Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
artículo publicado ayer en el diario El
País por el economista jefe de La Caixa, Jordi Gual, titulado "El
malestar de Europa", dentro de los análisis generales que se están
realizando de las pasadas elecciones, se cierra con las siguientes
conclusiones:
Es irónico. El voto favorable a la
renacionalización de competencias crece en Europa, en parte como rechazo a los
pobres resultados económicos del continente. Sin embargo, es precisamente la
nacionalización de facto de muchas de las políticas clave de la Unión la que
está conduciendo a la UE a una crónica e insostenible situación de bajo
crecimiento y bajo empleo.
Serán necesarias dosis enormes de liderazgo y
creatividad para dar la vuelta a esta situación. Se empieza a instalar en el
imaginario colectivo la idea de que Europa no es tanto la solución, sino el
problema. Va a ser difícil cambiar esta narrativa, pues, al fin y al cabo, son
muchos los interesados, en todos los Estados miembros, en que la integración no
avance, no fuera a poner en peligro su privilegiada situación.*
A la
vista de su análisis, lo que se está produciendo es un desvío de las
responsabilidades hacia Europa. Los gobiernos de los países, mediadores con sus
propios electorados, realizan una explicación interesada de lo que supone
Europa para cada uno. De hecho hay una cierta contradicción perceptiva entre lo
expresado en el primer párrafo y lo que se recama en el segundo. La "renacionalización
de competencias" la están realizando los propios "líderes", es
decir, los gobiernos que las reclaman y aplican.
La
instalación, como señala Gual, en el "imaginario colectivo" de la
idea de que "Europa es el problema" no es un proceso causal. Es el resultado
de la erosión producida por las luchas internas en los distintos países de la
Unión Europa, las competencias locales por el poder.
Cada estado
tiene una visión distinta de Europa. No son las mismas las de Inglaterra,
Alemania, Francia, Polonia o cualquier de otro. Cada país ha llegado a la Unión
con una idea de Europa y unas expectativas de futuro. Ningún país habría pedido
el ingreso en la Unión si pensara que le iba a ir peor. Aquí el lenguaje nos
traiciona, porque no son los "países" los que "piensan". Lo
que hay es, vamos a llamarlo así, una "opinión pública", dinámica,
cambiante, que reacciona en función de lo que se les explica y anima en sus
propios contextos.
El
sentimiento "euroescéptico" o "eurófobo" es algo más que desconfianza hacia una Europa que sea
incapaz de resolver ciertos problemas que se le plantean. Ha sido recogido por
grupos que van más allá y que animan descontentos de otro orden. Por la derecha
y por la izquierda, populistas nacionalistas y radicales, han canalizado sus
proyectos minoritarios para recoger el descontento provocado por la falta de
soluciones. Han responsabilizado de los problemas a aquello contra lo que se
dirigen, Europa. Al Frente Nacional francés de Marine Le Pen, por ejemplo, le
da igual que Europa funcione o no; está contra ella porque considera que
enajena a "Francia" en su soberanía. Le beneficia que funcione mal
porque así su discurso puede calar más hondo, pero es el mismo cuando Europa
funciona bien. Son dos armas distintas
las que apuntan hacia el corazón de la idea de Europa: la nacionalista y la radical.
Es lo que han mostrado las elecciones europeas con el crecimiento del
antieuropeísmo tanto de izquierdas como de derechas.
El arma
nacionalista apunta su odio hacia
Europa porque entiende que disuelve su concepción orgánica y romántica de las
naciones. Los antisistema lo apuntan a su estructura económica y social que
consideran que está al servicio de los intereses del capital. Para unos es la
Europa de los "burócratas" sin alma ni patria; para otros es la
"Europa de los mercaderes".
Efectivamente,
como señala Gual, se necesitarán "dosis enormes de liderazgo y creatividad"
para convencer a muchos europeos de la necesidad de Europa. La Unión Europea
está condenada a la eficacia constante para evitar la amenaza permanente de los
antieuropeos, el peligro constante de retroceder a posiciones que la harían
inviables. La renacionalización de competencias sería un factor que afectaría
al conjunto. La tentación no es exclusiva de los dos enemigos de la idea de
Europa, sino de los que se encuentran entre ambos, únicos responsables del
estado, mejor o peor, de la Unión porque están en el poder. Son los verdaderos
responsables de que avancen estas formas peligrosas de populismo que han sacado
los colores a países como Francia.
Se
debate ahora si estos resultados serán extrapolables a elecciones nacionales o
son "simplemente" un voto de castigo a Europa o, pero, un voto de
castigo a los gobiernos descargando el golpe en la cabeza europea. Sea por los
motivos que sean, lo cierto es que el Parlamento europeo queda compuesto, para
vergüenza de algunos, por grupos poco presentables y, sobre todo,
obstruccionistas del propio progreso de la idea de Europa. A ellos lo único que
les interesa —y así lo han manifestado—
es la desaparición europea. Difícilmente se podrá avanzar así.
La
mejor forma que tiene Europa de progresar es la cooperación que haga que se
reduzcan desequilibrios y avanzar en la cuestión identitaria, es decir,
afrontar lo económico y lo cultural como dos caras de una misma realidad.
Mientras Europa se vea como un entramado económico manejado por una burocracia
al servicio de intereses oscuros o un elemento de disolución de las
personalidades nacionales, se mantendrá el caldo de cultivo de los movimientos
en contra.
La
cuestión clave es ¿quién lidera en esa
dirección? ¿Cómo se mantiene un planteamiento de competencia sin uno de
rivalidad? ¿Cómo se aúnan países con distintos potenciales en un mismo
escenario? ¿Cómo evitar que Europa se convierta en el chivo expiatorio de los
problemas locales? La única forma de hacerlo es que Europa camine en una
reducción de las diferencias, en mayores dosis de solidaridad. Para esto se tendrá
que enfrentar a los intereses de los que prefieren una Europa desregulada en la
que crezcan las diferencias y las oportunidades para que unos se beneficien de
otros. No será fácil hacerlo. Por ese camino no hay mucho futuro. Será fácil
que crezca esa sensación de que estar unidos nos perjudica.
¿Liderazgo y creatividad? Sí, pero
también grandes dosis de solidaridad, ética y cultura que guíen el proceso de
integración y consolidación. No caigamos en el error de que todo es cuestión de
comunicación. Transmitamos ilusión europea y no ilusionismo. Ese
"liderazgo" debe ser hacia un objetivo claro de resolución de
problemas. Para eso hay que identificarlos con claridad y perspectiva de
conjunto, no como cuestiones parciales. A la Europa "rica" se le
vende que los demás son parásitos, los PIIGS; a la Europa "pobre" se
le vende que los ricos no les dejan crecer. Esto también es "liderazgo"
y "creatividad", pero usados contra Europa.
Europa,
como ya dijimos hace tiempo, se demuestra
andando en la buena dirección. La ironía señalada por Jordi Gual en su artículo es que los problemas del crecimiento de Europa se deben a las acciones nacionalistas más
que a las europeístas, pero se lee al revés. La vida está llena de ironías de este tipo, sin duda. La
cuestión está en quién saca provecho de ellas.
Hay muchos interesados dentro y
fuera de Europa en que la unión no avance por muy variados motivos, económicos
y políticos. Hace falta, en efecto, más liderazgo verdaderamente europeo.
* Jordi
Gual "El malestar de Europa" El
País 30/05/2014 http://elpais.com/elpais/2014/05/29/opinion/1401365266_819918.html
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