Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Todavía estoy en shock, no me he recuperado de los breves segundos en que el zapping me hizo pasar por el canal del que la ultraderecha española dispone para expresar lo que se le pasa por la cabeza. Esta vez era una persona que, muy indignada y creo que provista de auriculares (apenas recuerdo su cara y desconozco su nombre), señalaba que había muchos gazatíes amantes de la libertad que preferían abandonar sus tierras para no estar bajo el yugo de Hamás. A estos selectos espíritus les encantaba la propuesta de Trump. Es decir, que te prohíban volver para que aquello se convierta en La Riviera de Oriente Medio, una Riviera israelí, evidentemente, ocupada por los Estados Unidos primero y por los millonarios israelíes que, una vez pacificada y reconstruida, podrán disfrutar del sol y el saludable aire del mar.
Los gazatíes "libres" podrán
disfrutar de su deseada libertad en el desierto egipcio, cuna de
civilizaciones. Todos contentos... menos esos peligrosos rebeldes —comparables
a los temibles narcos mexicanos que perturban la paz del paraíso
estadounidense mientras recortan el césped de sus jardines— que, por extraño que parezca, prefieren vivir entre ruinas a
aprovechar la libertad del desierto.
Después
de escuchar esas palabras, unos pocos segundos expuesto a ellas, se abrió en mi
mente, tal como Moisés dividió las aguas, una brecha entre lo que consideraba
"real" y la "ficción" que ahora se me ofrecía como un faro
orientador.
Saliendo
poco a poco del estupor comienzas a hacerte preguntas. ¿En serio se puede decir
—incluso con furor indignado— que el que destruyan tu casa, maten a tu familia,
que te tengan meses de un lado para otro bajo bombardeos, que te expulsen de tu país y
que te manden al desierto de un país vecino (que además no te quiere allí) es "libertad"
o algo que se le parezca remotamente?
Escuchar
esto en una cadena española, una especie de filial de la FOX News, convertida
ya en la cadena gubernamental del trumpismo, hace ver muchas cosas de esa
expansión de los relatos populistas del trumpismo por el mundo. Uno pensaba
ingenuamente que el extremismo del relato trumpista solo era posible en la
polarizada sociedad norteamericana, con esos más de ochenta millones que
decidieron convertirle en el líder planetario en un gesto responsable y generoso.
Pero creía que de las muchas cosas posibles había algunas imposibles en el
clima europeo, en países como el nuestro.
Sin
embargo, si eso de dice desde una pantalla de televisión y se repite por el
mundo de otras pantallas, significa que existe gente que lo escucha y que lo
sigue, que no sale huyendo, como yo a través del zapping, a la cadena más
cercana.
La duda
está en los datos sobre los que están al
otro lado: cuántos son, dónde están sus límites en lo que están dispuestos
a creer, si son una simple secta o si buscan expandirse, crecer...
Los
estudios sociológicos son cada vez más preocupantes pues nos advierten de dos
cosas: que cada vez somos más incapaces de distinguir lo que es verdadero de lo
que no lo es, por un lado, y que cada vez nos aferramos con más intensidad y
ganas a las mentiras gratificantes. Nos dicen, además, que todo esto crece en
la polarización y que basta con normalizar cualquier mentira, es decir, que
basta con repetirla una y otra vez para que empiece a ser aceptada. La ausencia
de espíritu crítico garantiza que esas ideas no sean cuestionadas, sino usadas
como dogmas contra otras, a las que se señala como enemigas, como el verdadero
peligro.
Los ataques
racistas y xenófobos, los ataques a la diversidad sexual, a la igualdad de
derechos, etc. son parte de ese movimiento de retorcimiento de todo lo que se
pueda retorcer. Basta con "indignarse" públicamente, como el señor con
auriculares de la televisión, para arrastrar con su pasión a miles de personas
incapaces de pensar un poco sobre la falsedad de lo que se les dice. Así nos
movemos entre la indignación y la trivialidad. Cada vez entendemos menos la
complejidad de lo que nos rodea y cada vez nos dan más explicaciones
simplificadas y parciales, es decir, es más fácil manipularnos. Aquello que
entendemos es la verdad, se convierte en idea que solo es posible sostener con
la fuerza y el grito, que son lo contrario del diálogo y la convivencia
armoniosa. No es de extrañar, pues, que sea el conflicto lo que se busque como
base. El enfrentamiento produce un doble movimiento: uno negativo hacia el otro
y otro de refuerzo de la adhesión a la mentira que ocupa el centro de nuestra
nada. Solo así es posible entender el creciente éxito de la radicalidad y de la
estupidez controlada.
Da pena
ver que en nuestras pantallas se repiten las barbaridades ajenas, como las escuchadas
sobre la "libertad" de los gazatíes que aceptan con gusto que se
destruyan hogares y familias, que se les expulse y se construyan conjuntos
residenciales para los israelíes que se lo puedan pagar, mientras aplauden
satisfechos desde sus campamentos en el desierto egipcio. ¡Ya son libres!
No quiero ni imaginar los gloriosos programas que nos quedan por delante. Ya sabemos que ¡están entre nosotros!, como en las viejas películas de ciencia-ficción. Solo que aquí no hay nada de "ciencia" y todo es "ficción", Son los tiempos en los desaparecen los límites entre unas cosas y otras; son los tiempos de la post verdad. Frente al fundamento, la repetición; frente al razonamiento, la indignación.
Incluso el mayor extremismo necesita un poco de vergüenza, un cierto límite de pudor. El acaloramiento con el que se decían esas barbaridades indica que se han trascendido esos límites. Aquello era realmente extraterrestre, pero lo cierto es que ¡están entre nosotros!
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