Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
objetivo general de las elecciones es gobernar con estabilidad y eficacia
España. Lo demás son personalismos. El resultado de las elecciones es el que es
y los partidos no deben ni lamentarse no regocijarse demasiado: es lo que el
electorado ha querido y para eso vota. Con los resultados, su obligación es
conseguir el máximo de estabilidad posible.
Uno de
los mayores peligros de cualquier democracia es el mesianismo político. En sus versiones más virulentas viene a decir
que la única salvación del país o la patria está en la propias manos. Yo soy la salvación; el infierno son los
otros.
Lo
contrario del mesianismo es la normal alternancia en el poder según la voluntad
electoral. La sociedades modernas y democráticas apuestan por una serie de
elementos comunes, estables, y dejan otros variables con los que se pueda jugar.
Los estables son los definidos por las constituciones, cuya función es
establecer aquellos puntos de acuerdo básicos que todos defendemos y a los que estamos
obligados. En la constitución está lo que queremos ser, nuestros principios y
nuestros límites. La constituciones no deben ser esencialistas, pero si estables en sus principios. El argumento de
que la hicieron otros es absurdo, solo utilizable en parvularios políticos.
Hay
demasiada frivolidad en los que hablan de una "segunda transición".
Entonces se salía de una dictadura; ahora no. Cualquier intento de falsificar
este hecho está destinado al fracaso porque la Historia se puede torcer, pero
no quebrar. Habrá ingenuos, de verde memoria, a los que se pueda convencer,
pero no es más que infantilismo político.
Más allá de los nacionalistas, pretender
que España regrese a definir cuáles son sus fundamentos solo porque no nos
gustan cómo actúan nuestros gobernantes es inmadurez. E insensatez. Cualquier
cambio que nos afecte a todos, compete a todos y debe hacerse con sumo cuidado
y justificación clara de que es para el bien de todos y no de unos pocos. Lo
contrario será hundir lo que nos ha dado estabilidad y abrir el peligroso juego
de los cambios continuos de reglas. Cambiar la constitución no es cambiar los
nombres de una docena de calles; es algo mucho más importante. Es jugar con el
futuro, además de reinventarse el pasado. Por eso se están produciendo
conflictos y tensiones en el interior de los partidos.
Es curioso la repetición contante de la palabra "rehén" es muchos titulares. El PSOE es "rehén" de Podemos: Podemos es "rehén" de los independentistas. El PP es "rehén" de Ciudadanos. Izquierda Unida es "rehén" de Podemos... Aquí no parece que nadie tenga capacidad de decisión. Demasiados "rehenes" para poder hacer una política abierta como la que hace falta. ¿Miedo o excusa?
Que la
sociedad española se encuentra molesta con su "clase" política es
incuestionable. Lo está porque precisamente ha sido incapaz de llegar a acuerdos
sobre cómo resolver problemas fundamentales, como es el de la corrupción
política dentro de los partidos e instituciones. Es sorprendente entonces que
se incida en la causa del problema presentándose como solución. Si no han sido
capaces de entenderse para acabar con algo que les perjudicaba notablemente —la
corrupción—, ¿cómo van a ser capaces de resolver las cuestiones
constitucionales que quieren abrir? ¿Es más fácil?
En
España nos hemos quejado de la "mayorías absolutas", pero también de
las "minorías" cuando se han dado. ¿No será mejor cambiar la
"cultura" política y sus actuaciones? ¿No sería más lógico sentarse a
acordar cómo librarse de las lacras que les sacan los colores antes que una
huida hacia adelante hasta no se sabe muy bien dónde ni cómo? Resuelvan primero
lo que les pedimos todos.
Esto se
lleva advirtiendo a unos y otros desde que estalló el 15-M, un movimiento que
inicialmente trataba de hacer que los políticos rectificaran los errores
acumulados y que posteriormente se convirtió en un partido político con unos
objetivos que unos comparten y otros ya no. Pero la mayoría de la gente,
independientemente de su manera de pensar, estaba de acuerdo en la necesidad de
que los políticos cambiaran. No lo hicieron. Lo que hay sobre la mesa electoral
hoy empezó entonces, por el malestar de la gente.
La
sordera e insensibilidad políticas han destapado muchas cajas de los truenos.
Al no reformarse los partidos y sus planteamientos generales, la sociedad
produjo alternativas con las que mostrar su malestar, ignorados sus deseos de
cambio en las formas. El problema no es el bipartidismo, sino la sordera. Es
esta la que ha favorecido la aparición de nuevos agentes políticos que prometen
oídos más sensibles al electorado. Tampoco es ni bueno ni malo. Más complejo,
sí; nuevos discursos, también.
Ahora
tenemos un mapa complicado por una falta de cultura
de acuerdos, que son vistos como "traiciones" desde la
perspectiva tremendista hispana y las estrategias seguidas. No ocurre así en
otros países, en los que los políticos asumen que si el electorado quiere estabilidad,
ellos están obligados a garantizarla. Pero para que esto ocurra tienen que
cambiar muchas cosas.
Por
ahora solo han cambiado de sitio los votos. Unos han perdido votos y otros los
han recibido; unos han ido a votar y otros se han quedado en casa. La indecisión
tan alta que había hasta el momento mismo de la votación es un indicador de la insatisfacción,
de la duda ante el futuro.
Los políticos
deberían comprender que muchos han dejado de votar lo que llevaban décadas
votando porque no han sentido que se les escuchara en lo básico. No creo que
haya que quejarse demasiado por los resultados. Son los que son. Nosotros no se
lo hemos puesto fácil a los políticos porque ellos no nos lo han puesto fácil a
nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.