Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No es
nuevo. La película turco-alemana Al otro lado (Auf der anderen Seite 2007),
dirigida por Fatih Akin, ya mostraba la existencia de patrullas islamistas turcas vigilando por las "buenas costumbres"
de sus correligionarios al amenazar de muerte a una prostituta turca si no deja
su profesión. La escucharon despidiéndose en turco de su cliente y eso les
permite detectarla como una infractora.
Temerosa de las amenazas, ella acabará casándose con el hombre que era su
cliente, un brutal patriarca turco que acabará matándola de un mal golpe. Las
patrullas islamistas ejercían de deus ex
machina en la narración pero son reflejo de una situación real. La misión
del arte es mostrarnos cómo funciona el mundo, no que pensemos que lo que
ocurre en una pantalla son ficciones.
Aquí
escribí, no hace demasiado tiempo, algo que no tenía nada de ficción. Eran
hechos reales ocurridos entre nosotros: una chica árabe a la que escuchan
hablando por teléfono y a la que siguen recriminando a voces que no lleve velo
o que no entre en una cafetería. No es una película. Ocurre en pleno centro de
Madrid, en una de las calles que bajan a la Puerta del Sol. A esa misma chica
—a la que han seguido también en la ciudad en la que reside— una mujer le
confiesa, pasado cierto tiempo de conocerse, que es marroquí, pero que nadie lo sabe más que
su familia. No quiere que nadie interfiera en su vida. Está casada con un
español y siempre se puede encontrar con algún "vigilante" que le
diga que el islam prohíbe que la mujer se case con un hombre que no sea musulmán
y que eso, en algunos países, se paga con la muerte, considerándose "apostasía".
El reciente caso de la mujer sudanesa —Miriam Yahya Ibrahim— condenada a muerte
por haberse casado con un cristiano ha estado durante meses en las portadas de
todos los periódicos del mundo.
Hoy la
noticia llega desde el mismo país en el que se produjo la película "Al
otro lado", desde Alemania. El diario El Mundo nos lo cuenta bajo el
siguiente titular "Preocupación tras la
aparición de una autodenominada 'policía de la sharia' en la ciudad de
Wuppertal". La función de esta autoproclamada "policía" no es
más que la misma de la película señalada: son los matones de barrio encargados
de imponer sus normas, en el nombre de su piedad, a todas las personas que
ellos consideran bajo su jurisdicción, es decir, cualquier musulmán. Nos cuenta
El Mundo:
Delante de discotecas y bares. Patrullando
entre las terrazas de verano. En las piscinas públicas y a la puerta de
instalaciones deportivas. Una brigada parapolicial mantiene a raya a los
jóvenes musulmanes de Wuppertal y se encarga de que la 'sharia' se cumpla a
rajatabla en las calles de esta ciudad alemana. Nada de alcohol, nada de
drogas, nada de juegos de azar. Ni tabaco, ni música desenfadada. Y por
supuesto nada de prostitución.
"Quieren apartar a los jóvenes del
pecado. Si una chica de familia musulmana camina por la calle sin estar
suficientemente cubierta la insultan y la mandan a casa. Si ven a un musulmán
tomando una cerveza en una terraza lo abroncan públicamente. Usan modales muy
agresivos y nadie en la calle se atreve a plantarles cara", denuncia el
delegado de Integración de la ciudad, Jürgen Lemmer.
Los miembros de esta 'patrulla' moral
islámica visten de negro y llevan puestos chalecos reflectantes en cuya espalda
puede leerse "policía de la 'sharia'". Centran su actividad en las
calles donde abunda la población musulmana y han creado zonas bajo control de
la 'sharia' en ésta y otras ciudades, en las que reparten octavillas
prometiendo "limpiar" la "sórdida" vida de barrios como el
que rodea la estación central de Wuppertal. Sólo en esta ciudad, las
autoridades alemanas calculan que hay unos 1.800 salafistas radicales.*
Cuando
los gobiernos empiezan a preguntarse de dónde salen los "yihadistas"
que parten para Siria o Irak y lo que ocurrirá cuando regresen, están realizando
una especie de hipocresía porque han tenido el problema debajo de las narices
hasta que el olor a podrido ya no es soportable.
La
presión ejercida sobre la población musulmana en las ciudades ha ido creciendo
por parte de todo tipo de personas que se han nombrado "autoridades"
y que se creen con el derecho de "corregir" a los demás. Esto, que nos
choca, pues hemos desarrollado unas bases de derechos completamente distintas, centradas
en la salvaguarda de la individualidad, no se contempla en estas comunidades,
en las que la "corrección" —es decir, corregir las conductas
desviadas en la comunidad— se considera como una forma de extensión de la
"ley". Por decirlo directa y claramente: nadie tiene derecho a ser diferente.
La comunidad y su costumbre tienen prioridad absoluta sobre la individualidad,
que es vista como una forma peligrosa de desintegración. Es la vigilancia del
rebaño por los perros.
Este
control de la comunidad se ha utilizado, de forma absolutamente descabellada,
por las propias autoridades locales en nombre de una supuesta
"multiculturalidad", que no ha hecho sino fortalecer a estos grupos
de control. ¿Iban a poner muchas trabas a estos "piadosos" vigilantes
que luchan contra las drogas,
prostitución, etc.? En muchos lugares se les ha convertido en mediadores.
Analizamos
aquí hace unos días el caso de uno de los yihadistas españoles convertido,
precisamente por su amable disponibilidad, en mediador cultural. Es decir, eran
las mismas autoridades españolas las que le habían concedido un estatus
especial permitiéndole tener acceso al control de la población a la que
vigilaba. Luego te llevas la sorpresa. Se ha cometido en muchos lugares el
error de elevar a imanes y ciudadanos piadosos al nivel de autoridades de la
comunidad sin preguntar a la comunidad si querían ser representados o, más
importante, si quieren ser considerados una "comunidad".
El
ejemplo de la mujer que quería estar totalmente al margen de la comunidad no es
un caso extraño. Muchos de los que salen de los países árabes van buscando una
alternativa que les permita desarrollar su individualidad puesto que han vivido
bajo una permanente dirección y vigilancia de sus comunidades y familias. No
nos podemos hacer idea de hasta dónde puede llegar esa presión y control de las
personas hasta que empezamos a conocer casos reales.
En el
caso de las mujeres es especialmente dura esta presión constante, pues salvo familia
que hayan decidido sostener la autonomía a las hijas, estas pueden llegar a
vivir dependiendo de los criterios de la familia en lo relativo a estudios,
trabajo y matrimonio. La mujer es doble víctima en estos casos pues no se la
considera dueña de un destino individual, sino que el suyo está vinculado con
el del resto de la familia.
Lo
ocurrido en Alemania es muy grave, un paso más. Podemos pensarlo en término
"occidentales", diciendo que nadie tiene el derecho a crear unas
patrullas "parapoliciales", pero con eso estaríamos equivocándonos
una vez más al juzgar las cosas desde un ángulo que no es el que revela lo que
ocurre.
Mientras
no se asuma que el camino no son las "comunidades" sino la extensión
de los que llamamos "derechos humanos", que son universales, y que
son los que muchos vienen buscando alejándose de mundos absolutamente opuestos
a esta concepción, el problema del integrismo y del yihadismo seguirá
creciendo.
Nos hemos
tomado esta cuestión como un problema de "seguridad", imitando el
modelo norteamericano implantado tras el 11
de septiembre. Eso implica que buscamos soluciones para evitar que nos
agredan, pero no para evitar que agredan a otros,
de los que nos desentendemos. El problema está en que al fortalecer a estos
integristas que controlan sus propias comunidades, se está evitando que los
musulmanes que podrían modificar las condiciones con un aumento de la apertura
liberalizando sus sociedades, accediendo de forma abierta a la ciencia y
cultura, puedan tener un sitio en sus tierras y fuera de ellas. Es decir, se
está dando autorización a los
integristas a que controlen sus sociedades (el apoyo dado a los islamista
políticos) y se les está facilitando el control aquí de los que huyen de ellos.
Es una auténtica tenaza, una ratonera.
Para
ello les basta con convertirse en supuestos informadores,
mediadores sociales (como en el caso del
yihadista español), para tener acceso a todos ellos, organizando como en
Alemania una versión de la Policía de la Virtud y de la Prevención del Vicio de
Arabia Saudí, de la que hace un par de días dábamos la noticia de que apaleó
"erróneamente" a un converso por estar en la cola de las mujeres para
pagar. Entrecomillo el "erróneamente" porque las autoridades se
disculparon porque estaba junto a su esposa, algo que no imaginaron los
diligentes vigilantes de la virtud. Apalear es correcto si estás en la fila
equivocada; se disculparon por el error, no por el apaleamiento.
El gran
error de las políticas seguidas desde Estados Unidos y otros países
occidentales ha sido que para preservar directamente su (nuestra) seguridad, la
han aumentado indirectamente la inseguridad al dejar arrinconar a los liberales y laicos que existen en el
mundo árabe, prefiriendo apoya a aquellos que nos hacían promesas de tener controlados a los extremistas. Es lo que
ha ocurrido con todos los regímenes islamistas surgidos tras las revoluciones
árabes. Las revoluciones las hicieron los jóvenes deseosos de libertad, pero el
poder acabó finalmente en manos de islamistas apoyados por los Estados Unidos.
El caso de Egipto y los Hermanos Musulmanes es paradigmático de esto. El de la
Turquía de Erdogan es otro caso en el que una vez conseguido el poder este se
utiliza para reislamizar la sociedad. Esta reislamización conlleva siempre el
surgimiento de grupos incontrolados que son siempre utilizados para conseguir
más apoyo ante el temor de que crezcan, algo que acaba inevitablemente ocurriendo.
Las
sociedades árabes están involucionando hacia una islamización que comenzó en
los años 70 y 80, precisamente cuando comenzaron los apoyos a países poco
dignos de apoyo para evitar la extensión de la revolución iraní. Ahora tenemos
la paradoja de que el gobierno iraní puede convertirse en aliado de los Estados
Unidos para intentar acabar con los frutos de las estupideces cometidas para
evitar que el "mal iraní" se extendiera por el mundo suní. ¿Cabe
mayor ironía histórica?
Es la
perspectiva de una seguridad miope la
que acaba creando el núcleo del problema al amparar y pactar con aquellos a los
que se piensa que se podrá controlar. Es lo que se hizo inicialmente con los
dictadores de estos países apoyados desde Occidente, que no solo no han permitido
aumentar la seguridad, sino que han generado auténtico odio contra los Estados
Unidos y, en especial, contra el presidente Obama, al que responsabilizan de ir
a dar un famoso discurso a la Universidad de El Cairo prometiendo nuevas
libertades y cuyo efecto real fue consolidar las viejas servidumbres frustrando
los movimientos liberadores. No creo que en muchos de estos países le perdonen
tal fallo estratégico. El resultado aquí fue una contrarrevolución, pero con un
aumento del terrorismo, un alejamiento de los Estados Unidos y, para colmo del
despropósito, el acercamiento estratégico a la Rusia de Putin, que recolecta
todas las manzanas que se alejan del árbol. En uno de las primeras entradas de este
blog —que surgió con la Primavera árabe— nos preguntábamos quién temía a la
democracia en los países árabes. Y hay muchas respuestas válidas. Es tan difícil
que surjan democracias sin demócratas, como fácil que proliferen dictaduras si
se apoya a los islamistas o se les deja actuar.
Cuando
estos grupos parapoliciales empiezan a proliferar es en momentos en los que ya
han pasado las primeras fases y su estado es avanzado. Sin embargo no parece
que se den cuenta de la gravedad y de lo que supone. Dicen en El Mundo:
Tras este movimiento está el predicador
salafista Sven Lau, un ex bombero alemán convertido al islam suní bajo
influencia del imán radical Pierre Vogel y al que la policía alemana considera
responsable del reclutamiento de jóvenes para enviar a Siria como combatientes.
Tras unos primeros días de desconcierto en el
Ministerio del Interior, 11 miembros de estos grupos de guardianes de la moral
musulmana han sido imputados por violación de la ley que garantiza la libertad
de reunión, pero no han podido ser detenidos y, desafiando a las autoridades,
han vuelto a las calles.
El ministro alemán de Interior, Thomas de
Maiziére, no está dispuesto a quedarse de brazos cruzados y ya ha anunciado que
estudia las posibilidades legales de prohibir al grupo que, al no estar
constituido como asociación ni como organización es susceptible de ser objeto
de prohibición.
"Buscaremos la vía legal adecuada. Nadie
puede arrogarse el derecho de abusar del buen nombre de la policía
alemana", ha dicho el ministro en declaraciones al diario 'Bild'. "No
se puede tolerar la imposición de la 'sharia' en suelo alemán".*
¿Cabe
mayor número de despropósitos? Los "camisas pardas" del integrismo
islámico seguirán campando por las calles de la ciudad mientras que el señor
ministro se preocupa por "abusan del buen nombre de la policía
alemana", algo que no acabo de entender. Quizá el ministerio se limite a
prohibir —ya se han requisado los chalecos fosforescentes— el uso del término
"Policía" y todo quede reducido a una cuestión semántica. Lo del
"prohibir el grupo" por cuestiones de papeleo legal es otra estupidez
más. Estos grupos proliferan por el miedo de aquellos a los que presionan y la
cobardía de aquellos que deberían cortarlos de raíz considerándolos
organizaciones mafiosas y que atentan contra los derechos humanos. Pero sobre
todo se combaten extendiendo el amparo y la protección a todos aquellos que no
quieren quedar bajo su imperio. Es necesaria menos retórica y más actuación en el apoyo y amparo de los que no quieren vivir bajo estas dictaduras fascisto-religiosas, que son muchos.
Cada
vez que una mujer musulmana va a denunciar a una comisaría o a un servicio
social una situación de presión debería recibir una ayuda eficaz para
permitirle vivir una vida que esperaba conseguir yendo allí donde los demás la
pueden disfrutar en libertad. Mientras no entendamos esto, que esa "policía"
representa la represión brutal de las personas, el recordatorio de que no
pueden escapar de un destino desde su nacimiento a la tumba; que no tienen
derechos individuales y que cuatro matones mafiosos barbudos, pueden amenazarlas
o atacarlas mientras lleven un rosario en una de sus manos, no estaremos
haciendo nada. Al contrario: será una muestra de debilidad e insolidaridad. Y así la entenderán los perseguidores, que seguirán imponiendo su ley, y los perseguidos que acabarán convencidos de que están solos.
No es
algo que pase ahora en Alemania. Es algo que pasa todos los días allí, en
Francia, Inglaterra, Suiza o España, por casi todas partes, al intensificarse la propaganda y crecerse. Pasa allí donde se agrupan, donde tratan
de estar juntos. Inmediatamente en esa "comunidad" surgen los
controladores para recordarles que aunque no cojan el teléfono a las familias,
cualquier musulmán puede convertirse en la prolongación de los que los controlan. Todos tienen derecho y obligación a llevarte por el "buen camino", quieras o no porque tú no eres nadie y ellos lo son todo, la "ley" y los "verdugos".
Hace
algún tiempo analizamos la sorprendente aplicación de una ley fruto de un acuerdo entre Marruecos y
Francia para impedir el matrimonio de una pareja gay, uno de cuyos miembros era
de nacionalidad marroquí. Nuestro vecino del sur había conseguido de la liberal Francia que el derecho que tienen
sus ciudadanos le fuera negado a quien vivía en su suelo. De esta manera daba
igual que hubiera huido de una persecución; el Estado francés se convertía así en
brazo ejecutor del marroquí sobre una persona en sus propias tierras. Es como
si mañana se firmara un acuerdo con Arabia Saudí o Indonesia para castigar con
varas a los detenidos en Francia con nacionalidad de esos países, pongamos por
caso.
Parece que la estrategia actual es utilizar a los conversos para estas tareas. Se evitan así algunos problemas de retiradas de permisos de residencia y los instigadores permanecen en segunda línea. Las bolsas de descontento son muchas y es fácil pescar "vigilantes" invistiéndolos de autoridad divina. En el periodo nazi, el ex bombero Sven Lau, organizador de las patrullas, hubiera sido feliz imponiendo el orden por las calles apaleando judíos. Se hubiera considerado igual de virtuoso y bue ciudadano. Ponerse la palabra "policía" en la espalda de su llamativo chaleco no le convierte en "buen ciudadano", ni siquiera buen "musulmán". Solo es una mente totalitaria imponiendo a los otros su forma de ver el mundo. No hay virtud; es un fascista.
Luego
nos extrañamos de que se extienda el integrismo y que sea una amenaza para
todos. Lo estamos amparando nosotros mismos desprotegiendo a los únicos que
pueden oponerse a ellos, allí y aquí. Las alianzas con el diablo siempre acaban
mal. Ya no son las barbas del vecino las que se ven; las tienes en casa.
*
"Preocupación tras la aparición de una autodenominada 'policía de la
sharia' en la ciudad de Wuppertal" El Mundo /09/2014
http://www.elmundo.es/internacional/2014/09/06/540b494d268e3e12198b4576.html
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