jueves, 8 de junio de 2023

Un simple problema de poder

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El sistema de la llamada "nueva política" tiene una serie de problemas derivados de su propia naturaleza. El primero es la indefinición. Frente al esencialismo de los partidos de programas y definición nominal, ellos optan por repeler la palabra "partido", que les suena viejuna. "Plataformas", "movimiento", etc. para calificarse y metáforas como "Podemos", "Sumar", "Más...", etc. Este fenómeno de repeler las etiquetas claras en favor de las metáforas poéticas es una forma de enganchar con el electorado, que se mueve dentro del sistema con la ilusión del antisistema. Por la derecha, el caso de Vox es también metafórico, pero tienen una idea mucho más explícita de "partido", fruto quizá de sus propias raíces simbólicas. Están fuertemente unificados alrededor de su metáfora (la "voz") y no surgen discrepancias o divisiones.

La falta de definición es parte de una metáfora en la que lo prioritario, nos quieren decir, es el "pueblo" frente al "partido", si bien esto va desapareciendo conforme las estructuras se consolidan y acaban con los mismos males que denunciaban pero con una indefinición que les lleva a un segundo problema: la proliferación. Hemos visto que ese carecer de la idea de "partido" tiene un efecto centrífugo que hace que las estructuras locales acaben creando sus propias "plataformas" con las que luego, inevitablemente, tendrán que renegociar fusiones para poder obtener la renta electoral que permita seguir sobreviviendo a los políticos "no políticos"  dentro de los partidos "no-partidos".

El segundo problema, claro está, es que este constante cambio acaba produciendo fragmentaciones, divisiones, escisiones, etc. que dan la impresión de ser muchos aunque la realidad de las urnas demuestre que se reduce el número de votantes. Muchos grupos no son mucho votos y, menos todavía, muchos puestos, sino más bien lo contrario en un sistema electoral que deja fuera a los pequeños. Metafóricos y fragmentados no es el mejor estado para concurrir a unas elecciones con posibilidades de algo.

Como si fuera una película de acción trepidante, el foco electoral está en esas reuniones para tratar de unir lo que se ha separado previamente, dejando en evidencia la realidad de la situación. Podemos se resiste a abandonar el protagonismo que se reduce a un principio inconfesable: querer colocarse lo mejor posible en unas listas que garantizan la supervivencia del "no partido" y especialmente del "no político".


El problema está es que una cosa son los focos y manifestaciones, los mítines de verbo encendido, y otra la discusión a cara de perro con los que ya saben cómo funcionas. Podemos no quiere pasar de tener ministerios y cargos públicos a quedarse en un puesto marginal. Por más que la verdad de las urnas se niegue, no hay más cera que la que arde. De esta forma, el debate es entre los que no quieren que gobierne la "derecha" (no es lo mismo que "no gane") y los que quieren "gobernar en la izquierda" es cada vez más intenso.

 "Gobernar", en este caso, es un término muy amplio, que no necesariamente implica el ejercicio activo del gobierno, sino un simple "estar", formar parte de las élites, algo que va de los puestos en el partido o "no partido" a una amplia posibilidad de puestos y cargos en las administraciones locales, autonómicas o estatales. Hay mucha gente viviendo de la política en este país; muchos de ellos desde su más "tierna" juventud, por decirlo así.

La lucha por quién hace las listas es determinante en la vida política española. Hace mucho tiempo se pedían listas abiertas, que era la forma de que la voluntad popular estuviera por encima de la de los partidos, que son quienes deciden realmente quiénes van a acceder a los cargos públicos. Esa petición ha desaparecido de las pretensiones de los que aspiran a colocarse bien en las listas, a controlarlas para asegurarse el entrar en puestos que permitan salir elegidos. Cuantas menos probabilidades haya de salir en las listas —menor número de elegidos— obviamente se recrudece la lucha por subir en la lista o colocar a los tuyos en posiciones que posteriormente te permita controlar las acciones. No es un problema de egos, como se suele decir. Es un simple problema de poder.

En el diario El Mundo leemos tras el titular "Toda la presión sobre Podemos: amenaza de fractura interna y de marginalidad en la izquierda":

El tren de Sumar está a punto de partir y mucha gente de Podemos no quiere quedarse mirando cómo se va, sino que desea sentarse en un asiento de primera clase. Incluso hay a quien le valdría hasta ir de pie en la cafetería o donde sea. Porque en el andén sólo aguarda el frío.

La dirección nacional de Podemos llega a la recta final de las conversaciones sometido a una brutal presión interna y es consciente ya de que entre las consecuencias que tendría no pactar con Sumar está la amenaza de una ruptura de la organización por varios de sus frentes. Un desmantelamiento de cuadros y recursos que haría todavía más difícil afrontar una campaña electoral en solitario que sería a vida o muerte.* 


La retórica del "somos el pueblo" hace tiempo que no funciona. Yolanda Díaz ha mantenido en el limbo la formación de su ahora "plataforma". Ha hecho bien; sabía que si formalizaba un partido la situación se cambiaría. Con un "no partido" que ha de formalizarse como "coalición" para la que hay un angustioso plazo de pocas horas, el órdago se mantiene. Sabe que la entrada de Podemos es un conflicto y un lastre, que una etiqueta que ha fallado en las anteriores elecciones de forma escandalosa no es ni la mejor carga para intentar mantener un poder decisivo para el futuro postelectoral ni la mejor fórmula para negociar puestos en listas por lo que hemos explicado.

Veremos en qué queda esta angustiosa recta final en la que todos invocan el bien común, aunque no tengan claro quiénes son o quiénes van a ser. Los cambios continuos de etiquetas, las variaciones en cada nueva elección, las negociaciones y renegociaciones con las mismas caras pero distintas etiquetas, pasan factura con el tiempo.

Algunos hablan del retorno del bipartidismo (en España no ha habido nunca bipartidismo, pero es un lugar común que esconde a los nacionalismos y su papel histórico), unos para bien y otros para mal.

 

* Álvaro Carvajal "Toda la presión sobre Podemos: amenaza de fractura interna y de marginalidad en la izquierda" El Mundo 8/06/2023 https://www.elmundo.es/elecciones/elecciones-generales/2023/06/08/6480a648fc6c83a5648b4581.html

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