Joaquín
Mª Aguirre UCM)
Ayer
tuve una experiencia única con mis alumnos chinos de doctorado. Íbamos a ver
una película, La buena tierra (The good earth, Sidney Franklin 1937), basada en la obra del
mismo nombre de Pearl S. Buck, escrita en 1931 y ganadora del premio Pulitzer
al año siguiente. El hecho de tener alumnos de otros países me ha hecho ser
especialmente cuidadoso con la selección de la películas que vemos pues te das
cuenta de hasta qué punto pueden llegar a ser ofensivas en sus planteamientos.
La xenofobia y el racismo son unas constantes que se transmiten a través de los
estereotipos que se encarnan en las películas especialmente, pues toman vida en
conductas y presencias hasta llegar a la caricatura.
Dependiendo
de la época y de las circunstancias, el "otro" es llevado hasta el ridículo
como parte de las tramas en las que se manifiesta siempre la superioridad del
que escribe la historia y después la filma, en el caso del cine,
introduciéndose en nuestra propia cultura. Todos los países, todas las
culturas, tienen una imagen específica de las demás que se traduce en tópicos,
estereotipos y clichés, que son formas económicas y parciales de empaquetar la
información respecto a los demás. Esos estereotipos desmiembran la cultura, la
historia, los rasgos físicos, las costumbres y los convierten en elementos
esquemáticos y parciales que sirven para la representación burda del otro,
englobándolo todo en aspectos mínimos. El estereotipo prescinde del matiz y de
la variedad; solo queda un elemento marcado, por lo general del forma negativa,
que se contrapone a la individualidad, llena de matices, del que construye el
discurso. El que cuenta primero, da dos
veces.
La buena tierra es una novela sobre China. Pearl S. Buck
llegó al país con apenas tres meses y vivió allí cuarenta años. China fue su
mundo y consiguió transmitirlo, a través de su visión, a millones de personas
de todo el mundo. Recuerdo muchas de sus novelas en los estantes de la
biblioteca familiar. En España se leyó mucho y para una generación entera fue
una lectura frecuente. Las novelas de Pearl S. Buck eran el polo opuesto al
estereotipo negativo oriental, que se había puesto en circulación bajo la
etiqueta global del "peligro amarillo" en el siglo XIX temiendo que
una China superpoblada invadiera el mundo. Las oleadas de emigración en distintos
países, como los Estados Unidos, contribuyeron a esa percepción que sirvió para
fabricar fantasías en un mundo con una información que nacía con vocación
sensacionalista.
La
intención de que viéramos la película era precisamente comprobar qué efecto
causaba la representación de "China" y "lo chino" en una
película cien por cien norteamericana, basada en una novela de una autora
norteamericana (y en su adaptación teatral) en unos espectadores chinos. Lo que
yo pudiera ver y experimentar en la película era una experiencia diferente de
la que ellos pudieran tener. Los procesos de identificación, de reconocimiento,
de aceptación de aquella realidad ficticia, reconstruida no son los mismos para
ellos que para mí o cualquier otro espectador de una cultura distinta. La
novela y la película no se hicieron para ser leídas y vistas por ojos de China,
sino para estricto consumo de Occidente, que se formó su imagen del país a
través de esta y otras fuentes, muchas de ellas deformadas y estereotípicas.
Mientras
veía la película no dejaba de preguntarme ante cualquiera de las situaciones
cómo las estaban viendo: ¿se creían a un Paul Muni, de ojos pintados, como un campesino chino? ¿Veían en la premiada con un Oscar Louise Rainer a una esclava
vendida por sus padres? ¿Serían los carteles escritos con caracteres chinos
"reales" o se habían limitado a copiar caracteres chinos si más, sin
saber qué ponían? ¿Eran reales aquellas casas, aquellos trajes, aquellos
instrumentos de labranza, el búfalo con el que araban la tierra? ¿Era el molino
de piedra adecuado a la época? ¿El corte de pelo se correspondía con la realidad?
La
película comienza con dos rótulos. El primero es la dedicatoria a Irving Thalberg,
el gran genio de la producción cinematográfica, el "muchacho
maravilla" del cine, que con veinticinco años llegó a ser vicepresidente
de la Metro. Thalberg era el productor total, la persona capaz de controlar
todas las fases del proyecto cinematográfico. Murió en 1937 y este fue, junto con
María Antonieta (1938), su último
proyecto. La película está dedicada a él.
El otro
rótulo, el principal, son unas palabra de loa al pueblo chino, a su esfuerzo y
humildad, un canto a su vínculo con la tierra, lugar en donde se alcanzan los
valores a través del esfuerzo, del sufrimiento de doblegar la naturaleza que
nos da y nos quita, que trae la lluvia cuando debe y cuando no debe, que seca
los campos y nos trae las plagas, pero que es la prueba que da la dimensión de
nuestra capacidad de resistencia y de fe. La metáfora de la tierra como
elemento que nos sustenta y que nos mantiene unidos está presente desde el
mismo título de la obra de Buck, identificándose con las virtudes en la frase
final de Wang Lu tras la muerte de su esposa O-Lan: "O-Lan, tú eres la
tierra". Quienes se alejan de ella y del trabajo, acaban mal.
La
película consta de tres actos muy distintos. El primero comienza con el día de
la boda de Wang Lu, un campesino, que acude a la Gran Casa en donde recogerá a
una esclava, O-Lan, que fue vendida a sus despóticos dueños por sus padres
durante una hambruna. Wang Lu se casa con ella porque es la boda más barata.
Asistimos en esta primera parte al crecimiento de la familia y al esfuerzo por
hacer la tierra productiva.
Pero la
naturaleza cambia y donde había cosechas pronto lo destruirá todo una terrible
sequía. "El hambre vuelve locos a los hombres", sentenciará un
personaje, después de que los amigos de Wang Lu entren a la fuerza en su casa
ante el rumor de que tienen comida. Descubrirán que su comida no es más que
tierra con agua caliente para calmar el hambre. Wang Lu se niega a vender la
tierra a estafadores que quieran aprovecharse y parte con la familia, los tres
hijos, al sur a intentar encontrar una ocupación. La segunda parte nos los
muestra mendigando por las calles y con la tentación de vender a una hija como
hicieron con ella. Son momentos terribles que concluyen con el estallido de la
revolución. "¿Qué es la "revolución"?", pregunta Wang Lu en
medio del tumulto, "¿algo que tiene que ver con la comida?".
Un
golpe de suerte hará que encuentren la riqueza en forma de diamantes que
servirán para regresar ricos a casa, a la tierra. El dinero, que les ha traído
la salvación y les ha devuelto a casa será su maldición, durante el acto final.
Wang Lu enriquecido deja la casa y compra la que fue el lugar de encierro, la
Casa Grande, de su esposa, de la que se va distanciando por su amor al lujo. La
ruina final de la familia la trae una "segunda esposa", que O-Lan
acepta formalmente si es lo que su marido desea. La recién llegada trae todos
los males y distancia a los hijos del padre. La unión final llega cuando una
plaga de langosta amenaza con destruirlo todo y dejarles en la ruina total.
Todos los que se habían dispersado o enemistado se unen en la defensa de las
cosecha. Es la tierra la que les une de nuevo, padre e hijos, marido y esposa.
La
figura de O-Lan, la mujer abnegada y educada en la obediencia y la sumisión,
vendida como esclava, humillada con una segunda esposa, es una especie de Scarlett
O'Hara en su defensa de la tierra como valor fundamental. Lo que el viento se
llevó se estrenó dos años después de La
buena tierra. Ambas novelas fueron escritas por mujeres, las dos fueron Premio
Pulitzer y las dos identifican los valores tradicionales de la tierra frente al
caos del mundo y de las personas. Las dos crean poderosos personajes femeninos,
la rebelde Scarlett y la obediente O-Lan, personalidades opuestas, representantes de unas mentalidades y culturas
distintas, pero un mismo tipo de mujer. Scarlett es Tara y O-Lan las parcelas
de tierra en la que enterrará la noche de bodas el hueso de melocotón que su
marido ha despreciado tirándolo al suelo después de comerlo. Es su especial
ceremonia de matrimonio con la tierra.
Me he
extendido en la descripción de la película para tratar de explicar qué es lo
que vieron mis alumnos y lo que yo pensaba que ellos podían estar viendo
durante la proyección.
Cuando
se encendieron las luces, mi pregunta ansiosa era obligada: "¿es creíble
lo que habéis visto? Yo he visto una China que no puedo distinguir si es
"real" en su representación o no habéis conseguido creérosla en
ningún momento". Antes de responderme, me hicieron ellos la primera
pregunta: ¿está rodada en China? Era
la pregunta que se habían hecho. La respuesta nos la da la reseña del estreno,
realizada el 3 de febrero de 1937, por Frank S. Nugent en The New York Times. Nugent escribió:
The making of The Good Earth, according to our Hollywood historians, was one of
the most chaotic ventures in the annals of an industry in which chaos is the
normal state of affairs. The picture was four years in preparation and production. It was begun by one director,
George Hill, and completed by another, Sidney Franklin. Its early sequences
were supervised by Irving Thalberg, and upon his death the production was
entrusted to his associate, Albert Lewin.
The cast and script were forever being revised.
The picture was edited and reedited. Some 2,000,000 feet of film were exposed
in China, to be used in process shots and for atmosphere; another 700,000 or
800,000 feet were taken in Hollywood. Out of it all emerged a picture 12,450
feet long, running two and a half hours, costing (it is whispered respectfully)
$3,000,000.*
Imágenes reales rodadas en China para lograr una buena
ambientación del film, una auténtica superproducción para le época, mérito de Irving
Thalberg, que quiso hacer una película que hiciera justicia a una novela que ya
se consideraba clásica, que había estado como libro más vendido en Estados
Unidos durante 1931 y 1932.
Las
respuestas a mi pregunta de si aquello que habían visto era "creíble"
para ellos, me sorprendieron. "Nunca pensé que en Occidente se hubiera
hecho una película así sobre China, profe", fue lo primero que me dijeron.
La película les había emocionado. Al principio, señalaron, la historia les puso
en estado de prevención. La historia de la mujer esclava, casada con el
campesino podía derivar hacia una historia tópica, pero habían ido descubriendo
la grandeza del personaje y se habían emocionado con su lucha. No le negaron
sus lágrimas al personaje de O-Lan; yo tampoco.
Pregunté
por los detalles. Todo estaba en su sitio. Los escenarios eran creíbles, con la
excepción de los protagonistas principales, todo el reparto y figurantes eran
claramente chinos. La evolución del tiempo se podía detectar a través de los
peinados de los padres y los hijos. Hasta identificaron la melodía que servía
de sintonía "Jazmín", una canción "muy famosa". Alguno
señalo que muchas de las expresiones que se utilizaban eran realmente chinas,
refranes y dichos auténticos. Otra de las asistentes señaló que la forma en que
se celebra la boda de Wang Lu y O-Lan le había recordado a las costumbres de su
pueblo, que era una zona campesina.
Lo que
había comenzado con un rótulo de alabanza a las virtudes de humildad y
capacidad de sacrificio del pueblo chino, era en realidad el conjunto de la
película a través de una inusual atención al proyecto en sus más mínimos
detalles. ¡Qué lejos de las películas que veremos después, de la época de la Guerra
Fría, por ejemplo, o incluso hoy!
Sacamos
muchas conclusiones de la sesión. La primera es lo importante que huir de los
estereotipos para poder crear unas condiciones positivas de comunicación
intercultural. Puede que nada sea totalmente
real en la ficciones, pero aquella película podía ser compartida sin
agravios por dos culturas que podían acercarse a ella desde visiones distintas.
También habíamos comprendido que el amor que Buck tenía por China, donde
creció, cuya lengua hablaba como propia, es un factor determinante. También es
amor lo que hizo Irving Thalberg al llevar al cine una proyecto así cuidando
hasta el más mínimo detalle para que aquello, además de ser una buena película,
fuera creíble por un público que nunca la vería, el chino. Yo no lo hubiera
percibido de no ser por ellos porque no sería capaz de distinguir, como le
ocurría al propio público de entonces —y el de ahora— las diferencias. El nivel
de credibilidad o aceptación no es el mismo para un público que otro. Pero eso
no le importó a Thalberg; invirtió en tiempo, dinero y esfuerzo para conseguir
una película realista en más de un sentido, en una película auténtica.
Pero
para mí, lo más importante de todo es comprender la necesidad de una buena
comunicación intercultural, de un diálogo a través de la cultura, para poder
establecer puentes sólidos. Insisto mucho a mis alumnos extranjeros sobre la
metáfora del puente porque creo que refleja bien la idea de un mundo de orillas
distantes que necesita de lazos sólidos. Ellos son los puentes, como lo fue Buck. Se insiste mucho en los lazos
económicos, que son importantes —Marco Polo no fue a hacer turismo—, pero se
necesitan personas que trabajen en el acercamiento cultural a través de la
difusión del arte, de las traducciones, de los proyectos comunes, de todo
aquello que contribuya al debilitamiento de los estereotipos y al acercamiento
cultural. Necesitamos comprendernos mejor porque vivimos en un mundo en el que ya
todos somos vecinos, aunque estemos separados por miles de kilómetros. No solo
visitarnos —nada hay más tópico que la imagen turística—, sino conocernos a
través del diálogo y de los proyectos comunes.
Ahondar
en la cultura ajena es también comprender la tuya a través de las diferencias.
Emocionarse con una película como La
buena tierra no es exclusivo de sus consumidores predeterminados, como
hemos podido comprobar. Y eso fue posible porque primero Buck y después Thalberg
trasladaron su amor por China, la primera, y por el cine, el segundo, a sus proyectos. Ambos tenían amor por el detalle, que es lo que hace que por boca de Muni o de Tainer salgan refranes chinos y no otras palabras.
En el fondo, ya lo
señalaba Platón, es el amor el que
une las piezas del universo; es el entusiasmo
lo que nos hace querer que los demás compartan lo que amamos. Las personas que
no aman, poco tienen que ofrecer o decir; o tiene poco interés escucharlas.
* Frank S.
Nugent "The Good Earth" (1937) (reseña) The New York Times 3/02/1937
http://www.nytimes.com/movie/review?res=EE05E7DF173FE464BC4B53DFB466838C629EDE#h[]
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