Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
ejercicio interpretativo que supone cualquier análisis postelectoral se multiplica
en un caso tan complejo como el de la Unión Europea. ¿Es posible realizar un
análisis de conjunto de una realidad tan variada como la que tenemos enfrente?
Me imagino que hay aspectos globales y aspectos parciales, Lo que está por ver
si los resultados —que son los que son— obedecen todos a las mismas causas y
contextos. Indudablemente, Europa se percibe en cada caso desde la realidad
nacional. Es un voto "europeo" y no lo es simultáneamente, por
decirlo así.
Pero
aún así, existen circunstancias que sí afectan a todos los europeos. El hecho
del cantado avance de la ultraderecha, racista, xenófoba y antieuropea, afecta
a Francia porque allí se ha votado y a Europa porque allí es donde van a ir los
votos. Marine Le Pen ha ganado en Francia, pero Francia ha perdido en Europa. Y
ha perdido porque han fracasado sus representantes ortodoxos, dejando el
desencanto en manos de un partido impresentable que se limita a recoger algo
más que el descontento. La crisis francesa es sobre todo francesa, más que
europea. Eso no quiere decir que no haya sacudido los cimientos de la
República; sino al contrario. No sé si los franceses han votado contra Europa, contra Hollande o contra los dos.
La
política europea no es de derechas o izquierdas; es primero europea o antieuropea. Lo
que se debate no es tanto quién gobierna en
Europa, sino si Europa debe existir o
no. En este sentido, España ha
confirmado con su participación y votos que desea que Europa exista, primero, y
quién y cómo debe gobernarla, después. Lo primero es esencial; lo segundo, condicionado
a lo primero. ¿Por qué estamos a estas alturas de la película debatiendo todavía estas cosas?, se preguntarán algunos con razón.
Hay muchos motivos, probablemente. Quizá
la respuesta sea que mientras las elecciones europeas solo sean europeas
nominalmente, no podrá haber demasiados cambios. De hecho, los que más se han
preocupado por Europa son los antieuropeos.
Si
miramos el caso de España, PP y PSOE estaban enzarzados en su combate
bipartidista; Izquierda Plural en erosionar al PSOE; otros en erosionar a
Izquierda plural; los nacionalistas en establecer un hueco que les sirviera
para ser interpretado en clave soberanista a falta de referéndum, y los demás
tratando de encontrar algún hueco apostando por la fragmentación del sistema
político. Los partidos pequeños saben que en Europa tienen poco que hacer y
ponen toda la carne en el asador nacional, tratando de sacar ventaja por donde
pueden. Los augures habían pronosticado la pérdida de votos de los grandes, que
se ha producido —cinco millones de votos—, sí, pero está por ver si se
produciría en la misma medida en elecciones nacionales.
Pero
todo esto es accesorio ante la idea de Europa y de los peligros en que se ve
envuelta. Que el UKIP y el Frente Nacional hayan sido las fuerzas más votadas
para Europa en Reino Unido y Francia, más algún otro país en el que han logrado
los secesionistas de la Unión, es una muy mala noticia. Hasta Valls se ha
puesto más serio de lo habitual.
Los
resultados de Francia son malos para los partidos franceses, para la propia
república y para Europa en su conjunto. Lo mismo ocurre con los de Reino Unido.
Ambos suponen dos piezas esenciales de la construcción europea y el avance no
del euroescepticismo sino del antieuropeísmo solo significa el fracaso no de
Europa, sino de sus propios partidos y su capacidad de gestionar y liderar el
continente.
No es
casual la derrota de lo europeo en
Francia. Es la constatación del fracaso de un modelo, el de la pareja
Alemania-Francia, escenificada por el dúo Merkel-Sarkozy primero y cuyo fracaso
dio lugar a unas segundas nupcias más
problemáticas, las nefastas de Hollande, un caso que habría que analizar con
más detalle y profundidad. ¿Por qué ese hundimiento tan personalizado en su
figura? Parece que Hollande, que llegó al poder para hacer lo que Sarkozy no
había podido hacer con Alemania, simbolizara el fracaso de Francia, un fracaso
doble, de la derecha (Sarkozy) y la izquierda (Hollande) a los ojos del pueblo
francés. Es este fracaso, que algunos vivirán como humillación, si así se lo
presentan, lo que ha hecho lanzarse a los brazos de la Marine Le Pen-Juana de
Arco, que aboga por salirse de ese fábrica de frustraciones europea en la que
se les ha convencido de que es Alemania quien manda por encima de los deseos de
Francia, incluso en su propia tierra. El resto no es más que canalizar
correctamente esa frustración para convencer a la gente que es Europa quien
evita que Francia despegue.
En Francia
se cumple plenamente ese principio de que la movilización europea ha sido
antieuropeísta. El 25% de los que han ido a votar lo han hecho contra Europa.
En otros lugares se han movilizado por el separatismo integracionista (salgo de
un sitio y entro en otro), también antes que por Europa en sí.
Tampoco
es casual que el antieuropeísmo hay triunfado en Reino Unido, en donde David
Cameron y otros antes que él llevan realizando el juego del sí y del no durante
décadas, con una moneda que les sigue permitiendo jugar a dos barajas
financieramente. Han recogido lo que han sembrado durante años de forma
interesada en cada negociación. Hoy dejan de controlar el proceso, que es lo
que realmente les preocupa y puede que sea demasiado tarde porque ni los
franceses de Le Pen ni los británicos de Farage van solo contra Europa. Sus
planes son más amplios y aspiran al poder. ¿Por qué no, si tienen los votos? La
petición de Le Pen de disolver la asamblea nacional y convocar legislativas no
es una broma, sino la consecuencia lógica del proceso. Se trata de aprovechar
el momento más bajo de los demás, de la derecha descabezada y de la izquierda
descerebrada, con su momento de mayor poder en las urnas. Han roto su techo; a
la gente no le ha temblado la mano por votar al fascismo que pide el Ebola para
acabar con los problemas migratorios. El abuelo Le Pen ya sueña con ver
corretear a sus nietos rubios por los jardines del Elíseo. De nada han servido los
golpes de efecto de Valls, ni su gesto serio en el gobierno, ni sus sonrisas en
el cuché. Francia recoge lo que siembra. No son los únicos.
No creo
que sea posible un análisis conjunto de una Europa que carece precisamente de
unidad y de motivación. Se pueden analizar, eso sí, sus consecuencias y sacar
alguna enseñanza provechosa. Las elecciones europeas para ser europeas deben
avanzar en la idea del conjunto y no plantearse como plebiscitos de destrucción.
Es más fácil hacer demagogia contra Europa que construir discursos coherentes
para hacerla avanzar, pero la pregunta es ¿hacia
dónde? Mientras la polémica europea sea rentable políticamente, Europa
estará en juego. Será utilizada como cabeza de turco en la pugna diaria de cada
país. Buscarán en sus ataques los votos de los descontentos, de los insatisfechos
y de los nostálgicos para los que cualquier tiempo pasado fue mejor. Si Europa sigue adelante, no puede ser jugándose su ser en cada elección. Puede hacerlo, sí, pero será un devenir agónico acumulando debilidad, cada vez más inestable.
El
contraste, en cambio, con lo ocurrido en Ucrania es muy grande. Ucrania eligió votar por Europa el mismo día que Europa votaba a favor o en contra de sí misma. No
necesitará realizar segunda vuelta porque se ha decantado claramente, con más
del 57% de los votos, por un candidato integrador, europeísta y demócrata. Por
contra de lo que ocurre en Europa, Petro Poroshenko ha dicho que el voto es
para la normalización de Ucrania
evitando su destrucción por despedazamiento. Su objetivo es restablecer el orden y la
seguridad desarmando a los grupos violentos, establecer un diálogo directo
con Rusia y las regiones, y que firmar los convenios para la integración en
Europa. El pueblo ucraniano no ha dado más del 3% a la ultraderecha que le
sirvió a Putin para calentar al este del país ante el temor de la invasión fascista. Aquí los únicos fascistas que se han visto han
sido uno señores enmascarados rompiendo urnas para que no se pudiera votar en las zonas que patrullan.
Ucrania tiene un gran reto, un reto verdadero, de vida o muerte. Por eso ha tratado de ser sensata.
Lo
primero que ha dicho Poroshenko ha sido que quiere que Ucrania absorba la democracia de Europa para
acabar con la corrupción y modernizar su país. Es irónico que el país con mayor
europeísmo, sin formar parte de la Unión, sea un país humillado por Rusia, roto
por los intereses militaristas del Kremlin cuando manifestó su firme voluntad
de acercarse a esta Europa quejumbrosa y centrífuga.
O quizá
no lo sea tanto. Quizá no sea casual que el país del ultranacionalismo xenófobo
triunfante sea el que ya amenazó, con Sarkozy, con eliminar el "espacio
Schengen" cerrando sus fronteras. La Francia que primero votó derechas,
después izquierdas y ahora ultraderecha ha votado a quienes le han prometido
"doblegar" a Europa: a Sarkozy, a Hollande y ahora a Le Pen. Quizá
todo tiene su lógica y no hay nada sorprendente más que nuestra sorpresa.
Desde
el punto de vista nuestro, el español, todo ha quedado relativamente relativizado. Los grandes han perdido, pero han
ganado; los pequeños han subido, pero han perdido; los independentistas son
pocos, pero han adelantado a los que no lo son en sus circunscripciones. Y así
sucesivamente. ¿A quién le importa Europa y no el propio pellejo?
Hay
casi coincidencia en los titulares de los dos diarios que habitualmente coinciden
poco, El País y El Mundo: trastazo del bipartidismo. Esto es más duro para la
oposició, que ni gana ni aprovecha el desgaste. Este es un país raro en el que
la oposición desgasta más que el poder. Quedar por delante tapa muchas heridas
y da mucho juego. Pero la pérdida de cinco millones de votos es mucho para un
sistema que hasta el momento no ha dado respuestas a las cuestiones como muchos
esperaban. Los votantes se manifiestan aburridos del discurso de los grandes,
de sus disputas, de su falta de autocrítica ante las demandas ciudadanas. Deben
ser conscientes de que los demás crecen porque ellos pierden, que tiran su capital político no en el ejercicio de la
política sino por practicar la antipolítica.
Ellos solos dan argumentos a sus opositores que les crecen como setas.
Que
España haya estado por encima de la media europea es una buena noticia,
especialmente porque Europa ha podido más que el desafecto que nos provocan los
políticos. Ya era una buena noticia que salvo algún "ambiguo" que
juega a dos barajas o con doble lenguaje, todo el mundo apostara por Europa,
aunque fuera para demostrar cosas distintas. Pero esto no es suficiente, sino
probablemente el signo de cambios más amplios. Hemos dirigido nuestras iras no
contra Europa, sino contra los que consideramos, justamente o no, responsables
del desaguisado. En Francia, en cambio, han dirigido sus iras contra los dos,
contra los partidos mayoritarios y contra Europa en un solo voto. Dos por uno.
Europa
no puede ni debe ser desestabilizada minando su unidad, reducida de nuevo a un
puzzle de fronteras y monedas para beneficio de aquellos que saben que en su
unión está su fuerza.
Europa
tiene dos problemas: los que no creen en ella y los que la dan por hecho.
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