Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En un
día como hoy merece la pena escribir sobre la "buena voluntad". Más
allá de los deseos y de las fórmulas, es urgente ponerla en marcha como
principio. Las tendencias que se perciben desde hace algún tiempo no auguran
nada bueno. Hacen falta personas de buena voluntad que inicien los procesos,
que medien entre aquellos que buscan el enfrentamiento como forma de "nueva
normalidad".
Lo
opuesto de la "buena voluntad" son el dogmatismo y la intransigencia,
el inmovilismo y el prejuicio, el autoritarismo y el rencor. Todos ellos se
manifiestan intensamente de una u otra manera, juntos o por separado. El problema
es que está creciendo, en vez de disminuir, su influencia.
No sé
cuál pueda ser la causa, pero lo cierto es que cada vez llegan más arriba los
que preconizan y agitan esos malos sentimientos. Lo malo es que les resulta
rentable. La campaña presidencial norteamericana es un buen ejemplo de ello. The Washington Post ha escrito en su
editorial de ayer:
OVER THE past weeks we have used some sharp
words in our editorials about the race for the Republican nomination — words
such as bigot, bully and buffoon. Some readers have asked whether by so doing
we undermine our own calls for civil discourse. The answer has a lot to do with
this moment in American history — a dangerous moment when something ugly is
taking place in the political arena. It’s a time that demands a sharp and clear
response from everyone who cares about fairness and decency, democracy and
tolerance.*
Se refieren a arrastre que Donald Trump ha hecho de las
primarias hacia un universo agresivo, insultante, intransigente, que se ha
contagiado a una parte de la sociedad americana dividiéndola de nuevo.
En algún laboratorio de Ciencias de la Conducta se ha
logrado la fórmula para arrastrar a la gente mediante estos discursos
emocionales y envolventes. En eso se nos va la Ciencia. Todos parecen usarla
porque logran arrastrar a muchos. El problema es que esta actitud no se traduce
solo en depositar un voto en la urna el día señalado. Lo preocupante es que sus
efectos duran mucho y son incontrolables. Acusan a Trump de usar el miedo y las
mentiras. No es el único, desde luego. Se está haciendo muy habitual en muchos
escenarios, de Europa a África, de Asia a Latinoamérica. El discurso del miedo y
el enfrentamiento funciona. Pero la función de la política no es mantener
enfrentadas a las sociedades sino hacerlas vivir en concordia.
Nadie puede negar que existen enemigos y problemas reales,
límites que se traspasan hasta el horror en muchas partes del mundo. Por eso es
un insulto a la inteligencia elevar los problemas domésticos al plano de
desastres cósmicos con tal de llamar la atención en un mundo cacofónico y sobre informado. Vivimos en un mundo en
el que hay que gritar para ser escuchado, golpeado visualmente para atraer la
mirada y zarandeado emocionalmente para sentir. Y parece que en un universo así
no es fácil entenderse.
Por eso es necesario que existan personas manifiestamente de
buena voluntad, que cambien sus discursos y hagan cambiar los de otros mediante
el razonamiento, que busquen los puntos para acercarse y no la satanización de
los demás.
No es fácil porque el primer efecto de los discursos del
miedo es cerrarse; nada une más que el miedo. Las personas con miedo se hacen
dependientes de aquellos que les ofrecen soluciones y eso interesa a muchos.
Lo señalado por The Washington
Post, más allá de Trump o Ted Cruz, me parece relevante. Creo que es
momento de frenar dialécticamente a los que usan los discursos del apocalipsis.
Y se debe hacer desde la cordura y no imitándoles, pues se trata de rebajar el
tono y abrirse al diálogo.
Señalan en
el editorial:
Generally the system works best when people
assume that their political opponents are acting in good faith. We may feel strongly about gun laws, campaign finance
or free trade, but we recognize that there are defensible arguments on the
other side. In the heat of the debate, we sometimes fall short of our
aspirations, but as U.S. politics become ever more partisan, it becomes ever
more important to give opposing views a fair hearing. That’s one reason we
publish a range of opinions on the facing page, especially ones that differ
from our own.
But Donald Trump and his imitators present a
different kind of challenge to democratic discourse, in at least three ways.
Mr. Trump, the leading candidate for the Republican nomination, seeks to make
his political fortune not by staking out and defending positions but by fanning
and exploiting hatred and fear. He says and repeats things that are
demonstrably false, which makes a mockery of legitimate debate. He prefers to
insult, demean and ridicule anyone who challenges him rather than to engage
meaningfully with their arguments.
The essence of his campaign has been to portray
those who are different from him and his supporters as unworthy, less than
human and so deserving of abuse. His incendiary language associates Mexicans
with rapists and Muslims with terrorists. The demonization then is used to
justify the unjustifiable: mass deportations for undocumented immigrants,
torture for suspected terrorists, bombing enemies’ innocent relatives, barring
all Muslims, beating up an African American protester.*
El análisis de The Washington Post creo que es correcto.
Trump no hace política; crea enemigos dentro y fuera de los Estados Unidos. No
construye nada y sí destruye la convivencia alterándola con sus absurdas
soflamas.
Creo que se podrían repetir estas críticas otros en muchos
lugares del mundo. Hace falta menos tremendismo político y electoral y más "buena
fe" (good faith). Donde hay
democracia —un estado impagable—, no se debe recurrir a este tipo de
formulaciones que la degradan.
Es muy fácil crear problemas donde no los hay y elevarlos al
nivel de la estupidez hasta convertirlo en "trending topic", expresión
en la que se encierran todas las aspiraciones de muchos que llegan a la
política sin más aspiración que el beneficio del poder.
De lo dicho por el periódico norteamericano se debería tomar
ejemplo. Los medios españoles deberían plantearse que su función no es
amplificar las estupideces de unos frente a otros, porque así se hacen
cómplices de las barbaridades y del aumento de la tensión social. Lo ocurrido
en esta campaña electoral ha ofrecido muchos ejemplos. La búsqueda de la coincidencia entre lectores y electores
es una práctica que conduce a escenarios complicados. Los periódicos deberían
ser reconocidos y valorados por ser ecuánimes más que por ser partidistas y
contagiarse de las maldades electorales. Se trata de tomar partido por el
respeto y el buen funcionamiento del sistema y no de apostar por unos y otros
en espera de beneficios futuros poco claros. No se hace ningún servicio a la
democracia, a la salud del sistema o la propia ética informativa tomando
partido de esta forma, tapando los errores de amigos y voceando los de los
enemigos.
La crítica es esencial en la democracia, pero el insulto y
la demonización no. Los partidos deben debatir ideas y no pedir al electorado
que se enrole en ejércitos de votantes, en armadas justicieras. Este tono emocional no es el mejor para la
democracia, que busca las mejores soluciones eligiendo a los que creemos más
adecuados. Pero esto ocurre cada vez menos ya que se nos presiona con el miedo
más que con soluciones claras. Se prefieren las promesas fantásticas, la
demonización del otro y la sacralización de los prejuicios. En eso Trump se
lleva la palma, pero no es el único.
Los partidos no son ni ejércitos ni empresas. Su deber es
aumentar el grado de armonía social, mejorar la convivencia, resolver problemas
procurando no crear otros nuevos. Considerar a los "otros" como
invasores, usurpadores del poder, etc. es muy negativo para el sistema democrático,
que no es un escenario bélico descafeinado sino un campo de desarrollo de la
inteligencia y la imaginación.
La "buena fe" que señala el diario es esencial
para la convivencia y el desarrollo social. La situación política en que ha
quedado España tras las elecciones necesita de toda la buena fe del mundo para
sacar adelante un escenario creado por las profundas divisiones acumuladas. Es
momento de que los que están en la política cambien sus discursos y no abran
más fisuras sociales. Lo que se les pide es sencillo: limpien sus casas de
porquería y construyan una sociedad humanamente mejor y más culta. Si difieren
en los caminos, siéntense y discutan. Pero con buena fe.
La navidad es un buen día para hablar de "buena
fe" y "buena voluntad". Quizá es el único día en que recordar
estas cosas básicas no se consideren infantiles.
Feliz día de Navidad y buena voluntad y buena fe para todo el año.
* The
Post's View: "Despite what Donald Trump says, Americans are better than
this" The Washington Post 23/12/2015
https://www.washingtonpost.com/opinions/despite-what-donald-trump-says-americans-are-better-than-this/2015/12/23/91c55f88-a8f4-11e5-bff5-905b92f5f94b_story.html?hpid=hp_no-name_opinion-card-e%3Ahomepage%2Fstory
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