticos británicos a los ultranacionalistas y xenófobos seguidores de
Marine Le Pen. De ambos hemos dado cuenta aquí en su momento. Y las preguntas
sobre este asunto se acumulan.
Y lo
que es euroescepticismo en la Unión Europea es antiamericanismo en
Latinoamérica, en donde algunos de sus dirigentes juegan de forma más directa,
personal y oficial, con sus simpatías hacia lo que Putin representa para ellos:
la canalización emocional de su odio hacia los Estados Unidos. Basta con ver
cómo los medios rusos usan estas sintonías de países como Venezuela, Bolivia,
etc. para ver que se utilizan como forma de establecer una corriente de
adhesión, de apoyo y reafirmación del sentido del liderazgo mundial que Putin
quiere encarnar a los ojos de sus propios adoradores. Una forma importante de
su refuerzo propagandístico es mostrarse como un generoso mandatario que va por
el mundo perdonando deudas (Cuba), amparando regímenes amigos (Siria) o
vendiendo armas a los que no se las dan (Egipto).
Putin
utiliza todas estas amistades como refuerzo interno y los otros las usan de
forma similar en sus propios espacios. Esa foto junto a ellos es esencial en un
momento en que la gran mayoría de la comunidad internacional ha dado la espalda
a esta Rusia belicista, agresivamente imperialista, y chantajista con sus
clientes y vecinos.
Putin
no ha tenido bastante con perpetuarse en el poder mediante ese sistema de
relevos que se ha fabricado junto a Medvedev. Ha necesitado dar el salto
agresivo hacia el oeste para demostrar a todos que nadie comete el pecado
imperdonable de Ucrania, tratar de escapar de las garras del oso ruso. Pero ese
paso tiene consecuencias graves para Rusia y la comunidad internacional. Más
allá del daño causado a Ucrania, país al que ha condenado al chantaje
permanente de sus deseos y al que trata de humillar constantemente para
regocijo de sus exaltados seguidores, ha causado un daño que tardará décadas en
repararse sino va a más, algo que desgraciadamente no está ocurriendo.
Ostalski
manifiesta su temor de que esa minoría que tiene hoy el valor de manifestarse,
esa Rusia disidente, acabe desapareciendo ante las maniobras de un Putin que
exacerbe cada vez más a la sociedad: «La preocupación es que, si se
cumplen las predicciones de un mayor endurecimiento del Kremlin, esta pequeña
pero importante comunidad podría ser arrastrada a la extinción.»* A los que se manifiestan ahora, se les niega su propia forma de patriotismo, que es querer un país en paz con su vecino. Se les negará su carácter de ruso y pronto se les considerará "agentes extranjeros", "traidores", etc. Sin embargo su patriotismo tiene más sentido y es más racional que el patrioterismo guerrero que se hace a costa de otros. El idioma español permite distinguir entre "patriotismo" y "patrioterismo", que es una distinción importante. Los rusos que se han manifestado contra la guerra encubierta —a la par que descarada— que Rusia mantiene contra Ucrania son personas que aman a su país y lo quieren en paz y con políticas de buena vecindad. Están en su derecho y el tiempo les dará la razón. No traicionan a nadie portando las banderas de Rusia y Ucrania juntas. Rusia no es Putin, ni Putin es Rusia.
Solo la
proximidad de algún evento internacional —ahora es el próximo Gran Premio de
Fórmula 1 en Sochi— es lo que le da algún relajo. El temor a perder las
inversiones de los amigos personales en esta zona sirvió para retrasar la
invasión de Crimea durante los Juegos Olímpicos de invierno. Putin se llenó en
esos días del espíritu del olimpismo.
Quizá la forma de mantener algo de paz sea organizar todo en Sochi, de finales
de la Champions a vistas papales. Y es que en el mundo ya lo que no es mercado
es cárcel, aunque no podamos distinguir muchas veces entre ambos.
*
"Los rusos que se oponen a Putin por la crisis en Ucrania" BBC
22/09/2014
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/03/140312_rusia_anti_putin_rg.shtml
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