Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo
sabemos con toda exactitud, con la máxima precisión: todo comenzó a las 12
horas y 33 minutos, aunque algunos señalan que fue a los 32 minutos. No sabemos
nada más, aunque el presidente —circunspecto y bajando la mirada— asegura que "no
se descarta ninguna hipótesis". Lo dice como prueba de seriedad, pero lo
cierto que las hipótesis están en la calle y en los medios. La TV francesa
titulaba sobre las causas del apagón y lo hacían con "cara de proximidad",
un concepto nuevo, pero que seguro que todos entienden. Luego dieron paso a la
noticia de la adaptación de un nuevo cómic de Asterix al cine. La cara ya era
otra.
En la universidad tuvimos suerte. Había convocada una huelga contra las políticas universitarias de la presidenta Díaz Ayuso y apenas hubo gente en las facultades (al menos en la mía); solo los cantos de los piquetes llamando a manifestarse al vacío. Si llegan a estar las aulas medio llenas (suelen estar medio vacías) habríamos tenido un dantesco espectáculo, pues las autoridades decidieron que había que cerrar las facultades a las 4 de la tarde. Esto significaba dejar en la calle a una parte importante de los que estaban por allí, como en mi caso.
Nuestra universidad madrileña acoge cada día a miles de estudiantes que viven fuera de Madrid, que llegan en tren desde las ciudades y provincias cercanas. Yo mismo me habría quedado tirado, pues debo coger un tren y el metro cada día para llegar de mi casa al despacho. Me veía durmiendo en el despacho, pero finalmente un compañero me dijo que vivía en el siguiente pueblo, Colmenar, y que me dejaba en casa. De no ser así, habría tenido que esconderme en mi despacho.
Antes
de salir vi un despacho abierto. Allí dos jóvenes profesoras trabajaban sin
descanso con sus ordenadores enchufados a la red eléctrica (por alguna extraña
razón, algunos enchufes tenían corriente). Ellas pensaban que era cosa de la
huelga convocada, que el resto de España funcionaba. "No, es en toda España.
Terminad que os cierran". "¡Gracias!", me dijeron un poco
desconcertadas.
Se
habla mucho de las urgencias médicas, del tráfico, etc. pero no se habla nada
de lo que puede apreciar, de la búsqueda desesperada de un servicio en el que
orinar. "¡Cuidado que cierran en dos minutos! ¡No te vayas a quedar
encerrado!", les advertía a los que llegaban y trataban de encontrar un
espacio donde desahogar la vejiga. Este tema no se ha tratado como debe.
Tampoco el de esa gente que pasaba horas en las colas del autobús o caminando
por los bordes de la carretera; esa gente que te preguntaba en los cruces si
les podías llevar: "Voy a Villaverde", te decían. "Lo siento,
vamos en otra dirección".
El presidente dice que no descarta ninguna hipótesis; la gente, en cambio, lo tenía todo muy claro. La culpa era de Putin. No había noticias, pero sí bulos y más bulos. Todos apuntaban al mismo sitio. Lo primero que te contaban era que el ataque había sido por toda Europa. Te citaban de Finlandia a Alemania, pasando por Holanda y Francia. Todo eso era seguro, fiable, decían.
Encender
la radio de un coche hizo que se arremolinaran personas que trataban de
escuchar las noticias, pero estas era pocas y no aclaraban nada. Tenía razón
Ignacio Ramonet: la televisión y la radio sustituyen la explicación por la
"mostración". Informar es ya mostrar. En este caso, se traslada una
cámara a la estación de Atocha o Chamartín y se nos muestra lo que ocurre allí.
Carecemos de información, pero vemos en directo lo que pasa. Luego se nos dice
que no caben para pasar la noche, se nos muestran los casos más patéticos...
pero no hay explicación.
Si toda Europa estaba apagada, el caso ya no era ibérico. En el tiempo que estuvimos escuchando la radio del coche, con accesos intermitentes a los móviles según los operadores, no se puede decir que tuviéramos información, solo pseudo explicaciones de gente que intentaba interpretar los que los "especialistas" en energía intentaban transmitir sin saber lo que realmente pasaba, pues lo más que teníamos era que "no se descartaba ninguna hipótesis", que era el mantra oficial. Lo que llevó a algunos hacia el apocalipsis, a beber la última cerveza, una más por si acaso.
Desde
el aparcamiento prácticamente vacío de la Facultad veíamos el monumental atasco
de la salida a la carretera de La Coruña. La recomendación que se hacía
oficialmente era "quédese donde esté", algo fácil de decir pero
difícil de aceptar. Incluso la Universidad nos echaba de donde estábamos. Muy
mal nuestras autoridades universitarias llevando la contraria. En fin...
Los
medios muestran los efectos, pero las causas siguen entre el "megáfono de
los bulos" y "el silencio prudente". Algunos de los expertos
consultados dicen que se pueden tardar meses en saber qué ocurrió, dada la
cantidad de información que deben analizar en la caja negra del sistema
eléctrico.
Hoy los medios despiertan llenos de historias emotivas y emocionantes sobre lo que te tocó en el gran apagón. Es la hora protagonista de los que quedaron atrapados en trenes, ascensores, atascos y otros espacios-trampa. Los medios les piden que cuenten sus horas de angustia, su descubrimiento del apagón, cómo se enteraron, sus reacciones. "Todos recordaremos qué nos pasó en este día", nos asegura un presentador televisivo.
Los
expertos complican las cosas cuando nos dicen que no debe haber solo una causa,
sino al menos dos. Con una, el sistema responde y se defiende; con dos falla la
respuesta ante la primera. Tiene su lógica, pero esperemos a la explicación.
Desde la Unión Europea ha descartado un ciberataque, por lo que quitan la
ilusión a muchos de haber sobrevivido a Putin.
Por
ahora sabemos que "fuimos desconectados" (aunque no sabemos por
quién), que se "perdieron" en cinco segundos (algunos hablan de cinco
minutos) el equivalente al sesenta por ciento del consumo del momento (¿se
perdieron?), que no hay que buscar una causa, sino dos y... poco más. Bueno,
sí, que no se descarta nada, aunque no se explique que sería "todo".
Cuando
llegué a casa me cogí un libro y me baje a la avenida soleada. Me senté a
leer. Como no tenía mi mp3 que me libera de escuchar las conversaciones
callejeras, escuchaba a la gente pasar caminando y comentando entre ellos posibles
causas, momentos en los que les ocurrió e intentando conectar con el móvil a
algún centro de información, conectar con la familia, etc. De repente, dos
ancianitas dijeron "¡Ya ha vuelto la luz!" mientras señalaban a un
semáforo cercano que había recuperado sus luminosos colores.
Nada da más sensación de seguridad y orden que un semáforo, un instrumento para sobrevivir al caos, que es lo que se vivía en ese día, el del gran apagón, el día en el que todo cambió (esperemos) a las 12´33 horas.









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