Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La pregunta
no es quién ganará las próximas elecciones, sino qué quedará después de ellas. Si esto que vivimos es un pre campaña,
la post campaña, por llamarla así, nos dejará un reino inhabitable, un mundo
ensombrecido, de debilidades extremas, otra precampaña ante la debilidad
manifiesta y la incapacidad de cumplir las promesas formuladas. Quienes
gobiernen no tendrán una tarea fácil. Solo les quedaran pactos oscuros y nuevos
odios sobre los que intentar construir algo parecido a un sistema en el que
confiar. Pero la confianza es lo primero que se destruye, la primera víctima.
Conforme
algunos atisban la llegada de unas posibles elecciones, el tono se sigue
elevando. Sean quienes sean, unos y otros erosionan lo que deberían ser los
puntales del estado. Se ha debilitado la Justicia sembrando entre unos y otros
la desconfianza en las instituciones. De la Fiscalía a los Tribunales, todos se
siente libres de criticar lo que debería ser respetado como neutral y que, sin
embargo, se presenta como partidista, una guerra en otro campo de batalla.
Las
apelaciones del PP al empresariado catalán para que presione es una forma de
extender el conflicto; pero no es menor a la que se ha plantado con los
Sindicatos, también sometidos al control político. Así, a la Justicia hay
sumarle la división del mundo laboral.
La
corrupción se ha establecido entre políticos y empresarios. Las mordidas ya
forman parte de nuestra manera de entender "el mercado" junto a otras
prácticas corruptas. Una parte del empresariado se "comunica" bien
con una parte de los grupos políticos y mafias internas que ascienden para
controlar los accesos a lo que el estado ofrece o compra.
Si la
Justicia debe ser neutral, lo que ocurre con la economía debería ser otro
tanto. Sin embargo, el contagio es claro. Unos y otros visitan los juzgados
desde las prisiones a las que son enviados políticos y empresarios. Sin
embargo, los casos se utilizan como armas arrojadizas contra los otros para
obtener la atención mediática.
El
problema que se está planteando es que los responsables de este desaguisado
están cada vez más arriba, más altos en sus posiciones ya sea en la
administración o en la estructura política. Es decir, cada vez son más
influyentes, controlan más. Que estos cargos sean utilizados para hacerse con
millones de euros no solo es grave sino un muy mal ejemplo. Hemos tratado esta
cuestión en varias ocasiones recientes porque la creemos de extrema gravedad.
Como
hay tanto que perder, el español de a pie comienza a sospechar que toda esta
radicalización orquestada desde los partidos no son más que maniobras para no
desalojar cada uno el poder conseguido. Salir de los cargos supone quedar
expuestos a las iras de los propios partidos o del electorado. Estar en la
polarización garantiza que nos van a defender en la calle se haga lo que se
haga puesto todas las acusaciones so contestan como parte de maniobras
destinadas al desprestigio, faltas de verdad. Cuando ingresan en prisión los
ataques se centran en la Justicia, que está vendida al contrario.
Este
panorama solo está echando a las personas aburridas de estos casos con los que
unos y otros fabrican sus reclamaciones y lanzan sus ataques. La política, de
esta forma, se encuentra en su nivel más bajo de respeto y su nulidad
argumentativa por aburrimiento. La respuesta es lanza a la gente a la calle, a
manifestarse frente a las sedes de los partidos.
Quien
está rentabilizando el desprestigio del sistema son los grupos más
radicalizados, que ven confirmados su argumentos anti sistema, anti igualdad, anti
eficacia, etc. y gana cada vez más posiciones la ultra derecha a la que todo
esto da alas.
La
política lo ha absorbido todo en su expansión. Lo malo es que nos deja
indefensos a los ciudadanos con cada escándalo o fechoría. La manera de
devolverse los ataques es cada vez más feroz y esto debilita el sistema en su
conjunto, lo que significa que el poder, sea quien sea, tiene cada vez menos
respaldo en sectores amplios de la ciudadanía, es decir, a los que no es fácil
manipular para que salgan a las calles a desahogar la rabia acumulada.
Los
problemas reales se acumulan con las pifias de la inoperancia, lo que afecta a
aspectos básicos, como la precariedad del empleo, el escándalo de la
especulación con la vivienda, los problemas de la Sanidad, a los que se van
acumulando los educativos en la enseñanza pública, cada vez con menos recursos.
Esto solo por enumerar unos pocos, los principales.
Esta
forma de hacer algo que llaman política
es la negación de la modernidad democrática, la negación de su eficacia, por lo que la tentación totalitaria va
aumentando, como nos muestran los sondeos.
Es
triste esta forma de hacer política; triste y peligrosa.




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