Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País nos trae una entrevista con Mario Bunge, filósofo de la Ciencia.
Bunge es un argentino emigrado por motivos políticos que acabó asentándose en
Canadá, de cuya Universidad McGill sigue siendo profesor emérito. Tuve
conocimiento de Bunge en mis años de estudiante por las citas frecuentes que de
él hacia uno de nuestros profesores durante las clases, lo que me llevó no a
huir de él, como suele ocurrir, sino a acercarme a alguna de sus obras, Teoría y realidad, creo recordar. Lo
digo como loa al profesor —que falleció unos pocos años después, una verdadera
pérdida para nuestra Facultad— porque entonces era poco frecuente que nos
ofrecieran la posibilidad de ir desarrollando una asignatura mediante la lectura y
entrega de un trabajo posterior por cada uno de los temas del programa, que no
eran pocos.
Cuento
esto porque me han llamado la atención sus palabras en la entrevista de El País
cuando se le pregunta sobre lo que ha sido una de sus obsesiones en gran parte
de su vida, las "pseudociencias":
R. Hay algo paradójico. Cuanto mayor es la
educación de una persona tanto más dispuesta está a creer en seudociencias,
porque se entera de su existencia. La paradoja es que la educación, tal y como
está, en vez de hacer que la gente piense en forma científica hace que se
vuelva más supersticiosa. Es muy común encontrar especialistas científicos que
se hacen tratar por psicoanalistas o por homeópatas.
P. ¿Qué se puede hacer?
R. Hay que cualificar la manera de enseñar,
que sigue siendo muy dogmática. Se enseñan ideas pero no se enseña a
discutirlas. La finalidad de la educación es educar, no evaluar. Claro que
necesito saber si el trabajo ha sido eficaz o no, hace falta alguna manera de
evaluar, pero no con los exámenes, que solo valoran la memoria y hacen que el
proceso de aprendizaje sea aterrador en vez de ser agradable y hasta excitante.*
El
estilo —probablemente también la personalidad— suele ser contundente y muchas
veces parco en su explicaciones. Es comprensible que el poco espacio para las
respuestas obligue a la brevedad y que quizá queden algunas cosas demasiado en
el aire. Es cierto que el aumento de una mala "educación" forma
personas desequilibradas en su forma de pensar el mundo. Conozco casos claros.
Si aceptamos que la educación es mala,
el planteamiento de Bunge supone que una mayor cantidad de educación implica una
mayor acumulación de defectos. Y una educación que nos lleva a las
pseudociencia solo es una pseudoeducación, por muy eficaz que resulte en otros
terrenos.
Parece
establecerse una distinción en la que los ignorantes están abocados a la
superchería (el tarot, por ejemplo)
mientras que los educados lo estarían
a las pseudociencias y similares. Los que estuvieran "correctamente
educados", en cambio, podrían disfrutar de una vida dedicada a la búsqueda
de la certeza, del cálculo riguroso en cada cuestión que se plantearan.
Podría
deducirse que existen zonas de creencia
en todos los niveles. Cada uno estaría expuesto a lo que se acepta en el nivel correspondiente, ya sea por modas o por
cualquier otro mecanismo de mimetismo o interacción social. Para Bunge, que
trabaja desde una lógica radical, esto es inaceptable. Pero está ahí.
Cuando
se le pregunta por la solución a este problema, Bunge dirige sus palabras tajantes
a la manera de enseñar, que ciertamente es una parte importante del
"problema". Entrecomillo la palabra porque entiendo que la "otra
parte" del problema son los que no lo consideran un problema.
La
coexistencia de las zonas racionales y las pseudocientíficas aunque se aumente
la cantidad de educación implica desde la existencia de verdaderos negocios con
la ignorancia hasta el desinterés profundo por todo aquello que no esté
circunscrito al ámbito de la actividad específica para la que se forma. Esto es patente en cualquiera que
pise un aula y tenga un mínimo de sensibilidad al respecto; las lagunas son
inmensas. Se desprecian muchas cosas por no considerarse pertinentes, cerrando
cada vez más las posibilidades de un pensamiento crítico desde fuera de las propias disciplinas. Al final eres esclavo de lo
que te han enseñado.
Una
sociedad que concibe la educación desde la perspectiva
industrial de la producción —como lo es la nuestra— solo se preocupa, por
mucho que se diga, de los resultados externos y no de las mentalidades
resultantes del proceso educativo. La rentabilidad de la educación se busca en
función de sus propios objetivos finales. Valoramos lo valorable y lo valorable
es lo que nos interesa que sea valorado. Lo demás queda fuera como tiempo perdido,
como gasto inútil.
La
educación es más que el sistema
educativo, que no es más que la concreción del diseño que la propia sociedad
estima como conveniente para sus objetivos, su organización para unos fines. No
es por tanto algo independiente, sino
profundamente dependiente de nuestros propios valores, que nos parecen obvios,
claro, respecto a nuestros objetivos. ¿Educar
para qué?, es la cuestión. Las respuestas nos la dan todos los días la
patronal y los ministros de educación.
Habla
Mario Bunge del papel de la curiosidad. Lo "agradable" y "excitante"
de la satisfacción de la curiosidad a través de la Ciencia puede ser desviado
hacia otros objetivos de gratificación muy diferentes. La curiosidad y el
placer que proporciona su resolución son mecanismos evolutivos que están en la
base de la Ciencia porque lo están en la propia naturaleza humana. Pero la
división del trabajo ha hecho que unos satisfagan su curiosidad y otros se
limiten a disfrutar de sus resultados mientras se dedican a otras cosas. A
nadie escandaliza hoy que personas con instrucción superior crean en
pseudociencias porque la pregunta "¿es verdad?" se sustituye por la
de "¿es rentable?". La educación no nos saca de las creencias, nos redirige selectivamente hacia unas u
otras.
En
estos días se ha desatado un polémica relativa sobre la cualificación para la
enseñanza, señalando algunos que "cualquiera no puede enseñar". El
debate, como siempre, se lleva por los derroteros corporativos y así se evita llegar a la cuestión final que es la tecnificación de la enseñanza, en
consonancia con otros muchos sectores sociales, que se ven sometidos a procesos
similares.
Lo
grave del caso de la educación es que una vez tecnificada la enseñanza, se nos
pide que el sistema produzca individuos creativos, verdaderamente educados, que
no se dejen seducir en paralelo por muchas cosas que les ofrecemos.
La
sociedad no se rige por la verdad.
Ninguna lo ha hecho. El sueño científico racional de Bunge, como lo fue la
república de filósofos de Platón, no deja de ser una utopía. Ni en la república
platónica la verdad era accesible para aquellos destinados a otras funciones,
como ocurre en los hormigueros correctamente diseñados. Las sociedades no solo
se controlan por la ignorancia, sino
esencialmente por las creencias, que son
ficciones que no pueden ser desmontadas
por los que las viven. Las creencias también producen gratificación profunda, pues la satisfacción no viene de la "verdad"
sino de aquello que simplemente nos lo parece y nada es tan firme como una
creencia bien agarrada.
Es más
fácil morir por una creencia que por
una verdad, y la sociedad avanza en el control racionalizado de las creencias a
través de sus propias "ciencias" o "semiciencias" (como
llama Bunge, por ejemplo, a la Economía durante la entrevista), que desde el
siglo XIX empezaron a observar la sociedad de forma más o menos sistemática. El
hecho de no encontrar un modelo correcto no implica no quererlo ni renunciar a
lo más fácil: modelarla.
Discrepo
con Bunge sobre lo que expresa de la Historia:
La historia es mucho más científica que la
cosmología. El buen historiador busca y da evidencia de prueba, a diferencia de
los cosmólogos fantasistas, como Hawking. La historia es la más científica de
las ciencias sociales.*
También
hay historiadores "fantasistas", muchísimos, con la diferencia enorme
que las fantasías de Hawkins no tienen porque hacer daño a nadie, mientras que
las del historiador "fantasista" pueden llevar a la guerra o a
invadir Crimea, por poner un ejemplo reciente, o a romper un país. Las
discrepancias cosmológicas no suelen acabar en guerra; las de los historiadores
con frecuencia sí. No tienen porque ser ellos directamente; basta con que los lean. La crisis profunda de la Historia como disciplina ha hecho que los propios historiadores hayan tenido que extremar sus métodos y reflexiones para apuntalar el edificio, siempre en precario equilibrio y con peligro de grietas. Y eso lo sabe Bunge perfectamente.
El
debate sobre la educación es mucho más amplio que recortes o formación del
profesorado, autobuses escolares, comedores, becas y demás cuestiones que son
importantes y están en boca de todos. Los modelos, en cambio, quedan generalmente
fuera de discusión y siguen su paso firme arrastrándonos a todos. El problema no es la mala educación, que se detecta rápidamente; la verdadera cuestión es la de la "buena pseudoeducación", aquella que damos por buena para ciertos fines, pero se olvidan de otros. Si la finalidad de la educación, como señalaba Russel siguiendo a los ilustrados, era la autonomía, la pseudoeducación no lo hace. Nos hace ser eficientes en un sentido y dependientes en otro.
* "Mario Bunge: “Hoy día la ciencia
asusta tanto a la izquierda como a la derecha”" El País 1/05/204
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/01/actualidad/1398972625_636895.html
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