sábado, 3 de junio de 2023

Acentos e identidades

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Hemos estado trabajando estas últimas semanas la cuestión de las "identidades" en nuestro seminario de doctorado. Las identidades se han convertido en foco de interés porque abarcan desde las personas a las culturas, de los grupos a los países, que han de definirse frente a ellos mismos y ante los otros bajo un sistema de "diferencias" que, a la vez, agrupan y separan. De esta forma se teje un complejo sistema en el que nos identificamos y nos distinguimos de otros en diferentes niveles. Igualmente es interesante el juego de identificar a los demás, muchas veces un juego de estereotipos con el que clasificamos de forma opresiva a los otros, que se han de ajustar a nuestra propia visión de lo que deben ser.

Me llama la atención hoy un interesante artículo firmado por Cristina G. Lucio en el diario El Mundo, que lleva por título "Síndrome del acento extranjero: cuando una lesión cerebral roba parte de tu identidad". En el texto se nos da explicación de diversos casos en los que algún tipo de accidente, de un golpe a un ictus, puede provocar la pérdida del acento de nuestra habla y hacernos parecer ante los que nos escuchan "extranjeros". El artículo comienza presentándonos un caso:

El 6 de septiembre de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Oslo, ocupada por los alemanes, fue bombardeada. El ataque alcanzó entre otros a Astrid, una mujer noruega de unos 30 años que no pudo llegar a ningún refugio. Sobrevivió, pero las graves heridas que sufrió en su cerebro paralizaron la parte derecha de su cuerpo y, durante meses, le impidieron poder hablar.

Cuando por fin recuperó esa capacidad, algo había cambiado en su pronunciación. Sonaba diferente, con un acento que muchos asociaron con el alemán. De repente, Astrid hablaba como aquellos hombres que desde 1940 habían ocupado el país, con el característico deje que tenían cuando empleaban el noruego. Astrid nunca había salido de Noruega ni había tenido nunca ningún tipo de relación con Alemania pero a partir de entonces fue tomada por oriunda de ese país, lo que le complicó mucho la vida. Desde ser tomada por espía a que nadie quisiera atenderla en las tiendas: la animadversión al país ocupante recaía una y otra vez sobre esta mujer, que no podía evitar aquel acento extranjero en su forma de hablar.*


El texto nos ofrece otros ejemplos —como un norteamericano que empezó a tener acento irlandés— de cómo ese tipo de accidentes nos resultan muy extraños. El acento es un rasgo identitario que se disuelve en el grupo (todos hablan con un mismo acento), pero que nos distingue cuando salimos de él o, peor, cuando lo perdemos, como en el caso de los ictus o de algún otro incidente.

El artículo explica perfectamente el problema neurológico, pero deja en el aire el social identitario. En el caso anterior, lo que nos resulta chocante es ese "lo que le complicó mucho la vida" a una noruega que de repente empieza a hablar con algo que los que le rodean identifican como "alemán". En este caso, a la pobre Astrid, el destino le jugó una mala pasada. Quizá el acento podía haber sido de cualquier otro lugar del mundo, pero la fatalidad hizo que sonara alemán, el acento del enemigo, lo que la convertía, nos dicen, en una aparente espía.

Hace unas semanas, una profesora china de una universidad española participó en un tribunal de tesis. Comenzó dando una explicación sobre su acento: hablaba perfectamente español, pero con acento andaluz. No había sido un ictus, desde luego, sino una estancia de más de veinte años en diversas universidades andaluzas. Además del acento, había recogido también un buen sentido del humor que todos pudimos compartir. ¿Qué acento se suponía que debía ser el "normal" al hablar en español? Lógicamente el que ha escuchado.

Un magnífico documental sobre la actriz británica Joan Collins, visto esta misma mañana, nos contaba los problemas de los británicos llegados a Hollywood, donde debían desprenderse de su acento británico para poder ser aceptados por el público norteamericano, según nos explicaban.

Uno de los temas recurrentes en el mundo cinematográfico de los Estados Unidos es el "acento" de la hispano-cubana Ana de Armas, que ha sabido derrumbar todas las barreras del acento y ser "aceptada" por el público norteamericano. Al igual que nuestra profesora que debía explicar por qué hablaba español con acento andaluz, Ana de Armas debe explicar en buen inglés con acento norteamericano cómo se desprendió tan rápido de su acento español. Ella se divierte también, por ejemplo, hablando portugués con acento brasileño, que a los norteamericanos les suena muy "sensual". ¿No deben tener actores y actrices un buen oído? Parte de su entrenamiento es precisamente el automatizar los acentos para que el resultado sea natural y fluido. Más de una vez hemos escuchado ese "falso andaluz" que hace rechinar los oídos por lo artificial. Si a Ana de Armas, estando en los Estados Unidos y trabajando en su cine, se les escapan esos "you know" que le critican, es normal. Hace unos días ella y otros actores han representado un sketch en español en Saturday Night Live, lo que es un hecho importante en un país que se dedica a levantar muros al sur y a cazar inmigrantes en la frontera. Todo lo que sea mostrar la naturalidad de las fusiones es mejor que levantar barreras en contra de la convivencia. No deja de ser significativo que se le critique desde un lado para comprender el papel identitario y reivindicativo que algunos le dan a los acentos.

Como nunca estamos contentos, del acento de Ana de Armas se ha pasado a criticarle su "olvido de España" en el monólogo de SNL. Nunca llueve a gusto de todos; en este caso sería mejor decir que nunca llueve a gusto de nadie. De repente, la cuestión se convierte en "nacional" y todo se enreda. Se empieza por el "acento" y se acaba por la ofensa nacional.

Parece que han entendido muy poco en las redes sociales lo que significa la inmersión en otra lengua los que la han atacado por parecer "demasiado gringa" cuando le pusieron un micrófono delante en la ceremonia de los Oscar. Mucha gente piensa que esto es como un pañuelo de quita y pon. 

También demuestra cómo el acento es un rasgo fuertemente presente. Probablemente cuando hablaba antes de su éxito en el cine norteamericano, el acento les parecía a algunos poco o muy cubano, según las críticas. ¡Vaya usted a saber cómo mantener a la gente contenta en estos tiempos globales y multiculturales!

Leo que al expresidente José María Aznar se le criticaba porque volvía hablando inglés con acento tejano cuando se entrevistaba con George Bush en su rancho. No sé si es un poco exagerado. Lo que sí es cierto es que se le pegó la costumbre de poner los pies encima de la mesa, una forma de "acento" gestual, que sin embargo los otros presidentes europeos presentes no copiaron.

En un excelente documental sobre la actriz Joan Collins se nos cuenta sobre los problemas de los británicos que regresaban a casa con acento norteamericano, algo que les daba cierto glamur a los oídos de los espectadores británicos, también un mundo dividido de acentos diversos con grandes diferencias. 

Los actores británicos tenían que perder su acento si querían ser aceptados en Hollywood y luego debían olvidarlo al volver al cine nacional donde los espectadores, acostumbrados a escucharlos en sus "versiones originales" no llevaban bien sus cambios a la americana. Si los acentos británicos son variados, los norteamericanos se multiplican según las zonas del país, según los estados y pueden ser diferenciados.

Muchos recordaremos My Fair Lady, la película basada en el Pigmalión de George Bernard Shaw. El profesor Higgins (Rex Harrison) es capaz de distinguir por el acento la procedencia de la gente, incluyendo barrio y calle. El acento se convierte en una marca identitaria. Los británicos han creado un acento educativo, lo que les identifica con una forma de hablar según las universidades. Las maneras que distinguen incluyen las hablas afectadas de las universidades de prestigio, la verdadera identidad. Las series británicas del tipo "Arriba y abajo" permitían distinguir la gama de acentos que ligaban a las personas a sus clases sociales y lugares de procedencia. Los actores británicos son perfectamente conscientes de lo que suponen los acentos para sus personajes, que no solo se identifican por cómo visten o lo que hacen, sino por cómo hablan, algo que se considera importante, esencial para la credibilidad del personaje.

A la actriz británica Emily Blunt se le pregunta en las entrevistas sobre los acentos en su casa, con sus hijos. Su marido es norteamericano y los niños se ven entre dos fuego Con evidente sentido del humor, ella expresa las luchas que tiene con sus hijos sobre la forma de pronunciar "water" por unos y otros. El simple hecho de que los acentos de sus hijos sea cuestión de interés informativo ya nos dice algo.

Muchas películas norteamericanas ponen a disposición de los actores "entrenadores de acento" debido a la enorme variedad y a la detección automática del público sobre si el acento es creíble o no. Hace unos días me sorprendió enormemente escuchar a una actriz en dos películas, con dos acentos absolutamente distintos. Parecían dos personas distintas, pero lo distinto eran sus personajes, pasar de una reina a una chica normal de la calle. No pueden hablar de la misma manera. Los acentos, el léxico, etc. son diferentes en cada uno de nosotros y reflejan nuestra procedencia, nuestra formación, etc. Hablan de nosotros cuando hablamos.

El acento, sin duda, es un rasgo identitario que puede afectar en diferentes niveles y consecuencias. El caso de la noruega con acento "alemán" es un caso claro. El acento se percibe como una diferencia y esta como una amenaza. El acento se vuelve invisible dentro del grupo en el que se comparte, pero es un elemento que puede causar problemas si el entorno se vuelve agresivo y el acento nos identifica como un peligro de algún tipo.

En España es posible escuchar todo tipo de acentos en la actualidad. Es una muestra de diversidad en un país en el que tenemos mucha gente de procedencias diferentes. Se acabó aquello del acento de "Valladolid" frente a otros "marcados". El de "Valladolid" o similar es tan marcado como cualquier otro, pero es el poder lingüístico el que decide la "normalidad" y la "rareza" en cada caso. Muchas veces, el marcar como "oficial" o "estándar" un acento determinado es una prueba de poder, de establecer diferencias y, con ello, exclusiones.

En el artículo referido del diario El Mundo se nos señala:

«Asimilamos algunas modulaciones del lenguaje a una determinada lengua o idioma, pero es algo muy subjetivo. Diferentes personas pueden identificar distintos acentos cuando escuchan a otro», señala Tejero, que a lo largo de 25 años de carrera ha atendido a dos pacientes con síndrome del acento extranjero. El primero de ellos, un hombre aragonés, desarrolló tras un problema neurológico un acento que al equipo médico le recordó al asturiano. El segundo, recuerda, también un varón nacido y criado en España, comenzó a hablar tras un daño cerebral con un acento que él asociaba con el este de Europa,

«Estos cambios muchas veces resultan muy duros para los afectados», subraya Tejero. «No lo pueden controlar y de repente ven que son percibidos como extranjeros o que su entorno piensa que están inventándose una manera nueva de hablar. No se reconocen, por lo que puede llevarles al aislamiento social o a la depresión», subraya el especialista.*

Que no se sienta nadie marginado por su acento, salvo aquel que busque diferenciarse ya sea por esnobismo o por alguna forma de xenofobia. Lo esencial de las lenguas, por encima de sus usos instrumentales de poder, es poder entendernos y todo lo que lo favorezca debe ser bienvenido.

No deja de ser interesante que en el mundo de la ficción cinematográfica y televisiva haya que estar inventado acentos y hasta dialectos para justificar la diferencia de mundos imaginarios que la ficción nos ofrece. Se trata de no vincular con ningún origen determinado esos espacios inventados, esos reinos de fantasía. Se crean entonces acentos que representen grandes sensaciones —seductores, agresivos, clásicos, etc. — con los que construir la personalidad de reinos y personajes que no existen. Es labor de los actores, de los guionistas, etc. establecer esa nueva normalidad del acento con la que se mueven por los mundos fantásticos de la ficción.

La obsesión con los acentos, ya sea por eliminarlos o por convertirlos en cuestión de identidad ostentosa, debería relativizarse y no forzarse hasta la intransigencia, como algunos casos que hemos mencionado.

No dejaría de ser argumento para una fábula satírica el caso del xenófobo que persigue acentos distintos al suyo y que amaneciera un día con el acento cambiado tras un ictus.  Quizá así entendería mejor (y con él los lectores o, mejor, espectadores, si se hace de ella un filme) lo absurdo que es elevar estas diferencias al rango que se hace en ocasiones, convirtiéndolo en marca infamante o en distinción de superioridad, según los casos..


* Cristina G. Lucio "Síndrome del acento extranjero: cuando una lesión cerebral roba parte de tu identidad" El Mundo 3/06/2023 https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2023/06/03/64737bec21efa0e40a8b45b1.html

 


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