viernes, 30 de mayo de 2014

El banquete indigesto o el regreso del canadiense excéntrico

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El corresponsal en Londres de The New York Times, Roger Cohen, se hace eco de unas observaciones realizadas por el canadiense Mark Cartney, el que fue nombrado Gobernador del Banco de Inglaterra, en una conferencia sobre "Capitalismo inclusivo". Cohen ha titulado su texto como "Capitalism Eating Its Children", de forma expresiva y sintética de los planteamientos de Cartney. En su momento llamamos la atención sobre su nombramiento porque establecía algunas diferencias con el discurso habitual, que tiende a ser nulo o técnico sin entrar en cuestiones de más amplio calado social o filosófico. Titulamos aquella entrada reflejando la llegada del canadiense a su puesto en Londres como "Un canadiense excéntrico" (8/08/2013).
Tras una entrada retórica acumulando tópicos sobre lo que debería ser la vida palaciega de un gobernador del Banco de Inglaterra, Cohen rompe el efecto con las palabras de Cartney: “Just as any revolution eats its children,” [...] “unchecked market fundamentalism can devour the social capital essential for the long-term dynamism of capitalism itself.”* La City cruje en sus cimientos.

Lejos de aquellas bonitas frases electoralistas de Sarkozy sobre la "refundación del capitalismo", Cartney se deja de florituras y advierte desde lo que nunca debería dejar de ser la Economía, como bien sabía Adam Smith, una ciencia moral. Antes se solía invocar a Marx para advertir de los peligros del capitalismo; se puede recurrir a Smith tranquilamente para lo mismo, pues cualquier sistema que pierde su sentido de la finalidad de la acción acaba cayendo en lo que Cartney señala, en un "fundamentalismo", en este caso, de mercado.
Como "ciencia social", la Economía describe el funcionamiento económico y trata de establecer sus comportamientos para comprenderlo. Como "ciencia moral", en cambio, debe avanzar guiada por un impulso corrector determinado por fines establecidos por los valores. Describir y comprender procesos son dos funciones de la Ciencia; actuar o guiar la acción, en cambio, surge de nosotros, de nuestros valores e intereses. Si la Economía solo busca la riqueza de unos pocos o simplemente usa su conocimiento para que ese hecho se produzca mediante el establecimiento de las condiciones necesarias y favorecedoras, habrá perdido su condición de ciencia moral. 
Los que calificaron la crisis como esencialmente "fiduciaria" partían de una crisis moral, pues no otra cosa es la pérdida de la confianza. El abuso de confianza es precisamente esa quiebra en la que cuando uno cree que están trabajando en su favor, resulta finalmente que aquel en quien confiamos lo está haciendo en el suyo propio. Eso ocurrió con los millones de personas por todo el mundo que fueron arrastrados en la confianza de que ese estaba actuando en su provecho y no en el de otros.


La crisis de la confianza se puede extender más allá de la economía y se percibe exactamente igual y por los mismos motivos en la vida política, como acabamos de comprobar. Los millones de personas que han cambiado su voto en estas elecciones europeas lo han hecho también por una crisis de confianza, por la creencia que el voto que dan no repercute en su beneficio, sino que es usado para el de unos pocos. Coincido con los que apuntan a que tras la crisis económica y política existe una crisis moral que desemboca en las pérdidas de la confianza y las búsquedas de nuevos troncos a los que agarrarse en la riada de la historia.
La base de la sociedad es siempre la confianza. No puede construirse nada estable sin ella porque todo acaba en recelo. La complejidad de nuestras sociedades modernas, sus crecientes niveles de interacción, hacen que la confianza sea necesaria para la representación. Nuestras sociedades son "representativas", delegadas. Necesitamos la confianza en aquellos en los que delegamos, ya sean banqueros, abogados, políticos o dentistas; necesitamos saber que están de nuestro lado tras sus fachadas sonrientes y no que nos están usando para su propio provecho. Hasta el momento, lo mal repartido de las consecuencias de las crisis últimas y el crecimiento de la desigualdad apuntan a lo contrario.


La necesidad de resolver la crisis moral subyacente para poder resolver las demás es acuciante y a eso es lo que apuntan las turbulencias políticas que se observan por gran parte del mundo, en países estables que ven crecer su agitación social, como formas alentadas desde la percepción de la injusticia o el engaño. Pero no será sencillo porque en el enfrentamiento entre los que tienen mucho que perder y los que cada vez tienen menos que ganar es inevitable.
Señala Roger Cohen desde Londres:

[...] six years after the crisis, the core problem has not gone away: The deep unease and anger in developed countries about the ways globalization and technology magnify returns for the super-rich, operating in a world of low taxation and lax regulation where short-term gain becomes a guiding principle, even as societies become more unequal, offering diminished opportunities to the young, less community and a growing sense of unfairness.
Anyone seeking the source of the anger behind populist movements in Europe and the United States (and the Piketty fever) need look no further than this. Anti-immigration, anti-Europe movements won in European elections because people feel cheated, worried about their children. As Bill Clinton noted a couple of hours before Carney’s speech, the first reaction of human beings who feel “insecure and under stress” is the urge to “hang with our own kind.” And the world’s greatest challenge is defining “the terms of our interdependence.”*


La ira es el resultado visceral de esas percepciones de que no se puede confiar. Estalla por todas partes porque las ocasiones se multiplican con la observación del desequilibrio, de lo fácil que resulta desregular el mundo para que unos tengan más margen de maniobra y lo difícil que resulta, en cambio, intentar regularlo para protegerse de los vaivenes del desastre o la ruina. Gran parte de la indignación política (o con los políticos) proviene de ese desequilibrio percibido como injusticia.
Mientras Cartney habla de "low taxation" y "lax regulation" escucho ahora en las noticias televisivas cómo el parlamento catalán decidió ayer rebajar los impuestos del juego del 50 al 10% para favorecer la implantación de casinos. La gente pide fábricas y traemos casinos. La promesa —siempre inflada— de 50.000 empleos hace bajar la guardia. Esa rebaja del 40% hará más ricos a los ricos. Los pobres podrán ir al casino a probar suerte con lo que les deje los mini sueldos de sus empleos de temporada. El crecimiento de la radicalidad no necesita, como bien señala el Gobernador del Banco de Inglaterra, muchas más explicaciones.


Sin moralidad social, sin un sentido de la responsabilidad hacia todos, de unos con otros, difícilmente se puede construir una sociedad más próspera. Pero, ¿a quién le importa eso de la prosperidad? Perdidos en los mares de las cifras, auténtica niebla, se oculta el objetivo final que no es la supervivencia individual sino la de nuestros lazos, nuestros vínculos más allá de la explotación y el parasitismo, dos formas desiguales de relacionarnos. La idea de un capitalismo devorando a sus hijos, como titula Cohen su artículo, no es nueva, desde luego. Schumpeter ya señalaba que el éxito del capitalismo (es decir la aplicación de sus propias normas hasta el final) conllevaría su propia extinción. La idea desnuda y obscena de la riqueza debe ser vestida con la prosperidad de lo social, es decir, con la mejora del conjunto de la sociedad. Cualquier riqueza que cause más pobreza o dolor es una aberración en sí misma, de ahí la necesidad del reequilibrio y la redistribución. Para eso nos dotamos de instituciones y representantes, que actúen en nuestro nombre para acercarnos a lo que pensamos es justo; para el egoísmo individual, en cambio, no hace falta nada, solo que les desregulen.
Compartimos las palabras de Mark Cartney que Cohen nos hace llegar:

“Prosperity requires not just investment in economic capital, but investment in social capital,” Carney argues, having defined social capital as “the links, shared values and beliefs in a society which encourage individuals not only to take responsibility for themselves and their families but also to trust each other and work collaboratively to support each other.”*


La crisis política a la que nos enfrentamos viene de la pérdida de confianza en que se esté actuando de forma adecuada para el conjunto de la sociedad, que se busque realmente su prosperidad y no solo la de algunos aprovechados. La aspiración, efectivamente, debe ser a sociedades "prósperas" y no simplemente "ricas", que suelen estar cada vez peor repartidas. La idea de "prosperidad" es sobre todo "moral"; surge de un sentido del conjunto de esos lazos y responsabilidades que nos mantienen unidos.
El problema es que se nos inculca cada día un malsano sentido egoísta que ve a los otros como obstáculos de la felicidad y objeto de mi beneficio. Lo peor de todo no es el egoísmo, sino que se nos acabe convenciendo de que es bueno para todos. No hay banquete más indigesto que tus propios hijos, aunque te lo preparen grandes genios de la gastronomía.


* "Capitalism Eating Its Children" The New York Times 29/05/2014 http://www.nytimes.com/2014/05/30/opinion/cohen-capitalism-eating-its-children.html?action=click&contentCollection=Opinion&module=MostEmailed&version=Full&region=Marginalia&src=me&pgtype=article


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