Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Crece
la tensión con Washington conforme Trump sigue haciendo movimientos. Se trata
de hacer ver al mundo que es él, más que los Estados Unidos, quien ordena y
manda. Los campos de batalla se amplían y en cualquier momento se puede
producir una fractura en el orden internacional, ya en frágil equilibrio. Dos
guerras, la de Gaza y la de Ucrania, para poner a prueba el sistema en su
conjunto.
En la
primera, Trump se enfrenta a sus planes, junto con el Israel de Benjamín
Netanyahu,, sobre el destino de la Franja, que desea barrer y dejar como zona
residencial, Aquí cuenta con la oposición de todos los países árabes a una
solución que supone el exilio forzado de millones de palestinos, principalmente
a Egipto y Jordania. Oposición total.
En la
segunda, la de Ucrania, a los planes de Trump se opone Europa y la propia
Ucrania que se ven excluidas de su futuro, puesto en manos de Trump y Vladimir
Putin, en una extraña compraventa de "tierras raras", en donde el
presidente norteamericano ve el negocio del futuro, algo que le llevará a anexionarse, por ejemplo, Groenlandia.
Los
desprecios e insultos, las amenazas constantes —de lo militar a lo económico—
convierten a Trump y a los Estados Unidos que representa en un "socio"
poco fiable, por no decir poco "deseable", con el potencial de
desencadenar nuevos conflictos además de los existentes. Por ejemplo, está
ocurriendo con la inclusión de Irán en las amenazas lanzadas más recientemente.
La
reunión europea de urgencia, solicitada por Macron tendrá que dar soluciones
firmes o será contraproducente, una muestra de debilidad y división. Europa
deberá responder de forma clara a las amenazas y descalificaciones trumpistas,
como las lanzadas por su sicario presidencial, J.D. Vance. Intentar mantener
una retórica complaciente ante Trump es desperdiciar muchas cosas, además del
tiempo.
Es
fácil decirlo y menos hacerlo. Aliados por décadas, Estados Unidos se ha vuelto
hostil. Ya lo fue en el mandato anterior de Trump, en el que se vio —y así lo
dijimos aquí el modelo— de venta de protección, con la amenaza de
"problemas" en la OTAN, como su retirada de Europa, dejándola a
"merced" de la Rusia de Putin. Este modelo (en la peor
tradición norteamericana) crea problemas primero y cobra por protección
después.
En el
fondo del sistema de Trump está ese modelo, en el que nada es gratis y los
demás son culpables. Esta mezcla de economía agresiva y mesianismo es la raíz
de las acciones y posturas de Trump. ¿De qué te sirve ser el más poderoso si no
usas la fuerza y te aprovechas?
Lo que
ha hecho más poderoso a Estados Unidos es precisamente la debilidad confiada.
Ahora busca cómo cobrarla con efectos retroactivos, aprovechando la posición
que se le ha permitido alcanzar. Por eso, lo que piden Macron y algunos otros
es reducir las dependencias, entre ellas, la militar. Europa debe defender a
Europa. Lo contrario es ponerse en venta, estar en manos de invasores (Rusia) y
de chantajistas (Estados Unidos). Para ello es esencial la Unión, su concepto
llevado al extremo, y evitar la tentación "nacionalista", que es
precisamente la de la debilidad que beneficia a ambos tipos de depredadores.
Una
Europa de nacionalismos, fragmentada, es una Europa débil, entregada a los vaivenes
de un entorno agresivo. No es de extrañar que desde Moscú se haya favorecido a
los movimientos europeos de ultraderecha, como los de LePen, se haya apoyado el
Brexit y los separatismos nacionales. Basta con repasar las viejas noticias,
los informes sobre las visitas a Moscú. No es de extrañar, por el mismo motivo,
que Musk o Vance salgan reivindicando a la ultraderecha alemana, a los neonazis
de Alternativa para Alemania. La frase de Trump en su primer mandato,
"¡Me llaman Mr. Brexit!", se vuelve cada vez más clara y adquiere un
profundo sentido hoy, el desmembramiento de Europa como objetivo, su debilidad
en aumento.
La
reunión de defensa de Europa, la convocada por Macron, debe ser algo más que un
gesto. Debe ser firme en actitudes y planteamientos, una respuesta clara que
Trump no puede manipular ante la opinión pública norteamericana, que es un
elemento que hay que tener muy presente.
Hay que
romper esa imagen que crean del mundo y de su puesto en la cima. Están en juego
muchas más cosas que las que se ven. Trump juega con fuego, sin límites. Cómo
demostrarle que estos límites existen y que los demás tienen voz en sus propios
problemas es lo que hay que enseñarle. La tibieza no vale con Trump; más vale
entenderlo antes de que los problemas crezcan.
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