viernes, 7 de febrero de 2025

¡Están entre nosotros!

 Joaquín  Mª Aguirre (UCM)

Todavía estoy en shock, no me he recuperado de los breves segundos en que el zapping me hizo pasar por el canal del que la ultraderecha española dispone para expresar lo que se le pasa por la cabeza. Esta vez era una persona que, muy indignada y creo que provista de auriculares (apenas recuerdo su cara y desconozco su nombre), señalaba que había muchos gazatíes amantes de la libertad que preferían abandonar sus tierras para no estar bajo el yugo de Hamás. A estos selectos espíritus les encantaba la propuesta de Trump. Es decir, que te prohíban volver para que aquello se convierta en La Riviera de Oriente Medio, una Riviera israelí, evidentemente, ocupada por los Estados Unidos primero y por los millonarios israelíes que, una vez pacificada y reconstruida, podrán disfrutar del sol y el saludable aire del mar. 

Los gazatíes "libres" podrán disfrutar de su deseada libertad en el desierto egipcio, cuna de civilizaciones. Todos contentos... menos esos peligrosos rebeldes —comparables a los temibles narcos mexicanos que perturban la paz del paraíso estadounidense mientras recortan el césped de sus jardines— que, por extraño que parezca, prefieren vivir entre ruinas a aprovechar la libertad del desierto.

Después de escuchar esas palabras, unos pocos segundos expuesto a ellas, se abrió en mi mente, tal como Moisés dividió las aguas, una brecha entre lo que consideraba "real" y la "ficción" que ahora se me ofrecía como un faro orientador.

Saliendo poco a poco del estupor comienzas a hacerte preguntas. ¿En serio se puede decir —incluso con furor indignado— que el que destruyan tu casa, maten a tu familia, que te tengan meses de un lado para otro bajo bombardeos, que te expulsen de tu país y que te manden al desierto de un país vecino (que además no te quiere allí) es "libertad" o algo que se le parezca remotamente?

Escuchar esto en una cadena española, una especie de filial de la FOX News, convertida ya en la cadena gubernamental del trumpismo, hace ver muchas cosas de esa expansión de los relatos populistas del trumpismo por el mundo. Uno pensaba ingenuamente que el extremismo del relato trumpista solo era posible en la polarizada sociedad norteamericana, con esos más de ochenta millones que decidieron convertirle en el líder planetario en un gesto responsable y generoso. Pero creía que de las muchas cosas posibles había algunas imposibles en el clima europeo, en países como el nuestro.

Sin embargo, si eso de dice desde una pantalla de televisión y se repite por el mundo de otras pantallas, significa que existe gente que lo escucha y que lo sigue, que no sale huyendo, como yo a través del zapping, a la cadena más cercana.

La duda está en los datos sobre los que están al otro lado: cuántos son, dónde están sus límites en lo que están dispuestos a creer, si son una simple secta o si buscan expandirse, crecer...

Los estudios sociológicos son cada vez más preocupantes pues nos advierten de dos cosas: que cada vez somos más incapaces de distinguir lo que es verdadero de lo que no lo es, por un lado, y que cada vez nos aferramos con más intensidad y ganas a las mentiras gratificantes. Nos dicen, además, que todo esto crece en la polarización y que basta con normalizar cualquier mentira, es decir, que basta con repetirla una y otra vez para que empiece a ser aceptada. La ausencia de espíritu crítico garantiza que esas ideas no sean cuestionadas, sino usadas como dogmas contra otras, a las que se señala como enemigas, como el verdadero peligro.

Los ataques racistas y xenófobos, los ataques a la diversidad sexual, a la igualdad de derechos, etc. son parte de ese movimiento de retorcimiento de todo lo que se pueda retorcer. Basta con "indignarse" públicamente, como el señor con auriculares de la televisión, para arrastrar con su pasión a miles de personas incapaces de pensar un poco sobre la falsedad de lo que se les dice. Así nos movemos entre la indignación y la trivialidad. Cada vez entendemos menos la complejidad de lo que nos rodea y cada vez nos dan más explicaciones simplificadas y parciales, es decir, es más fácil manipularnos. Aquello que entendemos es la verdad, se convierte en idea que solo es posible sostener con la fuerza y el grito, que son lo contrario del diálogo y la convivencia armoniosa. No es de extrañar, pues, que sea el conflicto lo que se busque como base. El enfrentamiento produce un doble movimiento: uno negativo hacia el otro y otro de refuerzo de la adhesión a la mentira que ocupa el centro de nuestra nada. Solo así es posible entender el creciente éxito de la radicalidad y de la estupidez controlada.

Da pena ver que en nuestras pantallas se repiten las barbaridades ajenas, como las escuchadas sobre la "libertad" de los gazatíes que aceptan con gusto que se destruyan hogares y familias, que se les expulse y se construyan conjuntos residenciales para los israelíes que se lo puedan pagar, mientras aplauden satisfechos desde sus campamentos en el desierto egipcio. ¡Ya son libres!

No quiero ni imaginar los gloriosos programas que nos quedan por delante. Ya sabemos que ¡están entre nosotros!, como en las viejas películas de ciencia-ficción. Solo que aquí no hay nada de "ciencia" y todo es "ficción", Son los tiempos en  los desaparecen los límites entre unas cosas y otras; son los tiempos de la post verdad. Frente al fundamento, la repetición; frente al razonamiento, la indignación. 

Incluso el mayor extremismo necesita un poco de vergüenza, un cierto límite de pudor. El acaloramiento con el que se decían esas barbaridades indica que se han trascendido esos límites. Aquello era realmente extraterrestre, pero lo cierto es que ¡están entre nosotros!

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