Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País recogía en su edición
digital del primero de mayo un artículo del profesor Víctor Lapuente Giné, del
Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo, con el
título "Una mirada crítica a nuestro periodismo". Ayer se celebró el
Día Mundial de la Libertad de Prensa y siempre es bueno dedicar espacio y
tiempo a reflexionar sobre el estado de nuestro sistema informativo, aquel en
el que nos sumergimos todos los días, en sus virtudes y defectos, pues dejarlo lejos
de una visión crítica no trae nunca buenas consecuencias. Para poder ser crítico y valiosamente informativo, el mundo periodístico debe ser primero rabiosamente
crítico consigo mismo. Es la forma más lógica y fiable para cumplir con la
tarea que tiene asignada.
Coincidimos
con la práctica totalidad de lo expuesto por el profesor Lapuente y mucho de
ello lo hemos resaltado en diversas ocasiones anteriores como defectos del
sistema que es necesario poner sobre la mesa para el mejor funcionamiento.
Lapuente señala un primer problema "estructural", consistente en la
polarización de los medios, que buscan una orientación
política definida, lo que da una superposición entre el espectro político y el
mediático y, como añadido lógico, la falta de pluralidad interna de los propios
medios. Ambas cuestiones son las dos caras de una misma moneda: el ajuste
externo a los partidos exige y obliga a la falta de pluralidad interna en los
medios.
En
España no hay prensa de partido
porque los partidos se han colado en la prensa. Pueden repasarse la hemerotecas
para comprobar los bandazos dados por los diferentes medios en función de los
cambios producidos tras las distintas elecciones. Los partidos están ahí, como
voz que transita por la información política, económica, etc. Los medios se
convierten así en portavoces
incumpliendo su función necesariamente autónoma y crítica, la que el ciudadano
necesita para tener un mejor conocimiento y tomar sus propias decisiones.
Esto
nos lleva directamente a la segunda cuestión, al problema que Lapuente Giné considera
más grave:
Pero el problema más fundamental de nuestro
periodismo es la visión “sacerdotal” de su trabajo que tienen los profesionales
de la comunicación. Un problema independiente de la estructura de los medios de
comunicación, pues se da también en la teóricamente más libre prensa digital.
La visión sacerdotal induce a tres sesgos: 1. El periodista prioriza las
declaraciones de los políticos a costa de asuntos sustantivamente más
relevantes. 2. Cuando trata asuntos sustantivamente relevantes, otorga
demasiada responsabilidad sobre el devenir de los mismos a los políticos,
vistos casi como seres omniscientes y omnipotentes, a expensas del papel de
otros actores clave (como usuarios, profesionales o expertos). 3. El análisis
periodístico de la noticia tiende a construir discursos abstractos en lugar de
un contraste de alternativas políticas concretas y factibles.*
Son
todos ellos elementos que hemos considerado aquí en diversas ocasiones
calificándolos, sin medias tintas, de "males". Pero esos "males"
del Periodismo son a la vez "carencias" sociales dado el papel que
los medios juegan dentro del conjunto de la vida política. No hay sociedad
democrática sin "política" abierta a los ciudadanos. Cualquier
intento de sectorializar la vida
política —crear castas o clases— van en detrimento de sus libertades. Si son
los ciudadanos los que se alejan de la política, lo que hacen en realidad es
dejar el terreno libre al conformismo y renuncian a su capacidad de decisión.
Gobernar es gobernar para y con los ciudadanos; lo demás es vivir en
un falso estado de necesidad que la casta necesita para justificar sus
acciones alejándose del refrendo o convertir la vida política en un calculado escenario mediático.
La
confusión de base, la creencia en que son los partidos los que hacen la política no es más que un error
acumulado que lleva al enterramiento de los principios básicos y cuyo efecto
más visible es la mayor desafección ciudadana hacia políticos y partidos. Y, por ende, desafección también hacia los medios de información que apuntalan esta variante del sistema, la portavocía.
La trayectoria
histórica de nuestra democracia se entrecruza con la otra transición, la de los medios en la crisis abierta en la "sociedad
de la información". La prensa española en su conjunto se redefinió durante
la transición, con la llegada de medios nuevos y el desmantelamiento de los
viejos del sistema político anterior. Nuestro sistema informativo, en este
sentido, es relativamente joven, con algunos medios históricos. En el panorama
audiovisual, por ejemplo, la aparición de los canales autonómicos y privados de
televisión, son más recientes. Los canales autonómicos de televisión, por
ejemplo, reflejan perfectamente las tensiones políticas e informativas.
La
única forma que los medios tienen de cumplir su función es alejarse de la
dependencia política, que sería el primer problema, el estructural, señalado
por Lapuente. Esto, sin embargo, no es fácil tanto por causas internas (su
voluntad de hacerlo y ser independientes) como por causas externas (dependencia
económica y politización partidista de las audiencias propias).
La
crisis del modelo de información coincide con la crisis del modelo de
representación. Ambas pueden tener orígenes distintos, pero entrelazan sus
destinos reforzándose política e información la una con la otra. En la
"sociedad del espectáculo", la política corre el riesgo de
convertirse en espectáculo, si no lo
es ya. Desgraciadamente la reflexión sobre esta cuestión es nula tanto en un
campo como en otro. Hoy lo políticos dependen de sus asesores de comunicación
más que de cualquier otro, pues es por estos por los que pasa todo. Son los mediadores finales, lo que diseñan y estudian
qué se quiere escuchar y establecen la agenda.
Nuestras
democracias varían al cambiar el modelo de la comunicación que se da en ellas,
puesto que este establece la forma de los intercambios e interacciones sociales.
Si los sistemas políticos estaban determinados —y lo siguen estando en muchos
países— por los niveles educativos o de alfabetización, esenciales para la recepción
de la información), los medios de comunicación añaden también su propio
determinismo al conjunto configurando los modelos de público.
La
información se ha convertido hoy en un "producto" masivo y como tal
circula. Es mercancía por sí misma y
no solo información sobre el mundo; la información es acción. En un mundo global y mediático, la información es una
manera de orientar voluntades masivamente, mucho más allá de lo que las élites
bien informadas podían estar en el pasado con los medios tradicionales. Hoy
asistimos a un doble proceso la centralización y la descentralización
simultánea de la información. Los medios se agrupan, por un lado, y las fuentes
se multiplican, convirtiendo a la sociedad en su conjunto en receptora y
emisora con inmensos públicos potenciales y reales. Los escándalos políticos
saltan antes en YouTube (Turquía) o Twitter que en las cadenas televisivas o
en la prensa, medios mucho más controlados y sumisos. La proliferación de
suspensiones a la turca de los medios
sociales (Erdogan versus Twitter y YouTube) son muestras de estos
desajustes frente a los medios sociales, reservando las leyes
"mordazas" (de Ecuador a Venezuela o Rusia) para los tradicionales.
Los
medios tradicionales, como los propios partidos y los políticos mismos, sufren
hoy de desafección, término de moda
para explicar esa falta conjunta de valoración y credibilidad que ambos padecen
en muchos sectores. La cuestión es que ese tándem formado por ambas
instituciones no están ampliando su eficacia, sino por el contrario erosionando
los dos territorios, el de la política y el de la información. Y ambos son
necesarios; es necesario recuperar su función para la mejora del conjunto del
sistema social. Para ello es necesaria la reflexión crítica tanto en los medios
como en los partidos. ¿Son conscientes ambos de ello? Creo que no.
El problema es real y va más allá de nuestras fronteras. Es una crisis profunda que hace que con el incremento de la información disminuya la credibilidad. Lo mismo ocurre con la actividad política, que se multiplica de forma hiperactiva sin conseguir ganar el aprecio ciudadano que se siente defraudado por sus políticos.
* "Una mirada crítica a nuestro periodismo" El País 1/05/2014 http://elpais.com/elpais/2014/04/25/opinion/1398439742_940322.html
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